Manual definitivo para prevenir (o curar) las patologías veraniegas
Los problemas de la época veraniega, como la deshidratación, las infecciones, el tránsito intestinal irregular o incluso las picaduras se pueden evitar o aliviar con la alimentación
Cada temporada del año está marcada por una serie de características que propician la aparición de unos u otros problemas de salud. Mientras que en invierno la climatología y la vida en los espacios cerrados favorece el contagio de gérmenes que derivan en resfriados, gripes y demás virus, en verano se dan otras circunstancias que nos provocan patologías indeseadas. El calor, el sol, los cambios de rutinas o la humedad en playas y piscinas son los principales responsables de ello.
Enfermedades de verano y cómo afrontarlas
Una de las enfermedades de verano más frecuentes es la deshidratación, provocada por el exceso de calor, las altas temperaturas, el sol y la falta de reposición de líquidos en el cuerpo. La parte positiva es que la deshidratación se puede prevenir con la alimentación y que es un tema especialmente importante en personas mayores y niños, los máximos afectados por ella. La prevención es clave, pero, ¿cómo podemos evitarla con la alimentación?
El quid de la cuestión radica en mantenernos todo el día bien hidratados, tanto con líquidos como con alimentos. Beber mucha agua fresca, a pequeños sorbos, evitar las bebidas azucaradas gaseosas como forma de hidratación, y consumir comidas como frutas ricas en agua (sandía, melón, piña…), sopas frías o gelatinas. Debemos disminuir el consumo de las mencionadas bebidas azucaradas y la cafeína.
Muy frecuentes también en verano son los problemas de tránsito intestinal, tanto en forma de diarreas como de estreñimiento. Las diarreas pueden derivar en una deshidratación, mientras que el estreñimiento puede provocar gases, dolor estomacal… En estos puntos influye bastante el cambio de rutinas (horarios diferentes, tal vez el consumo de comidas de otros lugares, permanecer demasiado tiempo en el agua de playas y piscinas…), pero la alimentación también tiene mucho que decir.
Depende de lo que queramos evitar o curar tendremos que optar por un tipo de alimento u otro. En caso de las diarreas, lo mejor es dejar unas horas de ayuno para que el cuerpo se limpie o directamente pasar a una dieta astringente. Los mejores alimentos son el arroz, la zanahoria, las patatas, la carne de pollo o el pavo. Mucho cuidado con el agua que consumes fuera de casa, es la principal causa de diarreas veraniegas.
Si lo que queremos es acabar con el estreñimiento o evitarlo, si sabemos que cada verano tenemos tendencia a él. En este caso, optaremos por alimentos ricos en fibra, como el kiwi, las legumbres, la avena o el pan integral.
La humedad puede propiciar otitis, conjuntivitis, cistitis y otras infecciones similares si somos propensos
Otro clásico es la intoxicación alimentaria, provocada por el mal estado de los alimentos debido, principalmente, al calor. Ocurre principalmente con las comidas a base de huevo, pero también debemos tener cuidado con aquellos que dejamos más tiempo de la cuenta fuera de la nevera, ya que su fecha de caducidad puede ser mucho más corta. Para prevenir la intoxicación alimentaria la clave está en extremar el cuidado de todo lo que consumimos y en evitar pedir ciertos productos, como mahonesas o salsas similares, en espacios públicos. En caso de que ya hayamos caído en ella, tomar mucho líquido es importante, pero también acudir al doctor para que suministre los antibióticos necesarios.
También se puede dar el caso de que seamos propensos a sufrir infecciones como otitis, cistitis o conjuntivitis. Estas tres suelen estar relacionadas con los espacios húmedos, como playas o piscinas, y son habituales debido a los agentes contaminantes de las mismas, no estar acostumbrados a la sobreexposición al agua, el uso de bañadores mojados… En estos casos, será imprescindible el consumo de antibióticos para tratar estas infecciones, pero también nos ayudarán las infusiones (especialmente en el caso de la cistitis), los alimentos con poder antiinflamatorio (pimiento, jengibre, frutos secos, soja, cereales integrales…) o la vitamina C y E.
Si nos llevamos bien con el agua, pero cada verano nos suelen aquejar problemas con el sol, la protección con cremas es fundamental para prevenir las quemaduras solares, además de evitar la sobreexposición. Una vez que hayan aparecido, la alimentación nos puede ayudar a través de la hidratación. Tomar infusiones frías ricas en antioxidantes, beber mucha agua, el aceite de oliva o las hortalizas pondrán su granito de arena.
En caso de que seamos de los que parecemos atraer las picaduras de insectos, es importante que sepamos escuchar a nuestro cuerpo y estemos atentos a posibles reacciones alérgicas. Se dice que el consumo de ciertos alimentos puede evitar que nos piquen (por ejemplo, el ajo o la cebolla, por el olor que desprenden), pero si hay reacción alérgica debemos acudir a un médico para que nos recete un antihistamínico o un antibiótico, según la gravedad de los síntomas y la evolución de la picadura.
Por último, destacamos otro de los clásicos de las enfermedades de verano: los problemas de garganta. La faringitis y la bronquitis provocadas por el abuso de aires acondicionados se podrían prevenir teniendo cuidado con el consumo de bebidas frías y helados. Para curarla, necesitarás reposo, analgésicos y antiinflamatorios. En cuanto a los mejores alimentos para consumir mientras sufrimos estas habituales enfermedades de verano, encontramos de nuevo la clave en los mencionados alimentos antiinflamatorios, pero también en los líquidos templados, como sopas o infusiones, en el regaliz, la menta, la sal o los batidos caseros de frutas.
Cada temporada del año está marcada por una serie de características que propician la aparición de unos u otros problemas de salud. Mientras que en invierno la climatología y la vida en los espacios cerrados favorece el contagio de gérmenes que derivan en resfriados, gripes y demás virus, en verano se dan otras circunstancias que nos provocan patologías indeseadas. El calor, el sol, los cambios de rutinas o la humedad en playas y piscinas son los principales responsables de ello.