La gran complicación de vivir con VIH después de los 50: la enfermedad mental
La alta eficacia de los tratamientos para la infección por el virus del sida permite a los seropositivos llevar una vida completamente normal, lo que no evita que sufran otros problemas propios de la madurez y, sobre todo, trastornos psicológicos
Hace 40 años irrumpió un virus con una agresividad sin precedentes. Contraerlo era prácticamente una sentencia de muerte, pero el extraordinario esfuerzo investigador hizo posible el desarrollo de fármacos antirretrovirales casi en un tiempo récord, al principio de eficacia limitada y muchos efectos adversos. Después, la combinación de diferentes moléculas consiguió mantener a raya la infección; los medicamentos se hicieron menos tóxicos, y médicos y pacientes empezaron a acostumbrarse a que sí, que se podía vivir con el VIH, y vivir normalmente, como si el virus no estuviera en el cuerpo.
"Que el virus sea indetectable te convierte en una persona normal, que no contagia"
Además, la terapia antirretroviral permite mantener el virus en niveles prácticamente indetectables en la sangre, y con ello las personas con VIH pueden hacer una vida completamente normal. “Que el virus sea indetectable te convierte en una persona normal, que no contagia”, subraya el doctor Ignacio Pérez-Valero, de la Unidad de VIH del Hospital Universitario Reina Sofía, de Córdoba.
El resultado es que los jóvenes infectados hace décadas ya son adultos maduros -ahora, el 55% de los pacientes en España tiene más 50 años- y del miedo a un futuro incierto han llegado a un presente en el que la calidad de vida es una de sus grandes preocupaciones y reclaman a sus médicos la atención suficiente para lograrla.
¿Qué buscan los médicos?
Y es que hay que tener en cuenta que “al VIH se le suman diferentes comorbilidades que disminuyen su supervivencia, y más todavía si consumen drogas”, refiere la doctora María Jesús Pérez, jefa de sección del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid. La cosa va a peor a partir de los 65 años, porque “los seropositivos tienen más enfermedades asociadas que las personas de su misma edad sin el virus”, entre los que están los problemas derivados de muchos años de tratamiento sin descanso (abandonar la medicación supone un riesgo extremo de que la carga viral suba).
Pero, sobre todo, lo que han detectado los médicos que atienden desde hace tiempo a personas con VIH es que su salud mental está resentida: “El 30% tiene depresión; el 70%, problemas de sueño; el 40%, alteración cognitiva, etc”, enumera Pérez-Valero. Detrás de esa frágil salud mental hay diferentes factores, como son “el perfil personal del seropositivo (de adicciones, por ejemplo), el efecto del virus en el sistema nervioso central (SNC) y la neurotoxicidad que provocan algunos medicamentos”.
Los datos ponen sobre la mesa la necesidad de que los médicos estén atentos a la salud mental de los seropositivos, una atencíón que a menudo se queda corta por diferentes motivos. En una sesión organizada por Gilead España para abordar este problema, se han presentado los resultados de una encuesta sobre 115 facultativos que tratan a personas con VIH. La conclusión más llamativa es que el 75% admite que los problemas neuropsiquiátricos de sus pacientes están infradiagnosticados “por falta de tiempo en la consulta, porque los médicos no están entrenados para abordar estas situaciones o porque el paciente no es proactivo”, según el especialista del Reina Sofía.
¿Qué proponen hacer para aliviar los problemas neuropsiquiátricos? La mayoría (el 96%) piensa que es necesario ajustar el tratamiento antirretroviral y que hay que valorar su efecto sobre el SNC antes de elegir los fármacos.
¿Qué quieren los enfermos?
Eso es lo que ven los médicos, pero como en cualquier historia, hay que conocer todas las versiones. ¿Cuál es la de los infectados? La doctora María José Fuster, directora de la Sociedad Española Interdisciplinaria del SIDA (SEISIDA), reparte responsabilidades: “Unas veces, los pacientes no son capaces de hablar de su angustia, y otras veces, son los médicos los que no saben cómo preguntar, les cuesta abordar ciertos asuntos, como es la sexualidad, y prefieren no destapar la caja de Pandora”. Esa falta de diálogo tiene un efecto directo: “Repercute en la calidad de vida”.
Fuster conoce el problema desde su doble condición de médica y seropositiva, y tiene datos reveladores sobre la brecha que hay entre las dos partes: el 67% de los pacientes siente nervios y ansiedad, pero solo el 26% de los médicos pregunta por este síntoma; estos valores se repiten para tristeza y depresión; el 64% de los seropositivos siente fatiga, un síntoma que interesa al 19% de los facultativos. Otras manifestaciones que sienten las personas con VIH son hinchazón o gases, problemas de la piel y el pelo; pérdida de apetito o cambios corporales. Y de todos, “los más molestos son los nervios, la ansiedad y la fatiga”.
Pedir ayuda
Los pacientes piden apoyo psicológico, ayuda para gestionar el estrés, su vida sexual, sus adicciones, la soledad o intervención dietética y nutricional. En la serie de documentales 'G-Stories: Ideas llenas de vida', Gilead ha centrado una entrega en el VIH, en el que diferentes afectados hablan de lo que les preocupa y los problemas psicológicos están entre sus principales inquietudes.
Visibilizar la salud mental es un reto que tienen que asumir los médicos de estos enfermos, tanto los especialistas como los de atención primaria.
Al tiempo, los facultativos también tienen un deseo: “En España viven unos 150.000 portadores del VIH, pero más del 10% no están diagnosticados. El objetivo es que aflore la infección oculta”, reclama Ignacio Pérez-Valero. Con ello, se frena la cadena de contagios y se ofrece calidad de vida a los nuevos seropositivos.
Hace 40 años irrumpió un virus con una agresividad sin precedentes. Contraerlo era prácticamente una sentencia de muerte, pero el extraordinario esfuerzo investigador hizo posible el desarrollo de fármacos antirretrovirales casi en un tiempo récord, al principio de eficacia limitada y muchos efectos adversos. Después, la combinación de diferentes moléculas consiguió mantener a raya la infección; los medicamentos se hicieron menos tóxicos, y médicos y pacientes empezaron a acostumbrarse a que sí, que se podía vivir con el VIH, y vivir normalmente, como si el virus no estuviera en el cuerpo.