Tu comida tiene antibióticos: cómo afectan de verdad a tu salud
La ganadería intensiva alimenta a cientos de millones de seres humanos en todo el mundo, pero... ¿a qué precio? El uso indiscriminado de estos fármacos podría estar poniendo en riesgo nuestra salud haciendo enfermedades como la neumonía incontrolables
Hace años que nos advierten de los peligros asociados al uso imprudente de antibióticos en las granjas de ganadería intensiva, en las que los animales están encerrados y hacinados, y de sus consecuencias sobre nuestra salud. Es frecuente pensar que ingerimos restos de estos medicamentos directamente a través de los distintos tipos de carne, los lácteos y los huevos que consumimos, pero, al menos de momento, no se ha demostrado que haya antibióticos en nuestro plato, salvo que estemos comiendo carne previamente contaminada, cruda o poco cocinada sin las debidas garantías de seguridad alimentaria: del mismo modo que debemos congelar el pescado antes de prepararlo marinado o crudo para evitar la intoxicación por anisakis, si nos gusta el ‘steak tartare’ o la carne muy poco hecha, debemos optar por congelarla antes de prepararla para que el frío se encargue de terminar con las bacterias o los residuos de fármacos que pueda alojar.
En las últimas semanas hemos conocido un estudio en el que se encontraron restos de opiáceos, cinco tipos de antidepresivos y siete de antibióticos, entre otras sustancias químicas, en los mejillones de las costas del estado de Washington, en Estados Unidos, pero no podemos considerar que esto sea un ejemplo representativo. Los moluscos bivalvos son animales mucho más sencillos que los peces y, desde luego, considerablemente más que los mamíferos, que disponen de un organismo capaz de metabolizar estos fármacos y otras muchas sustancias tóxicas. Dicho esto, el problema de los antibióticos en ganadería es muy complejo y, sumado a un consumo humano también excesivo, está poniendo en jaque la eficacia de estos medicamentos que, desde que se generalizaron allá por 1940, han logrado que las enfermedades infecciosas dejen de ser letales.
Si nos gusta la carne cruda o poco hecha, debemos congelarla antes para terminar con las bacterias o los residuos de fármacos
Ya a finales del siglo XX, saltaron las alarmas: su uso indiscriminado, tanto en salud humana como en salud animal, así como la escasez de tratamientos alternativos (mejores antibióticos o fármacos con otros mecanismos de acción), estaba consiguiendo que un proceso adaptativo natural de las bacterias, la resistencia a ser vencidas por los medicamentos que las combaten, alcanzase dimensiones épicas por obra y gracia de la sobreexposición. En estas resistencias, precisamente, está el problema de que los animales que comemos sean masiva y crónicamente tratados con antibióticos: entre todos, nosotros y ellos, hemos creado una maquinaria de producción de bacterias resistentes que circulan por nuestro entorno, a través del aire que respiramos y de los desechos y las aguas fecales que generamos, que se filtran a los acuíferos y riegan nuestras calles, nuestras plantas y las tierras que cultivamos. En el caso de las explotaciones ganaderas intensivas, esos desechos se utilizan como abono agrícola o, simplemente, se abandonan por ahí de forma descontrolada.
Tanto es así que ha sido necesario tomar medidas, que en España se han concretado en un Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN), que comenzó a implementarse en 2014 y que, en el documento que explica su razón de ser y sus objetivos, advierte a los ciudadanos que “nos enfrentamos a infecciones por bacterias con riesgo de convertirse en clínicamente incontrolables, retornando a la era preantibiótica tanto en medicina humana como en veterinaria”. El tratamiento de patologías como la neumonía, la tuberculosis, la salmonelosis o la gonorrea se está complicando, a menudo muy seriamente, y ha aumentado significativamente la morbimortalidad asociada. De hecho, en España se producen una media de 3.000 muertes anuales directamente causadas por las enfermedades infecciosas.
Una sola salud, un esfuerzo conjunto
Ramón Cisterna, presidente de la Asociación de Microbiología y Salud (AMYS), explica que “los usos no sanitarios de antimicrobianos –grupo de fármacos al que pertenecen los antibióticos– representa el 70% del total, mientras que el estrictamente sanitario representa el 30%, incluyendo el consumo humano y el veterinario, lo cual supone una enorme desproporción si hablamos de productos destinados exclusivamente al tratamiento de infecciones ya instaladas”. Cuando alude a los usos no sanitarios, el presidente de AMYS se refiere a la profilaxia, que consiste en medicar sistemáticamente a animales sanos para prevenir las enfermedades, y a la metalaxia, que consiste en medicar preventivamente a los animales sanos que conviven con un animal enfermo, algo muy frecuente en las grandes granjas.
