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El apéndice: bueno para la microbiota... pero malo para el párkinson
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El apéndice: bueno para la microbiota... pero malo para el párkinson

Si pensabas que no servía para nada, te equivocas: al parecer, es un reservorio de bacterias implicado en nuestra salud intestinal... pero también podría favorecer el desarrollo de la enfermedad neurológica

Foto: Apéndice.
Apéndice.

Durante siglos se ha considerado el apéndice como un tejido inútil y problemático, un órgano vestigial que, con el correr de la evolución, fue perdiendo su función primigenia: alojar bacterias que ayudaran a nuestros ancestros más lejanos a digerir la celulosa de las plantas. Pero, desde hace una década, han ido apareciendo diversos estudios e investigaciones que sugieren que el apéndice, todavía hoy, cumple una función protectora: servir como almacén de bacterias que favorecen la buena salud de nuestra microbiota.

La pista inicial la dio un equipo de cirujanos e inmunólogos de la Universidad Duke en Carolina del Norte, quienes publicaron esta teoría en el 'Journal of Theoretical Biology'. La hipótesis se resume de la siguiente manera: si, debido a alguna infección, nuestro cuerpo sufre una diarrea tal que elimina por completo su microbiota, la ‘reserva’ almacenada en el apéndice serviría para colonizar con bacterias beneficiosas el intestino.

El apéndice contiene una 'copia de seguridad' de bacterias beneficiosas para nuestra salud

La idea parte del examen de las biopelículas que tenemos en el intestino. Una biopelícula es, podríamos decir, una especie de colonia de bacterias. Y nuestro apéndice estaría lleno de ellas, sugiere la investigación, que también apunta a que estas biopelículas pueden desplazarse por el tracto digestivo; eso posibilitaría que, en caso de catástrofe -una infección brutal que arrasara con todos los microorganismos-, el intestino podría repoblarse a partir de estas reservas bacterianas, entre las que se incluyen cepas consideradas beneficiosas, como los géneros Bacteroides, Lactobacillus o Bifidobacterium.

Desde entonces, las investigaciones se han ido sucediendo y corroborando que el apéndice está ahí por algo, contradiciendo la hipótesis de Charles Darwin, quien en ‘El origen del hombre’ apuntó que podría ser una estructura vestigial, una parte del sistema digestivo que pudo ser útil mucho tiempo atrás en la evolución… pero sin ninguna función en la actualidad.

Una 'casa segura'

Los estudios recientes consideran que el apéndice es una ‘casa segura’ para las bacterias comensales -las que no nos causan daño- y sugieren que podrían considerarse una parte importante de la salud intestinal. Según un estudio realizado en el Instituto Tytgat para la Investigación del Hígado e Intestino, el apéndice sería una pieza relevante en el sistema inmunitario: su función central radicaría en “la interacción y el manejo de las bacterias intestinales, estimulando el tejido linfoide asociado al tubo digestivo (GALT) y ayudando en la recuperación tras una enfermedad diarreica mediante la colonización del colon con la flora comensal”.

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Foto: iStock.

¿Significa eso que debamos aferrarnos a toda costa a nuestros apéndices? En absoluto. Porque aquí, como en tantas otras cuestiones fisiopatológicas, hay una de cal y otra de arena. Y esta última viene de la mano de una reciente investigación, que sugiere que la extirpación del apéndice podría dotar de cierta protección frente al párkinson. Asombroso. El estudio, realizado en el Instituto de Investigación Van Andel, de Michigan (EEUU), y publicado en 'Science Translational Medicine', recoge los resultados de dos estudios epidemiológicos a gran escala. En ellos encontró que eliminar el apéndice, especialmente en la juventud, estaba relacionado con una reducción del 19% en el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson.

La clave parece estar en una proteína -la alfa-sinucleína-, que es una característica patológica de esta enfermedad y está estrechamente relacionada con su inicio y progresión. El estudio sugiere que nuestro apéndice contiene gran cantidad de esta proteína, por lo que si nos realizan una apendicectomía, se reduciría el riesgo de desarrollar párkinson. De hecho, cuando se han analizado apéndices de personas enfermas, se ha visto que en su interior había formas análogas a las que se encuentran en el tejido cerebral post mortem de pacientes con párkinson. “Nuestra hipótesis -apunta el investigador principal- es la de que el apéndice humano contiene formas patógenas de alfa-sinucleína que afectan el riesgo de desarrollar enfermedad de Parkinson”.

Eliminar el apéndice podría estar relacionado con una reducción del 19% del riesgo de sufrir párkinson

Son diferentes enfoques que vuelven a dar un cierto lustre a un órgano tradicionalmente ninguneado. Como explica la doctora Rocío Anula, del servicio de Cirugía del Hospital Clínico Universitario San Carlos de Madrid, “siempre hemos creído que era un mero vestigio de la evolución. Nunca le hemos dado más importancia porque no es un órgano vital ni con una función claramente reconocida. Podemos prescindir de él sin que tenga consecuencias relevantes; al menos, no se ha demostrado que su extirpación pueda repercutir en tu calidad de vida ni en tu salud”.

Así es: hay otros órganos, como la vesícula o el bazo, que tampoco son vitales: podemos vivir sin ellos, pero se conoce cuál es su función, su utilidad en el cuerpo humano. “Pero la posible función del apéndice sigue siendo desconocida. Por eso, y dado que cuando da problemas las complicaciones pueden ser muy graves, el tratamiento de elección es la cirugía”.

¿Operar o no operar?

No obstante, en los últimos años ha surgido un debate en torno a la cuestión de si siempre es necesario extirpar un apéndice que esté dando la lata. “Hay dolores abdominales inespecíficos en los que se puede dudar del diagnóstico; en esos casos puedes ir tratando con antibióticos y ver la evolución. Ahora bien, cuando hay signos claros de apendicitis, el tratamiento debe ser quirúrgico. Llegar tarde puede tener consecuencias terribles”. Es el caso de la peritonitis, en la que el contenido de la infección se disemina por el espacio abdominal y que puede comprometer la vida del paciente.

En la población pediátrica es en la que más se está valorando la posibilidad de que las apendicitis no complicadas se traten, al menos en un primer momento, con antibióticos. Así se ha visto en un estudio publicado en 'JAMA Surgery', en el que los autores compararon la eficacia y seguridad de tratar con antibióticos -primero intravenosos, después orales- o con cirugía a un centenar de pacientes entre 7 y 17 años. De aquellos que eligieron el tratamiento antibiótico, solo un 24% terminó teniendo que pasar por quirófano en el plazo de un año. Es decir, la elección puede tener sentido, siempre y cuando no genere una excesiva ansiedad en las familias: estar pendiente de que el crío pueda volver a sufrir una apendicitis puede generar tanta inquietud que no termine compensando.

Durante siglos se ha considerado el apéndice como un tejido inútil y problemático, un órgano vestigial que, con el correr de la evolución, fue perdiendo su función primigenia: alojar bacterias que ayudaran a nuestros ancestros más lejanos a digerir la celulosa de las plantas. Pero, desde hace una década, han ido apareciendo diversos estudios e investigaciones que sugieren que el apéndice, todavía hoy, cumple una función protectora: servir como almacén de bacterias que favorecen la buena salud de nuestra microbiota.

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