Dismorfia, el trastorno que sufren miles de españoles: "Es doloroso no saber cómo soy"
Alrededor del 2-3% de la población –siendo los adolescentes más propensos a padecerla– sufre esta patología que impide al paciente verse en el espejo realmente como es
“Es muy doloroso no saber cómo soy, cuánto ocupo y cuál es la forma real de algunas partes de mi cuerpo”, cuenta Valeria a El Confidencial. La joven de 23 años tiene rasgos de dismorfia, un trastorno relacionado con la percepción que una persona tiene de su propia imagen física. “En mi caso, hasta hace un par de años no supe ponerle nombre a lo que me pasaba y no entendía el verme en el espejo y que me pareciera que mi cuerpo era enorme”, relata.
El trastorno dismórfico corporal (TDC) se incluye en los trastornos somatomorfos, en los que el elemento característico es la distorsión de la imagen corporal, siendo este el eje central psicopatológico. “En el TDC existe una preocupación excesiva por la apariencia física, percibiendo ciertas partes del cuerpo de forma magnificada o exagerada, considerándolos defectos, y que provoca una preocupación excesiva y un impacto en la vivencia de uno mismo”, explica a este periódico Almudena Castells de Castro, psicóloga especialista en TCA del Centro Adalmed.
Alrededor del 2-3% de la población sufre dismorfia corporal, un porcentaje que está aumentando considerablemente, siendo los adolescentes el grupo más propenso a sufrirlo. Los más jóvenes son el grupo más vulnerable debido a los cambios físicos que se experimentan en ese momento vital, coincidiendo en el desarrollo de la identidad.
Para los adolescentes, la imagen corporal resulta esencial para conformar la propia identidad. “Si esa autoimagen se distorsiona, puede desembocar en dificultades para elaborar una autoestima sana, en un momento en el que la vivencia de la evaluación por el grupo de pares es trascendental. Encontramos aquí una inclinación hacia un pensamiento más dicotómico caracterizado por el ‘todo o nada’, influyendo notoriamente en el desarrollo de la personalidad y, por ende, favoreciendo trastornos de personalidad”, desarrolla la especialista.
“La imagen y la identidad están estrechamente ligadas a la cultura y a la globalización. Actualmente, nos encontramos en una época en la que los ideales de belleza son irreales e inalcanzables, coexistiendo con una normalización sobre los retoques estéticos”, un motivo que hace que prolifere este tipo de trastorno.
Síntomas de la dismorfia
La psicóloga subraya que este tipo de pacientes presenta una baja autoestima e inseguridades que se proyectan hacia la imagen corporal. Las emociones y los pensamientos negativos sesgan la percepción que tenemos sobre la realidad y, más allá, sobre la percepción que tenemos sobre nosotros mismos: nuestra autoimagen.
“La incapacidad para gestionar y regular las emociones genera una espiral que se retroalimenta en el momento en el que se traducen en conductas desajustadas para liberar ese malestar ocasionado por la preocupación excesiva sobre el físico, desde la sobreatención o la evitación. Por lo general se describen dos fases, la percepción del defecto y la preocupación posterior por este”, apunta.
Tiendo en cuenta esta premisa, la especialista en salud mental cuenta que este tipo de pacientes presentan unos síntomas conductuales que se vuelven persistentes en el tiempo:
- Excesiva comparación con terceros.
- Aislamiento social.
- Mirarse en espejos de manera repetitiva.
- Búsqueda de la aprobación de los demás.
Desencadenantes de la dismorfia
Castells aclara que no existe un único motivo que desencadene la dismorfia corporal, sino que responde a una combinación de factores genéticos, ambientales y biológicos.
Sin embargo, destaca algunos posibles desencadenantes:
- La cultura de la imagen y la exposición prolongada a estos cánones de belleza.
- Bullying o experiencias de rechazo. Las personas que padecen un TDC tienen una necesidad de aceptación por parte de los demás que conduce a cumplir con unas expectativas sobre cómo deberían ser. Además, este tipo de experiencias puede provocar que la persona tenga una identificación negativa con su propio cuerpo.
- Rasgos perfeccionistas que suelen estar acompañados por pensamientos rígidos y creencias irracionales.