La profilaxia se practicaba muy a menudo a través de piensos medicamentosos, que contenían cantidades subclínicas de antimicrobianos. Ya en 2006, estos piensos, destinados al engorde rápido del ganado, dejaron de ser legales, pero nadie parece dispuesto a poner la mano en el fuego para asegurar que, efectivamente, han desaparecido de las granjas españolas. Se supone que sí, pero hasta ahora no se han ejercido controles estrictos para comprobarlo sobre el terreno. “Obviamente, el sector agroalimentario tiene que posicionarse en este ámbito, ya que el concepto de salud única –basado en el enfoque ‘Una salud’, acuñado por la Organización Mundial de la Salud (OMS)– está comúnmente aceptado y las resistencias antimicrobianas son un tema absolutamente prioritario, ya que constituyen una amenaza muy seria para la salud global”, añade el Dr. Cisterna.
En 2015, un informe de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) trajo consigo las primeras estadísticas en torno al consumo de antibióticos de la industria ganadera, que dejaron a nuestro país a la cola de Europa: en un año, se habían vendido más de 3.000 toneladas de principios activos antimicrobianos, frente a las 856 de Alemania, que tiene el doble de vacas y prácticamente el mismo número de cerdos en sus granjas. Estas cifras, no obstante, han permitido plantear medidas concretas y están dando lugar a los primeros casos de éxito. Precisamente ayer, 5 de junio, se hizo público el primer informe dedicado específicamente a España de la iniciativa europea Análisis Interinstitucional de Consumo y Resistencia de Antimicrobianos (Jiacra, por sus siglas en inglés), que recoge una reducción del 14% en el uso de antibióticos en ganadería desde 2014.
España es el primer país de Europa en consumo de antibióticos de la industria ganadera: más de 3.000 toneladas al año
Germán Peñalva, del Grupo de Resistencias Bacterianas y Antimicrobianos del Instituto de Biomedicina de Sevilla, además de portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (Seimc), destaca el Programa Reduce Colistina, que nació en 2016 tras un acuerdo del sector porcino con la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). “En menos de dos años, se ha conseguido reducir en un 80% el consumo de este antibiótico considerado crítico, ya que es una de las opciones terapéuticas preferentes frente a las infecciones multirresistentes, en las que ya han fallado otros fármacos, por lo que preservar su efectividad se considera crucial”.
La amenaza de las bacterias multirresistentes
“Cuando el uso de antimicrobianos no es adecuado o se prolonga mucho en el tiempo, las bacterias suelen generar resistencias, fundamentalmente contra el antibiótico al que están siendo sometidas. El problema es que la interacción microbiana, muy compleja y dinámica, también da lugar a resistencias frente a otros fármacos, aunque no se hayan administrado directamente, por lo que nos estamos encontrando con cada vez mayor número de bacterias multirresistentes. Además, el mal uso de los antibióticos produce mutaciones en el ADN que se transmiten entre bacterias de la misma especie, pero también pueden saltar otras especies. Precisamente, se está trabajando para evitar que bacterias inocuas para el ser humano se transformen en patógenas, dando lugar a nuevos tipos de infecciones. Por tanto, aunque esta reducción tan significativa en el uso de colistina en el sector porcino es una buena noticia, es urgente disminuir la presión antibiótica en general”, añade Peñalva.
Mientras las autoridades sanitarias trabajan para que todos nosotros hagamos un uso prudente de los antibióticos, la profesión veterinaria hace lo propio en el ámbito de la salud animal. “No se trata tanto de reducir el uso de una determinada molécula –coincide Arturo Anadón, presidente de la Real Academia de Ciencias Veterinarias de España–, sino de implementar medidas de bioseguridad en las explotaciones ganaderas, propiciar un manejo mucho más higiénico de las mismas, tener presente la perspectiva de la nutrición –por ejemplo, investigando en torno a los probióticos– y tratar de desarrollar nuevas vacunas. Si no tomamos medidas, los animales seguirán enfermando, pero un proceso así requiere un tiempo, una inversión y un cambio de mentalidad”.
Para propiciar un cambio tan necesario desde dentro de su colectivo, el Dr. Anadón está realizando una serie de talleres en los colegios oficiales de veterinarios de España. En ellos, los profesionales también se familiarizan con las exigencias que impondrá Real Decreto 191/2018, que establece la obligatoriedad de la transmisión electrónica de datos de las prescripciones veterinarias de antibióticos destinados a animales para el consumo humano, entre otros sistemas de control, que serán obligatorias a partir de 2019, en línea con la legislación europea.
