Una vida vacía: el arte de no hacer nada
"Nuestra hija desde los 15 o 16 años ha sido muy difícil y nos ha hecho sufrir mucho. Es la tercera de nuestros cuatro hijos. Tendría que haber entrado en la universidad hace ya tres años, pero está perdida y es muy vaga"
Vemos en consulta a una chica de veinte años. Sus padres han venido unos días antes, sin ella, para relatarme lo que sucede, ya que no quiere venir a consulta porque no cree que necesite ningún tipo de ayuda psicológica.
Los padres me cuentan lo siguiente: “Nuestra hija desde los quince o dieciséis años ha sido muy difícil y nos ha hecho sufrir mucho. Es la tercera de nuestros cuatro hijos. Tendría que haber entrado en la universidad hace ya tres años, pero está perdida y es muy vaga. A partir de esa edad, su comportamiento en casa ha sido muy complicado: se niega a seguir las normas de nuestra casa, fracaso grave en los estudios, pues prácticamente la han suspendido en todas sus asignaturas, comparte habitación con una hermana y el desorden por parte de ella es total, de tal manera que su hermana ha pasado a otra habitación… A mí me respeta algo más (dice su padre), pero los enfrentamientos con su madre son fuertes y afectan a todo el conjunto familiar”.
Su padre ha conseguido traerla a consulta: han venido los dos juntos, ella ha pedido que su madre no los acompañara, lo ha puesto como condición para venir. Entra sola para hablar conmigo, estando su padre en otro despacho dándonos información sobre ella y haciendo una serie de test “como si fuera mi propia hija”. Esta es nuestra entrevista resumida: “Yo vengo a la consulta porque me lo ha pedido mi padre muchas veces y lo hago por él. Yo no estoy loca. Lo único que quiero es que me dejen hacer mi vida y que no me presionen ni me digan a todas horas qué es lo que tengo que hacer”.
Le pregunto: “¿Tú crees que tu conducta en casa y en tus estudios es sana?”. Me responde: “No lo sé… Lo que sí sé es que a mí no me gusta estudiar, me cuesta mucho trabajo y prefiero ver la televisión o estar con mis amigas o en internet… Lo que pido es que me dejen tranquila…”. Estamos hablando de una chica de complexión normal, de carácter fuerte, de una rebeldía que salta a la vista durante nuestra entrevista. Le pregunto: “¿Qué quieres hacer con tu vida?”. Me dice: “Yo lo que quiero es ser feliz, nada más que eso”. Le respondo: “Pero la felicidad es la consecuencia de hacer algo que merezca la pena en tu vida, de tener un proyecto o una vocación…”. Y me dice: “No sé, yo lo que quiero es pasarlo bien y disfrutar de la vida…. Ya lo he dicho, a mí no me gusta estudiar, siempre me ha costado mucho trabajo...”.
Me dice su padre: “Es muy difícil controlar las salidas con sus amistades los fines de semana, pues ella vuelve cuando quiere o se queda a dormir en casa de sus amigas… Eso es lo que nos dice; sé por una amiga suya que fuman marihuana de vez en cuando y que ella ha dicho que es para estar más animada. Se ha producido una quiebra con sus hermanos y la situación es de gran tensión”.
Trastorno de la personalidad y ansiedad
La tenemos dos días en estudio, observación y haciéndole diferentes test y pruebas psicológicas, y hablando con ella despacio, sin prisa, para ir captando cómo es su personalidad y su forma de ser, y hacemos de ella el siguiente diagnóstico: trastorno de la personalidad, según los criterios de la American Psychiatric Association, con tres subdiagnósticos:
- Personalidad límite o borderline: caracterizada por impulsividad, descontrol del lenguaje verbal (puede ser muy directa de palabra con sus padres, especialmente con su madre, a la que le ha dicho cosas de gran dureza), cambios frecuentes de ánimo (pasa de estar más o menos bien a tener reacciones agresivas o bajones de ánimo), rebeldía en muchas áreas de conducta.
- Personalidad histriónica: necesidad de llamar la atención, lo que más le cuesta es pasar desapercibida. Convertir cualquier diferencia de criterio con sus padres es un drama.
- Personalidad inmadura: desfase entre su edad cronológica (20 años) y su edad psicológica (12-14 años). Decir que su objetivo en la vida es ser feliz es un dato notarial. Desordenada, inconstante, sin voluntad, desmotivada… Como una niña pequeña, una fuente de enfrentamientos familiares.
Y tenemos un segundo diagnóstico, derivado del anterior: estado o trastorno por ansiedad.
El tratamiento de ella arranca, de entrada, en la conveniencia de salir del ambiente familiar a una residencia preuniversitaria (para evitar que toda la familia se convierta en disfuncional), una medicación que frene o disminuya la impulsividad y el descontrol, y un ansiolítico a dosis bajas. Acepta mal la medicación, pero su padre la convence e iniciamos un programa de psicoterapia cognitivo conductual al que responde con desgana, pero nos vamos haciendo con ella.
Su evolución ha ido a mejor. Ha sido clave que se vaya de casa: decisivo. Llega el verano y sus padres no saben qué hacer con ella, y una psicóloga de nuestro equipo la convence para ir a África con gente más o menos de su edad para realizar un voluntariado. Está en África casi tres meses, que han sido decisivos. Ha venido cambiada, según nos dice su padre.
La vemos a la vuelta, y nos dice: “Esto ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida. Ayudar a otras personas ha sido para mí muy importante… Me he dado cuenta de que quiero estudiar. La libreta de objetivos psicológicos que me dio usted [Dr. Rojas] me ha ayudado mucho y, aunque al principio me he resistido, me ha dado cuenta de que por ese camino puedo avanzar poco a poco… Quiero hacer voluntariados en España y ayudar a la gente que no tiene recursos económicos”.
La seguimos viendo en revisión cada dos o tres semanas. Me dice el padre que la medicación fue muy importante porque la ha aplacado, pero el salir de casa y el irse con gente de su edad a ayudar a África la han trasformado.
Ha comenzado a estudiar la carrera de Derecho, y aunque le está constando (no tiene hábito de estudio), está motivada y sigue mejorando su conducta: teniendo más voluntad y frenando la impulsividad. Y es que muchas veces no solo es que necesite ese empujón que puede dar la medicación, sino el entorno social, en este caso, las amistades, que han sido de la misma edad y con los mismos intereses. Ver a gente de su edad haciendo labores humanitarias, teniendo objetivos a largo plazo, y ver lo equilibrado que se puede llegar a ser fue el punto de cambio para esta paciente, que empezó a saber valorar lo que uno tiene y lo que quería conseguir.
Vemos en consulta a una chica de veinte años. Sus padres han venido unos días antes, sin ella, para relatarme lo que sucede, ya que no quiere venir a consulta porque no cree que necesite ningún tipo de ayuda psicológica.
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