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En España nos tocó la colza, pero no fue el único 'aceite tóxico' del mundo
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41 años del desastre

En España nos tocó la colza, pero no fue el único 'aceite tóxico' del mundo

Hace 41 años, una de las mayores catástrofes alimentarias de la historia tuvo lugar en nuestro país, pero no era la primera vez que un aceite envenenaba y mataba a miles de personas

Foto: Las garrafas del síndrome tóxico del aceite de colza
Las garrafas del síndrome tóxico del aceite de colza

En la primavera de 1981, nuestro país sufrió una de las mayores crisis sanitarias de su historia. La Comunidad de Madrid, Castilla y León y, en menor medida, las provincias de Toledo, Ourense y Vizcaya, así como Cantabria y Asturias, vieron como se llenaban sus hospitales de enfermos graves que solo compartían en común un factor: el consumo de un lote específico de aceite de colza.

Los cálculos oficiales estiman que más de 20.000 personas fueron víctimas de este envenenamiento (el dato puede ser mucho mayor; de hecho, algunas fuentes estiman hasta 40.000 afectados, pero el censo oficial se situó en 20.643), siendo la causa de la muerte de "cerca de 400 personas en los primeros 18 meses del brote", según datos del Instituto de Salud Carlos III. No solo eso, sino que actuamente todavía se siguen poniendo en duda las causas de esta contaminación del aceite de colza, aunque la oficial, aceptada por el Tribunal Supremo en 1989, es que el aceite de colza desnaturalizado, destinado a procesos industriales, se comercializó al público general como un producto alimentario "por un desmedido afán de lucro", considerando también al Estado como responsable subsidiario.

Foto: Las garrafas del síndrome tóxico del aceite de colza.

Todavía hoy hay muchos afectados por este terrible envenenamiento que siguen sufriendo los síntomas crónicos de esta intoxicación: enfermedad hepática, esclerodermia, hipertensión, afecciones nerviosas y problemas en distintos órganos como el corazón o los riñones.

La enfermedad del aceite tóxico de colza, aparte de hundir la reputación de este producto (que en condiciones normales es más que seguro para el consumo humano), dejó en el imaginario colectivo español una gran huella de la que tardaremos mucho en recuperarnos. Por desgracia, no fue el único evento similar que ocurrió en el mundo.

Un problema de ingeniería japonesa

En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Japón comenzó una inmensa campaña de desarrollo que, finalmente, les ha llevado a ser una de las principales potencias del mundo. Entre 1950 y 2009, la población del país asiático pasó de 84 millones de habitantes a 128 millones. Para lograrlo, la producción en todas las áreas relevantes tuvo que dispararse, sobre todo en lo referente a la comida, porque cada vez había más bocas a las que alimentar.

Esta fue una de las principales causas de uno de los peores eventos de intoxicación masiva por aceite que se han visto en el mundo. Ocurrió a principios de 1968 en el norte de Kyushu, la más septentrional de las 3 grandes islas de Japón. La contaminación de aceite de arroz por bifenilos policlorados, usados para calentarlo (a través de unas tuberías que debían ser impermeables, pero que no lo eran), provocó la conocida como enfermedad de Yusho. Este proceso era necesario dado que el aceite era de muy mala calidad (lampante) y se requería un proceso de refinamiento para eliminar su olor y su sabor (y uno de estos procesos requiere su calentamiento). El resultado fue la contaminación de aceite con bifenilos policlorados (PCB, por sus siglas en inglés), unas sustancias extraordinariamente tóxicas.

placeholder Un campo de colza en Castilla y León. (EFE/Mariam A. Montesinos)
Un campo de colza en Castilla y León. (EFE/Mariam A. Montesinos)

El aceite resultante se dividió en dos lotes: el primero destinado a granjas de pollos y el segundo al consumo humano. A los pocos días, miembros del sector avícola japonés alertaron de que hasta 400.000 aves habían muerto inexplicablemente, por falta de aliento. Poco después, llegó el desastre para los seres humanos: 14.000 personas enfermaron y 500 murieron. Las lesiones más relevantes fueron las oculares y cutáneas, los ciclos menstruales irregulares y una depresión inmune que hacía a los afectados más susceptibles a las enfermedades infecciosas. No solo eso, sino que si el consumidor del aceite adulterado se encontraba en la edad infantil, se presentaba una clara falta de desarrollo cognitivo.