Otra ganadería es posible
“Desde nuestro punto de vista, hablar de una adaptación de la ganadería intensiva a las exigencias de bienestar animal y de salud pública ‘ideales’ es un oxímoron. Tal y como están planteadas, las explotaciones son un foco de enfermedades infecciosas, derivadas fundamentalmente del hacinamiento”, explica Elisa Oteros, bióloga, doctora en Ecología por la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Área de Agroecología de Ecologistas en Acción, así como de la Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo.
"Defendemos la ganadería extensiva ecológica que es más respetuosa con el bienestar animal y el medioambiente"
En cierta medida, Arturo Anadón comparte esta tesis y subraya: “No es posible lograr un cambio significativo sin abordar una transformación estructural, que implica mejorar las condiciones de vida de los animales en las explotaciones, aumentando la higiene y reduciendo su estrés”. Elisa Oteros califica la situación de estos animales de ‘no vida’ y considera que quienes la propician son responsables de buena parte de la polarización que se está viviendo en España respecto a estos temas, ya que parece que solo existen dos opciones: ser vegano o vegetariano, por un lado, o ser un acólito de las prácticas ganaderas más terribles, por otro. “La ganadería intensiva es insostenible, tanto por el maltrato animal como por diversos factores medioambientales. Es cierto que hay que reducir el consumo de carne, pero hay opciones intermedias. En Ecologistas en Acción defendemos la ganadería extensiva ecológica, aunque existen otras fórmulas, todas ellas mucho más respetuosas con el bienestar animal, las personas y el medioambiente”.
También es importante investigar otras opciones terapéuticas. Laboratorios Ovejero ha desarrollo un medicamento inmunomodulador pionero, que se administra a las vacas lecheras para evitar que contraigan mamitis o mastitis bovina, un proceso infeccioso muy común que produce inflamación en las ubres. “Permite que el sistema inmunitario sea capaz de hacer frente a las bacterias que producen la mamitis para que no proliferen y la infección no llegue a tener lugar, reduciendo así drásticamente el uso de antibióticos y mejorando su salud global de las vacas”, explica Miguel Ángel Navarro, veterinario y asesor técnico de los laboratorios. El fármaco lleva dos años en el mercado y, como relata el Dr. Navarro, “dispone de autorización para la mamitis bovina, pero estamos investigando para ampliarla a otros tipos de ganado y a otras enfermedades infecciosas”.
¿Qué puedes hacer?
“En Ecologistas en Acción recibimos cada vez más consultas por parte de las comunidades locales que tienen cerca una ‘macrogranja’. Se quejan sobre todo de problemas relacionados con la potabilidad de las aguas subterráneas, con el deterioro de los suelos dedicados al cultivo o la agricultura extensiva y con los malos olores, que afectan negativamente a la economía –espantando a los turistas, por ejemplo–, pero también a la salud, incluso a la salud mental”, explica Elisa Oteros.
Aunque la comunidad científica no considera probado que tengamos antibióticos en el plato cada vez que ingerimos productos que provienen de las explotaciones ganaderas intensivas que los utilizan de forma abusiva o de la industria alimentaria que los procesa, existen opciones que nos permiten apoyar una ganadería más sostenible y realizar un consumo más responsable. Elisa Oteros cita al colectivo De Yerba, que ha creado una plataforma pionera en Europa que conecta a productores de carne de pasto con personas interesadas en adquirir sus productos, y resalta que cada vez hay más grupos de consumo que incluyen carne, lácteos y huevos en sus pedidos semanales.
Hace años que nos advierten de los peligros asociados al uso imprudente de antibióticos en las granjas de ganadería intensiva, en las que los animales están encerrados y hacinados, y de sus consecuencias sobre nuestra salud. Es frecuente pensar que ingerimos restos de estos medicamentos directamente a través de los distintos tipos de carne, los lácteos y los huevos que consumimos, pero, al menos de momento, no se ha demostrado que haya antibióticos en nuestro plato, salvo que estemos comiendo carne previamente contaminada, cruda o poco cocinada sin las debidas garantías de seguridad alimentaria: del mismo modo que debemos congelar el pescado antes de prepararlo marinado o crudo para evitar la intoxicación por anisakis, si nos gusta el ‘steak tartare’ o la carne muy poco hecha, debemos optar por congelarla antes de prepararla para que el frío se encargue de terminar con las bacterias o los residuos de fármacos que pueda alojar.