La verdadera amistad: premisas para cultivar un poderoso sentimiento
Es un sentimiento positivo entre dos personas, que se inicia por una simpatía y estimación mutua. Es una forma de amor sin sexualidad y encierra una pasión por lo absoluto. Exige grandes dosis de trabajo, y pocas amistades llegan a ser íntimas
Existe una auténtica selva en el mundo del lenguaje afectivo. El campo magnético de los sentimientos forma una telaraña compleja en el que las ideas se cruzan, entremezclan, confunden, avasallan, entran y salen, suben y bajan, giran, se esconden y luego vuelven a aparecer. Todo esto da lugar a una tupida red de significados en la que la imprecisión está a la orden del día, pues la vida y milagros de las emociones cobran alcances y acepciones bien distintas.
La amistad es un sentimiento positivo entre dos personas, que se inicia a través de una simpatía y estimación mutua. Son muchos los fenómenos que se producen en su interior, pero podrían resumirse diciendo que se trata, ante todo, de un estado subjetivo en el que el protagonista es uno mismo. Por medio de este estado se percibe un cambio agradable que recorre la intimidad y la modifica en positivo. Es también una experiencia personal, que conocemos por nosotros mismos y no por lo que nos cuentan otras personas.
Hay diferentes grados de amistad. Porque lo cierto es que pocas amistades llegan a ser íntimas. La amistad supone un cultivo de los sentimientos, trabajo psicológico que exige correspondencia, no puede ser unilateral. No es un sentimiento estático, sino dinámico. Puede ir a más, pero también por diferencias, enfados y tensiones, enfriarse, ir a menos. Utilizamos con demasiada licencia, sin precisión, la palabra amistad. Esta es una forma de amor sin sexualidad y encierra una pasión por lo absoluto.
Cultivar la amistad
En la amistad de cierta intensidad se produce la comunicación de dos vidas y de dos realidades. Uno asiste a la existencia del otro y viceversa. Supone dejar entrar en la ciudadela interior, en los pasadizos del propio castillo, al otro, para que vea y observe lo que allí hay. Este proceso empieza por dejar que el amigo venga a nuestra casa y vea cómo es nuestro hogar y qué estilo de vida tenemos. La amistad es una de las grandes fuerzas de la vida, que tira de nosotros y, al mismo tiempo, nos ayuda a mantener los pies en la tierra.
La amistad es más duradera que el amor, pero menos intensa
La amistad requiere cuidados y mucha atención. Los campos no se riegan a base de trombas de agua, sino gracias a la fina lluvia que empapa la vida poco a poco. Esta humedad cala, perfora, se cuela y penetra en la tierra, empapando hasta las raíces mismas; este es el modo de cultivar una amistad intensa. Cabe preguntarse: ¿es posible tener un verdadero amigo en los tiempos que corren? La respuesta es sin duda afirmativa, pero no hay que olvidar que la amistad profunda implica el riesgo de abrirse al otro, de dejar que nos conozca tal y como somos, siempre teniendo en cuenta los tres ingredientes principales: afinidad (ideas, criterios), donación (capacidad de entregarse) y la confidencia (capacidad y confianza para contar cosas íntimas, personales, auténticos secretos, con la certeza de que aquello es materia reservada y no saldrá de allí).
La verdadera amistad no es fácil de conseguir, pero hay que ir detrás de ella y buscarla y trabajarla para que llegue a un buen nivel. La amistad es más duradera que el amor, pero menos intensa.
El respeto es la clave
Además de los ingredientes anteriores, es fundamental no hablar nunca mal de nadie, bajo ningún concepto. Ello es un síntoma de madurez y equilibrio. Es formidable ver a un amigo nuestro al que nunca hemos oído decir nada en contra de nadie, que se le pone en un aprieto o se le hace una pregunta capciosa en la que debe mojarse, y que tiene el arte y la habilidad de no decir nada negativo. Si no puedo hablar bien del otro, me callo.
El respeto al otro es clave. En las relaciones superficiales hay más laxitud y se puede escapar algo nocivo, descalificante. Siempre hay correveidiles y personas frívolas, y resulta importante no prestarles atención. ¡Cuántos disgustos y malos entendidos se evitan siguiendo esta línea!
Amar es alegrarse con el amigo y sufrir con sus pesares. Alegría y tristeza recíprocas. Amar a Mozart, por ejemplo, es alegrarse de uno de sus conciertos, y celebrar que un hombre así existiera. Amar un paisaje de Castilla es recrearse la vista con aquella visión. Amar de veras a un amigo es alegrarse de que lo hayamos encontrado y querer estar a menudo con él. Amar es el placer con alegría.
La amistad se cultiva
La amistad sirve para el cultivo de los sentimientos. La afectividad es el espacio donde uno vive y se muere. La vida humana es abierta y argumental: no está todo dicho ni todo es definitivo; necesita puntos sólidos en donde apoyarse. Para estar bien con alguien hace falta estar bien con uno mismo. Es decir, haberse uno resuelto como persona y tener un estilo propio, un sello específico, con una buena compensación entre los distintos ingredientes que habitan la personalidad.
La amistad verdadera perfecciona a dos personas: una da lo mejor de sí misma a la otra
Toda amistad, como todo amor, está sujeta a los vientos exteriores, a las vicisitudes y altibajos de la vida. La vida casi nunca es rectilínea, se caracteriza por ser desigual, serpenteante, inesperada… Igual que el amor conyugal sufre padecimientos y debilidades, la amistad sigue los mismos derroteros, y puede sufrir falta de delicadeza, envidia, comentarios desafortunados, olvidos o, simplemente, algo mucho más habitual, que esas dos personas empiecen a verse menos por el motivo que sea y ello provoque distanciamiento, de forma que, poco a poco, los intereses de cada uno no sean participados por el otro.
Cultivar un amigo quiere decir verle, llamarle, conversar con frecuencia, salir y entrar con él, a pesar de que quienes vivimos en ciudades grandes sabemos que resulta difícil ver a los amigos con la frecuencia que uno quisiera.
La amistad verdadera perfecciona a dos personas: una da lo mejor de sí misma a la otra. La amistad exige estar dispuesto a trabajarla dando pasos sucesivos para consolidarla. La madurez es serenidad y benevolencia, ser benevolente es pensar bien y disculpar.
Existe una auténtica selva en el mundo del lenguaje afectivo. El campo magnético de los sentimientos forma una telaraña compleja en el que las ideas se cruzan, entremezclan, confunden, avasallan, entran y salen, suben y bajan, giran, se esconden y luego vuelven a aparecer. Todo esto da lugar a una tupida red de significados en la que la imprecisión está a la orden del día, pues la vida y milagros de las emociones cobran alcances y acepciones bien distintas.
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