Intolerancias y trastornos digestivos: ¿la culpa es de los parásitos?
Aunque una parasitosis pueda causar distintas enfermedades, también se está investigando de qué manera algunos de estos microbios podrían cumplir alguna función saludable
Estamos invadidos. Tendemos a pensar que cada uno de nosotros somos uno y solo uno, pero lo cierto es que en nuestro interior hay un sinfín de microorganismos con vida propia. Lo hemos visto repetidas veces con el tema de las bacterias: cientos de millones pululan por nuestro aparato digestivo, unas veces cumpliendo funciones beneficiosas y otras provocándonos alguna enfermedad. Pues bien, para añadir un ingrediente más a este ecosistema, resulta que, dentro de nosotros y más a menudo de lo que nos imaginamos, podemos encontrar otro tipo de huéspedes: aunque nos pueda dar algo de repelús, también tenemos parásitos.
La palabra parásito en sí tiene connotaciones negativas: parásito es el que vive a expensas de otro. Te sustrae alimento, sangre o tus productos digestivos. Se aprovecha de ti y eso, a priori, no nos parece que sea buena cosa. “Puede suceder que no te cause síntomas clínicos -explica Dolores Bargués, catedrática de Parasitología en la Universidad de Valencia-. Dependerá de la fortaleza de tu sistema inmunitario o de que la carga parasitaria no sea tan alta como para que llegues a sentirte mal”. En esos casos, somos portadores asintomáticos. “Pero si están en una cantidad suficiente, suelen ser patógenos. Cuadros de diarrea, malestar digestivo, hinchazón… pueden obedecer a una parasitosis; su tratamiento es sencillo, el problema es que, muchas veces, no se relaciona el síntoma con la presencia de parásitos”.
Podemos estar parasitados y no tener síntoma alguno: depende de la fortaleza de nuestro sistema inmune
Claro. A menudo nos dejamos llevar por el pensamiento de que estos intrusos son propios de sociedades con diferentes hábitos higiénicos y alimenticios. Y aunque es cierto que en países en vías de desarrollo son mucho más frecuentes -y los movimientos migratorios los globalizan-, en nuestro medio tampoco escasean. “Muchos epidemiólogos piensan que las parasitosis son algo irrelevante en España -señala el doctor Blas de Rueda-. De ahí que muy pocas veces, ante un problema digestivo, se sospeche la existencia de un parásito”. Así, es habitual que ante un cuadro diarreico se opte por atajar el síntoma -dar un fármaco- y no tanto por ir a la causa. “Si no se ha tratado la presencia de parásitos, estos pueden asentarse en su intestino delgado, alterar la mucosa, producir inflamación crónica, afectar a las microvellosidades y a partir de ahí que surjan problemas de intolerancias o alteraciones digestivas”.
El doctor de Rueda está convencido de que la causa primaria de muchos trastornos digestivos es una parasitosis. También insiste en que las pruebas que se hacen para detectarlos dan a menudo ‘falsos negativos’. La doctora Bargués coincide con su opinión: “Es cierto que algunos parásitos pueden provocar problemas de malabsorción. Por ejemplo, la giardia lamblia, un protozoo increíblemente frecuente en nuestro medio, afecta a la mucosa intestinal y hace que los pacientes no puedan absorber grasa ni vitaminas liposolubles”.
El consejo de esta experta es claro: siempre que haya un problema digestivo se debe realizar un análisis coprológico. “Y ante un resultado negativo, se debe repetir: muchas veces, los parásitos no eliminan sus huevos o quistes de una manera regular”. Por eso aconseja volver a hacer el análisis dos o tres veces más -siempre que el paciente no esté siendo tratado-, espaciando los días. “En nuestra especialidad, los diagnósticos son por eliminación. Hacemos todas las pruebas buscando protozoos, giardias, huevos de enterobius… Para así llegar al análisis de certeza. Si da negativo, se puede descartar la parasitosis”.
¿Hay que tratarlos siempre?
