Si no sabes qué te pasa, rebusca en tu microbiota
La convivencia con los billones de microorganismos de nuestro cuerpo es plácida siempre que no los maltratemos. Si con nuestros hábitos rompemos el equilibrio bacteriano, la salud se resiente. Sari Arponen revela los pormenores de esa relación
En el año 2008, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (INH) puso en marcha el Proyecto Microbioma Humano con el objetivo de identificar los miles de especies de microrganismos que conviven con nosotros -sobre todo en el intestino, la piel y la boca- y secuenciar su genoma. La institución puso encima de la mesa 115 millones de dólares para ejecutar la investigación y los primeros resultados se conocieron en 2012. A partir de ahí, se han sucedido los hallazgos en torno a la microbiota y todos confluyen en una evidencia: nuestra salud y bienestar depende del estado (y composición) de nuestra microbiota.
Ante esta ‘nueva realidad’, “todos los profesionales de la salud deben empezar a tener en cuenta el concepto de microbiota, porque no hay ninguna especialidad que no esté bajo su influencia, y también debe hacerlo la población general, que con su estilo de vida influye en la calidad de su microbiota”, advierte la doctora Sari Arponen, especialista en medicina interna y profesora de la Universidad Camilo José Cela.
El consejo parte de su profundo conocimiento de los billones de microorganismos que viven con las personas: qué especies son, cómo se organizan y cómo reaccionan a la comida, a cuánto nos movemos o a nuestro estado de ánimo... Es prácticamente imposible pensar en cualquier cosa que nos afecte y no ver la 'impronta de la microbiota’: ¿nos hinchamos como un globo después de comer?, es por la microbiota; ¿todo lo que comemos nos engorda?, es por la microbiota; ¿tenemos caries o periodontitis?, también es por la microbiota.
'Es la microbiota, idiota'
Para la internista, la respuesta a la mayoría de los interrogantes relacionados con nuestra salud y bienestar es simple: '¡Es la microbiota, idiota!', una exclamación que da título a su libro (Alienta Editorial) y que no tiene ánimo de insultar, sino más bien de enfatizar qué es lo verdaderamente importante y que parafrasea “el eslogan no oficial de la campaña de Bill Clinton: ’Es la economía, idiota", explica en el prólogo.
El texto describe de manera amena y rigurosa la omnipresencia de la microbiota -“un órgano en sí mismo”- en la vida de las personas. Sin embargo, “el ámbito de la microbiota aún es bastante desconocido para muchos, por eso mi objetivo es que cualquiera que lea este libro tenga una idea general sobre qué es la microbiota, por qué es importante para la salud y todo lo que puede hacer cada uno para mantener su equilibrio”, señala la autora a Alimente. “El propósito no es tanto decir a la gente que haga esto o lo otro, sino que aprenda a cuidarse día a día; ofrecer herramientas prácticas y que entienda la importancia de este órgano para sí mismos y sus familias”.
Sari Arponen ha vivido en primera línea, en el Hospital de Vallecas, la pandemia de covid. Durante seis meses ha estado atendiendo a enfermos y, como destaca en el libro, en todo ese tiempo “cuidé de mi microbiota con cepas específicas de probióticos que la ciencia nos dice que pueden ayudar a prevenir ciertas infecciones víricas. Con esto, junto con vitamina D y otras medidas, mantuve la salud los meses difíciles”. Sin embargo, no pudo comprobar 'in situ' si existe una relación entre la calidad de la población de microorganismos y la gravedad de la infección por covid, aunque “hay artículos científicos en este sentido realizados en otros países”.
Imprescindible en la consulta
Ya en su consulta privada, la microbiota es un factor constante para la doctora. ¿Cómo? “Solicitando estudios de la misma, que no se hacen en el ámbito público, ya que, hoy por hoy, en la sanidad pública española, que es estupenda, existen otro tipo de retos más inmediatos que el de la microbiota, que va a costar en incorporarse de manera amplia”.
Desde aquellos primeros hallazgos en 2012 hasta ahora, ha quedado demostrado que casi todo lo que hacemos, desde que nacemos hasta que morimos, impacta en la variedad de nuestra microbiota. El parto (vaginal o por cesárea), el tipo de lactancia, la dieta materna, la presencia de mascotas en el hogar o tener hermanos marca la microbiota del bebé y después, a lo largo de la vida, el tipo de dieta, la actividad física o el consumo de medicamentos repercute en nuestra población bacteriana.
