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De la primera a la tercera ola de covid-19: así se sufrió y así se vive
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Un año del primer caso

De la primera a la tercera ola de covid-19: así se sufrió y así se vive

Un alemán de visita a La Gomera marcó el arranque de la pandemia por SARS-CoV-2 en España. Un año después, y millones de infectados, el coronavirus avanza en su tercera ola. Estos son los momentos álgidos de la historia contados en primera persona

Foto: Hospital Clínico de Valencia. (EFE)
Hospital Clínico de Valencia. (EFE)

Este domingo (31 de enero) se cumple un año del primer caso confirmado de coronavirus en España. Entonces supimos que se trataba de un turista alemán que se encontraba en observación en un hospital de La Gomera; las autoridades sanitarias emitieron mensajes tranquilizadores en cuanto a la posible gravedad de la enfermedad y aseguraron que todo estaba preparado para atender a los infectados si los hubiera. Pronto la realidad nos explotó en la cara y en apenas un mes pasamos del escepticismo a la estupefacción, y después al miedo, al pánico, a la impotencia.

En un año, la imagen del alemán tomando el sol en la terraza de su habitación de aislamiento se ha borrado para dar paso al gigantesco número de infectados por el SARS-CoV-2: 2.670.102 (datos del Ministerio de Sanidad a 27 de enero de 2021) y una dolorosa cifra de muertos: 57.291 oficiales, confirmados por PCR (más de 80.000 al tener en cuenta el exceso de mortalidad registrado por el Instituto Nacional de Estadística).

Comunicar cifras y no historias de vida. Con las cifras lleva a tomar distancia. Es un mecanismo de adaptación

Y aquí es donde radica el hartazgo actual (cansancio pandémico, lo llama la OMS). “Estamos en una fase de agotamiento, de cansancio, porque solo se dan cifras y entonces nos defendemos y desconectamos”, argumenta Guillermo Fouce, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. “Se comunican cifras, y no historias de vida. Con los 'números' se acaba tomando distancia; es un mecanismo de adaptación, ya que no se puede estar todo el día con el mismo tema”, asegura el también presidente de la Fundación Psicología sin Fronteras.

Muy bien. Entonces, pasemos a las historias reales de los grandes protagonistas de este año: los pacientes y los profesionales de la salud. Cuatro afectados en las diferentes olas y un médico internista ponen voz a esos millones de damnificados por el coronavirus.

Marzo-abril 2020. Primera ola de la pandemia

José Luis Fouce, de 70 años. Ingresó el 13 marzo en un hospital de Madrid con tos y dificultad respiratoria. A día siguiente fue intubado y trasladado a la UCI donde falleció el 26 de marzo. Su mujer, Pilar Fernández, 69 años, estuvo varios días en su casa, con fiebre y tos, y una gran angustia al no recibir noticias directas de su marido (“sin visitas; solo había una llamada telefónica al día”). Fue internada en el mismo hospital y la evolución fue idéntica a la de su compañero de vida: al día siguiente, entró en la UCI (“una planta encima de la de mi padre”) y murió el 1 abril.

placeholder Hospital de La Candelaria. (EFE)
Hospital de La Candelaria. (EFE)

En esos momentos, su hijo, Guillermo Fouce, puso en práctica todo su conocimiento profesional sobre cómo afrontar la muerte y el duelo por la pérdida de un ser querido, pero aún permanecen muchos cabos sueltos. “De esa primera ola, con mis padres, y en esta tercera hay muchos interrogantes sin respuesta. No sabemos qué tratamientos se pusieron entonces y ahora casi tampoco”, dice. “Mi padre no fue muy consciente de la realidad, pero mi madre tenía miedo y ansiedad, por ella misma y por la falta de información sobre su marido; y a mi me pasaba lo mismo. A día de hoy, desconocemos cómo va a terminar todo esto”.

¿Donde se contagiaron José Luis y Pilar? “Ni idea”.

Agosto-octubre 2020. Segunda ola de la pandemia

Nuevamente, el covid-19 se hizo presente en la vida de Guillermo Fouce, de 48 años de edad y con buena salud. Esta vez le tocó a él, y la historia de sus progenitores se repite. “A medidados de septiembre, empecé con síntomas y me hicieron una PCR, que fue positiva. Estuve una semana en casa, midiéndome el oxígeno con el pulxioxímetro y cuando la saturación bajó mucho, me fuí a Urgencias del hospital”. Después de pasar la noche en un box del mismo, “por la mañana me llevaron a la UCI y me dijeron que me tenian que intubar”.

