Cosas que profesores y psiquiatras están viendo y no esperaban ver nunca en un niño
Hablamos con distintos profesores, padres y profesionales de la salud mental para que nos expliquen cuáles son los problemas de comportamiento más frecuentes que están viendo en los menores
“Hay malestares un poco indefinidos que están ahí pero que aumentan en momentos de incertidumbre como este. El otro día daba una charla en una clase y los alumnos me preguntaban: "pero esto, ¿para qué? Si no hay futuro”. Hay un discurso del fin del mundo, de que todo se va al garete, que les da desazón. Y eso se canaliza de una determinada manera”.
Alicia Bernardos es orientadora en un instituto del sur de Madrid, y ha visto en primera persona cómo han cambiado los problemas de salud mental de los mil alumnos que lo frecuentan desde hace 20 años, cuando empezó a trabajar. Hace dos décadas no podía pensar que terminaría viendo algunas de las cosas que está viendo últimamente. “Mucho más desde la pandemia”, asegura, pero la situación no ha cambiado mucho con su relajamiento. “Pensaba que este año iba a ser mucho más tranquilo pero no está siendo así”.
"Puede haber entre tres y cinco casos en cada clase de treinta alumnos"
Por ejemplo, “muchos problemas relacionados con ansiedad, conductas autolíticas, es decir, con hacerte daño a ti misma, y trastornos de alimentación”. Bernardos habla en femenino con intención: “La diferencia con los chicos es abrumadora, aunque haya alguno”, responde. “Ahora mismo tienen un nivel de autoexigencia muy alto, que va unido a un perfil de chicas muy perfeccionistas, con buenos resultados y que son hábiles en muchas cosas”.
Aunque no puede dar datos exactos, calcula que en todo el centro puede haber entre diez y quince casos graves, pero alrededor de entre tres y cinco alumnos con problemas en cada clase de treinta. Más de un 10%. Mientras que al comienzo de su práctica los trastornos más habituales eran los de dificultades de aprendizaje, ahora lo son conductas autolíticas, como coinciden todos los profesionales consultados. Los trastornos de alimentación han experimentado un importante retorno después de un período en el que se habían reducido. “Cuando empecé a trabajar, los trastornos de alimentación se veían bastante, decayeron y han resurgido”, explica. “Hace tiempo que no teníamos ninguna chica ingresada y ahora sí que hay”.
Flors Moreno Aguilar es profesora desde hace también 20 años en el Collegi M. Immaculada de Tremp (Lleida), madre de persona afectada por problemática de trastorno mental, miembro de Asociación Salut Mental Pallars i ACAB (Asociación contra Anorexia i Bulímia) y de la Mesa de Salut Mental de Pallars. Coincide con el diagnóstico de su compañera: “Lo que ha aumentado mucho son los trastornos de conducta alimentaria y las autolesiones, que es algo que no esperaba ver nunca como profesora”, responde. “Ves chicos muy ansiosos y estresados, mucho más que antes. Más alumnos desmotivados, quizá vinculado con el consumo de marihuana, y que no había esperado encontrarme en edades tan tempranas como cuarto de ESO”.
Además, son situaciones altamente contagiosas: “Cualquier problema de salud mental de un chico afecta al grupo de amigas y amigos y al colectivo, porque por ejemplo, para ayudar a una chica con TCA tienes que vigilar si va al baño, si no… genera esa ansiedad de estar alerta desde adolescentes y produce un efecto dominó”.
"En 2015 un menor en urgencias de psiquiatría era raro y ahora es frecuente"
La Asociación Española de Pediatría viene alertando desde hace meses del aumento de problemas entre los menores de 18 y recuerda que la pandemia ha provocado un incremento de un 47% de los trastornos de salud mental, así como el aumento exponencial de las conductas suicidas, depresión, ansiedad, trastornos alimentarios y adicción en tecnologías. Los casos de ansiedad y depresión y los diagnósticos de Trastorno de Déficit de Atención se han multiplicado por tres o cuatro desde 2019, y los comportamientos suicidas han aumentado hasta un 59%.
El tsunami ha llegado
“No he visto tanto cambio como una sensación de emergencia”, añade Andrés Suárez Velázquez, psiquiatra y psicoterapeuta infantojuvenil que trabaja con los casos más agudos en un hospital del extrarradio madrileño. “En 2015, que viéramos a un menor en urgencias de psiquiatría era bastante raro, y ahora es una cosa razonablemente frecuente”. En una charla que celebró las Navidades pasadas, preguntó a un grupo de adolescentes sobre diversas cuestiones de salud mental, y las respuestas le dejaron anonadado. Entre un 30 y un 40% se habían autolesionado o pensado en hacerlo, y un 10% se habían planteado buscar ayuda psicológica.
