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La educación de los hijos en tiempos de jóvenes sin rumbo
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TENER PERSPECTIVA

La educación de los hijos en tiempos de jóvenes sin rumbo

¿Por dónde debemos empezar? Los edificios que no se caen son los que tienen unas bases firmes, unas raíces sólidas. Y en el ser humano, lo primero de todo es la formación. Educar es convertir a alguien en persona

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Educar es entusiasmar con los valores. Estamos en unos momentos en los que mucha gente joven está perdida, sin saber a dónde ir. Estar perdido es no tener rumbo, ir tirando a ver qué pasa. Veo a muchos jóvenes así.

¿Por dónde debemos empezar? Los edificios que no se caen son los que tienen unas bases firmes, unas raíces sólidas. Y en el ser humano, lo primero de todo es la formación. Educar es convertir a alguien en persona. Educar es conseguir seres humanos con dignidad y criterio. Educar es seducir con modelos sanos, atractivos, coherentes y llenos de humanidad. Por ahí debemos comenzar, con ejemplos de vidas llenas de sentido, atractivas, que nos empujen en esa dirección. Educar es atraer por encantamiento y ejemplaridad.

El gran educador moderno está enfermo y con mal pronóstico: las redes sociales y la televisión. Y no hay ningún indicador que nos diga que va a cambiar en positivo. Pero la primera fuente educativa, donde todo debe arrancar, es la familia, que debe ser una escuela en donde uno se sabe querido por lo que es y no por lo que tiene. Una familia sana es la primera escuela donde uno recibe lecciones que no se olvidan nunca.

Foto: Foto: iStock. Opinión

De niño, dos de mis asignaturas favoritas eran la Geografía y la Historia Sagrada (aunque yo nunca estudié en un colegio religioso, porque así lo decidió mi padre, uno de los primeros psiquiatras españoles, que estudió en Alemania). Me atraían escenas pintadas sobre Abraham a punto de matar a su hijo Isaac con el cuchillo levantado, aquellas en las que se reflejaban las disputas de Esaú y Jacob, o las de la vida de José, el undécimo hijo de Jacob, que fue vendido por sus hermanos y que terminó en casa de Putifar. Yo leía aquellos pasajes bíblicos y mi imaginación volaba, porque en aquella época muchos libros de texto eran ilustrados y esto hacía más fácil comprender lo que se explicaba en ellos.

En casa de mis padres, la educación se prolongaba a lo largo del día y también durante el fin de semana. Desde las normas básicas de urbanidad, pasando por los almuerzos, en los que todos hablaban. Yo era el sexto de siete hermanos y, además, un poco tímido, por lo que muchas veces me limitaba a escuchar y a preguntar lo que no entendía. La figura de mi padre era la de un catedrático de universidad de aquel tiempo (murió en 1974), de una disciplina entonces relativamente incipiente, la psiquiatría, que se había formado en Alemania. Mi madre no era universitaria, pero era un pozo de sabiduría y sentido común, y tenía generosidad para dar y tomar. Los dos marcaron mi personalidad a fuego.

Ahora, al repasar hechos y escenas, estoy lleno de agradecimiento hacia cada uno de ellos. Y veo como una panorámica de lo que debe ser la educación en familia, que es la primera universidad.

Si la familia funciona, la persona va a tener un edificio construido con materiales resistentes. En ella hay un mundo mágico y decisivo. Porque la primera piedra de la educación es la formación. Adquirir una buena formación en general es distinguir lo que es bueno de lo que es malo; tener criterio; saber a qué atenderse; discernimiento: aprender a penetrar en la realidad distinguiendo lo que es mejor y más positivo, para escoger el camino correcto.

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La formación hospeda en su interior distintos ingredientes. Hay dos notas principales que no quiero dejarme en el tintero y plasmarlas cuanto antes: la formación humana y espiritual. La primera aspira a que lleguemos a tener un comportamiento propio de seres humanos, y dentro de ese plano se abren tres grandes cuestiones: inteligencia, afectividad y voluntad. Para mí las tres constituyen el subsuelo en el que debe arrancar la condición humana. Cada una de ellas tiene un largo recorrido.

La inteligencia es la capacidad de síntesis, saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Hay que enseñar a pensar a las personas desde pequeñas, a tener espíritu crítico y a formular argumentos que defiendan sus ideas y creencias. Hay muchos tipos de inteligencias y, en general, unas y otras se llevan a la gresca; parece como si poseer unas, excluyera a otras: inteligencia teórica, práctica, social, analítica, sintética, discursiva, creativa, emocional (tan de moda hoy), fenicia, instrumental, matemática… e inteligencia para la vida (saber gestionar del mejor modo posible la propia trayectoria). Todas tiene en común la captación de la realidad, pero desde diversos ángulos.

La inteligencia se nutre de la lectura. Fomentar este hábito es esencial. Hoy a todos nos cuesta más, pues estamos en la era de la imagen. Pero hay que intentarlo. Debemos tener un par de libros siempre cerca, alternándolos. Y la curiosidad es otro ingrediente esencial. La lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio físico es al cuerpo.

La afectividad es ese purasangre que recorre nuestra persona, que se manifiesta a través de los sentimientos, las emociones y las pasiones. Tener una buena formación sentimental significa tener capacidad para dar y recibir amor. Uno de los puntos básicos en este sentido es aprender a expresar sentimientos: desde dar las gracias, mostrar afecto, saber que la palabra bien empleada es puente de comunicación –te quiero, te necesito, perdóname, ayúdame en este asunto, necesito hablar contigo, tengo un problema y necesito que me orientes…–. Todo eso cultiva, hace prosperar el mundo sentimental y le da fuerza y consistencia.

Foto: Botellón. (EFE/Mariscal)
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La formación humana tiene un elemento decisivo, clave, de una importancia a la larga de gran alcance: la voluntad. Es capacidad para ponerse metas y objetivos, luchar a fondo por irlos consiguiendo; es determinación, firmeza, esfuerzo deportivo por conquistar cimas que nos ayuden a crecer como personas.

¡Qué tarea tan bonita y apasionante tenemos por delante los padres y educadores! Vale la pena ponerse manos a la obra y llevarla a cabo. Somos los padres los primeros educadores y no podemos pretender que nuestros hijos vivan cosas que nosotros no practicamos. En la vida coherente de los padres está la base de una buena educación de los hijos: que entre lo que decimos y lo que hacemos exista una buena relación.

Cuanto más vale una persona, más valora a los demás. Y al revés. No hay secretos para el éxito: este se alcanza con preparación progresiva, trabajando con minuciosidad sobre uno mismo, sacando lecciones de los fracasos y procurando tener un modelo de identidad, para conseguir hacer una pequeña obra de arte de la vida personal. Querer es poder. Voy contra corriente. No me importa, sé que son tiempos difíciles, en los que hay mucha gente desorientada. Para ir contra corriente hoy, hay que estar bien formado y tener ideas claras y criterios coherentes y sólidos, para no dejarse llevar por una sociedad herida por el consumismo y manipulada por los medios de comunicación.

El ser humano es el capital más preciado. La crisis económica es nada comparada con la crisis moral. No saber hacia dónde tirar ni a qué atenerse es mucho más grave. Una educación permisiva y relativista se sitúa lejos de la voluntad y la buena orientación, y destruye el vigor del alma y del cuerpo.

Educar es entusiasmar con los valores. Estamos en unos momentos en los que mucha gente joven está perdida, sin saber a dónde ir. Estar perdido es no tener rumbo, ir tirando a ver qué pasa. Veo a muchos jóvenes así.

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