Una diferencia importante con respecto a lo vivido por sus padres es que pudo hablar por teléfono con su mujer y despedirse de ella. “Pasé mucho miedo pensando que podía suceder lo mismo que con mis padres”. Ahora fue la esposa del psicólogo la que vivió el miedo y la angustia de tener que autorizar por teléfono una traqueostomía, pero podía ver a Guillermo a través de un cristal. “Eso ayuda mucho al familiar”.

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Foto: iStock.

A las tres semanas, los médicos despertaron a Fouce del coma inducido, y “la sensación fue horrible, sin poder hablar, con un tubo en la garganta y con delirio de UCI. Luego los médicos fueron contándome, y entonces ves hasta dónde has estado, mucho más cerca de la muerte que de la vida”.

Tres meses después, sigue yendo al hospital a hacer rehabilitación respiratoria, y con el mismo sentimiento de falta de información que tuvo durante el mes de marzo, porque “ni los mismos médicos saben realmente qué pasa”.

¿Donde se contagió? “Ni idea”.

Un mérito no buscado

Beatriz Rodríguez, de 15 años, ha ganado un diploma singular: el que la reconoce como la primera menor de 18 años tratada de covid-19 en Europa con el antiviral remdisivir en el marco de un ensayo clínico.

A principios de septiembre, antes de empezar el curso, Beatriz solía ir al gimnasio. “Si no había gente alrededor, me bajaba la mascarilla por debajo de la nariz porque soy asmática y al hacer ejercicio intenso me fatigo”, cuenta. Días después, comenzó con dolor de cabeza, “será un catarro común”, pensaban ella y su padre, Carlos. Luego llegó la fiebre y “una mañana me desperté 'supermal', con un dolor de cabeza muy fuerte, no podía sostenerme de pie y me costaba respirar”, evoca la adolescente. En ese momento, fue a Urgencias del Hospital Gómez Ulla y de ahí, tras confirmar el diagnóstico de covid, la trasladaron al hospital 12 de Octubre (ambos en la capital), donde estuvo ingresada durante 10 días, en todo momento acompañada por su padre.

“La trataron con remdisivir y el medicamento aceleró mucho su recuperación”, sostiene el progenitor. “Durante todo el ingreso estuvimos los dos con la mascarilla puesta en la habitación y creo que esto, y lavarme las manos constantemente, fue muy importante para no contagiarme”, un contagio del que no se libró la abuela de Beatriz, con quien compartía dormitorio en su domicilio.

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Foto: iStock

¿Pensaba la chica que se podía infectar? “Sabía que podia cogerlo pero que era menos probable y menos grave que en las personas mayores”, admite la menor. Ahora, completamente recuperada ("aunque todavía se me cae algo el pelo"), le molesta ver los comportamientos de jóvenes de su edad: “Cuando observas por la calle y en Instagram chicos que se besan en la boca y van de botellones, digo que si hubieran pasado por lo mío no lo harían”. Y su padre apostilla: “La gente tiene que ser consciente; esto es como los accidentes de tráfico, que nadie cree en ellos hasta que pasan, y entonces ya no hay marcha atrás”.

En las tres olas de la pandemia

Carlos Lumbreras, jefe de Medicina Interna del Hospital 12 de Octubre, sí que establece claras diferencias entre las tres olas: “La primera fue un tsunami, en el que había un montón de gente infectada, buena parte de la cual llegaba al hospital muy grave y eran, en general, personas mayores, a partir de 65 y 70 años, lo que no quiere decir que los jóvenes se libraran del virus, simplemente que “al hospital llegaban los casos más graves”.

En marzo no se sabía nada de tratamientos, y de algunos de los que se administraron “hemos conocido al cabo de los meses que no servían para nada”. La elevada mortalidad en los hospitales durante la primera ola se explica, según Lumbreras, por tres motivos: “La propia sobrecarga del sistema, sobre todo en el caso de las camas de UCI; por la edad de los pacientes, que eran los más mayores y tenían los cuadros más graves, y por el desconocimiento de la enfermedad y la ausencia de tratamientos eficaces”. Del uso empírico de corticoides “se demostró después que, efectivamente, mejoran el pronóstico”.

