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La clave de nuestra salud: cómo ha evolucionado la microbiota desde el siglo XIV
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La clave de nuestra salud: cómo ha evolucionado la microbiota desde el siglo XIV

La flora intestinal del ser humano es totalmente dependiente de cómo comemos. Comprender el pasado es esencial para saber a dónde vamos y cómo nos han afectado, de verdad, el tiempo

Foto: Foto: Unsplash/@britozour.
Foto: Unsplash/@britozour.

Uno de los muchos retos a los que se enfrenta la investigación médica hoy en día, sobre todo en el terreno de la nutrición, es que parte de los descubrimientos que se llevaron a cabo hace 50 u 80 años han perdido, en cierto modo, validez. Es obvio que, a pesar de las crisis económicas del nuevo milenio (la de 2007 y la actual, causada por la pandemia de covid-19), no se come igual en nuestros días que en Estados Unidos durante la Gran Depresión (ni antes ni después).

Sí, comemos mejor, tenemos acceso a todos y cada uno de los nutrientes que nuestro cuerpo necesita por precios asequibles. Podemos estar sanos. Pero saber el pasado es esencial para llegar a comprender los cambios que nuestra biología ha experimentado. Es por esto que el estudio publicado por Susanna Sabin, Kirsten I. Bos y el resto de su equipo del Instituto Max Planck de Ciencias de la Historia del Ser Humano, en Alemania, es tan relevante.

Los investigadores han conseguido analizar la microbiota de dos muestras procedentes de letrinas de los siglos XIV-XV. El objetivo eran determinar cómo de diferentes a la nuestra eran las microbiotas de nuestros antepasados. Pero vamos por partes.

¿Qué es la microbiota?

Nuestra flora intestinal es responsable de llevar a cabo un sinfín de funciones vitales para nosotros. Seremos una máquina perfecta, pero sin estas simbiosis no estaríamos aquí. El ejemplo más relevante de esto es la incapacidad de nuestro organismo de eliminar los glóbulos rojos muertos. Cuando nuestras células sanguíneas circulan demasiado tiempo por nuestras venas y arterias, pierden la capacidad de transportar oxígeno, lo que los convierte en inútiles totales. Es entonces responsabilidad de nuestro hígado 'matar' esas células y deshacerse de los residuos resultantes. El problema es que el resultado de esa descomposición es la bilirrubina. Esta molécula pasa a nuestro intestino para ser desechada. El problema es que la pared intestinal la identifica como 'amiga', lo que provoca que sea reabsorbida y vuelva a entrar en el torrente sanguíneo. Varios procesos tienen lugar para evitar esto, pero el más notable es el que llevan a cabo ciertas bacterias de la flora intestinal, encargadas de degradar la bilirrubina para dar lugar al urobilinógeno, que se degrada a su vez en urobilina y en estercobilina, que pueden ser excretadas. Son estas sustancias las que confieren tanto a heces como a orina sus característicos colores.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Poniéndolo todo en perspectiva, es lógico que dentro de nosotros haya un cuatrillón de genes ajenos a los que nos transmitieron nuestros padres. No en vano, como explica el director general del Instituto Español de Nutrición Personalizada, Javier Cuervo, "nuestras bacterias intestinales suponen nada más y nada menos que 2 kilos de nuestro peso total". Son miles de millones de organismos, de miles de especies diferentes, viviendo dentro de nosotros.

Los resultados

Los investigadores del nuevo estudio han podido determinar que, para empezar (y como ya se había podido comprobar con anterioridad), aquellas personas que, hoy en día, viven en ciudades, tienen una microbiota considerablemente distinta a la de las personas que, en áreas no industrializadas, siguen basando su alimentación en la recolección o la caza. Esto, por tanto, ha permitido comparar estadísticamente la prevalencia de ciertas enfermedades en ambos casos, pudiendo establecer una relación de causa-efecto entre diferentes patologías y las diversas microbiotas de los sujetos.

El investigador Piers Mitchell, de la Universidad de Cambridge, subraya que "los análisis microscópicos de los contenidos de las letrinas de la Edad Media muestran los huevos de parásitos (gusanos) que vivían en los intestinos de los habitantes. El problema es que los microbios son demasiado pequeños como para verlos. Pero si queremos ser capaces de determinar qué constituye un microbioma sano para la gente de hoy en día, deberíamos empezar a prestar atención a las bacterias de nuestros ancestros que vivieron antes del descubrimiento de los antibióticos, de la comida rápida y otras consecuencias de la industrialización".

Foto: La representación del artista italiano.

Por suerte para nosotros, Kristen Bos, una de las autoras principales del estudio, indica que, por suerte, sí que fueron capaces de determinar qué bacterias estaban presentes en dichas muestras". Las muestras analizadas provenían de letrinas de los siglos XIV y XV de Riga, en Letonia, y de la ciudad de Jerusalén. Descubrieron en ellas un amplio rango de bacterias, archaea, protozoos, gusanos, hongos y otros organismos. "Definitivamente, las letrinas han sido una gran fuente de información, tanto bacteriana como molecular".

La investigadora también señala que, por supuesto, "necesitaremos muchos más estudios de otros emplazamientos arqueológicos de otras épocas para poder comprender completamente cómo el microbioma ha cambiado en el ser humano. De todos modos, hemos demostrado que la recuperación de ADN 'histórico' de los habitantes de otras épocas es posible".

Uno de los muchos retos a los que se enfrenta la investigación médica hoy en día, sobre todo en el terreno de la nutrición, es que parte de los descubrimientos que se llevaron a cabo hace 50 u 80 años han perdido, en cierto modo, validez. Es obvio que, a pesar de las crisis económicas del nuevo milenio (la de 2007 y la actual, causada por la pandemia de covid-19), no se come igual en nuestros días que en Estados Unidos durante la Gran Depresión (ni antes ni después).

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