Menú
¿Lograrán los ajolotes que podamos prescindir de los trasplantes?
  1. Bienestar
BAJO EL MICROSCOPIO

¿Lograrán los ajolotes que podamos prescindir de los trasplantes?

Algunas de las características de este anfibio mexicano que se encuentra en peligro crítico de extinción podrían suponer un antes y un después en el entorno médico

Foto: Un ajolote en un acuario. (iStock)
Un ajolote en un acuario. (iStock)

Vamos por partes. ¿Qué es un ajolote? Se trata de un tipo de salamandra (Ambystoma mexicanum) que actualmente solo vive en Xochimilco y algunos otros lagos cercanos a la ciudad de México. De unos 30 cm de largo en su edad adulta, ha sido definido por la novelista alemana Helene Hegemann como “un bicho de pequeños y graciosos tentáculos, ojos azules brillantes y la sonrisa más amigable que jamás haya visto”. Su nombre procede del dios azteca del fuego Xólotl, que, según la leyenda, se disfrazó de salamandra para evitar ser sacrificado.

Aunque comparte con el resto de las salamandras su carácter anfibio, se le puede calificar del Peter Pan de las mismas, porque conserva rasgos de su etapa juvenil durante todo su ciclo vital con branquias prominentes que sobresalen de la parte posterior de su cabeza, desde la fase de larva y que le permiten no salir del agua durante toda su vida, un comportamiento inusual para un anfibio.

"La propia Tanaka habla de un plazo de 10 o 20 años para lograr algo tan concreto como la regeneración de tejido cardiaco dañado"

Todas las salamandras pueden regenerar un dedo o incluso un fragmento de extremidad si le es amputada, pero esta capacidad es mucho más acusada en el ajolote, que tiene capacidad de volver a regenerar piel, músculos, nervios y demás componentes de la extremidad hasta volver a formarla en su totalidad y lo mismo sucede si se le secciona un fragmento de corazón o de médula espinal, algo inalcanzable para cualquier otro animal vertebrado y por supuesto para la especie humana. Es como si sus células tuvieran la capacidad de regresar a etapas tempranas de su evolución biológica y comportarse como células embrionarias capaces de generar cualquier órgano nuevo. De esta forma, cuando este animal pierde una pata, a diferencia del hombre, cuyas células lo único que hacen es intentar taponar la herida y formar una cicatriz, en el ajolote se diferencian para formar los distintos tejidos dañados… y dar lugar a una nueva extremidad similar a la primitiva.

Se entiende que identificar las señales que inducen a las células a volver a sus estados primitivos y ordenarse de una determinada manera podría ser un paso crucial para reparar tejidos dañados por cualquier enfermedad sin tener que sustituirlos mediante un trasplante. Es decir, si tuviéramos una sustancia o aislásemos unas células de este animal que fueran capaces de ordenar a las células humanas que tienen que regenerarse y formar nuevo tejido cardiaco, nervioso o de cualquier otro tipo, habríamos logrado una de las grandes panaceas de la medicina que nos haría dar un paso de gigante.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

La única forma de que se necesiten menos trasplantes es que seamos capaces de evitar que una serie de enfermedades aparezcan o bien progresen hasta la destrucción de un órgano. Si no lo logramos, solo quedará reemplazarlo por uno sano: el trasplante. El ejemplo más espectacular de reducción de necesidad de trasplantes en los últimos años ha sido la introducción de los tratamientos eficaces antivirus C. Este virus era responsable en España de alrededor de un 40% de las indicaciones de trasplante hepático hasta mediados de la pasada década, algo que ha cambiado de manera dramática desde el uso generalizado de estos tratamientos. Es probable que tardemos mucho tiempo en ver un adelanto médico remotamente parecido, pero lo que si es cierto es que, si fuéramos capaces de regenerar, aunque solo fuera parcialmente, los órganos enfermos (corazón, hígado, riñón, páncreas…), asistiríamos a un descenso en picado de las necesidades de trasplantes: la tantas veces invocada y tan pocas veces conseguida medicina regenerativa.

Volviendo al ajolote, la primera vez que oí hablar de este animal fue hace ya casi veinte años, al que probablemente sea nuestro investigador más internacional, el albaceteño Juan Carlos Izpisúa, asentado hace décadas en California, aunque con múltiples colaboraciones en España y autor de muy importantes contribuciones en el campo de las células madre, la medicina regenerativa y la lucha contra el envejecimiento. Ya entonces ponía grandes esperanzas en las enseñanzas que nos pudiera brindar su estudio y el consiguiente intento de traslación a la especie humana.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Sin embargo, no es mucho lo que se ha avanzado en este tiempo en el terreno práctico. Es cierto que los investigadores que hoy lideran estos trabajos, como Elly Tanaka, del Instituto de Patología Molecular de Viena, o Sandra Edwards, de la Universidad de Dresde, han identificado toda una serie de genes, sustancias e incluso mecanismos de presión dentro de los tejidos dañados que condicionan la regeneración de los mismos, pero no se ve cercano el salto a la aplicación en humanos. De hecho, la propia Tanaka habla de un plazo de 10 o 20 años para lograr algo tan concreto como la regeneración de tejido cardiaco dañado y el plazo podría ser aún mayor para las lesiones medulares.

En definitiva, es probable que las enseñanzas derivadas de una mejor comprensión de la biología de los ajolotes nos proporcionen un enfoque más eficiente de la medicina regenerativa que pueda solucionar situaciones que hoy día solo son tratables cambiando el órgano enfermo mediante el trasplante. Sin embargo, no es verosímil que ello ocurra a corto plazo y, en todo caso, solo solucionaría una parte de las enfermedades que hoy día conducen a la lista de espera. Vamos a seguir necesitando la donación de órganos durante muchos años.

Vamos por partes. ¿Qué es un ajolote? Se trata de un tipo de salamandra (Ambystoma mexicanum) que actualmente solo vive en Xochimilco y algunos otros lagos cercanos a la ciudad de México. De unos 30 cm de largo en su edad adulta, ha sido definido por la novelista alemana Helene Hegemann como “un bicho de pequeños y graciosos tentáculos, ojos azules brillantes y la sonrisa más amigable que jamás haya visto”. Su nombre procede del dios azteca del fuego Xólotl, que, según la leyenda, se disfrazó de salamandra para evitar ser sacrificado.

Salud
El redactor recomienda