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Las bacterias de tu intestino serán más felices si comes esto
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Las bacterias de tu intestino serán más felices si comes esto

Ni todos son eficaces ni sirven para tratar los mismos trastornos. Descubre los factores que determinan la capacidad de un probiótico para mejorar la salud de tu aparato digestivo

Foto: Foto: Unsplash/@dulgier.
Foto: Unsplash/@dulgier.

Mejorar el tránsito intestinal y vender yogures. Poco más. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que la idea de un probiótico no nos sugería gran cosa más allá de un reclamo publicitario. La idea de que pudieran llegar a ser eficaces en muy distintos trastornos y patologías era algo que ni nos planteábamos; es más, hasta hace bien poco hemos seguido identificando bacterias con falta de higiene y con enfermedad.

Luego todo ha dado la vuelta: el descubrimiento de la importancia de la microbiota intestinal -con todos sus trillones de bichos y las interacciones entre ellos- ha cambiado el concepto que teníamos de los probióticos: su mera mención ya nos hace pensar en salud y bienestar. Pero cuidado: el término es muy amplio, tanto que en el mismo saco podemos encontrar productos verdaderamente útiles y otros con dudoso potencial terapéutico.

Dentro de los probióticos encontramos productos realmente útiles y otros con dudoso potencial terapéutico

Centremos el concepto: según la Guía Mundial de la Organización Mundial de Gastroenterología (WGO), “los probióticos son microorganismos vivos que confieren un beneficio a la salud cuando se los administra en cantidades adecuadas”. Y en esta sencilla definición hay dos ideas clave que van a determinar en buena medida su eficacia. Una es la de que son microbios ‘vivos’: “Los probióticos deben tener la capacidad de poder llegar íntegros, tal cual te los has tomado, hasta el intestino grueso”, nos explica la doctora Silvia Gómez-Senent, gastroenteróloga en el Hospital Universitario La Paz y responsable de la Unidad de Salud Intestinal de la Clínica Dr. Durántez. La otra, que deben administrarse en cantidades adecuadas: “Para que sea eficaz, un probiótico debe tener al menos 10⁹ UFC (unidades formadoras de colonias)… y que lleguen al colon. No es tan sencillo”.

placeholder Lactobacillus. (iStock)
Lactobacillus. (iStock)

No, no es tan sencillo. Para conseguir que los microorganismos llegaran vivos hubo que resolver un problema: la criptonita de los probióticos son los ácidos del estómago y, durante años, se han ido sucediendo las investigaciones para conseguir encapsularlos y que logren pasar la barrera ácida sin degradarse. “La primera generación eran bacterias desnudas; se deshidrataban y liofilizaban, pero a menudo no aguantaban el paso por el estómago -nos cuenta la doctora Sari Arponen, especialista en Medicina Interna en el Hospital de Torrejón de Ardoz-. Con la segunda y tercera se fue perfeccionado la forma de encapsularlos y, en este momento, estamos en la cuarta generación. Ahora son bacterias con mucha más resistencia al estrés mecánico y a la acidez gástrica: llegan bien al intestino grueso”.

Con respecto a las cantidades, no habrá problema en los probióticos ‘de farmacia’, esos productos sanitarios que, sin llegar a ser fármacos, sí tienen una normativa más estricta que la de un suplemento alimenticio. Pero con los yogures y demás alimentos conviene estar atentos al etiquetado: si no aparece el número de UFC que contiene…, no des por hecho que llegan a los mil millones (la cantidad a partir de la cual son beneficiosos).

De origen humano

Bien, imaginemos que ya tenemos un probiótico de cuarta generación que contiene la cantidad necesaria de microorganismos vivos. ¿Está asegurada la eficacia? Aún no. Normalmente, nos va a interesar que se queden en el intestino grueso, que prendan y colonicen. “Aquí es importante que se traten de cepas de origen humano, porque así el organismo los reconoce como propios y los tolera mejor. No es lo mismo una bacteria de leche de vaca que una nuestra”, explica la doctor Gómez-Senent, quien nos introduce así en el concepto de cepa.

Para entenderlo, debemos saber que un probiótico tiene nombre y apellidos. Al comercializarlo, se pone el género; por ejemplo, Lactobacillus. A continuación, la especie. Por ejemplo, Lactobacillus plantarum. Y, por último, la cepa, que se identifica normalmente con un código alfanúmerico. En nuestro ejemplo, podríamos tener un Lactobacillus plantarum 299v, un tipo de microorganismo que se emplea habitualmente en el tratamiento del síndrome de intestino irritable.

