Así es el Creutzfeldt-Jakob, una rarísima (y letal) enfermedad
La causa del fallecimiento del prestigioso oncólogo es un proceso neurodegenerativo inusual en extremo (un caso por millón de personas) y de evolución muy rápida (la supervivencia es de meses). Su nombre está ligado a la crisis de las vacas locas
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La muerte del oncólogo Josep Baselga ha causado una gran conmoción entre la clase médica y científica, pero también entre la sociedad en general, puesto que era uno de los profesionales más mediáticos y reconocidos a nivel mundial. En 2010 se trasladó a Estados Unidos, donde pasó por la Facultad de Medicina de Harvard y fue director médico del Memorial Sloan Kettering Cancer Center desde 2013 hasta 2018, cuando una investigación de 'The New York Times' le acusó de no declarar ingresos millonarios recibidos de empresas farmacéuticas con los que financió diferentes estudios. Desde 2019 era director mundial de investigación y desarrollo del área de oncología de AstraZeneca.
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Su extraordinaria trayectoria profesional ha terminado abruptamente con su fallecimiento, de causa también extraordinaria: la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una afección neurodegenerativa que afecta a una persona entre un millón. Paradójicamente, la neurología era la especialidad que, probablemente, hubiese escogido si volviera a empezar su carrera, aseguraba en una entrevista con el periódico 'Expansión'.
Pero ¿qué es la enfermedad de Creutzfedt-Jakob? Para aclarar todos los pormenores, hablamos con el doctor Pascual Sánchez, vocal del Grupo de Estudio de Conductas y Demencia de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y responsable de la Unidad de Deterioro Cognitivo del Hospital Marqués de Valdecilla, de Santander. Además, ha sido investigador en el Centro Nacional de Creutzfeldt-Jakob de Edimburgo (Reino Unido).
No es la enfermedad de las vacas locas
La enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ) se hizo famosa a partir del año 2000, cuando se supo que una persona había contraído una variante de ECJ después de comer carne de una vaca afectada por encefalopatía espongiforme bobina (EEB), conocida como 'mal de las vacas locas'. Se desató una crisis sanitaria que afectó sobre todo a Europa, Estados Unidos y Canadá. Se sacrificaron millones de reses (solo en Europa, más de dos millones) en pocos años. Hasta 2010, se diagnosticaron 220 casos humanos en todo el mundo (5 en España), y desde hace dos años no se ha vuelto a comunicar ningún nuevo caso en personas.
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La crisis de las 'vacas locas' sacó a la luz la ECJ, pero lo habitual es que la enfermedad sea esporádica o de origen familiar (genético). “La forma esporádica es la que suele ocurrir en la población general, a razón de uno o dos casos al año por millón de habitantes, y no tiene nada que ver con la EEB", subraya Pascual Sánchez.
¿Cuáles son los factores de riesgo?
El origen de la ECJ está en una forma anómala de una proteína; concretamente, un plegamiento anormal de la proteína priónica (presente en las conexiones sinápticas del sistema nervioso). “En los casos genéticos, la anormalidad se produce por una mutación en un gen mientras que en las 'vacas locas' era de tipo infeccioso”, detalla.
En la enfermedad esporádica, se desconoce por qué ocurre un cambio de la forma fisiológica (normal) de la proteína priónica a la patológica, que se propaga en el cerebro. Sánchez matiza que “en este proceso existe una base genética que no es hereditaria (hay unos polimorfismos genéticos que se asocian a un mayor riesgo)”, y salvo esto, “desconocemos otros factores, incluidos los ambientales, que predispongan a padecer la ECJ”.
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A pesar de ese carácter extraordinario, la ECJ comparte ciertos aspectos con otras enfermedades neurológicas más habituales, como el alzhéimer o el párkinson: “Las proteínas se acumulan en el cerebro y se pliegan de una forma anómala, tienden a agregarse y eso conduce a una muerte de las neuronas”.
Esa capacidad de plegarse mal se puede transmitir de neurona a neurona (una especie de contagio), y así se ha demostrado en la ECJ, “aunque es muy posible que ocurra también en las enfermedades de Parkinson y Alzehimer, aunque falta evidencia científica”.
¿Qué sintomas tiene?