Un probiótico mejora la composición de la microbiota, pero hay que tener hábitos saludables para que el cambio sea duradero
Existe controversia sobre si cambios en estos factores inducen alteraciones puntuales de la microbiota o, por el contrario, los cambios se mantienen en el tiempo. Arponen defiende: “Si una persona con un estilo de vida poco saludable corrige sus hábitos, y los mantiene, mejorará su salud”. Otra cosa es que “si intervenimos con un probiótico, inducimos cambios durante más o menos tiempo, pero si continúan los hábitos poco saludables, en unos meses la microbiota, probablemente, volverá a estar alterada”.
La edad no es lo que importa
Como todo, la composición microbiana se va modificando a lo largo de la vida, pero la internista rechaza que haya una etapa en la que la microbiota sea superior. “El mejor momento de la microbiota es aquel en el que la persona está sana, y esto no depende tanto de la edad sino en la que toca en cada momento”, argumenta. “Cada persona tiene una composición determinada y si hace las funciones que su hospedador necesita, será saludable. No es cuestión tanto de composición como de qué bacterias no pueden faltar”.
Ni siquiera el envejecimiento, siempre que sea saludable y no asociado a un estado inflamatorio, implica necesariamente una mala composición microbiana.
De cara a tener una microbiota saludable, la pregunta es: ¿qué es más importante, una buena dieta o la ausencia de enfermedad? La divulgadora aclara que “la salud en sí es mucho más que una ausencia de enfermedad. La salud es el estado de bienestar pleno, porque hay gente que no tiene una enfermedad diagnosticada, pero quizá estén cansadas, sienten dolor, suelen tener catarros... Realmente no tienen una patología, pero no están en un estado óptimo de salud”. ¿El sospechoso? ¡De nuevo, la microbiota y la alimentación pueden hacer mucho a favor!
Buenos nutrientes y calma
El libro desgrana cómo ciertos componentes de la comida pueden acarrear todos esos síntomas, pero más que señalar a alimentos concretos ofrece pautas básicas: fijarse más en los nutrientes que en los grandes principios inmediatos (carbohidratos, proteínas, grasas) y escoger principalmente vegetales y productos con pocos ingredientes (menos de cinco, y mejor si no tienen código de barras porque significa que no son procesados).
“Todos los días comemos, al menos, tres veces y como nos alimentamos es uno de los pilares de la salud”, insiste. “Los otros pilares son la actividad física, el descanso y el control del estrés crónico. Cuando uno de estos falla, es muy probable que aparezca un proceso patológico, y este puede hacer que también haya una disbiosis [desequilibrio entre microorganismos buenos y malos], porque es una relación bidireccional”.
Las consecuencias, nuevamente, son enfermedades tan frecuentes como hipertensión, diabetes u obesidad. La solución más sencilla es prescribir una dieta y ejercicio físico, pero “cada persona necesita pautas individualizadas y unos cambios progresivos para que los vaya interiorizando. Decirle a alguien 'come sano y haz deporte' es un brindis al aire, es como no decir nada”.
Así pues, el mensaje es claro: “Todo lo que hacemos en el día a día nos lo hacemos a nosotros mismos y a nuestra microbiota. A través de la alimentación, la actividad física y el control del estrés crónico podemos cuidar mucho de esa microbiota para prevenir enfermedades o controlarlas con menos fármacos (incluso prescindiendo de algunos de ellos)”.
¡Ah! Un mito que echa por tierra el libro: los famosos 2 kilos de bacterias que viven en nuestro intestino son en realidad 200 gramos. “Eso no les quita ni un ápice de importancia, al contrario: pensar todo lo que hacen en nuestro cuerpo pesando solo 200 gramos es más espectacular aún”.
En el año 2008, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (INH) puso en marcha el Proyecto Microbioma Humano con el objetivo de identificar los miles de especies de microrganismos que conviven con nosotros -sobre todo en el intestino, la piel y la boca- y secuenciar su genoma. La institución puso encima de la mesa 115 millones de dólares para ejecutar la investigación y los primeros resultados se conocieron en 2012. A partir de ahí, se han sucedido los hallazgos en torno a la microbiota y todos confluyen en una evidencia: nuestra salud y bienestar depende del estado (y composición) de nuestra microbiota.