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Con 4.003 muertes, ¿y si la salud mental no tiene tanto que ver con el suicidio como creemos?
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CORRELACIÓN NO ES CAUSALIDAD

Con 4.003 muertes, ¿y si la salud mental no tiene tanto que ver con el suicidio como creemos?

Después de la publicación de los últimos datos, psiquiatras y psicólogos han salido a recordar que el marco actual puede estar ocultando la verdadera dimensión del problema

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

“El suicidio, en el fondo, es muy adaptativo. Muy pocas personas que se suicidan quieren morirse, lo que quieren es dejar de sufrir. Es como si alguien está en el piso 100 de un rascacielos incendiado y salta por la ventana. ¿Salta porque quería morir? No, salta porque se estaba quemando. Los humanos no estamos programados para ser felices, como dicen, sino para evitar el sufrimiento. Es el precio que pagamos por haber desarrollado un nivel de conciencia superior a otros animales”.

A Manuel Calvillo le encantan las metáforas para explicar su labor diaria. Cada semana, como psicólogo especialista en Psicología Clínica en el Hospital Comarcal Valle de los Pedroches en el norte de Córdoba, una zona en acelerada despoblación, atiende varios casos de conductas suicidas. La metáfora que no le convence al psicólogo es, paradójicamente, la de la “salud mental”, porque “el suicidio es antes que un problema clínico, un drama existencial”.

"No todas las personas que intentan suicidarse tienen trastornos mentales"

“El marco actual no puede dar una respuesta adecuada al sufrimiento mundano y vital de las personas sin generar a veces tantos (o más) efectos secundarios indeseables que beneficios”, responde a El Confidencial. “Estamos diagnosticando problemas de salud mental por encima de nuestras posibilidades, no como profesión, sino como humanos. Eso no quiere decir que no haya un sufrimiento real que necesite apoyo y ayuda, pero no es un problema de salud mental, sino social”.

Desde que a principios de mes se anunciase que, otro año más, se había batido el récord de número de suicidios al año en España con 4.003 muertes, distintos especialistas en prevención de suicidios, psiquiatría y psicología han recordado que el marco de la salud mental se nos queda corto y que la identificación causa-efecto entre esta y los suicidios nos está llevando a engaño. Quizá, empeorando la situación.

“Es cierto que hay una creencia generalizada de que existe una relación directa e innegable entre la salud mental y el suicidio, y es comprensible que esto sea así, ya que el suicidio a menudo se asocia con trastornos mentales como la depresión y el trastorno bipolar”, añade Luis Fernando López Martínez, psicólogo general sanitario, psicoterapeuta, director de área sanitaria, codirector y creador del proyecto ISNISS del programa de Doctorado en Psicología de la Salud de la UNED y coordinador técnico del programa Hablemos de Suicidio del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. “No todas las personas que sufren de trastornos mentales van a intentar suicidarse, y no todas las personas que intentan suicidarse tienen trastornos mentales”.

La Organización Mundial de la Salud señala que el 90% de los suicidios se deben a un problema de salud mental. Sin embargo, cada vez hay más voces críticas con esa visión desde la psiquiatría y la psicología. En un trabajo publicado en Papeles del psicólogo, un equipo comandado por Juan García-Haro, del Servicio de Salud del Principado de Asturias, respondía que ese dato “confunde un factor de riesgo con un factor explicativo”. Se obtiene a partir de autopsias psicológicas, investigaciones realizadas a posteriori en las que, como señalan los autores, “se encuentra lo que se busca”. En un congreso celebrado en Oslo en 2013, por ejemplo, los participantes de los países menos desarrollados insistieron que se trataba de datos obtenidos tan solo en las naciones más ricas, y que la gente en esos países se suicidaba por razones más variadas.

"Piensas que si no tienes un diagnóstico de trastorno mental, no te vas a suicidar"

Miguel Guerrero, especialista en prevención del suicidio y responsable de la Unidad de Prevención e Intervención en Conducta Suicida del UPII Cicerón, se remonta a finales del siglo XVII y principios del XVIII para recordar que fue entonces cuando el suicidio dejó de ser considerado “pecado y delito” para convertirse en un producto de la enfermedad mental reclamado por la psiquiatría como objeto de estudio. Para él, el suicidio es un síntoma, sí, pero del fracaso de la sociedad.