Una menor redujo su peso de 65 kilos a 37: "Se podía haber muerto"
Gloria Bellido es presidenta de la sección de infancia de adolescencia de ANPIR (Asociación Nacional de Psicólogos y Residentes) y trabaja en el Hospital de Badalona. Cuando hizo su residencia, entre 2012 y 2016, la mayoría de casos estaban relacionados con TDAH (Trastorno de Déficit de Atención) y síntomas ansiosos o depresivos. “Era menos frecuente, teníamos a lo mejor uno o dos casos con síntomas más graves, ahora vemos muchos casos de chicas que se autolesionan y que tienen pensamientos suicidas”, coincide.
La doctora Azucena Díez, presidenta de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de de la Asociación Española de Pediatría (AEP) pone el acento en el agravamiento de los trastornos de la conducta alimentaria, hasta el punto de que profesionales de larga trayectoria aseguran que “llevaban décadas sin ver restricciones alimentarias tan severas”. Y describe el caso de una menor que empezó a restringir la alimentación en el confinamiento y redujo su peso de 65 kilos a 37. Ingresó en el hospital en ambulancia, con importantes déficits nutricionales y tensión y pulso muy bajos. “Se podía haber muerto”. Es un caso extremo que, dice la psiquiatra, “era muy raro de ver hasta estos tiempos y correspondía a personas muy aisladas socialmente”.
¿Qué ha pasado para llegar a esos casos tan extremos? Según la también directora de la Unidad de Psiquiatría infantil y adolescente de Clínica Universidad de Navarra, durante el confinamiento muchas personas se propusieron hacer ejercicio y comer sano, pero en adolescentes proclives, “les ha desencadenado un trastorno de la conducta alimentaria”, eso, unido al aislamiento social y falta de estímulos, ha conducido a esas situaciones extremas. “Muchas niñas de las que desarrollan esos trastornos son muy brillantes académicamente, practican deporte y tienen formación musical, y al estar todo el día en casa han estado haciendo hasta 10 tutoriales de Patry Jordán al día y muchas lo hacían por aburrimiento. “El aburrimiento ha sido un desencadenante de psicopatología”.
Aparte de los trastornos de conducta, Díez enumera el aumento de los trastornos depresivos y aislamiento social por la pandemia; el alejamiento de los abuelos (muchos de ellos están muy presentes en la educación de los niños), el miedo a que les suceda algo y los que de verdad vivieron la enfermedad y muerte en su entorno. “Hay verdaderas historias de traumas, de duelos no resueltos; miedos, etc. La incertidumbre de qué va a suceder ha sido muy difícil de manejar para los niños”. Y los que tenían vulnerabilidad previa pasan de un miedo proporcionado a un trastorno de ansiedad.
Ponerle un nombre
Uno de los motivos por los que han aumentado los problemas de salud mental, al menos cuantitativamente, es por su desestigmatización. Se diagnostica más que antes, pero también los jóvenes se reconocen con mayor facilidad en los términos clínicos. “Esto es una opinión mía, pero tengo la sensación de que hay un manejo generalizado del discurso psiquiátrico y de las categorías diagnósticas, y no sé hasta qué punto estos malestares propios de los tiempos que vivimos se les pone un nombre que a lo mejor en otro momento histórico se habrían denominado de otra forma”, explica Bernardos. “El discurso de la salud mental y los trastornos es una cuestión de identidad, les sirve para entrar en un grupo”.
"La doble cara puede ser patologizar problemas de la vida cotidiana"
A menudo ello deriva en dinámicas de solidaridad que pueden convertirse en, casi, exhibicionismo. Por ejemplo, en el caso de las autolesiones, la orientadora ha visto cómo se forman grupos de Whatsapp “donde comparten lo que hacen, en plan ‘hoy me he cortado tres veces’, y no sé hasta qué punto es para que los demás te ayuden o sentirte parte de ese grupo, tengo la sensación de que hay algo identitario”. Suárez también lo ha visto: “Cuentas en internet lo que te ocurre, encuentras a otra gente que le pasa algo parecido y se identifican con TDAH, ansiedad… es un doble arma, porque por un lado nos genera identidad que refuerza y da cobijo pero al mismo tiempo nos enmarca en un diagnóstico que nos define en lo que nos está pasando”.
Eso también puede influir en la clase de casos que se identifican. Como explica Bellido, “recuerdo que hace unos años eran los primeros episodios de psicosis y de repente todo era eso, ahora son las autolesiones y vemos un montón de casos”. La psicóloga se plantea si es que realmente hay más casos o es que los profesionales son más conscientes de dichas situaciones, a las que dan más importancia. “Lo que veo positivo es que hay una mayor preocupación por su salud mental, están mucho más abiertos a consultar y venir al psicólogo lo ven con mucha más naturalidad que sus padres; la doble cara puede ser patologizar problemas de la vida cotidiana, que vengan a consulta por cuestiones que no requerirían atención psicológica”, añade. Es un péndulo en el que ahora nos encontramos en “el boom que hace que todo el mundo quiera consultar e incluso se consulte de más”.
