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Cuándo, cómo y con qué debemos tomar un probiótico
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Muchos beneficios

Cuándo, cómo y con qué debemos tomar un probiótico

Cuando no podemos o no nos gustan los fermentados, la industria farmacéutica viene en nuestra ayuda para ofrecernos bacterias vivas con la forma de un medicamento. Estas nos pueden ayudar... y mucho

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Mantener una buena flora intestinal está resultando ser lo mejor que podemos hacer para tener salud. Tanto divulgadores como científicos hablan tanto de sus beneficios que parece que es incluso más importante que hacer ejercicio de forma regular. Pero determinados estilos de vida, como tener dietas insanas o haber tenido una enfermedad a la que hemos puesto remedio gracias a la acción de antibióticos, pueden comprometer la calidad de estos billones de bacterias que, según explica a Alimente el director general del Instituto Español de Nutrición Personalizada (IENP), Javier Cuervo, "representa nada más y nada menos que dos kilogramos de nuestro peso total".

Para remediar esas carencias bacterianas de nuestro tracto digestivo debemos recurrir a los famosos probióticos. Estos son medicamentos o alimentos completamente repletos de determinados tipos de bacterias que viven de forma natural en nuestro intestino y con las que mantenemos una relación de total y absoluta simbiosis. Dicho de otro modo: ellas nos necesitan a nosotros para seguir vivas y, de la misma manera, ellas realizan funciones vitales para nosotros que no podemos llevar a cabo por nuestra cuenta.

Pero una pregunta es inevitable: si tan buenos son los probióticos, ¿por qué no los ingerimos todo el rato? O, en todo caso, ¿cuál es el mejor momento para hacerlo?

En primer lugar: determinadas personas sí que consumen probióticos de forma regular. Esto se debe a que determinadas comidas son probióticos. Los mayores ejemplos son:

Cierto es que, tal vez con la excepción del yogur, en España el resto resulten ser alimentos completamente exóticos y solo sean consumidos por partes minoritarias de la población. Eso no le resta valor, sino que deja claro que podríamos, como mínimo, plantearnos comerlos más. En el caso de que no estemos dispuestos a comer estos productos, siempre podemos plantearnos tomar probióticos en forma de suplemento.

Cuándo tomarlos

Tanto determinados profesionales de la salud como divulgadores aconsejan ingerir los probióticos en diferentes momentos del día. Unos dicen que lo mejor es con el estómago vacío y otros que debe ser justo después de una comida. Medir la viabilidad de las bacterias de nuestro intestino tras una ingesta de probióticos es extraordinariamente difícil. Por eso solo existe un estudio que haya prestado atención a esto. Se trata del elaborado por T. A. Tomphins, I. Mainville y Y. Arcand, del Institut Rosell, en Canadá.

Los investigadores descubrieron que algunas bacterias, como la Saccharomices boulardii, no veían sus números afectados dependiendo de la comida, mientras que otras como los lactobacilos y las bifidobacterias sobreviven mejor y durante más tiempo si se toman hasta 30 minutos antes de una comida.

Con qué los acompañamos

El problema principal al que se enfrentan las bacterias que forman los probióticos es que nuestro tracto digestivo es completamente inhóspito. Sobre todo porque han de pasar por nuestro estómago, repleto de ácido clorhídrico, que es capaz de destruir la inmensa mayor parte de las bacterias (ya sean patógenas o beneficiosas). Es por esto por lo que la inmensa mayor parte de los complementos alimentarios probióticos que podemos adquirir se prueban para asegurarse de que las bacterias que los componen puedan sobrevivir a este viaje.

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De todos modos, acompañarlos con la ingesta de determinados tipos de comida puede ayudar a conseguir una mayor población. Por ejemplo, en el estudio del Institut Rosell anteriormente mencionado, se descubrió que tomar probióticos junto con gachas o con leche semidesnatada era mucho mejor que tomarlos con agua o con zumo de manzana. De hecho, este estudio sugería la posibilidad de que pequeñas cantidades de grasa facilitan el tránsito de las bacterias hacia la zona del intestino a la que se supone que deben ir.

Por otro lado, los lactobacilos son capaces de sobrevivir a las inclemencias ácidas de nuestro estómago, siempre y cuando estén acompañados de azúcar o de hidratos de carbono, pues dependen de un suministro constante de glucosa para defenderse.

La cantidad importa

Que haya una sola bacteria, por muy buena que esta sea, no sirve para nada. De hecho, desde los National Institutes of Health estadounidenses recomiendan adquirir solo productos con reputación que aseguren que, como mínimo, contengan 1.000 millones de bacterias vivas. Esto se debe a que, como señalan los investigadores Mershen Govender, Yahya E. Choonara y el resto de su equipo de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica, es necesario que entre 100 y 1.000 millones de bacterias alcancen el intestino para que podamos esperar obtener algún tipo de beneficio.

Mantener una buena flora intestinal está resultando ser lo mejor que podemos hacer para tener salud. Tanto divulgadores como científicos hablan tanto de sus beneficios que parece que es incluso más importante que hacer ejercicio de forma regular. Pero determinados estilos de vida, como tener dietas insanas o haber tenido una enfermedad a la que hemos puesto remedio gracias a la acción de antibióticos, pueden comprometer la calidad de estos billones de bacterias que, según explica a Alimente el director general del Instituto Español de Nutrición Personalizada (IENP), Javier Cuervo, "representa nada más y nada menos que dos kilogramos de nuestro peso total".

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