Haciendo realidad el mito de Frankenstein: ¿se congelaría usted para retrasar la muerte?
El horizonte de la criopreservación, es decir, la conservación de cuerpos que han fallecido en condiciones de frío intenso con el teórico objetivo de que puedan ser reanimados en un futuro, está cada vez más de moda
Todo el mundo sabe que el frío es capaz de frenar el deterioro de la materia orgánica y aplica este fenómeno a los alimentos en sus frigoríficos. El enfriamiento es capaz de frenar el metabolismo durante más o menos tiempo, dependiendo de la temperatura alcanzada y las condiciones que se apliquen, y hace que la comida se pueda consumir incluso meses después de ser congelada.
Así, existe una técnica capaz de aplicar esto último a personas y animales. Se conoce como biostasis o criopreservación, y no es otra cosa que la conservación de cuerpos en el momento de su fallecimiento en condiciones de frío intenso, con el teórico objetivo de que puedan ser reanimados en un futuro y tratados con los avances médicos que existan entonces.
Este fenómeno se aplica en el ámbito médico desde hace bastante tiempo: la criopreservación o preservación en frío de células y tejidos, mantenidos congelados hasta el momento de ser utilizados para trasplante (arterias, venas, válvulas cardiacas, huesos, células madre de cordón umbilical…) o con fines reproductivos (ovarios, óvulos, esperma…), es algo rutinario en la medicina moderna. Se trata de procedimientos habituales, sin demasiadas controversias, aunque en la medicina reproductiva, los problemas éticos y legales, por ejemplo, al usar células de personas fallecidas, pueden ser importantes.
¿Qué hay detrás de la práctica?
Recientemente, hemos tenido un ejemplo claro al haberse llevado a cabo una gestación subrogada ampliamente publicitada, con el esperma de un hombre muerto hace años. El problema surge cuando partiendo de estos hechos se pretende tomar el todo por la parte y se pasa a afirmar que es perfectamente posible la conservación de personas o animales completos con enfermedades incurables, criogenizados sine die hasta que teóricamente la tecnología avance lo suficiente primero para reanimarlos y luego para tratar la enfermedad que produjo la muerte. En la mitología popular, se atribuye erróneamente a Walt Disney el uso de ello. En realidad, parece que el creador del pato Donald fue incinerado tras morir de un cáncer de pulmón.
Más allá de las habladurías, ¿qué hay detrás de esta práctica de criopreservación de organismos completos tras su fallecimiento, que hasta el momento se ha practicado en no menos de 500 personas (4 españolas) y un número no determinado de mascotas en distintos países del mundo? Desde el punto de vista filosófico, una búsqueda de la inmortalidad, el deseo de retrasar la muerte lo más posible por cualquier método. Desde el punto de vista científico, es algo inviable hoy por hoy. Y desde el económico, un negocio potencialmente enorme que ya tiene abiertos centros donde se ofrece este servicio en países como Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, Suiza y Australia y hasta algún anuncio no concretado en España.
Ya hemos dicho que los elementos más sencillos del cuerpo humano, las células y los tejidos, se pueden congelar, guardar a la temperatura adecuada en nitrógeno líquido durante años en los bancos de tejidos y después ser utilizados con plenas garantías para ser trasplantados, usados en medicina reproductiva o bien en experimentación. Sin embargo, esto no se ha conseguido aún con órganos humanos o animales, mucho más complejos y compuestos por multitud de células distintas y que se comportan de manera diferente. Se pueden obviamente criopreservar, pero al descongelar un hígado, un riñón y no digamos ya un cerebro, estos no vuelven a funcionar.
Una posibilidad imposible
La posibilidad de congelar órganos y que luego funcionen ha sido y es el gran objetivo de muchas investigaciones porque, entre otras cosas, permitiría extraer un hígado o un corazón y en lugar de tener que trasplantarlo contra reloj, poder esperar días o semanas, encontrar el receptor más adecuado y enviarlo sin problemas a grandes distancias: serían los "bancos de órganos", en la actualidad imposibles, pero con cuya existencia se ha jugado ya muchas veces en la literatura de ciencia ficción. En la vida real, entonces, cambiaría por completo la dinámica de los trasplantes de órganos.