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A mediados de agosto, la segunda ola comenzó a manifestarse en Madrid, con “una velocidad de propagación que fue mucho menor debido al factor vacaciones y porque muchas actividades se hacían al aire libre”. Esta caractrerística hizo que, “en principio, los infectados fueran jóvenes, y aunque hubo muchos casos, la pendiente en el hospital fue mucho más suave, el pronóstico era mejor y el tiempo de hospitalizaciòn más corto”.

Lumbreras afirma que el manejo de los pacientes fue más fácil en esa segunda ola porque “habíamos aprendido que determinados tratamientos funcionan; de hecho, administramos remdesivir y esteroides, que es lo mismo que hacemos ahora”. Con menos presión en el hospital y en las UCI, “nos daba tiempo a hacer las cosas bien”. Además, la edad media de los pacientes era alrededor de los 50 años, “aunque a finales de septiembre se acercó a los 60”.

La esperanza de la vacuna

Esta tercera ola, “se parece a la primera en la velocidad de crecimiento de los casos”, tal vez porque “los contagios se han producido en un periodo de tiempo muy corto, el de las fiestas de Navidad”, con el agravante de que la mayoría de las actividades se hacen en sitios cerrados. Sin embargo, de momento, Lumbreras rechaza establecer un paralelismo con lo vivido en marzo: “Ahora el número de casos es menor, y hay muchos más infectados diagnosticados, y entonces no era así. La presiòn hospitalaria no es comparable con la de entonces”, lo que dista mucho de pensar que la situación actual sea buena, y sobre todo con la perspectiva de que “en esta nueva ola, la edad de los pacientes ha vuelto a subir con respecto a la segunda, y esto se traduce en más hospitalizaciones y más largas”.

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Foto: iStock.

El internista confía en que ahora la mortalidad sea más baja que durante la primavera pasada. Y la gran esperanza está en la vacuna: “Los datos de eficacia de ensayos clínicos son excelentes y de Israel empezamos a tener ya los primeros datos de vida real. Allí ha habido una caída de ingresos hospitalarios con la primera dosis (sin publicaciones científicas), y parece que en los que ya han recibido la segunda se están reproduciendo los resultados de los ensayos clínicos”.

El especialista se agarra a estos indicios: “Son noticias muy esperanzadoras y yo confío en que las vacunas van a cambiar la pandemia”, reitera. Y advierte: “Lo que no quiere decir que vayan a acabar con el covid, porque eso no va a ocurrir”.

Sin entrar en la polémica actual que rodea a las vacunas acerca de las estrategias de compra y administración, defiende el plan diseñado por Europa, si bien “a mí me gustaría que se vacunara más rápidamente”, admite. Con la vista puesta en lo que ocurra en Israel, el país que ya ha conseguido inmunizar a toda su población, Carlos Lumbreras repite: “Quiero creer que esto nos ayudará a que nuestra vida sea medianamente vivible”.

Parece que se empieza ver la luz a final del túnel, al menos en lo que se refiere a la salud física. Pero lo que inquieta ahora, alerta Guillermo Fouce, es la salud mental. “Me preocupa mucho los niveles de aislamiento y de miedo a relacionarse. Los psicólogos decimos que no sumemos al aislamiento físico el aislamiento social y emocional. Hay que intentar combatirlo porque a medio y largo plazo es un problema serio, y creo que no se está teniendo en cuenta esa respuesta de demanda en salud mental”.

A pesar de todo, el mensaje es positivo: “Cuando al ser humano se le reta, pone en marcha todos sus mecanismos y es capaz de superarlo, crece. Estamos centrados en la desesperanza, pero creo las cosas se pueden superar”.

Este domingo (31 de enero) se cumple un año del primer caso confirmado de coronavirus en España. Entonces supimos que se trataba de un turista alemán que se encontraba en observación en un hospital de La Gomera; las autoridades sanitarias emitieron mensajes tranquilizadores en cuanto a la posible gravedad de la enfermedad y aseguraron que todo estaba preparado para atender a los infectados si los hubiera. Pronto la realidad nos explotó en la cara y en apenas un mes pasamos del escepticismo a la estupefacción, y después al miedo, al pánico, a la impotencia.

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