La ECJ suele aparecer sobre los 65 años, y “en forma de demencia rápidamente progresiva”, refiere el neurólogo. El proceso es muy rápido, y de ello da idea el hecho de que el tiempo de supervivencia medio, desde el diagnóstico hasta el fallecimiento, es de 5 o 6 meses (“muy diferente a lo que sucede en el alzhéimer, donde la supervivencia es de unos 10 años”).
Los síntomas son pérdida de memoria, dificultades en el lenguaje, de la visión espacial y con un deterioro tan rápido que la persona no puede seguir con su vida normal. Otros síntomas son sacudidas musculares (mioclonías), problemas del equilibrio (ataxia) y de la conducta.
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La rápida progresión hace que, con frecuencia, el paciente no sea consciente de su deterioro, sobre todo en los casos en los que predomina la demencia, aunque si hay más síntomas de ataxia, “las funciones cognitivas se mantienen durante más tiempo y, con ellas, la capacidad de juzgar”.
¿Cómo se diagnostica la enfermedad?
El diagnóstico definitivo solo se puede establecer con la autopsia, pero las manifestaciones clínicas unidas a unas imágenes características en la resonancia magnética y la presencia de la proteína 1433 en el líquido cefalorraquídeo (que revela una destrucción de las neuronas) orientan hacia la enfermedad. Con todo, “desde hace unos años disponemos de una técnica más específica, la RT-QUIK, que mide si en el líquido cefalorraquídeo hay proteínas priónicas anormalmente plegadas”.
¿Existe tratamiento?
“Por desgracia, no hay tratamientos que cambien el curso de la enfermedad. Es una patología rarísima que evoluciona muy rápidamente, por eso es muy difícil hacer ensayos clínicos”, admite el neurólogo cántabro. De forma experimental, se han administrado moléculas que han mostrado en el laboratorio la capacidad para revertir la forma anormal de las proteínas. Pero no son fármacos nuevos; como ha pasado en otras enfermedades (también durante la primera oleada de covid-19), se han utlizado medicamentos diseñados para otras enfermedades, entre ellos tetraciclinas (un antibiótico) y quinacrina (antimalárico).
Ahora se está ensayando en Londres un anticuerpo que bloquea la proteína priónica anómala para que ‘no contagie’ a otras proteínas, y se está administrando como fármaco de uso compasivo.
¿Hay más enfermedades priónicas?
La ECJ pertenece a las llamadas encefalopatías espongiformes (se llaman así porque se forman unas vacuolas en el cerebro que le dan un aspecto de esponja). El insomnio familiar fatal, debido a una mutación en el gen del prión, pertenece a la misma familia, y en él predomina un insomnio muy patológico asociado a demencia.
Las enfermedades raras arrastran una 'desgracia' añadida, y es que al afectar a muy poca gente no generan mucha investigación. La parte buena de la ECJ, si es que tiene alguna, es que la atención mediática que generó durante la crisis de las vacas locas y la concesión del premio Nobel de Medicina a Stanley Prusiner, descubridor de los priones, ha promovido mucha investigación, si bien “el hecho de ser tan rara, dificulta muchísimo los ensayos clínicos”.
Pascual Sánchez insiste en que los afectados por la ECJ son casos esporádicos que, por desgracia, son inevitables. Su tratamiento es difícil, pero se está estudiando, aunque "para avanzar se necesitan más fondos, como sucede en el alzhéimer y el párkinson, para las que todavía no hay tratamiento y “son una auténtica pandemia”. Y un aviso claro: "Entender la ECJ nos ayuda comprender a sus primos alzhéimer y párkinson".
La muerte del oncólogo Josep Baselga ha causado una gran conmoción entre la clase médica y científica, pero también entre la sociedad en general, puesto que era uno de los profesionales más mediáticos y reconocidos a nivel mundial. En 2010 se trasladó a Estados Unidos, donde pasó por la Facultad de Medicina de Harvard y fue director médico del Memorial Sloan Kettering Cancer Center desde 2013 hasta 2018, cuando una investigación de 'The New York Times' le acusó de no declarar ingresos millonarios recibidos de empresas farmacéuticas con los que financió diferentes estudios. Desde 2019 era director mundial de investigación y desarrollo del área de oncología de AstraZeneca.