Tu 'primer' cerebro no está en tu cabeza sino en tus intestinos
Tanto es así que esta parte de nuestro organismo y las neuronas que en él se encuentran son las que marcan, al menos en determinados momentos, nuestro estado de ánimo y es aquí donde ciertas enfermedades neurológicas pueden comenzar
Nuestro cuerpo es capaz de sorprendernos de mil maneras diferentes. No son escasas las historias que pueden llegar a ser tan disparatadas como que una madre levantó por sí sola un camión porque su hijo estaba atrapado debajo (todo sea dicho, es cierto que la fuerza que somos capaces de desarrollar es mayor de lo que creemos y nuestro cerebro la limita en situaciones normales para proteger su estructura). Pero otra que nos parecerá un auténtico cuento chino es que nuestro cerebro no se encuentra en la cabeza, sino en los intestinos.
También conocido como el segundo cerebro, es un cúmulo de terminaciones nerviosas autóctonas situadas en nuestras tripas. Su nombre científico es sistema nervioso entérico (SNE). Está compuesto por más de 100 millones de células nerviosas, desde el esófago al recto (pero situadas principalmente en el intestino).
"Se acumula la evidencia que indica que los compuestos generados por la microbiota juegan un papel fundamental"
Como explica el doctor Jay Pasricha, director del Centro Johns Hopkins de Neurogastroenterología, en Estados Unidos, "su función principal es controlar la digestión, desde la deglución hasta la liberación de enzimas que descomponen la comida, pasando por el control del flujo sanguíneo que se encarga de la absorción de nutrientes". Pero, aunque se trate de un 'segundo cerebro', el propio doctor indica que no es capaz de pensar, tal y como nosotros entendemos este concepto. Lo que sí hace es "comunicarse continuamente con nuestro 'primer' cerebro, lo que tiene importantes consecuencias", matiza.
Se cree que esta conexión es la responsable directa de que nuestro estado de humor tenga una repercusión tan severa en nuestro tránsito intestinal. El mayor ejemplo de esto son los pacientes que sufren el síndrome del intestino irritable (IBS, por sus siglas en inglés), que provoca problemas como diarrea, estreñimiento, inflamación o dolor estomacal. Como dice el doctor Pasricha, "desde hace décadas los investigadores y los médicos creyeron que la ansiedad y la depresión contribuían directamente a estos problemas. Pero nuestro estudio (entre otros) muestra que puede ser al revés". Lo que sugiere el doctor es que nuestro tránsito y salud intestinal pueden tener un efecto en nuestro estado de ánimo y nosotros podemos no comprender por qué nos sentimos así. "Esto explicaría por qué un porcentaje mayor de lo normal de gente con IBS desarrolla ansiedad y depresión", apunta el investigador. Y concluye: "Esto es algo muy importante dado que entre el 30% y el 40% de la población tiene problemas de intestino disfuncional en algún momento de sus vidas".
Habíamos observado la relación, pero nunca la habíamos detallado, hasta ahora. Un grupo de investigadores del Weill Cornell Medical College for Medicine, en Estados Unidos, en colaboración con la Universidad de Harvard, el Boyce Thompson Institute y el MIT, ha encontrado una posible explicación química de los procesos que tienen lugar y que provocan esta relación intestino-cerebro.
Todo, una vez más, tiene que ver con la microbiota. Esta es el conjunto de bacterias con las que mantenemos una relación de simbiosis. Para llevar a cabo su investigación, los investigadores crearon una cepa de ratones que tenían poblaciones reducidas (o nulas) de bacterias intestinales y vieron sus efectos en la capacidad de aprendizaje que mostraban. Para su sorpresa, a los ratones que tenían una microbiota reducida, les costaba mucho más aprender qué peligros evitar.
Según los investigadores, todo se debe a unas células inmunes llamadas microglía, que son las encargadas de 'representar' al sistema inmune en el cerebro. Estas células, al parecer, tienen una gran repercusión en la remodelación de las conexiones de las células cerebrales. Como argumenta el doctor Conor Liston, "los cambios en la expresión genética de la microglía podrían interrumpir la 'poda' de sinapsis, la conexión entre las neuronas, interfiriendo así con la formación normal de nuevas conexiones que ocurren durante el aprendizaje".
Además, los investigadores descubrieron que los ratones con microbiotas impedidas mostraban ciertos metabolitos en su sistema directamente relacionados con ciertas enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia y el autismo. "La química cerebral determina cómo nos sentimos y de qué manera respondemos a nuestro entorno. Se acumula la evidencia que indica que los compuestos generados por la microbiota juegan un papel fundamental en este fenómeno", afirma el doctor Frank Schroeder.
Tras llegar a estas conclusiones, los investigadores decidieron ver si estos efectos eran reversibles. La respuesta es sí, pero con condiciones: "Nos sorprendió que pudiéramos salvar a los ratones de sufrir los efectos de deficiencia en el aprendizaje, pero solo si interveníamos justo después del nacimiento, lo que sugiere que la señalización de la microbiota es necesaria a una edad muy temprana", asegura el doctor Liston.
Sea como sea, la flora intestinal cobra cada día más relevancia, y su relación con nuestro sistema nervioso promete dar sus frutos en la investigación tanto de problemas gástricos e intestinales como en áreas de nuestro cuerpo muy alejadas, como el cerebro.
Nuestro cuerpo es capaz de sorprendernos de mil maneras diferentes. No son escasas las historias que pueden llegar a ser tan disparatadas como que una madre levantó por sí sola un camión porque su hijo estaba atrapado debajo (todo sea dicho, es cierto que la fuerza que somos capaces de desarrollar es mayor de lo que creemos y nuestro cerebro la limita en situaciones normales para proteger su estructura). Pero otra que nos parecerá un auténtico cuento chino es que nuestro cerebro no se encuentra en la cabeza, sino en los intestinos.