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Dejemos de mentir: no es dieta mediterránea, es dieta española
  1. Bienestar
una 'occidentalización' constante

Dejemos de mentir: no es dieta mediterránea, es dieta española

A pesar de seguir en el 'top 4', otros países están aumentando su esperanza de vida mucho más que nosotros. Cada vez seguimos menos nuestra forma tradicional de comer, y esto tiene serios riesgos

Foto: Arroces típicos españoles. (iStock)
Arroces típicos españoles. (iStock)

Una buena alimentación es esencial para una vida larga y saludable, eso es de cajón. Puede que en España nos falten muchas cosas, que nos quejemos de la Administración y las instituciones, de nuestras costumbres y tradiciones o de la sociedad en general. Pero los datos son claros: somos los segundos que más vivimos de Europa por detrás de Suiza. De media, según datos de la Organización Mundial de la Salud, en el momento en el que nacemos tenemos una esperanza de vida media de 83,2 años (80,7 en el caso de los hombres y 85,7 en el de las mujeres).

Esto nos coloca en la cabeza mundial en esperanza de vida, solo por detrás de Japón, Suiza y Corea del Sur (el primero a 1,1 años de distancia, pero los otros dos a menos de dos décimas). El estilo de vida mediterráneo también se refleja en la lista, pero muy por detrás: Chipre en sexta posición, Italia en séptima, Israel en novena, Francia en undécima, Malta en decimoséptima y Grecia en vigesimoctava.

La evolución de la esperanza de vida en EEUU es una llamada de atención para evitar la 'occidentalización' de la dieta española

El resto de representantes mediterráneos están todavía más atrás: Croacia y Turquía en los puestos 38 y 39 respectivamente (no se llega a los 80 años de media) y el resto más y más abajo. ¿Es la dieta mediterránea la clave para una vida larga? Todos los países nórdicos superan la barrera de los 81,3 años de esperanza de vida, y eso con sus limitadas gastronomías, donde necesitan aceite de hígado de bacalao para tener niveles aceptables de vitamina D. ¿Es la gastronomía nórdica la más sana del mundo?

Con la popularización de la dieta mediterránea hemos aceptado que cualquier cosa que tenga, en mayor o menor medida, aceite de oliva y un par de verduras es sana. Pero los datos son claros: en España se vive más, y no solo por nuestro sistema de salud, sino por la alimentación y nuestro estilo de vida. A esto también hay que sumar otros aspectos más que relevantes, como los altos estándares de salubridad que tenemos o el acceso al agua potable.

Foto: Foto: Unsplash/@brookelark.

Pero volviendo a la dieta mediterránea, cuando hacemos mención a ella en realidad, aunque compartamos multitud de ingredientes, hacemos referencia a la alimentación del sur de Europa. De todos modos, resulta ilógico meter en un mismo saco lo que comemos nosotros y lo que comen los griegos o los italianos (tanto en teoría como en la práctica).

Una evolución, a peor

En el año 2019, un grupo de investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid y de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) llevó a cabo un estudio en el que analizaron las diferencias entre la dieta española real y la supuesta dieta mediterránea. Cada vez que leemos un artículo que hace mención a lo que supuestamente comemos, podemos ver que hay incongruencias con lo que ingerimos realmente. En la dieta mediterránea tradicional se recomienda un consumo abundante de frutos secos y semillas, cosa que, según se explica en el estudio, es muy escaso en España.

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Foto: iStock.

Por otro lado, el consumo recomendado de dulces supera con creces los niveles estándar y también escasea el pescado o las verduras (aunque en menor medida). La dieta que seguimos no es la mejor que podríamos llevar, pero los resultados de estudios similares en otros países muestran desajustes mucho más amplios (como en el caso de Italia, donde el consumo de productos lácteos supera los límites recomendados con un amplio margen).

Estos trabajos científicos avisan de la occidentalización de las dietas de los países del sur de Europa, los más sanos del continente, y de las posibles repercusiones que esto puede tener en el futuro. La evidencia científica de los beneficios de la dieta mediterránea son de todo menos escasos. Se ha vinculado a una bajada del riesgo de enfermedad cardiovascular, a un descenso de las tasas de diabetes tipo 2, a una reducción de la aparición del deterioro cognitivo, a un menor riesgo de cáncer... La lista es inmensa.

Foto: Fuente: iStock

Es posible que esa adopción de dietas más insanas esté detrás de la ligera reducción de la esperanza de vida en nuestro país. La primera vez que se superó la media (de hombres y mujeres) de los 83 años, según datos de la OMS, fue en 2016 cuando se situó en los 83,11. Se mantuvo estable en 2017, en 2018 se alcanzaron los 83,19 y en 2019 llegamos a nuestro máximo histórico, con 83,58. Después de eso (con ayuda del covid-19) ha descendido gradualmente hasta volver a niveles de 2018. Es un ligerísimo paso atrás, pero uno relevante, pues hemos pasado de la segunda a la cuarta posición a nivel mundial en esperanza de vida.

Teniendo siempre en cuenta que la alimentación no es el único factor que determina cuánto vivimos, su influencia en este dato es mayúscula, y si vemos datos como los aportados por científicos como E. Dylan Mayer de la evolución que está sufriendo EEUU en su alimentación y el descenso, cada vez más acusado, de la esperanza de vida, debemos plantearnos hacer todo lo posible para volver a nuestras raíces y hacer, de nuevo, que la dieta mediterránea sea lo mismo que la dieta española.

Una buena alimentación es esencial para una vida larga y saludable, eso es de cajón. Puede que en España nos falten muchas cosas, que nos quejemos de la Administración y las instituciones, de nuestras costumbres y tradiciones o de la sociedad en general. Pero los datos son claros: somos los segundos que más vivimos de Europa por detrás de Suiza. De media, según datos de la Organización Mundial de la Salud, en el momento en el que nacemos tenemos una esperanza de vida media de 83,2 años (80,7 en el caso de los hombres y 85,7 en el de las mujeres).

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