Menú
Esto es lo que te puede pasar si no te gusta probar nuevos alimentos
  1. Bienestar
TRASTORNOS ALIMENTARIOS

Esto es lo que te puede pasar si no te gusta probar nuevos alimentos

La neofobia alimentaria es un trastorno mental ya reconocido que está aumentando su incidencia. Un estudio demuestra que eleva el riesgo de enfermedad cardiaca y diabetes

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Es la pesadilla de todos los padres. "Esto no me gusta", "esto no lo quiero". Muchos menores rechazan de forma sistemática probar nuevos alimentos, lo que trae de cabeza a sus progenitores, que suelen desconocer que bajo esta actitud que se confunde con el capricho o la falta de apetito se puede esconder un trastorno mental.

El miedo a probar nuevos alimentos se conoce como neofobia alimentaria y a largo plazo puede traer graves consecuencias para la salud como constata un nuevo estudio. Se trata de un tipo de trastorno alimentario por el que se evita el consumo de ciertos alimentos y que fue introducido en la última edición del DSM-5, el 'Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales', editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.

"Este trastorno está aumentando y a largo plazo tiene consecuencias para la salud"

Según la psicóloga Ana Lucas, “este trastorno es una alteración cada vez más común según los expertos. El origen de este rechazo que puede alterar nuestra vida puede tener sus raíces, como tantos otros, en nuestra infancia, en el momento que el bebé empieza a tomar sólidos. Este problema alcanza su punto de mayor desarrollo entre los 2 y los 6 años, momento en el que los niños comienzan a tomar conciencia sobre los alimentos y a expresar su voluntad sobre lo que quieren o no quieren comer”.

Hablamos de “un rechazo enraizado en nuestro cerebro con el que no es posible negociar, porque dispara una inseguridad y unas cotas de estrés con las que no es fácil lidiar. No debemos confundir una actitud caprichosa ante lo desconocido con un problema de evitación que nos puede mostrar un trastorno más profundo”, insiste la experta.

En la mayoría de los casos, este trastorno “se asocia con la restricción o el rechazo de diferentes alimentos por su apariencia, su sabor, su textura, su olor, que puede estar relacionado con experiencias negativas del pasado con la comida. Los trabajos científicos que han estudiado este fenómeno arrojan conclusiones curiosas como que estos casos tienen un denominador común: bajo consumo de frutas y verduras en la infancia”.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Hasta ahora, las investigaciones sobre este transtorno no son muy profusas, pero tienen conclusiones comunes que no hay que pasar por alto. El Departamento de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Murcia hizo un estudio en 2014 que aseguraba que el “16% de los niños estudiados tenían esta dificultad. La cifra es suficientemente importante como para estar atentos al fenómeno ya que cualquier impacto negativo en la dieta de los pequeños puede tener una repercusión directa en su salud futura. Se ha determinado que los niños neofóbicos que comen menos variedades saludables ingieren más grasas y sus dietas son más reducidas que las del resto de niños, lo que fomenta la obesidad temprana”, recuerda Ana Lucas.

De hecho, se sabe que el comportamiento neofóbico puede tener consecuencias dietéticas negativas en cuanto que reduce la variedad de los alimentos ingeridos, sobre todo frutas, verduras, quesos, cereales y pescados.

Nuevas evidencias

El nuevo trabajo, publicado en 'The American Jounal of Clinical Nutrition', ha sido realizado por científicos del Instituto Nacional Finlandés de Salud y Bienestar, la Universidad de Helsinki y la Universidad de Tartu en Estonia. Se basa en el seguimiento de individuos de entre 25 y 74 años en las cohortes de FINDRISK y DILGOM de Finlandia y una cohorte de biobancos de Estonia a lo largo de siete años.

La investigación examinó el impacto de la neofobia alimentaria en la calidad de la dieta, así como en las enfermedades y sus factores de riesgo. Hasta ahora, poca investigación se ha llevado a cabo en esta área. Se ha observado que la neofobia alimentaria es un rasgo fuertemente hereditario: los estudios con gemelos han encontrado que hasta el 78% puede ser hereditario. El rasgo se puede medir fácilmente mediante el cuestionario FNS (Food Neophobia Scale), que contiene diez preguntas que muestran el comportamiento alimentario del encuestado. El cuestionario FNS también se utilizó para medir y cuantificar el miedo a los nuevos alimentos en este estudio.

