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El síndrome del recomendado (I). Cuando el paciente es vip
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'QUÉ ME PASA, DOCTOR'

El síndrome del recomendado (I). Cuando el paciente es vip

Los protocolos médicos están diseñados para prestar la mejor atención posible a todo el mundo. Pero cuando un paciente es rico o famoso, estos protocolos se pueden romper, lo que puede ser muy malo

Foto: Pacientes vip: no todo tiene por qué ser bueno. (iStock)
Pacientes vip: no todo tiene por qué ser bueno. (iStock)

Hace muchos años, siendo yo un candoroso estudiante de medicina, a mi hermano hubo que operarle de apendicitis. No se me ocurrió peor idea que preguntarle a su cirujano (con el que compartía amistades comunes en la parentela), si no le importaba que asistiese a su intervención. Dejando de lado la inconveniencia de presenciar la operación de un familiar cercano, yo estaba lejos de entender la inutilidad de someterle a un estrés sobreañadido. No se negó, pero podía haberlo hecho.

En 1964, Walter Weintraub describió el "VIP syndrome" como “la tendencia [de algunos médicos] a otorgar a un paciente privilegios especiales debido a su estatuto o su riqueza”. El término cobró fuerza más tarde, a raíz de los intentos de asesinato de Ronald Reagan y del papa Juan Pablo II en 1981 (que sucedieron en un escaso intervalo de dos meses). En ambos se hicieron patentes los problemas que surgen cuando dos personalidades conocidas mundialmente necesitan de asistencia urgente. Hasta cuatro miembros del servicio secreto estuvieron presentes en el quirófano durante la intervención de Reagan, algo que está terminantemente prohibido en circunstancias normales. En el caso del Sumo Pontífice, hubo un retraso innecesario en su evacuación por cuestiones protocolarias, que le produjo una importante pérdida de sangre.

"Resultaba chocante que hubiera el mismo recurso para trescientos asistentes que para una ciudad de más de 200.000 habitantes"

En nuestro país denominamos el "síndrome del recomendado" a todas aquellas situaciones en las que la idiosincrasia del paciente puede afectar a su tratamiento. Puede que suceda porque es famoso, o un importante hombre de Estado, o porque es un multimillonario. Puede también ser un médico o un trabajador del propio hospital, o un familiar directo de cualquiera de los dos anteriores supuestos. Este síndrome puede producirse por defecto o por exceso.

En el primer caso, intentamos evitar el sufrimiento de nuestro paciente especial, y solicitamos menos análisis y/o pruebas (es decir, le libramos de pinchazos y molestias), arriesgándonos a la pérdida de un diagnóstico importante. En el segundo (en mi opinión más habitual), consideramos importante cualquier mínima alteración que con otro paciente no lo sería y, con excesiva meticulosidad, iniciamos una escalada de pruebas que no tiene fin. Imaginemos que aparece un aumento de dos puntos en las transaminasas (puede ser hasta un error de la máquina), y nos sentimos obligados a más pruebas que no nos satisfacen y que acaban en una biopsia de hígado, que se complica de manera dramática. Todo por exceso de celo. Es una secuencia absurda que ratifica uno de los aforismos favoritos de mi querido Frederic Larsan: “No hay individuos sanos, sino pacientes poco investigados”.

placeholder Intento de asesinato de Ronald Reagan.
Intento de asesinato de Ronald Reagan.

En un interesante estudio publicado hace ya unos años por el Servicio de Psiquiatría del Hospital General de Massachusetts, en Boston, los autores diferencian en tres grupos los pacientes importantes puesto que “un vip, una celebridad o un multimillonario no son lo mismo y no interaccionan igual con el médico, por lo que cada uno requiere de una estrategia de gestión específica”.

Según los autores, el grupo denominado "celebridades" está formado por los artistas, los políticos, los jefes de Estado o los personajes mediáticos, y tienen la particularidad de que interesan aún más al público si enferman. Aunque durante el ingreso se mantiene el anonimato y se preserva el secreto profesional de manera celosa, el sanitario siente una presión social y mediática que le obliga a mantenerse en alerta, y se siente juzgado ante sus decisiones profesionales, no solo por la opinión pública, sino por el séquito que rodea al famoso, que ni es pequeño ni discreto. Con la celebridad, el problema más importante es la gestión de la información que se da al paciente y sus colaboradores, pero también al exterior. ¿Se imaginan tener a su cargo a Michael Jackson o Diego Maradona? Todas las cadenas de TV se llenarían de debates con expertos en la materia. Y si la evolución no fuera la esperada (previsible a tenor de sus hábitos, poco saludables, en el caso del futbolista), el equipo sanitario será cuestionado en prime time de manera indefectible. ¿Cómo evitarlo? Manteniendo la privacidad del famoso, pero también la del personal que lo trata, evitando su sobreexposición dentro y fuera del recinto.