“Desde entonces hasta la actualidad, uno de los principales mitos, prejuicios y sesgos que rodean al suicidio es precisamente entenderlo como un trastorno mental o un síntoma de una enfermedad mental”, añade el experto en prevención del suicidio. “Esto está arraigado en nuestra cultura y hace pensar al conjunto de la ciudadanía que solo las personas con trastornos mentales se suicidan, y esto es empíricamente falso. El mantenimiento de este mito cumple una doble función social: la falsa seguridad de que, si no tengo un diagnóstico de trastorno mental no me veré involucrado en una conducta suicida y ceder la responsabilidad absoluta de la prevención e intervención del suicidio a los sanitarios (psiquiatras, psicólogos, médicos)”.

Calvillo saca a pasear otra de sus metáforas para explicar por qué el de la salud mental es un razonamiento tautológico: la del terremoto. “Es como si después de una tragedia así nos quedásemos únicamente con la cifra y dijésemos que todo el que ha quedado lisiado tiene el síndrome del sepultado: habrá que preguntarse si el edificio estaba bien construido, dónde estaba construido, si las personas que vivían ahí estaban informadas de esas condiciones… Hay que preguntarse muchas cosas, pero no lo hacemos”, reflexiona. “A veces las cifras son tan efectistas que nos impiden ser efectivos”.

Lo que la salud mental no deja ver

Guerrero prefiere utilizar otro marco para entender las conductas suicidas, el de la patología del vínculo (ligada a la soledad, falta de apoyo, ausencia de sentido de la vida) y de la desesperanza. “Necesitamos cambiar la conceptualización del suicidio, su imagen y entenderlo como un problema eminentemente social y no exclusivo de la salud mental”, añade. “Necesitamos pensar que la prevención no va tanto de evitar suicidios, sino de generar vidas saludables, éticas, igualitarias, justas, seguras y protectoras. Vidas que merezcan la pena vivir”.

"Las muertes en accidentes de tráfico no se reducen por poner más médicos"

Calvillo saca a relucir otra metáfora para reflejar la importancia de lo social en la prevención. En este caso, la de la significativa reducción de las muertes por accidentes de tráfico en España, que han pasado de los 3.740 de 1991 a 758. “No se consiguió por poner más médicos en urgencias para atender a los accidentados, sino por considerarlo un problema social”, recuerda.

Hay muchos más factores que pueden determinar una conducta suicida que un simple problema de salud mental. Entre ellas se encuentran “el estrés, el trauma, la pérdida, el aislamiento social y la falta de apoyo emocional y redes de apoyo”, como explica López Martínez. “El suicidio es una conducta humana, compleja, poliédrica y multidimensional que debe ser abordada desde diferentes perspectivas (social, histórica, cultural, psicológica)”, añade Guerrero. “Otro efecto iatrogénico tiene que ver con el estigma social que asocia a aquellas personas que piensan en el suicidio o han realizado un intento, ya que se les trata como enfermos, trastornados, locos, por el simple hecho de no haber podido drenar su sufrimiento de otra forma”.

placeholder Peregrinos en El Rocío. (Reuters/Marcelo del Pozo)
Peregrinos en El Rocío. (Reuters/Marcelo del Pozo)

La biografía y la situación actual de cada persona pueden resultar clave para identificar la posible conducta suicida, factores que quedan ocultos por el diagnóstico. El bullying, el acoso prolongado, el maltrato, la pobreza, la exclusión o determinados traumas son factores aún más determinantes. “Es cierto que el entorno y el contexto pueden tener un impacto significativo en la experiencia de dolor y sufrimiento de una persona y en su riesgo de suicido”, añade López Martínez, autor de Duelo, autolesión y conducta suicida. “También puede haber factores sociales más amplios, como la discriminación y la exclusión social”.

Aunque eliminar la estigmatización de las enfermedades mentales debería ser, en principio, positivo, el marco de la salud mental puede acarrear otros problemas, como “crear una barrera entre los que tienen un problema de salud mental y los que no”, en palabras de Calvillo, que recuerda que alrededor del 60% de la población tendrá pensamientos relacionados con la muerte en algún momento de su vida. “Muchas veces los profesionales escuchamos más al síntoma que a la persona, y cuando juntamos una serie de síntomas que coinciden con un diagnóstico del DSM, no vamos más allá. Es más importante saber qué persona tiene un trastorno que qué trastorno tiene una persona”.

"¿De qué curas a alguien que se quiere suicidar? ¿De su propia vida?"

El DSM-I, la Biblia de los psicólogos, fue publicado en 1952 y recogía 106 trastornos mentales; el DSM-IV de 1994, 357; el DSM-V, 298 trastornos con subcategorías, lo que lo eleva a más de 600 diagnósticos potenciales. Además, las definiciones evolucionan: no es igual una depresión hoy que hace 30 años. “Sería más útil diagnosticar de soledad que de depresión”, añade el psiquiatra, que recuerda que nos equivocamos al tratar las enfermedades de salud mental como el resto, y por lo tanto, en tratar de eliminar los síntomas como haríamos con una gripe.

