¿Influye en algo a nuestra Sanidad la presidencia española de la UE?
La tarea no es nada sencilla porque se mezclan intereses de grandes compañías privadas y corporaciones estatales o regionales, que no siempre confluyen y que no admiten fácilmente ver amenazadas sus posiciones
Enfrascados como estamos desde hace meses en una eterna campaña electoral y con las vacaciones veraniegas a tiro, la presidencia española de turno de la Unión Europea, que al parecer estaba prevista como apoteosis final de legislatura y que comenzó el pasado 1 de julio, apunta a pasar totalmente desapercibida. Si esto es así, y además vamos a tener verosímilmente un cambio de gobierno a mitad del semestre presidencial, cabe preguntarse si estos seis meses europeos van a tener alguna influencia o no en nuestra vida diaria, al menos en el terreno sanitario, que es el que aquí nos ocupa.
Antes que nada decir que la Unión Europea tiene sus instituciones fijas legislativa y de gobierno, el Parlamento y la Comisión Europea, y que luego está el Consejo Europeo (no confundir con el Consejo de Europa, que no tiene nada que ver) formado por los presidentes de Gobierno de todos los países, que toman las decisiones mancomunadas en reuniones a 27. A ello hay que añadir las reuniones sectoriales de los distintos ministros de medioambiente, sanidad, etc, y las innumerables comisiones técnicas centradas en los aspectos incluidos en la agenda, a las que acuden expertos en los temas seleccionados.
Pues bien, lo que implica la presidencia de turno es dirigir todas esas reuniones, seleccionar y orientar los temas prioritarios y continuar con los que han quedado de anteriores presidencias. Todo ello sin ningún poder añadido, ya que todas las decisiones tienen que ser consensuadas y en medio de una torre de Babel en la que todas las intervenciones en cualquier lengua son traducidas a su vez por un verdadero ejército de profesionales multilingües a todos los idiomas oficiales de la Unión. Los 27 países se van turnando en la presidencia, de manera que a cada uno le corresponde cada trece años y medio.
Y, en efecto, la última presidencia española tuvo lugar el primer semestre de 2010. Desde entonces se ha incorporado Croacia y se ha borrado el Reino Unido, con lo que el número de países permanece igual. Como puede imaginarse, no es lo mismo una presidencia de Malta o de Letonia que la de Alemania o la de Francia. Las hay muy activas que impulsan los temas que les interesan y luego están los que ponen el piloto automático y prácticamente se limitan a dar la palabra a los otros 26 miembros.
Por aquel entonces, y desde hacía unos años, la Unión Europea tenía el objetivo de redactar una directiva que regulase la donación y el trasplante de órganos, algo que había creado en el sector muchas expectativas no siempre positivas. La sola posibilidad de que “Bruselas” se inmiscuyera en un campo tan poblado de egos y de intereses como este levantó pasiones desde el minuto uno. De hecho, habían pasado ya seis años desde la aprobación de la directiva de tejidos (totalmente aséptica) sin que avanzase la de órganos con todo tipo de presiones de los países del núcleo duro de la Unión (Francia, Alemania, Reino Unido…). La Comisión decidió que, por su enorme prestigio en materia de trasplantes, nadie más adecuado para desencallar el tema que España, con lo que desde dos años antes las sucesivas presidencias dejaron sin tocar el asunto fiándolo todo al periodo español.
Dicho y hecho, los contactos se comenzaron un año antes y a principios de 2010 pasamos a la ofensiva. La empresa fue de todo menos fácil. Poner de acuerdo a 27 países con todos los pesos pesados y adláteres que acuden con ideas propias y no están dispuestos a comprar las tuyas a cualquier precio supone muchas horas de discusión, mucha diplomacia y mucho trabajo de preparación. Los bloques centroeuropeos, escandinavos o anglosajones ejercían sus presiones a veces contrapuestas, mientras que nosotros contamos con el apoyo valiosísimo del bloque latino, que ayudó y mucho al éxito del proyecto. El ritmo de la discusión del texto propuesto por España debía tener una precisión milimétrica so pena de que los plazos inexorables no nos permitieran aprobarla en tiempo. Solo la enorme autoridad de la ONT permitió desatascar asuntos realmente conflictivos. Mientras tanto, lo aprobado por el Consejo, muy centrado en los aspectos técnicos y legales, había que irlo consensuando con el Parlamento, más preocupado por los temas éticos y de derechos humanos.