Foto: El tren-ambulancia de Médicos sin Fronteras cuida a 1.800 personas en Ucrania. (EFE/Andrii Ovod/MSF)
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En un segundo grupo se engloban los pacientes acaudalados o multimillonarios (que pueden ser famosos o no). Al principio de la magnífica serie Sucession, el magnate Logan Roy acaba de tener un ictus y sus hijos atienden a las explicaciones del neurólogo que lo trata. Nada satisfechos, le comunican al médico que traerán al neurocirujano más prestigioso del país al precio que sea, para una mejor valoración. La escena no tiene desperdicio. La manera displicente, chulesca y prepotente de conducirse de todos ellos refleja fielmente lo que el personal sanitario sufrimos a veces en el día a día. En estos casos extremos, los psiquiatras de Boston recomiendan que se les trate como ellos quieren, como personas especiales, porque de esa manera repararán su autoestima, en realidad, muy vulnerable.

En el último grupo se reúnen las personalidades. Se cuenta que vip (acrónimo de very important person) fue acuñado por Winston Churchill para diferenciar altos cargos del gobierno o militares de alto rango. El problema de las personalidades no radica tanto en la presión mediática como sucede con las celebridades (un vip no tiene por qué ser del interés general), sino en el hecho de que su presencia como paciente genera en el sanitario un sentimiento de temor, admiración y/o pena que obnubila su juicio clínico.

Cuando era residente de cirugía en el país vecino, viví una experiencia muy interesante. Portugal organizaba el europeo de fútbol de 2004, y nuestro jefe nos informó de que, durante la celebración del evento, estaría disponible 24 horas al día en nuestro hospital un quirófano preparado por si alguna de las personalidades extranjeras tuvieran la necesidad de una intervención. Todos recibimos la noticia con alegría, ya que estar de alerta para esa posible cirugía vip suponía un plus apetecible, puesto que la vocación, como pueden imaginar, no paga facturas.

placeholder Fama, dinero y poder puede ser igual a peor atención médica. (iStock)
Fama, dinero y poder puede ser igual a peor atención médica. (iStock)

Años después, viví otra experiencia parecida. Formé parte de un equipo de UVI móvil destinada única y exclusivamente para las personalidades que acudían a la cumbre europea de ciencia e innovación en una ciudad del norte de España. Resultaba chocante que hubiera el mismo recurso para trescientos asistentes que para una ciudad de más de 200.000 habitantes. Es curioso este mundo que hemos creado, en el que un grupo de congresistas requieren los mismos requerimientos sanitarios que toda una ciudad. Por cierto, que trabajamos de paisano para evitar que se sintiesen incómodos. ¿Tuvimos que tratar a alguno? A un alemán hubo que colocarle una tirita porque se cortó con un folio.

A veces nos vemos en la necesidad de obligar al paciente a que se levante de la cama y que se mueva para activarse, y resulta complicado si el paciente es una personalidad. Recuerdo lo difícil que me resultaba con un exalcalde de una localidad en la que trabajé, tan habituado como estaba a mandar y a no recibir órdenes. Otro problema puede surgir cuando preguntas al vip sobre determinados hábitos, como el consumo de alcohol o drogas. Es frecuente que ni se plantee dicha cuestión si el médico es menos experto, o la personalidad muy destacada. Por otro lado, si la enfermedad implica deterioro neurológico o psiquiátrico de un alto cargo del Estado, las connotaciones son aún más serias. Recuerden la historia del propio Reagan y la persistencia en negar su enfermedad de Alzheimer por parte de algunos médicos de su séquito.

Foto: Foto: iStock.

Al cirujano de mi hermano le costó encontrar el apéndice inflamado porque se hallaba en posición inusual (retrocecal, en términos médicos). No sé si por ese motivo, o acuciado por mi presencia, pronunció unas palabras que nunca he olvidado: “El síndrome del recomendado. Buscas y buscas [el apéndice] y no aparece por ningún lado”. Aunque fue muy afable en todo momento, debía haberse negado a mi presencia. Yo era un futuro compañero y el paciente un familiar de un médico, es decir, un paciente vip.

Sepan ustedes que los sanitarios también enferman y su ingreso genera terror entre sus compañeros, precisamente por el miedo a que se complique. Eso en el (hipotético) caso de que se dejen tratar, que no es tan sencillo. Pero esa es otra historia que les contaré dentro de quince días. Aquí mismo les espero.

Que se mejoren.

Hace muchos años, siendo yo un candoroso estudiante de medicina, a mi hermano hubo que operarle de apendicitis. No se me ocurrió peor idea que preguntarle a su cirujano (con el que compartía amistades comunes en la parentela), si no le importaba que asistiese a su intervención. Dejando de lado la inconveniencia de presenciar la operación de un familiar cercano, yo estaba lejos de entender la inutilidad de someterle a un estrés sobreañadido. No se negó, pero podía haberlo hecho.

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