La especie y la cepa son las que dan la singularidad al probiótico y determinan cuál es su indicación

Y llegamos así a la cuestión más sensible, más específica. Nuestro probiótico es de cuarta generación, de origen humano, con todos los microorganismos necesarios… Y eso no quiere decir que vaya a funcionar. Porque la clave, nos recalcan estas dos expertas que trabajan a diario con ellos, es la individualización. No todas las cepas y especies sirven para lo mismo; por lo tanto, esa generalización de ‘tomar un probiótico’ es totalmente imprecisa.

“La gran mayoría de los probióticos de que disponemos, tal vez un 90% de ellos, contienen Lactobacillus y bifidobacterias -explica la doctora Gómez-Senent-. En líneas generales, la bifidobacterias se emplea más para intestino delgado y el Lactobacillus para grueso. Pero lo que les va a dar la singularidad, la particularidad, es la especie y la cepa. Nosotros intentamos individualizar, atender a lo que el paciente nos cuenta: no es lo mismo poner un Bifidobacterium breve a un paciente que padece colon irritable con estreñimiento que dárselo a uno con colitis ulcerosa. No sirven igual”.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Tampoco tenemos que pensar que por el hecho de que el probiótico incluya muchos tipos diferentes de cepa va a ser mejor. Es fácil que suceda al contrario, nos explica la doctora Arponen: “Entre las distintas cepas se pueden hacer la competencia, con lo que será más difícil que se terminen de implantar. Además, es algo muy inespecífico, porque cada cepa tendrá unas funciones determinadas. Es esencial saber qué estás tomando y para qué”.

A su juicio, son todas estas consideraciones las que tenemos que tener en cuenta a la hora de valorar los resultados de los distintos estudios científicos que se realizan con probióticos. Así, en el mes de octubre salió un artículo en la revista 'Cell' en el que se cuestionaba la validez y eficacia de los probióticos. “Cuando fui a ver cómo estaba hecho, me encontré con que los autores habían cogido una formulación comercial con 12 cepas de origen bovino, con lo cual era difícil que alguna de ellas se fuera a implantar en el tracto digestivo humano. Era un mal planteamiento. Hay que elegir la cepa adecuada. A menudo se meten en el mismo saco todos los probióticos, cuando hay de muchos tipos”.

De la farmacia al súper

La individualización, esencial en el caso de personas con patologías, se pierde en cuanto se sale del ámbito hospitalario: es tal el boom de los probióticos que ahora mismo están por todas partes. “Todos los laboratorios tienen su probiótico y el problema es que en la farmacia te lo dan sin mayor dilación -reflexiona la doctora Gómez-Senent-. Puede que el que te indiquen no sea el más adecuado para ti y no haga efecto; si a eso le sumamos que, al principio, el probiótico revuelve (al fin y al cabo, es una lucha interna en el hábitat de la microbiota), nos encontramos con que las personas con trastornos digestivos a menudo te dicen que ya los han probado y que no sirven para nada”.

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Foto: iStock.

¿Y todo esto qué tiene que ver con los alimentos? Es fácil que te hayas dado cuenta de que los productos que solemos comprar en el súper y que tienen en su etiquetado el reclamo de ‘probióticos’ no son precisamente los más eficaces. Aun así, hay clases y clases. El primer filtro es comprobar si especifican que tienen ‘fermentos vivos’ o, como decíamos antes, si incluyen el número de UFC. Si es así, vamos por buen camino. “No hay duda de que tomar yogures, kéfir, kombucha… es mejor que tomarse un refresco azucarado. Pero debemos tener en cuenta que no son de origen humano, que no van a llegar al intestino en la cantidad necesaria y que, aun siendo activos, tienen una vida media muy cortita”, advierte Gomez-Senent.

¿Quiere decir que no sirven para nada? Tampoco es eso, concluye la doctora Arponen: “Los fermentados tienen bacterias probióticas y efectos beneficiosos dentro de una dieta equilibrada y saludable. Pero elijámolos bien (o hagámoslos en casa). Si tienes un ultraprocesado lleno de azúcar y con probióticos, seguramente no te va a compensar”.

Mejorar el tránsito intestinal y vender yogures. Poco más. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que la idea de un probiótico no nos sugería gran cosa más allá de un reclamo publicitario. La idea de que pudieran llegar a ser eficaces en muy distintos trastornos y patologías era algo que ni nos planteábamos; es más, hasta hace bien poco hemos seguido identificando bacterias con falta de higiene y con enfermedad.

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