Encontrarse a uno mismo: ¿en qué consiste la autoestima?
En ocasiones usamos el término 'autoestima' demasiado a la ligera, sin llegar siquiera a comprender exactamente a qué se refiere
Encontrarse o conocerse a uno mismo se ha puesto de moda en los últimos años… Es la autoestima y, como ocurre con otras palabras de la psicología (histeria, depresión, ansiedad, estrés…), se emplea habitualmente en el uso coloquial.
¿Pero en qué consiste conocerse a uno mismo?, ¿qué es la autoestima, en qué consiste, cuáles son sus principales características? La autoestima es fundamental para la supervivencia psicológica; es el final de la travesía de una personalidad bien estructurada. Tiene dos fondos: uno abstracto y otro concreto. El primero se nos escapa de las manos, pues si la autoestima arranca de la valoración de uno mismo en un determinado contexto cultural, tiene un soporte frágil, pues la relación objetiva de todo lo que es valioso depende a su vez de otros contextos.
"Mantinea muestra a Sócrates al final de esta obra que el amor es la contemplación pura de la belleza absoluta"
La autoestima, que es el segundo fondo, se vive como un juicio positivo sobre uno mismo, al haber conseguido un entramado personal coherente basado en los cinco elementos básicos del ser humano: físicos, psicológicos, profesionales, sociales y culturales. En estas condiciones va creciendo la propia satisfacción, así como la seguridad ante uno mismo y ante los demás.
Todo lo referente a la afectividad consiste en un cambio interior que se lleva a cabo de forma brusca en unos casos o paulatina en otros, y que va a significar un estado singular de encontrarse uno consigo mismo, de darse cuenta de la realidad personal, pero partiendo de esa modificación interior.
Definir la estructura de la autoestima involucra a la afectividad que implica adentrarse en todos sus angostos y serpenteantes vericuetos y buscar los aspectos principales que definan el ámbito emocional de una persona. Es la tarea primordial del psiquiatra, quien se introduce en la vida del paciente a través de los sentimientos, con entusiasmo, con tesón, buceando en cada rincón del mismo. No hay que olvidar que la intimidad humana es densa y compleja, está llena de parcelas desconocida. De ahí que tantas veces los sentimientos sean un enigma; los estudiamos, los clasificamos, somos conscientes de sus cambios y de las consecuencias de los mismos, pero debemos tener presente que hay muchos momentos imprevisibles. Este es el aspecto arriesgado de los sentimientos, puesto que no podemos decidir sobre el momento de su manifestación.
El sentimiento más noble que puede habitar en el ser humano es el amor, palabra falsificada en la actualidad debido al abuso, la manipulación y la adulteración que se ha producido. Por ello, convendría precisar, a la hora de referirnos a él, de qué tipo de amor estamos hablando. Hay que impedir a toda costa (todavía estamos a tiempo) que este término se trivialice y entre a formar parte del materialismo imperante. Debemos volver a describir su auténtica naturaleza, su fuerza, su belleza, su placidez; pero también sus exigencias. En definitiva, descubrir su profundidad y su misterio.
El amor para Platón era “el deseo de engendrar en la belleza”; para los neoplatónicos, la ruta fundamental del conocimiento. Platón decía: “El amor es como una locura (…), un dios poderoso que produce el conocimiento y lleva al conocimiento”. En su obra El banquete se esfuerza por demostrar que el amor perfecto se manifiesta en el deseo del bien; el forastero de Mantinea muestra a Sócrates al final de esta obra que el amor es la contemplación pura de la belleza absoluta.
Ortega y Gasset nos dice en Estudios sobre el amor que amar una cosa es empeñarse en que exista. Para Joseph Pieper amar es aprobar, celebrar que lo amado está presente, cerca de uno. El amor es el sentimiento más importante de todos y en torno a él se desarrollan estados sentimentales relativamente parecidos, pero de cualidades diferentes.
La forma habitual de manifestarse la afectividad es a través de los sentimientos, su cauce más frecuente. El término aparece por primera vez en el siglo XII, pero ya en la segunda mitad del siglo X surge la expresión sentir, del latín sentire, percibir los sentidos, darse cuenta, pensar, opinar. Entre los siglos XII y XIII aparecen las palabras sentimental, sentimentalismo, resentimiento. Es en el siglo XVII, con Descartes, cuando el sentimiento aparece por primera vez de una forma precisa y concreta: designa estados interiores pasivos difíciles de descubrir, como si se tratara de impresiones fugitivas.
El pensamiento cartesiano distinguirá entre estados simples y estados complejos. Pascal, por otra parte, opone el sentimiento a la razón, concepción vigente durante más de un siglo. En esa misma línea se encuentran los moralistas franceses e ingleses (La Rochefoucauld, Vauvengargues y Shaftesbury), que llevarán a la práctica el concepto moderno de sentimiento. Malebranche, discípulo de Descartes, describe el sentimiento como una impresión de tonalidad confusa, con ingredientes psicofísicos; su gran mérito fue haber delimitado el carácter irreductible y subjetivo, demostrando su importancia a nivel individual, como modificador de una trayectoria biográfica.
Más tarde, Leibniz abre una vía más intelectual de los sentimientos al afirmar: “Tout sentiment est la perception confuse d’une vérité”. Kant habla de las tres facultades del alma: el conocimiento, el sentimiento y el deseo.
Por su parte, el Romanticismo hizo una exaltación del mundo sentimental, elemento decisivo para la creación artística, con dos notas esenciales: su residencia en la máxima humana y su capacidad para revelar el principio infinito de la realidad.
Para la psicología y la psiquiatría modernas el sentimiento es un estado subjetivo difuso que tiene siempre una carga positiva o negativa. Esto significa que no existen sentimientos neutros. Por tanto, la experiencia interna es siempre de aproximación o de rechazo. Los sentimientos invitan al hombre a una excursión por el interior de su intimidad.
Encontrarse o conocerse a uno mismo se ha puesto de moda en los últimos años… Es la autoestima y, como ocurre con otras palabras de la psicología (histeria, depresión, ansiedad, estrés…), se emplea habitualmente en el uso coloquial.