La polio marroquí que no era tal cosa

Diez años antes del accidental caso de Japón, en la ciudad marroquí de Mequínez, al norte del país africano, las autoridades entraron en alerta. Hombres, mujeres y niños se despertaban sufriendo parálisis de sus manos, pies y, a veces, piernas, que avanzaba lentamente hacia el tronco del cuerpo. Por supuesto, siendo la época que era, el primer sospechoso para los médicos era la polio, que en la década de los 50 y 60 en los países desarrollados ya empezaba a ser una enfermedad del pasado, pero en otros rincones de la tierra continuaba siendo uno de las infecciones más temidas, paralizando año a año a cientos de miles de niños alrededor del mundo.

Finalmente encontraron el culpable: aceite de oliva contaminado con lubricante de motores de aviación para aumentar su cantidad y vender más

Pero, tras la llegada de las autoridades médicas, los resultados apuntaron a una causa muy diferente, que exculpaba completamente a la poliomielitis. Las parálisis se produjeron a mediados del mes de agosto de 1959 y, en septiembre del mismo año, en Mequínez, se empezaron a diagnosticar más de 100 casos nuevos cada día. Las autoridades sanitarias marroquíes, sin ninguna pista de lo que estaba pasando, pidieron ayuda a la Organización Mundial de la Salud, que envió a los epidemiólogos J. M. K. Spalding y Honor Smith.

En un principio, dado el rápido avance de los nuevos casos diarios, los expertos de la OMS consideraron que, en efecto, se trataba de un virus, aunque no tenían ni idea de cuál. Esta teoría se confirmaba, además, por la aparición de fiebre, si no en todos, en gran parte de los pacientes. Pero, tras semana y media de investigación, la propagación de la enfermedad llevó a los investigadores a considerar que se trataba de un "desarrollo tóxico" y no necesariamente infeccioso. Lo que les llevó a confirmar esta teoría es que solo las clases más bajas, socioeconómicamente hablando, eran las afectadas, a pesar de que tenían contacto directo y constante con las clases medias o altas. Del mismo modo, ninguno de los judíos que en ese momento vivían en Mequínez había contraído la enfermedad, así como ningún europeo, con la excepción de un hombre que se había convertido al islam.

Foto: Granja More Holstein, en Bétera. (EFE/Ana Escobar) Opinión

Gracias a estos datos, los investigadores llegaron a la conclusión de que el problema estaba en algún tipo de alimento, con un fuerte legado cultural y que provocaba que solo determinados individuos hubieran sido afectados. Los doctores empezaron a buscar el 'veneno' analizando el trigo (que en algunas ocasiones contenía arsénico, pero no el suficiente como para producir estos rápidos efectos en la salud). Finalmente encontraron el culpable: aceite de oliva contaminado con lubricante de motores de aviación, en concreto con organofosfatos, obtenido como excedente militar de la base aérea estadounidense de Nouaceur, a 270 kilómetros de distancia. Al igual que el caso español, el desmedido ánimo de lucro llevó a determinados 'empresarios' (criminales en realidad) a aumentar la cantidad de producto disponible para su venta, sin importar las consecuencias en la salud que podrían tener.

Desde entonces, las medidas de seguridad que tenemos para que todos los alimentos que consumimos (no solo el aceite) sean seguros son muy amplias, pero la avaricia del ser humano no tiene límites. Esperemos que nadie más en el mundo tenga que sufrir en sus propias carnes estos desastres alimentarios. Es por esto que, todavía a día de hoy, sigue siendo una prioridad ayudar a aquellos que aún sufren las secuelas del aceite tóxico de colza, y en ningún momento en el futuro olvidar a las víctimas que ya no están con nosotros.

En la primavera de 1981, nuestro país sufrió una de las mayores crisis sanitarias de su historia. La Comunidad de Madrid, Castilla y León y, en menor medida, las provincias de Toledo, Ourense y Vizcaya, así como Cantabria y Asturias, vieron como se llenaban sus hospitales de enfermos graves que solo compartían en común un factor: el consumo de un lote específico de aceite de colza.

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