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¿Puede un cirujano operarse a sí mismo?
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'QUÉ ME PASA, DOCTOR'

¿Puede un cirujano operarse a sí mismo?

Para operar a un semejante se requiere de muchos años de formación como especialista. Ahora bien, ¿podría un cirujano intervenirse a sí mismo? Además de reunir el coraje necesario, ¿es técnicamente posible?

Foto: Leonid Rógozov, realizándose una apendicectomía en la Antártida.
Leonid Rógozov, realizándose una apendicectomía en la Antártida.

Es habitual que los cirujanos soñemos que estamos operando. En mi caso, a veces, es angustioso: estoy en medio de una cirugía, pido una pinza para agarrar una arteria que sangra y, aunque lo hago de manera insistente, esta no aparece y… ¡todo se llena de sangre! Por fortuna, te despiertas y te das cuenta de que solo ha sido una pesadilla. Otros compañeros sueñan que se están operando a sí mismos y se pasan toda la intervención sufriendo de manera doble: como cirujano y como paciente. Supongo que a todos los profesionales les sucede igual: los pilotos soñarán que se les acaba la gasolina en pleno vuelo o que las ruedas han desaparecido cuando despliegan el tren de aterrizaje, y así será también para el resto de los colectivos. Pero lo de operarse a sí mismo no tiene por qué ser solo un sueño. De hecho, ya ha pasado en la vida real.

En la segunda mitad del siglo XX, el cirujano ruso Leonid Rógozov participó en una expedición soviética a la Antártida de menos de un año de duración. Un día comenzó a sentir síntomas de debilidad, fiebre y náuseas. Horas después, se instauró un dolor fijo en la fosa ilíaca derecha (que es la región anatómica correspondiente a la zona inferior-derecha del abdomen) que resultaba incoercible con los analgésicos habituales. Rógozov empeoró. Tenía claro que era una apendicitis, puesto que él ya había operado a pacientes con los mismos síntomas. Se descartó un traslado inmediato a un centro hospitalario, ya que estaban a 36 días por mar de Rusia y el tiempo atmosférico impedía traslado aéreo. Para empeorar las cosas, ninguno de sus compañeros tenía formación sanitaria.

"¡Mis pobres asistentes! Estaban ahí vestidos con las batas blancas quirúrgicas, pero más blancos que ellas"

Rógozov era consciente que una apendicitis no tratada acabaría en una peritonitis mortal si el apéndice infectado explotaba y llenaba la cavidad peritoneal con pus, por lo que decidió que su única posibilidad para salvar la vida era autooperarse. El primer y lógico problema de su autocirugía fue aceptar que no podía utilizar bajo ningún concepto la anestesia general, así que optó por usar un anestésico local. Luego escogió dos ayudantes principales que le asistirían en la cirugía proporcionando el instrumental, posicionando la lámpara y sosteniendo el espejo. Fue tan sistemático en los preparativos que incluso instruyó al resto de sus compañeros con indicaciones precisas sobre lo que deberían hacer si sufría una parada cardiaca durante la intervención (cómo inyectarle adrenalina y practicarle maniobras de resucitación cardiopulmonar).

El día 30 de abril de 1961, Leonid Rógozov se colocó en posición semirreclinada, desinfectó la zona e hizo la primera incisión en su piel. Usó el espejo solo para maniobras de precisión y la mayor parte de las veces se guio por la palpación, puesto que le dificultaba los movimientos (su mano derecha aparecía en la imagen como la izquierda, y así todas las estructuras anatómicas). A los 30-40 minutos del inicio del procedimiento empezó a sentirse mareado. "¡Mis pobres asistentes! Estaban ahí vestidos con las batas blancas quirúrgicas, pero más blancos que ellas", escribiría Rógozov más tarde en el boletín de información de la Soviet Antarctic Expedition [puede consultarse en internet]. La intervención duró dos horas y Rógozov acabó desmayado. La cirugía había concluido con éxito.

placeholder Evan O’Neill Kane, solucionándose una hernia inguinal delante de la prensa.
Evan O’Neill Kane, solucionándose una hernia inguinal delante de la prensa.

Rógozov pasó a la historia por completar la primera autoapendicectomía de la historia. A los cinco días, la fiebre fue cediendo y tras dos semanas volvió a sus rutinas de expedicionario. Su increíble historia no pasó desapercibida. Se daba la casualidad de que, tan solo dieciocho días antes, su compatriota ruso Yuri Gagarin se había convertido en el primer hombre que en visitar el espacio, por lo que la propaganda soviética convirtió a ambos en el prototipo del superhéroe nacional (los dos pioneros tenían 27 años y venían de la clase trabajadora). Rógozov recibió el galardón soviético de la Orden de la Bandera Roja del Trabajo, un premio que honra las hazañas de quienes prestan servicios al Estado.

