La gran importancia de la voluntad en la educación
El orden, la constancia y la motivación forman una sinfonía clave que, si se sabe articular de modo adecuado, salen los planes que hemos ido trazando. Por ello debemos cuidar especialmente estos aspectos personales
Toda educación empieza y termina por la voluntad, pues es la determinación y la firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos, capacidad para concretar las aspiraciones y ponerse manos a la obra en irlas consiguiendo.
La voluntad está hecha de tres ingredientes básicos: orden, constancia y motivación. Los tres forman una sinfonía clave que, si se sabe articular de modo adecuado, salen los planes que hemos ido trazando.
Los cuatro órdenes
El orden es el placer de la razón. Por eso tiene un todo sedativo. Hay cuatro componentes importantes:
- El orden en la cabeza, es decir, tener las ideas bien asentadas, saber lo que uno quiere, poniendo el esfuerzo necesario para que la inteligencia y la afectividad piloten y organicen lo que debe ser nuestro patrimonio psicológico. Ahí entra de lleno el proyecto de vida como un despliegue hacia el porvenir…
- El orden en el tipo de vida: distribuir bien el tiempo es saber sacarle partido. Sujetarse a un cierto horario, ser metódico… Todo eso facilita que uno pueda hacer lo que tenga previsto. Es saber organizarse. En el joven hay un caballo de batalla en este terreno, y es el estudio. Sin orden nunca salen los planes de estudio, se pierde el tiempo y aunque se tenga mucha actividad, no hay eficacia.
- El orden en la forma: entrar en la habitación o el despacho de una persona es hacerle un retrato psicológico. Refleja el personaje que lo habita, para bien o para mal.
- El orden en los objetivos: aquí lo ideal es coger papel y lápiz y sistematizar lo que queremos lograr a corto y medio plazo. Siempre con una mezcla de realismo y exigencia personal. Esto debemos hacerlo teniendo los pies en la tierra, siendo estrictos y concretos en nuestras aspiraciones, pues si nos ponemos unos objetivos imposibles, podemos caer en el desánimo y el desaliento.
El orden trae armonía a la vida y a la personalidad y produce unos frutos sabrosos: disciplina, eficacia, seguridad, constancia, paz exterior e interior y alegría… En el desorden todo se mezcla y se confunde, y no solo no se encuentran las cosas, sino que uno no se encuentra a sí mismo porque anda perdido de acá para allá, sin saber a qué atenerse.
La constancia
La constancia es tenacidad sin desaliento, y conduce a no interrumpir ni darse por vencido, a pesar de las dificultades de fuera y de dentro, o a un cierto descenso de la motivación inicial. Así se edifica la persona fuerte: a base de tesón y firmeza. En este terreno, es importante empezar desde pequeño. Todo hábito requiere un aprendizaje, una serie de esfuerzos continuados, sobre todo cuando uno observa que cuesta y que el sabor desprende a primera vista es amargo. Hay que ir subiendo poco a poco por la empinada cuesta de lo mejor.
El binomio del orden y la constancia es inseparable y habita en el hombre que tiene una voluntad sólida. Esto lleva a un saber mirar a lo lejos, a tener perspectiva y visión de futuro. Hay un sinfín de ocasiones en las que, de un modo u otro, podemos abandonar lo comenzado, pero el hombre constante mira hacia delante, con la ilusión de alcanzar la cima deseada y por eso se mantiene firme, inalterable.
La motivación
El hombre se va haciendo fuerte al vencerse. Cada pequeña victoria sobre nosotros mismos nos fortalece, nos hace rocosos, amurallados, robustos, personas con energía y solidez, y nos da la costumbre de vencerse a uno mismo. El secreto de muchas vidas que han hecho que sus sueños se hagan realidad es este: la motivación.
Se alcanza así una personalidad madura, bien dibujada, con capacidad para superar obstáculos, superándose a sí misma. La satisfacción es la nota predominante en esas pequeñas victorias, muchas de ellas entremezcladas con derrotas parciales, pero la van tonificando, en medio de la función inesperada del azar y de las mil conjeturas que atraviesan la existencia.
El fruto más preciado del orden, la constancia y la motivación es que uno se hace dueño de sí mismo, siendo capaz de guiar sus pasos hacia lo previsto por encima de las alternativas y vicisitudes de la vida. Esta es la recompensa. Saber pilotar la vida personal con buen rumbo.
Vencerse en lo pequeño, batallar sobre objetivos en apariencia insignificantes, no ceder terreno en los propósitos. Este es el fondo que debe alimentar cualquier espíritu de superación. Porque la vida diaria sigue siendo la gran cuestión. Hay que volver a las pequeñas contabilidades, a los balances personales sencillos y concretos. Es la arqueología de lo cotidiano. Séneca y Spinoza hablaron de “homo res sacra homini”, el hombre es cosa sagrada para el hombre. Saber vivir y dirigirse hacia las mejores alturas personales, con espíritu deportivo de lucha; ejercicios de vencimiento, superación de las pequeñas derrotas, volver a empezar, levantarse de nuevo, retomar las ilusiones del principio, ganarle la partida a los imprevistos que frenan el avance. Pelear con bravura, sin desánimo. Se construye así un hombre difícil de derribar.
El orden y la constancia tienen como fruto inmediato la consecución de objetivos. Y de forma mediata, la alegría de no dejar de lado la mirada alta de llegar a donde nos habíamos propuesto, venciendo las presiones y resistiendo los infortunios. Frente a la heroicidad de las grandes aventuras personales, prefiero la valentía audaz del orden y la constancia, escondidas y sin brillo, pero decisivas en la mejor biografía que se precie.
Frente a la prisa de la vida, la calma de la teoría.
Toda educación empieza y termina por la voluntad, pues es la determinación y la firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos, capacidad para concretar las aspiraciones y ponerse manos a la obra en irlas consiguiendo.
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