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La explicación científica de por qué los niños odian tanto los viajes largos en coche
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"¿CUÁNTO QUEDA?"

La explicación científica de por qué los niños odian tanto los viajes largos en coche

Viajar en familia a un destino lejano siempre supone un reto para la paciencia de los padres. Pero si estuviéramos en su lugar o nos acordásemos de cuando nosotros éramos pequeños, lo entenderíamos

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"¿Cuánto queda?". Esta es una de las preguntas que más se repiten en el interior de los coches de aquellos que son padres y sacan a sus hijos para disfrutar juntos de las vacaciones. No importa el destino ni el tiempo que se tarde en llegar; sin embargo, parece que a ellos se les hace más difícil mantenerse quietos en el vehículo. Los adultos somos más funcionales para no hacer nada, y en el momento en que entendemos que se avecina un viaje largo, intentamos relajarnos con cualquier cosa para invocar al sueño, pero... ¿los niños? Imposible quedarse quietos ni callados.

¿A qué se debe esta insistencia? ¿Hay alguna razón científica por la que cuando somos pequeños toleramos tan poco los viajes o se nos hacen tan largos? Una de las razones, tal y como explica la periodista Ruth Ogden en un reciente artículo de 'Science Alert' es que nuestra percepción del paso del tiempo cambia conforme vamos cumpliendo años de edad. Básicamente, cuanto más vivimos, más rápido se nos pasan los meses y los años.

"A medida que vamos cumpliendo años, desarrollamos una mejor comprensión de la distancia geográfica que nos separa del destino"

Esto es debido a que con cada año que sumamos, nos hacemos más inmunes al paso de las horas. Sí, así lo descubrió Ernest Weber, matemático y pionero de la psicología experimental, quien en 1834 llegó a formular una teoría válida hasta el presente que relaciona la intensidad de lo vivido con la sensibilidad de las experiencias que hemos tenido. Es decir, cuando llevamos pocos años en el mundo, parece que hemos vivido un sinfín de experiencias, ya que nuestra percepción general es muy corta. Pero a medida que envejecemos, no podemos recordar momentos concretos o procesos vitales que tuvieron una duración determinada en nuestro pasado remoto. Al cumplir más y más años, el número de experiencias se van acumulando, lo que quiere decir que para recordarlas hay que restarlas intensidad.

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Por esta razón, un viaje de cinco horas en coche acaba resultando un mundo para un niño en relación con un adulto. Como el niño ha vivido un porcentaje de años muy menor al del adulto, su percepción del tiempo todavía es muy larga. De ahí también que cuando intentas recordar los veranos cuando eras pequeño por norma general se te antojen largos. Después de haber vivido cuarenta años, ¿qué son cinco horas de viaje? Apenas nada. Pero cuando solo llevas vivo poco más de 100 meses... la percepción del tiempo está disparada.

Hay otro factor. "A medida que vamos cumpliendo años, también desarrollamos una mejor comprensión de la distancia geográfica que nos separa del destino", asegura Ogden. "Este conocimiento nos aporta pistas que usamos para saber cuánta proporción del viaje hemos realizado y cuánto nos queda. La ausencia de este conocimiento o información en niños produce que tengan que preguntar continuamente a los adultos para juzgar cómo va el progreso del viaje".

El aburrimiento y la incertidumbre

En este sentido, "la incertidumbre infantil sobre cuánto tiempo ha pasado y cuánto queda se agrava por su falta de control sobre el viaje en sí". En otras palabras, dependen de los adultos para ir a cualquier sitio o para hacer una parada en el camino. Y esto también influye: "la incertidumbre temporal, o la sensación de no saber cuándo sucederá algo, puede ralentizar el paso del tiempo", asevera la periodista científica. Un ejemplo de esto es cuando estuvimos encerrados en casa por la pandemia de coronavirus. Al principio nadie sabía cuánto iba a durar, y esta espera se hace mucho más larga si no tenemos ese horizonte de predicción sobre cuándo terminaría. Al igual que esos dos meses y medio encerrados posiblemente se nos hicieron más largos que cualquier otro período de tiempo similar.

"Cuando estamos aburridos, nuestra persistencia en mirar el reloj hace que parezca que el tiempo pasa lentamente"

"Cuando existe incertidumbre sobre el tiempo, el seguimiento del mismo se convierte en una prioridad", remarca Ogden. "Los humanos tenemos una capacidad cognitiva limitada y no podemos prestar atención todo el tiempo, priorizamos lo que procesamos en función de nuestras circunstancias. Cuando el tiempo se vuelve incierto, le prestamos mucha más atención de lo normal, haciendo que la sensación de que el tiempo pasa mucho más lento haga acto de presencia".

Por último, otro de los factores que hacen mucho más pesado el viaje para los niños es el del aburrimiento. Si ya es difícil para los adultos no hacer nada (recordando aquella frase del filósofo Pascal), para los niños más aún. "Cuando estamos aburridos, nuestra persistencia en mirar el reloj hace que parezca que el tiempo pasa lentamente", observa la periodista científica. En cambio, cuando nos lo estamos pasando bien el tiempo pasa volando y decimos aquello de "ojalá este momento durase para siempre".

"¿Cuánto queda?". Esta es una de las preguntas que más se repiten en el interior de los coches de aquellos que son padres y sacan a sus hijos para disfrutar juntos de las vacaciones. No importa el destino ni el tiempo que se tarde en llegar; sin embargo, parece que a ellos se les hace más difícil mantenerse quietos en el vehículo. Los adultos somos más funcionales para no hacer nada, y en el momento en que entendemos que se avecina un viaje largo, intentamos relajarnos con cualquier cosa para invocar al sueño, pero... ¿los niños? Imposible quedarse quietos ni callados.

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