Los resultados constatan que el trastorno de alimentación está relacionado con una peor calidad de la dieta: menor ingesta de fibra, proteínas y ácidos grasos monoinsaturados, mientras que se consumen más grasas saturadas y sal. A este hecho se añade que los afectados tenían un perfil adverso de ácidos grasos y un aumento del nivel de marcadores inflamatorios en la sangre, lo que eleva el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares o diabetes tipo 2.

"Es importante pedir ayuda psicológica para evitar que la patología se perpetúe"

Según los investigadores, a menudo se piensa que los impactos del comportamiento alimentario y la dieta en la salud están principalmente mediados solo por los cambios de peso. En este estudio, sin embargo, los impactos de la neofobia alimentaria surgieron independientemente del peso, la edad, el estatus socioeconómico, el género o el área de vida”.

Para Markus Perola, principal investigador del ensayo, “los hallazgos refuerzan la idea de que una dieta versátil y saludable juega un papel clave e incluso tiene un impacto independiente en la salud. Si podemos intervenir en conductas alimentarias desviadas, como la neofobia alimentaria, ya en la infancia o la juventud, esto ayudará a prevenir de forma precoz los posibles problemas futuros de salud".

Los factores hereditarios y nuestro genotipo “solo determinan nuestra predisposición a este trastorno. La educación y el cuidado de la primera infancia y la orientación sobre el estilo de vida en la edad adulta pueden brindar apoyo en el desarrollo de una dieta diversa", apostilla el experto

"En ocasiones, este comportamiento es propio de factores como la herencia, pero en otras viene determinada por la conducta parental dentro del núcleo familiar del hogar. Quienes tienen hijos saben que no es nada fácil lidiar con estas situaciones. Sin embargo, prolongar estas actitudes en el tiempo puede conllevar a una mayor restricción en la dieta del niño", aclara la psicóloga Lucas.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Cuando el problema persiste

En general, la neofobia alimentaria desaparece gradualmente a medida que los niños crecen, pero cada situación es distinta. "Sin embargo, si esta fobia persiste, se recomienda actuar desde un enfoque nutricional y otro psicológico de forma individualizada tanto con el niño como con la familia. El efoque psicológico es fundamental para encontrar el origen del problema y reforzar la conducta", añade.

Defiende, además, que "no debemos olvidar que los padres somos la fuente de referencia de los niños. Tenemos que fomentar con nuestro ejemplo una alimentación sana. Los niños copian todo lo que hacen los adultos. Ante las primeras alarmas de que un menor está sobrerreaccionando en el rechazo a un nuevo alimento, debemos identificar primero el grado de oposición".

Si entendemos que puede ser el síntoma de un transtorno, debemos ponernos en manos de un psicólogo. "Si vemos que simplemente hay una oposición rutinaria a lo desconocido, podemos emplear algunos trucos para que ese rechazo no vaya a más y el niño entienda que es beneficioso probar cosas nuevas. Para conseguirlo podemos introducir los alimentos nuevos en pequeñas cantidades. Es mejor ir poco a poco, dejando que experimente y conozca las texturas y los nuevos sabores, que hacerlo de golpe. Algunos estudios han destacado que si el niño rechaza el alimento, debe intentarse hasta 8 veces más, pero sin llegar a presionar".

Es aconsejable "establecer la rutina en casa con los pequeños de que participen en el proceso de la alimentación. Desde el momento de ir a la compra juntos, elegir los alimentos o poner la mesa hasta comer en familia. Esto se convertirá en una rutina saludable y comer será un rato familiar de diversión y de unión más que una obligación. Y por supuesto, se debe tener paciencia a la hora de crear estas rutinas", añade Ana Lucas.

Esto, sobre todo, es fundamental en los padres. "Si el niño no quiere comer, no se le debe obligar. El proceso de aprendizaje y aceptación de cada niño es diferente, por lo que no se pueden perder los nervios a la primera de cambio ni tener prisa. Todos los padres sabemos la teoría y qué cartuchos debemos quemar o no en cada batalla que nos presentan. Premiar los logros siempre es un punto de refuerzo en el proceso de aprendizaje del niño. Que los padres reconozcan el avance y el esfuerzo aumenta su autoestima y su deseo por seguir mejorando e intentándolo".

Es la pesadilla de todos los padres. "Esto no me gusta", "esto no lo quiero". Muchos menores rechazan de forma sistemática probar nuevos alimentos, lo que trae de cabeza a sus progenitores, que suelen desconocer que bajo esta actitud que se confunde con el capricho o la falta de apetito se puede esconder un trastorno mental.

El redactor recomienda