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Dieta alcalina: la 'mentira' del pH adelgazante
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alimentos alcalinos y ácidos

Dieta alcalina: la 'mentira' del pH adelgazante

Por mucho que Victoria Beckham siguiera la dieta alcalina y que esta se venda para perder peso, olvídate: el pH de tu cesta de la compra no influye ni en tu peso ni en tu salud

Foto: La clave de una dieta saludable no está en el pH de sus alimentos. (iStock)
La clave de una dieta saludable no está en el pH de sus alimentos. (iStock)

En el año 1905, William Howard Hay, un joven cirujano neoyorquino, sufrió un episodio de insuficiencia cardiaca aguda mientras corría para coger un tren. Se le diagnosticó enfermedad de Bright, un tipo de patología renal que, en aquellos años, era incurable y tenía un pronóstico fatal. Hay no se resignó y decidió cuidarse: eliminó el tabaco y el café, y modificó su dieta. Perdió bastante peso, logró reducir su hipertensión y se encontró mucho mejor; tan es así que en los años siguientes se obsesionó con desarrollar un sistema dietético basado en su experiencia. Tras muchos estudios, llegó a la conclusión de que nuestras enfermedades se debían a autointoxicaciones debidas a la acumulación de ácidos dentro del cuerpo. La clave de la salud estaría en el pH de la digestión: según sus investigaciones, unos alimentos requerirían un entorno alcalino y otros un entorno ácido. Y no se deberían comer ambos al mismo tiempo.

Sin saberlo, Hay acababa de sentar los pilares de la dieta disociada y los plasmó en ‘A New Health Era’. Sí, resulta que la dieta disociada, esa que dice que no se deben comer proteínas e hidratos al mismo tiempo, viene de hace más de un siglo... y todavía hoy sigue teniendo adeptos, por más que el concepto nos chirríe: ¿acaso los alimentos no pueden contener distintos nutrientes al mismo tiempo?, ¿acaso una lenteja no tiene azúcares, almidón y proteínas? En fin.

Hay sentó los pilares de la dieta alcalina, según la cual no debemos mezclar alimentos ácidos y alcalinos

Hay dejó un legado duradero: del mismo modo que la dieta disociada que él esbozó ha tenido muchas vidas, también el concepto de la alcalinidad y la acidez -en relación con el sobrepeso, la belleza o la salud- se reinventa de tanto en tanto. La última oleada de dieta alcalina nos llegó unos años atrás y lo hizo bendecida por Victoria Beckham, quien en un tuit dijo: “Me encanta este libro de recetas sanas”. Las recetas sanas eran las escritas por la chef Natasha Corret y su madrina, la nutricionista Vicki Edgson. El libro se llamaba ‘Honestly Healthy’ y tras el tuit de la Spice Girl, sus ventas se dispararon.

La raíz de ese recetario tenía un gurú. El doctor Joshi, ‘chamán’ de las celebrities, explicó a Natasha Corret que su problema de sobrepeso y adicción a los carbohidratos se debía a que tenía un exceso de ácido en el organismo; necesitaba tomar una dieta alcalina basada en verduras, cereales integrales, fruta, nueces, té verde. A Corret le fue bien con esta dieta -algo que parece lógico, visto el cambio de alimentos que realizó- y también a su madrina. De ahí surgió el libro.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Pero la dieta alcalina nunca ha contado con el respaldo de la comunidad científica. En su versión más pura y primitiva, la conocida como 'dieta de Hay', se entiende que debemos comer un 80% de alimentos alcalinos y un 20% de alimentos ácidos. Y la esencia es que debemos mantener el pH de la sangre en un nivel alcalino que ronde el 7,4. Dado que los alimentos de nuestra dieta occidental -proteínas animales, alimentos ultraprocesados…- son muy ácidos, deberíamos compensar con otros alcalinizantes.