Cuando se produce la criogenización, el cerebro del enfermo debe estar ya muerto, jamás se ha podido descongelar sin daño irreversible
Pero hasta la fecha no sabemos hacerlo. Esto, obviamente, imposibilita la criopreservación del cuerpo entero: no se vislumbra ninguna vía para devolverlo a la vida, por mucho que avance la tecnología si sus órganos están ya dañados. De hecho, existe además un problema conceptual aún mayor: cuando se produce la criogenización, el enfermo, o lo que es lo mismo, su cerebro, debe estar ya muerto (en cuyo caso, la vuelta a la vida, referencias bíblicas o mitológicas aparte, no parece que la haya conseguido nadie) o bien pudiera ser que aún no hubiera fallecido, en cuyo caso la criogenización representa la muerte segura, puesto que jamás un cerebro ni mucho menos un animal o persona completa se ha podido descongelar sin daño irreversible: si todavía no está muerto lo estará con seguridad, lo que entraría dentro del código penal.
Los dilemas derivados de este procedimiento son múltiples. Desde un punto de vista legal de cara a herencias y demás, ¿se consideran vivas o muertas estas personas? En un mundo con superpoblación, ¿quién va a querer en el futuro intentar reanimarles y por qué? ¿Quién lo costearía? ¿Es ético dedicar recursos a ello? En el improbable caso de que fuera posible, ¿no podríamos estar entonces creando monstruos inadaptados en una nueva época de la que estarían totalmente desconectados? Si quiebra una de estas empresas, ¿quién mantendría los cuerpos?
La respuesta está en el precio
Con todo esto sobre la mesa, ¿por qué cada vez más empresas y expertos en estas tecnologías han apostado por este camino que ellos mismos reconocen que es tan solo una posibilidad futura, e incluso organizan periódicamente congresos y reuniones científicas que nada tienen que envidiar a los de las multinacionales farmacéuticas presentando un nuevo medicamento? Solo en España ha habido dos en los últimos años.
La respuesta está en el precio de estos servicios que, aunque varían bastante (por ejemplo, en Rusia el servicio es mucho más barato que en Estados Unidos), pueden llegar a los 200.000 dólares si se contratan para un cuerpo entero, o bien 80.000 dólares si tan solo se congela la cabeza a la espera de que cuando se descongele se le encuentre un cuerpo adecuado para trasplantárselo (algo todavía más delirante si cabe), dando forma así al mito de Frankenstein. En este sentido, lo mismo cabe decir de las mascotas congeladas por sus dueños tras su fallecimiento en espera de la resurrección.
Como se ve, un nicho de negocio potencialmente fabuloso y que pone de manifiesto que en el mundo conviven la pobreza más extrema con gente que tiene mucho dinero y nada mejor en lo que gastarlo. Además de los 500 cadáveres y las mascotas crionizadas, actualmente hay más de 3.000 personas que ya se han apuntado en estas empresas para cuando les llegue el día. Basta echar números. El que probablemente sea el más brillante científico español del momento, Juan Carlos Izpisúa, un gran experto en el estudio del envejecimiento (algo que no tiene nada que ver con la criogenización), cuando en uno de estos congresos fue preguntado por este tema, definió la criogenia como "congelar un filete putrefacto". Sin comentarios.
Todo el mundo sabe que el frío es capaz de frenar el deterioro de la materia orgánica y aplica este fenómeno a los alimentos en sus frigoríficos. El enfriamiento es capaz de frenar el metabolismo durante más o menos tiempo, dependiendo de la temperatura alcanzada y las condiciones que se apliquen, y hace que la comida se pueda consumir incluso meses después de ser congelada.
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