Ansiedad, depresión, suicidio…
La psicóloga explica que el impacto que genera el TDC en la salud mental es grande “debido a que la persona que lo padece presenta la necesidad de atender a las inseguridades generadas por su aspecto físico, lo que puede consumir gran parte del día, interfiriendo en las actividades de la vida diaria y limitando las relaciones sociales”. Esto provoca problemas como ansiedad o depresión, y favorece el desarrollo de patologías comórbidas más complejas como las que hemos visto anteriormente.
Esta sintomatología produce un detrimento psicosocial grave deteriorando la calidad de vida, siendo una de las patologías con una mayor asociación al suicidio (80% presenta ideación y de 25 a 30% intento o suicidio consumado).
Las personas que padecen un TDC, ante la necesidad de responder a esas expectativas sobre su imagen, en ocasiones, se someten a cirugías estéticas, lo que puede provocar complicaciones originadas por las operaciones. Suponiendo esto un riesgo para su salud física.
La influencia de las redes sociales
Valeria, que sufre un trastorno de conducta alimentaria (TCA), culpa a los estereotipos aupados por las redes sociales de mirarse en espejo y no ser capaz de verse como realmente es: “Los filtros nos modifican la cara completamente. Además, todo lo que está más cerca de la cámara se amplifica, por lo que parece que tenemos la nariz más grande de lo que realmente es. ¿Y qué va a hacer una persona que se ve la nariz exageradamente grande y los ojos y labios más pequeños? Usar un filtro que te pone la cara de Bratz o de Kardashian, porque es lo que se lleva. O te pone los ojos claros, las pestañas densas y las cejas perfectas, lo que no coincide para nada con la realidad de una persona cuyo día tenga 24 horas y no dedique todas ellas a cultivar su belleza ni pasar por quirófano. Al final, nuestra cara natural no nos gusta, porque no tiene un filtro que tapa el acné, las arrugas, las rojeces. Consumir continuamente este tipo de contenido tan accesible es un auténtico peligro”.
En este sentido, la psicóloga remarca que en las redes se muestra la belleza “desde una perspectiva perfecta, normalizando y conviviendo con unos ideales inalcanzables, lo que genera una insatisfacción con la imagen corporal que desemboca en una frustración constante con el deseo de cambiarla”.
Además, a esto hay que sumarle que los retoques digitales son la manera más fácil y rápida de lidiar con las expectativas sociales, encontrándonos con que cualquier dispositivo móvil nos permite acceder libremente a programas de edición fotográfica. En este sentido, Castells afirma que “esta inmediatez juega un papel importantísimo, ya que los jóvenes aprenden a gestionar las emociones en el corto plazo, buscando la aprobación de los demás a través de estas plataformas mediante los ‘likes’, las reacciones o los comentarios”.
Asimismo, la especialista destaca el impacto que han generado los famosos filtros de Instagram o Snapchat, que “inicialmente estaban enfocados a la luz, el brillo o los colores”, pero que “en la actualidad modifican la cara creando una ilusión de belleza mediante maquillajes y retoques estéticos que provoca una mayor distorsión y, por tanto, una menor aceptación de sí mismo. Esto se debe a que, en ciertas ocasiones, la persona afectada se identifica más con la imagen que se proyecta a través de los filtros que con su apariencia real, comparando su ‘yo retocado’ con su ‘yo real’. El mundo digital configura unos nuevos estándares de belleza que trasladados al mundo real no son más que una fantasía inalcanzable”.
Para más inri, a la creencia asociada al éxito y la felicidad a través de la belleza, “se suma la idea de que para alcanzar este ideal es necesario ajustar la propia imagen a lo que se refleja en la pantalla”.
En caso de identificar algún problema de esta índole, la psicóloga recomienda ponerse en manos de un especialista en salud mental para atajar cuanto antes el problema.
“Es muy doloroso no saber cómo soy, cuánto ocupo y cuál es la forma real de algunas partes de mi cuerpo”, cuenta Valeria a El Confidencial. La joven de 23 años tiene rasgos de dismorfia, un trastorno relacionado con la percepción que una persona tiene de su propia imagen física. “En mi caso, hasta hace un par de años no supe ponerle nombre a lo que me pasaba y no entendía el verme en el espejo y que me pareciera que mi cuerpo era enorme”, relata.
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