Bien, imaginemos que hay parásitos. ¿Hay que combatirlos siempre? Aquí empieza el debate: en principio, parece haber consenso en que siempre que estos parásitos estén causando síntomas en una persona, es obligado el tratamiento. “También se debería tratar a la familia, aun cuando estén asintomáticos: por ejemplo, es muy habitual que con una giardia se contagie toda la familia o con la oxiuriasis (las lombrices intestinales tan frecuentes en los niños). Si lo eliminas en una persona y no en el resto, pueden seguir repitiendo el ciclo de contagio”, advierte la doctora Bargués.
Sí, en este punto hay consenso científico. También lo hay -aunque con matices, como veremos más adelante- en la cuestión de combatir determinados parásitos que son claramente patógenos: es el caso, entre los helmintos -o ‘gusanos’, como les llamamos normalmente-, de parásitos como el Ascaris, las tenias o la Fasciola; entre los protozoos, de las giardias, las entamoeba, la cyclospora…
"Hay protozoos que probablemente forman parte de una microbiota intestinal saludable"
Ahora, los matices. Los pone la doctora Sari Arponen, especialista en Medicina Interna en el Hospital de Torrejón de Ardoz. “En nuestro medio, estos microorganismos patógenos hay que tratarlos siempre… al menos hoy en día. Pero hay que investigar: hay algunos protozoos que, según las relaciones o sinergias que establezcan con el resto de microorganismos, probablemente formen parte de la microbiota intestinal saludable”.
También plantea dudas el doctor Manuel Linares, microbiólogo y presidente de la Fundación Io, que apunta que muchos parásitos son comensales, es decir, simplemente ‘están’: “Viven con nosotros y generan un cierto equilibrio en la comunidad. Del mismo modo que con los antibióticos eliminas toda la flora, tanto buena como mala, con los antiparásitos sucede lo mismo”. Y nos señala que el más controvertido es el Blastocystis. “Es un parásito emergente y cada vez más los expetos coinciden en que no hay que tratarlo sin más, sino solo cuando se den unos criterios: que haya alergias, problemas de absorción, que el paciente pierda peso…”.
Apunta también el doctor Linares que esto del criterio “es esencial, porque se está rizando el rizo con el tema de los parásitos: se trata de buscar un culpable cuando su ‘culpa’ en muchas patologías aún no está demostrada”. En este sentido, la doctora Arponen apostilla que “matar todos los Blastocystis hominis pensando que son la causa de todos los males de una persona… no es algo que se pueda recomendar con tanta alegría. No me parece buena idea que para tratar a una persona de sus síntomas digestivos, el primer paso sea eliminar el Blastocytis. Hay que ver todo el contexto”.
Una larga historia de convivencia
Tenemos además otra cuestión: cada vez se está investigando más acerca de cómo el exceso de higiene, que en Occidente nos alejó de los parásitos, puede estar detrás del auge de enfermedades autoinmunes. De ahí que surja la duda acerca de si estos organismos también tienen una razón para ‘estar’ en nuestro interior. Los autores de un artículo publicado en la revista 'Trends in Parasitology' nos sugieren que pensemos en los millones de años que llevamos conviviendo humanos y parásitos. Desde este punto de vista, su presencia podría ser beneficiosa, y plantean que “algunos protozoos intestinales podrían jugar un papel importante -y no reconocido- en la conformación de la microbiota y en el mantenimiento del equilibrio entre huésped y microbio. Por tanto, deberían considerarse como ‘amigos’ del intestino humano”.
En tanto todas las investigaciones nos aportan la evidencia necesaria, se trata de no bajar la guardia, aplicar el principio de precaución y seguir estudiando. “Muchos de los protozoos habrá que tratarlos -concluye la doctora Arponen-, pero probablemente no todos. A los pacientes hay que tratarlos de forma individualizada, teniendo en cuenta todos los factores”.
Estamos invadidos. Tendemos a pensar que cada uno de nosotros somos uno y solo uno, pero lo cierto es que en nuestro interior hay un sinfín de microorganismos con vida propia. Lo hemos visto repetidas veces con el tema de las bacterias: cientos de millones pululan por nuestro aparato digestivo, unas veces cumpliendo funciones beneficiosas y otras provocándonos alguna enfermedad. Pues bien, para añadir un ingrediente más a este ecosistema, resulta que, dentro de nosotros y más a menudo de lo que nos imaginamos, podemos encontrar otro tipo de huéspedes: aunque nos pueda dar algo de repelús, también tenemos parásitos.