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Los celos como enfermedad de la desconfianza
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Tener perspectiva

Los celos como enfermedad de la desconfianza

El psiquiatra tiene la obligación de conocer la personalidad de su paciente, sus recursos, su historia personal. El pronóstico surge del análisis y la secuencia de los acontecimientos observados, lo que le lleva de alguna manera a predecir el porvenir

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Los psiquiatras somos especialistas en el pasado. Somos notarios de la vida ajena, que archivamos en nuestra mente y que resumimos en una historia clínica. Toda historia clínica en psiquiatría es una historia biográfica, una historia vital interna en el sentido de Binswanger, o una intrahistoria, como decía Unamuno. En este historial anotamos lo más fundamental de la travesía: vivencias, traumas, alegrías, logros y metas conseguidos, fracasos y, por supuesto, la interpretación de la existencia que ese sujeto posee. Las personas muy mayores en edad, por encima de los ochenta años, miran más hacia atrás que hacia delante. El hombre en el último tramo de su vida tiene su futuro en su pasado; esa es la realidad.

Foto: Foto: iStock. Opinión

Los psiquiatras podemos otear el futuro y, de alguna manera, predecir el porvenir, saber lo que puede suceder con los datos que poseemos y tenemos en nuestro poder. Pero la psiquiatría no es una ciencia exacta, como las matemáticas, aunque sí aproximada.

Un claro ejemplo sería el siguiente caso clínico: una chica española, de Madrid, de 28 de edad, licenciada en Historia de la Literatura Española, comenzó a salir con un chico cuatro años menor que ella al que conoció en una fiesta, durante la cual hablaron animadamente. Nos dice ella: “Yo nunca he tenido éxito con los chicos, quizá porque he sido algo tímida, y además he tenido mala suerte, pues he tenido dos relaciones anteriores que no han salido bien, una muy breve y otra de más duración, que me dejó muy afectada. Empecé a salir con este chico porque se mostró muy atento conmigo y nos contamos pronto nuestra vida. Yo le dije que había tenido un novio anterior que se portó muy mal conmigo, y que a raíz de eso he cogido una gran desconfianza hacia los hombres. Así, cada vez que conozco a alguno, de entrada no me fío".

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"El problema que ahora se me ha presentado es que él es muy celoso y me lo hace pasar muy mal: tengo que explicarle a qué hora salgo y a qué hora llego a casa cuando quedo con él. Cualquier retraso o cambio que se produce me lleva a soportar un interrogatorio casi policial. A mí realmente me agrada que esté tan pendiente de mí, pues nunca me sucedió nada parecido, y es como un halago… pero esto ya es demasiado. Sus celos me resultan insufribles. Diariamente, tenemos fuertes discusiones en las que yo trato de explicarle que no tiene motivo para reaccionar así, pero me doy cuenta de que él no puede remediarlo, es superior a sus fuerzas. Yo estoy con mucha ansiedad, desconcertada, y por eso he venido a la consulta, porque ya no sé qué hacer. Él dice que me quiere, pero me hace sufrir mucho con sus desconfianzas. Si vamos a un sitio, no puedo ni mínimamente mirar a otro chico, aunque sea de refilón. Voy a los sitios asustada, con miedo, por temor a que se enfade y nos pasemos la noche sin hablar”.

Celotipia

Conseguí entrevistarme dos veces con su novio y veo claramente que estamos hablando de una celotipia en toda regla. Él no tiene conciencia de ello. Es más: le molesta que yo como psiquiatra se lo plantee así, y me dice: “Doctor, el problema es que ella, al haber estudiado en la universidad, habla con todo el mundo y tiene una sonrisa y un saludo para todos. Y yo pienso que debería cuidarme más a mí, sobre todo cuando estoy a su lado, y ser menos expresiva con unos y con otros. Esto me martiriza: risitas, frases, saludos efusivos, etc. Ella dice que yo soy el culpable y no estoy de acuerdo… Tendría usted que ver cómo actúa”.

