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Hernia de hiato: los problemas de que el estómago no cierre
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Más que incómoda

Hernia de hiato: los problemas de que el estómago no cierre

Esta enfermedad se caracteriza porque parte de nuestro aparato gástrico se queda atrapado por encima del diafragma (cosa que no debería ocurrir), lo que permite que los ácidos estomacales suban por donde no deberían

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Es una afección que, a pesar de que en gran cantidad de casos puede ser asintomática, aquellos que sí la padecen con todas sus consecuencias lo pasan realmente mal. Según la Fundación Española del Aparato Digestivo, se estima que entre el 20% y el 30% de la población española la padece. Estas cifras no son definitivas pues, como decíamos, en muchos casos es asintomática o, en otros, no son lo suficientemente graves como para que el paciente asista al médico, por lo que puede tener repercusiones pero permanecer a la vez indetectada.

Los datos oficiales muestran que los casos diagnosticados de esta enfermedad suponen una incidencia de 5 de cada 1.000 españoles. Esto la convierte en una de las patologías del aparato digestivo más comunes si no contamos a aquellos que no se han parado a pensar por qué sufren reflujo gastroesofágico cada dos por tres.

La válvula que separa el estómago del esófago deja de ser hermética, lo que permite el paso de los ácidos hacia arriba

Seamos claros: que los ácidos estomacales suban por nuestro esófago no es normal. Podemos achacarlo a comidas copiosas o a determinados alimentos y no darle más vueltas pero, en teoría, los ácidos estomacales quedan limitados al órgano que les da nombre (y que es el único preparado para soportarlo). De hecho, una vez bajan encaminados hacia el intestino, nuestro páncreas segrega bicarbonato sódico para neutralizarlos y que no dañen el resto de nuestro sistema digestivo (como sabemos, una de las reacciones químicas fundamentales es 'ácido+base=sal+agua' -y en este caso también CO₂-).

Causas

La hernia de hiato consiste en un defecto anatómico, físico, en el que la química de enzimas, proteínas y demás sustancias no tiene nada que ver, al menos en su formación. Ocurre cuando el músculo que se encarga de controlar nuestra respiración, el diafragma, que se sitúa de forma transversal a nuestra longitud a la altura de la parte más baja de nuestras costillas, baja más de lo que debería (y se queda en esta posición) dejando por encima de él una porción de nuestro estómago que, en teoría, debería estar situada por debajo. Nuestro esófago, para alcanzar el estómago, debe atravesar este músculo plano y lo hace a través de una apertura en él (un agujero) llamado hiato. Cuando está mal colocado se hernia, y de ahí sale la famosa acepción.

Lo que provoca esto es que esa apertura que en teoría debe actuar como una válvula, deje de funcionar, dejando sin sellar la comunicación entre el estómago y el esófago y, por tanto, con el exterior. Esto permite que el contenido estomacal, sobre todo el de menor densidad (como los ácidos estomacales, que son líquidos) suban a placer más arriba de lo que deberían, produciendo el famoso reflujo gastroesofágico.

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Las causas de que esto ocurra son variadas. Entre las más comunes están la edad avanzada y el sobrepeso. De todos modos, en la inmensa mayor parte de los casos, el responsable principal es una predisposición genética. También pueden favorecer la aparición de esta malformación, determinados eventos fisiológicos (sean o no voluntarios) como los vómitos frecuentes o el estreñimiento, pues ambas aumentan sobremanera la presión intraabdominal.

Para detectarla nuestro médico, sospechando por nuestros síntomas que podríamos padecerla, recomendará realizarnos una gastroscopia. Esta prueba diagnóstica consiste en la introducción de un cable rígido con una cámara al final para ver directamente nuestro estómago y todas las partes del esófago que lo preceden. De esta manera podrá determinar si, en efecto, padecemos esta enfermedad.

Tratamiento

Aunque es una malformación que se puede corregir de forma quirúrgica, la levedad de sus síntomas y lo fácil que es controlarlos con fármacos hace que la entrada en quirófano esté reservada para los casos más graves de aquellos pacientes que no hayan sentido mejoría con la medicación. Para el resto de pacientes de esta enfermedad se suelen utilizar medicamento bloqueadores de la bomba de protones (el más común es el omeprazol). Estos consisten en sustancias químicas que limitan la cantidad de ácido segregado por nuestro estómago y, por tanto, la acidez, lo que reduce mucho el reflujo intestinal. En los casos más leves, que solo sienten los síntomas tras comidas copiosas o en otras situaciones esporádicas, lo más común es la ingesta de antiácidos que neutralizan estas sustancias corrosivas durante un plazo muy limitado de tiempo pero de forma completamente inmediata.

Foto: Uno de los síntomas habituales de la hernia de hiato es el reflujo. (iStock)

De todos modos, no debemos olvidar que, dado que se trata de una enfermedad del sistema digestivo, nuestra alimentación juega un papel fundamental. Existen diversos alimentos que pueden reducir el sentimiento de malestar que produce el reflujo gastroesofágico y otros (muchos en realidad) que pueden aumentar la intensidad de dichos síntomas.

Alimentos que pueden hacernos mejorar:

  • Leche
  • Pescados blancos
  • Huevos
  • Frutas (exceptuando las más ácidas como lima y limón)
  • Verduras (con algunas excepciones)
  • Pan

Alimentos no recomendados:

  • Agua fría en ayunas
  • Tomate
  • Pimiento
  • Azúcares
  • Bebidas con gas
  • Vino
  • Zumos de frutas
  • Café
  • Licores

Esto, por supuesto, no quiere decir que le digamos adiós al tomate y al resto de productos de ese lado de la lista para siempre, sino que deberemos ser conscientes de que es más probable que suframos los síntomas de la hernia de hiato si los consumimos. En el caso de que nos apetezca o no nos quede otra, siempre podremos recurrir a un buen antiácido para ponerle solución.

Es una afección que, a pesar de que en gran cantidad de casos puede ser asintomática, aquellos que sí la padecen con todas sus consecuencias lo pasan realmente mal. Según la Fundación Española del Aparato Digestivo, se estima que entre el 20% y el 30% de la población española la padece. Estas cifras no son definitivas pues, como decíamos, en muchos casos es asintomática o, en otros, no son lo suficientemente graves como para que el paciente asista al médico, por lo que puede tener repercusiones pero permanecer a la vez indetectada.

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