“La gente demanda cuando viene a consulta que eliminemos sus síntomas, pero porque nosotros les hemos dicho una y otra vez que se los podemos eliminar”, razona. “Pero la curación de la ansiedad no es eliminarla como una enfermedad física, sino aprender a vivir con ella y que esa ansiedad tenga un significado distinto. La única manera de eliminarla artificialmente es a través de pastillas, que al cabo de un tiempo empiezan a provocar otros problemas. Entonces, ¿de qué quieres curar a alguien que se va a suicidar? ¿De su propia vida?”

Y entonces, ¿qué?

Calvillo dedica gran parte de su tiempo a impartir programas de prevención del suicidio con adolescentes cordobeses en los que no se habla únicamente de suicidio. Es un tipo de prevención universal en la que les cuenta que “no todo en la vida les va a salir bien, que si quieres no siempre puedes, que algunas veces está bien no sentirse bien, que es normal tener ansiedad si tu cerebro funciona bien, que suicidarse no es de débiles ni de héroes, sino de gente que está sufriendo, que está sola y lo pasa mal”.

"Solo con estar pendientes de las señales, podemos salvar una vida"

Lo más importante que intenta transmitir a los estudiantes, tanto para prevenir el suicidio de sus compañeros como para que tomen conciencia de su situación, es “que estén pendientes por si tienen que escuchar a alguien”. “Lo que intentamos es promover que abran los ojos a su alrededor: mirar hacia afuera es un protector de salud mental, pero, además, solo con estar pendiente de si alguien necesita algo puedes estar salvando una vida; debemos disminuir la tolerancia al sufrimiento ajeno”, añade.

Cuando se le pregunta a Guerrero sobre dónde habría que intervenir, responde con una lista que lleva mucho tiempo en su cabeza: “Mejorar el registro de los datos sobre el suicidio que puedan conocerse a tiempo real, diseñar campañas públicas dirigidas a sensibilizar, concienciar y luchar contra el estigma social que rodea al suicidio, promocionar la salud mental desde las aulas, generar entornos más seguros limitando el acceso a métodos suicidas, garantizando igualdad de oportunidades, eliminar la violencia, abusos o maltrato de nuestra sociedad, creando espacios y aulas inclusivas de verdad, promoción de estilos de vida saludables (evitar el consumo de alcohol y drogas sobre todo en jóvenes), fortalecer nuestro sistema de protección social, hacer accesibles las intervenciones sanitarias de nuestro Sistema Nacional de Salud, invertir en prevención universal, mejorar la formación y capacitación de sanitarios, educadores, agentes clave en detección y abordaje de la conducta suicida, habilitar protocolos de detección de riesgo suicida en poblaciones vulnerables, crear programas o unidades para atender la crisis suicida, habilitar recursos psicoterapéuticos de calidad, accesibles e intensivos, para las personas que presentan ideas o intentos de suicidio”. En definitiva, llevar a cabo todo eso que se ha demostrado que funciona.

Quizá, también, aquello que Francisco Umbral contaba en su Carta a un suicida: “Pienso en Séneca, en Ganivet, en Larra, en nuestros pobres y amados suicidas. Y también en Werther y en el acto gratuito. Yo te hablaré de todos ellos, de todo eso; charlaremos como dos buenos amigos sin sueño, hasta la madrugada; te llevaré a casa borracho de tu muerte, borrachos los dos y convencidos de que hay que suicidarse. Convencidos, pero vivos, ruidosamente vivos, maravillosamente vivos”. Escuchar, acompañar, entender.

Si necesita ayuda o considera que alguno de sus familiares o allegados puede necesitarla, puede llamar al 024, la línea de atención a la conducta suicida. Si se trata de una emergencia, recurra el 112. Los profesionales del Teléfono de la Esperanza llevan 50 años atendiendo casos y puede ponerse en contacto con ellos en el 717003717

“El suicidio, en el fondo, es muy adaptativo. Muy pocas personas que se suicidan quieren morirse, lo que quieren es dejar de sufrir. Es como si alguien está en el piso 100 de un rascacielos incendiado y salta por la ventana. ¿Salta porque quería morir? No, salta porque se estaba quemando. Los humanos no estamos programados para ser felices, como dicen, sino para evitar el sufrimiento. Es el precio que pagamos por haber desarrollado un nivel de conciencia superior a otros animales”.

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