Sin validez científica

“Esta teoría no tiene ninguna validez científica -señala Lorena Cervantes, nutricionista y PNI clínica del centro médico Naturalium-. El cuerpo no tiene un pH único, varía según los distintos sistemas. Además, a lo largo del día uno puede estar en base (alcalino) o en acidez. Y el organismo tiene sistemas para ir regulándolo, para establecer el equilibrio ácido-base”. Así, Cervantes nos recuerda que en el aparato digestivo hay distintos grados de acidez: “El estómago es un medio muy ácido -un pH entre 1,7 y 3,5- y es necesario que sea así para que cumpla su función; cuando se desciende al yeyuno, se reduce la acidez a entre un 4 y un 5, y después pasa a estar entre un 6 y un 7… A nivel celular también necesitamos estar unas veces ácidos y otras alcalinos… Nuestro cuerpo tiende constantemente a buscar el equilibrio y lo hace mediante sistemas reguladores, estrategias de compensación; de ellos, los más importantes son los riñones y la respiración celular. De hecho, una de las funciones más importantes de los riñones es la de regular el equilibrio ácido-base”.

Si la dieta alcalina ayuda a perder peso es porque prima las verduras sobre los alimentos procesados, no por el pH

¿Es posible, no obstante, que se pueda adelgazar siguiendo la dieta alcalina? No es descabellado, aunque no será debido al pH. Como indica Iva Marques, doctora en Nutrición, esta pérdida de peso “puede deberse a que las recomendaciones nutricionales apuntan la conveniencia de disminuir el consumo de productos de origen animal e incrementar el de frutas y verduras. Hay mucha evidencia científica que promueve, por motivos biológicos y genéticos, favorecer la ingesta de estos alimentos en detrimento de las harinas refinadas o las proteínas animales; en este sentido, la dieta alcalina aprovecha ese tirón, pero no tiene nada que ver con el pH: cuando uno está sano, el organismo dispone de sistemas muy precisos para controlar su pH”.

Más allá de si sirve o no para adelgazar, lo peligroso de esta dieta, advierten los nutricionistas, es que promete cosas que no son verdad: sus promotores aseguran que cura el cáncer, que previene la osteoporosis y un sinfín de enfermedades más. Y nada de eso tiene evidencia científica alguna.

Promesas peligrosas

La teoría que utilizan los defensores de esta dieta para afirmar que puede prevenir y tratar el cáncer dice que los alimentos más propios de la dieta moderna -procesados, azúcares añadidos, grasas saturadas- llevan a una elevada producción de ácido y disminuyen el pH. Siguiendo su argumentación, piensan que este exceso de ácido se puede convertir en grasa, traducirse en aumento de peso y convertirse en un factor de riesgo para otras enfermedades, entre ellas el cáncer. De ahí que postulen ese 80% de alimentos alcalinos en nuestra alimentación.

Sin decir que esa proporción sea mala idea, no hay base para relacionar el concepto de alcalinidad con el cáncer, asegura el Instituto Americano para la Investigación del Cáncer: “La teoría que sustenta esta hipótesis no cuenta con evidencia suficiente. Está basada en estudios de laboratorio aislados, que sugieren que las células cancerígenas crecen en un ambiente celular ácido (pH bajo) y no sobreviven en un ambiente alcalino (pH elevado). Lograr un cambio en el pH del medio celular para crear un ambiente menos favorable al crecimiento del cáncer es prácticamente imposible”.

En el año 1905, William Howard Hay, un joven cirujano neoyorquino, sufrió un episodio de insuficiencia cardiaca aguda mientras corría para coger un tren. Se le diagnosticó enfermedad de Bright, un tipo de patología renal que, en aquellos años, era incurable y tenía un pronóstico fatal. Hay no se resignó y decidió cuidarse: eliminó el tabaco y el café, y modificó su dieta. Perdió bastante peso, logró reducir su hipertensión y se encontró mucho mejor; tan es así que en los años siguientes se obsesionó con desarrollar un sistema dietético basado en su experiencia. Tras muchos estudios, llegó a la conclusión de que nuestras enfermedades se debían a autointoxicaciones debidas a la acumulación de ácidos dentro del cuerpo. La clave de la salud estaría en el pH de la digestión: según sus investigaciones, unos alimentos requerirían un entorno alcalino y otros un entorno ácido. Y no se deberían comer ambos al mismo tiempo.

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