“Antes se etiquetaba a los niños de blandos, no vale para estudiar, no tiene voluntad, etc., pero ahora, afortunadamente, a esos comportamientos se les pone nombre y tratamiento”, añade Díez. Ahora bien, no todo corresponde a trastornos reales y hay cuadros de imitación, de llamar la atención. “Algunos comportamientos, como las autolesiones no suicidas responden a esto. Una viñeta clínica: la familia de una niña de diez años consultó porque una hermana le había leído unos mensajes de amenazas suicidas y ‘raspados’ en el antebrazo izquierda. A través de la información en el móvil de la menor vimos que había días en los que estaba hasta 14 horas conectada a una red social y esos ciberamigos la habían inducido a un reto de suicidio”. El caso se solucionó quitando el móvil y reforzando los vínculos y relaciones familiares. “No era una verdadera psicopatología, sino una contaminación”.
A borde de la saturación
Moreno recuerda que no quiere crear alarma ya que no se trata de algo generalizado, pero también añade que no hay recursos suficientes como para hacerle frente. Ella misma lo ha vivido como madre de una adolescente de 19 años que lleva siete años sufriendo problemas de salud mental y que ha necesitado ser internada. “El sistema de salud mental en Cataluña está saturado y no en todos los territorios hay un especialista, nosotros vivimos en el prepirineo catalán, con lo cual para un ingreso de un día tienes que desplazarte una hora y media al menos”, explica. “No ha habido proporción entre la dotación de recursos públicos con el aumento de casos en infantojuvenil, aunque parece que sí se está haciendo un esfuerzo para formar más profesionales, educadores y enfermeras”.
"Los protocolos requieren mucha burocracia y no sé si es lo que necesitan"
Bellido añade que en el Hospital de Badalona se va a abrir una planta de nueva creación con doce camas para jóvenes de mayor gravedad: “Muestra que hay una necesidad de estas plazas porque los chicos tienen estos síntomas”. Aunque los colegios son el lugar donde se identifican con mayor frecuencia esta clase de problemas, los protocolos aún son muy lentos y limitados. “No tenemos mucha oportunidad de responder, derivamos a servicios externos pero los centros de día están desbordados, las plantas psiquiátricas igual, la atención externa es muy limitada”, añade Bernardos. “Desde el instituto se nos pide que hagamos un seguimiento de los protocolos, pero requiere mucha burocracia y no sé si es lo que ellos necesitan”.
Díez resalta la importancia de hablar de los trastornos de salud mental (entre el 10 y el 20% de la población los tendrá a lo largo de su vida), y concienciarse de la existencia de esos problemas. La psiquiatra lanza un mensaje preocupante: “Como no hagamos algo relacionado con la salud mental infantojuvenil, nos espera un futuro socioeconómico y laboral muy oscuro. Porque habrá muchos adultos con problemas mentales, ya que cuando una enfermedad mental debuta en la infancia, en general, hay más años por delante para continuar con esa enfermedad, bien porque es de curso continuo o episódico (depresión). Está comprobado que si la sintomatología se trata durante la infancia (no solo con medicamentos, sino dando recursos al menor para que sepa, por ejemplo, defenderse con asertividad, tomar decisiones, mejorar su autoestima, etc), será mejor de cara al futuro”.
La reflexión de Díez coincide con la petición de la AEP : hay que dedicar muchos más recursos a la salud mental de los menores, y no solo en la atención especializada, también en primaria y en los colegios, y “realmente no se está haciendo”. Sí admite ciertos avances, pero con limitaciones. “Se ha puesto en marcha un plan de salud mental, pero la dotación económica es muy insuficiente (cien millones de euros de aquí a 2026), y se rechazó la propuesta en marcha de un plan nacional de prevención del suicidio, que es la primera causa de muerte en jóvenes”. Suárez concluye de forma pesimista: “Yo sé que mi trabajo es achicar agua, poner un parche individual a cosas que tienen que ver con grandes malestares sociales”.
“Hay malestares un poco indefinidos que están ahí pero que aumentan en momentos de incertidumbre como este. El otro día daba una charla en una clase y los alumnos me preguntaban: "pero esto, ¿para qué? Si no hay futuro”. Hay un discurso del fin del mundo, de que todo se va al garete, que les da desazón. Y eso se canaliza de una determinada manera”.