Las características de un enfermo de celos son: desconfianza patológica que se dispara ante cualquier estímulo, sufrir y hacer sufrir a otro y una política de inspección permanente

Estamos ante un enfermo de celos, cuyas principales características son: la desconfianza patológica que se dispara ante cualquier estímulo por pequeño que sea y el sufrir y hacer sufrir a otro, además de una política de inspección permanente de horarios, llamadas telefónicas, redes sociales, saludos, etc. Ella pasa de la ansiedad a un cuadro depresivo, por el desgaste tan terrible de la situación. Le aconsejé que se diera un tiempo y que momentáneamente dejara la relación, para ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Me respondió: “Doctor, no puedo, porque le quiero y nunca un chico se preocupó tanto por mí. Él es buena persona, quizá yo tengo más nivel de estudios, pero él es muy listo. Yo deseo que siga siendo mi novio, y me duele que usted sugiera que lo deje”.

Evolución, ansiedad y depresión

Hablo con ella de su estado de ánimo (necesita tomar una medicación ansiolítica y antidepresiva) y veo que el tema va cada vez a más. Ella está muy tensa y afectada, y él sigue en la misma línea. Viene el padre de ella a la consulta y los tres comentamos el desarrollo de los hechos. El padre, una persona sensata y madura, comenta: “Hija mía, lo tuyo no tiene sentido, te has empeñado en una relación imposible y esto va a acabar contigo. Estoy de acuerdo con el doctor en que debéis dejarlo por un tiempo, a ver si él puede cambiar”.

Foto: Foto: Unsplash/@freestocks. Opinión

En las siguientes entrevistas observo que todo va a peor. El chico no quiere venir a la consulta. Ella está hundida y ha habido que darle la baja laboral, pues la mezcla de ansiedad y depresión ha culminado en ideas de suicidio. Le insisto en la conveniencia de cortar y ella se niega. Pasan los meses y, en las diferentes revisiones, apenas hablamos de algo más que la dosis de la medicación, al negarse a ver otra posibilidad para solucionar el problema. Poco después viene a la consulta y me dice que se casa, que se ha dado cuenta de que él es así, pero que le necesita. “Creo que las personas cambian y sé que una vez casados todo funcionará bien, procurando ya no dar pie a nada”. Le intento hacer ver que él no está bien psicológicamente y que ese matrimonio comenzaría con ciertas deficiencias. Todo intento de racionalizar resulta inútil. Hablo con el padre, y ambos vemos que la relación no tiene futuro, que él es un buen chico, pero un celoso enfermizo, y el padre me dice: “No puedo hacer nada”.

Pasado, presente y futuro

Se casan. Dejo de verla en la consulta. Pasan los meses. Casi al año, viene el padre a la consulta y me dice que se han separado. Han estado juntos unos siete meses, pero las discusiones, desacuerdos y conflictos han sido constantes. Se han faltado el uno al otro de palabra y de obra, siendo la situación peor que durante el noviazgo.

Cuando estamos gozando de la vida, quisiéramos parar el reloj para captar mejor los hechos que se están viviendo. Es sano e indica una buena percepción de la felicidad perspectiva

Este caso clínico nos pone de relieve dos cosas: el psiquiatra tiene la obligación de conocer la personalidad de su paciente, su historia personal y sus recursos; por otra parte, el pronóstico surge del análisis y la secuencia de los acontecimientos observados, lo que le lleva de alguna manera a predecir el porvenir, pero con cautela.

El presente tiene un tono fugaz y vertiginoso; todo él es pasajero, un puente que se abre hacia el futuro inmediato. Hay veces, cuando estamos gozando de la vida, que quisiéramos parar el reloj, detenerlo para captar mejor los hechos que se están viviendo. Eso es sano e indica una buena percepción de lo que yo llamo la felicidad perspectiva.

El futuro es la vida misma viva y coleando. Con toda su fuerza, pidiendo abrirse paso ante nosotros.

La vida de una persona psicológicamente sana debe responder aproximadamente a esta ecuación: estar instalado en el presente, tener superado el pasado y vivir de lleno, empapado de porvenir.

Los psiquiatras somos especialistas en el pasado. Somos notarios de la vida ajena, que archivamos en nuestra mente y que resumimos en una historia clínica. Toda historia clínica en psiquiatría es una historia biográfica, una historia vital interna en el sentido de Binswanger, o una intrahistoria, como decía Unamuno. En este historial anotamos lo más fundamental de la travesía: vivencias, traumas, alegrías, logros y metas conseguidos, fracasos y, por supuesto, la interpretación de la existencia que ese sujeto posee. Las personas muy mayores en edad, por encima de los ochenta años, miran más hacia atrás que hacia delante. El hombre en el último tramo de su vida tiene su futuro en su pasado; esa es la realidad.

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