En los 5 meses que duró esta tarea viajé a Bruselas en 16 ocasiones, algunas veces con objetivos tan vitales como acabar de negociar el texto con el Parlamento, algo que conseguimos in extremis compartiendo un café con el responsable parlamentario eslovaco en lo que se llamó “el pacto del Mickey Mouse” por ser el nombre del bar de dicha institución donde el texto de una frase atravesada quedó recogido a bolígrafo en un cuadernito que todavía conservo.
Por fin, el 19 de mayo del 2010, el Parlamento Europeo aprobaba clamorosamente con el 96,4% de síes y la sola abstención de los euroescépticos una directiva que fue la primera en sanidad desde la aprobación del Tratado de Lisboa en 2007 y la única en cualquier materia aprobada durante la presidencia española. Todas las legislaciones europeas en este tema, incluida la nuestra, derivan de aquel texto, la Directiva 2010/45/UE Del Parlamento Europeo y del Consejo de 7 de julio de 2010, con buenas dosis del modelo español y que ha permitido la creación de un fructífero espacio europeo de trasplantes y salvar y mejorar así la vida de cientos de miles de ciudadanos europeos.
"Cada año los pacientes de la Unión reciben 25 millones de transfusiones sanguíneas"
Una vez más, la ONT había cumplido con nota, e igualmente cumplirá este semestre en que le toca dirigir el proceso de aprobación de la llamada “Propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo sobre las normas de calidad y seguridad de las sustancias de origen humano destinadas a su aplicación en el ser humano”. Se trata de un ambicioso documento de 129 páginas que persigue modernizar y unificar las directivas en vigor desde principios de siglo sobre trasplantes de tejidos y células, trasfusiones sanguíneas, reproducción asistida y otras terapias surgidas más recientemente como el trasplante de heces o microbiota intestinal, los implantes capilares o la donación y consumo de leche materna, en este momento sin regulación europea ni muchas veces estatal.
Todas estas actividades, tan distintas entre sí tienen en común la aplicación de las llamadas en inglés Substances of Human Origin (SoHO), substancias de origen humano que se aplican con fines terapéuticos, bien sea como trasplantes o por cualquier otra vía o mecanismo como inyección o simple ingestión, excluyendo solamente los órganos que ya están regulados por la directiva del 2010.
Se calcula que, cada año, los pacientes de la Unión reciben 25 millones de transfusiones sanguíneas, un millón de ciclos de reproducción asistida, más de 35.000 trasplantes de células madre sanguíneas y cientos de miles de tejidos como córneas, huesos, cartílagos, piel, vasos sanguíneos o válvulas cardiacas. Se pondrán sobre la mesa, por ejemplo, aspectos tan importantes como determinar si la donación de plasma y hemoderivados sigue siendo altruista como hasta ahora o se admite una cierta retribución y hasta cuánto, en la línea de lo que se hace en Estados Unidos.
La tarea no es nada sencilla porque en este apartado se mezclan intereses de grandes compañías privadas y corporaciones estatales o regionales, que no siempre confluyen y que no admiten fácilmente ver amenazadas sus posiciones, a veces con unas implicaciones económicas muy significativas. Sin embargo, como ocurrió hace 13 años, estoy seguro de que todo saldrá bien y, efectivamente, aspectos muy importantes de calidad y seguridad relacionados con todas estas terapias se van a ver influidos por esta presidencia española y van a beneficiar a los millones de ciudadanos europeos, incluidos por supuesto los españoles, que cada año las reciben.
Enfrascados como estamos desde hace meses en una eterna campaña electoral y con las vacaciones veraniegas a tiro, la presidencia española de turno de la Unión Europea, que al parecer estaba prevista como apoteosis final de legislatura y que comenzó el pasado 1 de julio, apunta a pasar totalmente desapercibida. Si esto es así, y además vamos a tener verosímilmente un cambio de gobierno a mitad del semestre presidencial, cabe preguntarse si estos seis meses europeos van a tener alguna influencia o no en nuestra vida diaria, al menos en el terreno sanitario, que es el que aquí nos ocupa.
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