Quería saber también "si la anestesia local es una opción tolerable para estos procedimientos"

¿Fue nuestro héroe ruso el primero en autooperarse? Evan O’Neill Kane, cirujano estadounidense de ideas innovadoras (pionero en el uso de música como terapia en quirófano e inventor de instrumental quirúrgico), pasó a la historia por las intervenciones que se realizó a sí mismo. Su historial como paciente-cirujano se remonta al año 1919, cuando Kane se amputa a sí mismo un dedo infectado. Tres años después, realiza una apendicectomía de su propio apéndice con anestesia local, procedimiento que atrajo la atención mediática de la época. Kane se ayudó de espejos para ver el área de trabajo y al día siguiente se dio el alta. Declaró a la prensa que sus motivaciones se debían a la “necesidad de a experimentar el procedimiento desde la perspectiva del paciente”. Quería saber también “si la anestesia local es una opción tolerable para estos procedimientos”. Finalmente, en 1932, Kane, que ya tenía 70 años, se reparó su propia hernia inguinal bajo anestesia local. Con la asistencia in situ de la prensa, la operación duró alrededor de dos horas. Tres días después ya estaba trabajando en el quirófano, totalmente restablecido. Falleció unos meses después por neumonía.

placeholder James Franco y Danny Boyle llevaron al cine la historia de Aaron Ralston en '127 horas'.
James Franco y Danny Boyle llevaron al cine la historia de Aaron Ralston en '127 horas'.

Ricemos el rizo. ¿Puede operarse a sí mismo alguien que no es cirujano? Que le pregunten a Aaron Ralston, quien en 2003, cuando hacía senderismo en Bluejohn Canyon (Utah), una roca desprendida atrapó su brazo derecho en la pared. Como no había contado a nadie dónde estaba y no tenía móvil, supo al instante que su vida estaba en peligro. Durante 127 interminables horas trató, sin éxito, de liberar el brazo, hasta que, exhausto y sin agua, grabó su nombre en la roca y una despedida en su videocámara. Pero cuando el ser humano está entre la vida y la muerte, el instinto de supervivencia aflora. Ralston tomó la determinación de amputarse el brazo. Para aumentar el dramatismo y el sufrimiento, utilizó una herramienta que no reunía las condiciones mínimas para la terrible empresa que tenía por delante. Él mismo la describió más tarde como "lo que obtendrías si compras una linterna barata y de regalo viene algo que llaman una herramienta multiuso". Después de mucho trabajo y un padecimiento inimaginable, logró liberarse. Estaba débil y muy lejos de su vehículo, pero, por suerte, en el camino encontró unos turistas que alertaron a las autoridades. Fue finalmente rescatado seis horas después de la amputación y su brazo recuperado para, tiempo después, ser incinerado por el propio Ralston. Seis meses más tarde, el día de su cumpleaños, volvió al lugar del accidente y esparció las cenizas de su brazo “donde realmente pertenecen”, según manifestó, visiblemente emocionado.

El doctor Frederic Larsan, cirujano (y amigo personal de quien escribe estas líneas), siempre vocifera que “a mí solo me operan si entro en quirófano con los pies por delante” en alusión a la reticencia de los cirujanos [la mayoría] a someterse a cualquier procedimiento estando conscientes. Este miedo se debe, en parte, a la teoría del síndrome del recomendado, del que ya hablamos en otra ocasión y que sugiere que las complicaciones suelen ser más frecuentes si el paciente es médico. Si para un cirujano operarse supone un reto personal, ¿qué podríamos decir en el caso de que este tuviera que hacérselo a sí mismo? Sin duda, a la preocupación como paciente se sumaría la inquietud del profesional consciente de que cualquier intervención, por rutinaria que parezca, es susceptible de complicarse.

No quiero ni pensar el calvario que sufrió Leonid Rógozov hasta que tomó la decisión, ni el valor que tuvo que echarle para usar el bisturí en su propia carne. La noche anterior a la cirugía escribió en su diario: "No he podido dormir en toda la noche. ¡Me duele como el demonio! Una tormenta de nieve azota mi alma, gimiendo como cien chacales. No hay todavía síntomas de perforación, pero una sensación opresiva de mal presagio pende sobre mí... Tengo que pensar en la única salida posible: operarme a mí mismo... Es casi imposible, pero no puedo simplemente cruzarme de brazos y darme por vencido…".

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Desconozco si el cirujano ruso conocía los antecedentes de su colega estadounidense Evan O’Neill Kane. Era la época de la Guerra Fría y el telón de acero impedía la divulgación científica de un bando a otro. Si bien, para los soviéticos, Rogofov fue el pionero, Kane ya se había realizado una autoapendicectomia antes que el ruso. No obstante, debe distinguirse la motivación de uno y de otro: no es lo mismo que un cirujano se opere a sí mismo por cuestión de vida o muerte, que lo haga impelido por una necesidad de notoriedad, como parece que fue el caso de Kane. En fin. Lo que sí les aconsejo es que no lo intenten en sus casas y acudan a un especialista. Nuestra sanidad goza de cirujanos competentes y sobradamente preparados.

Hoy en día, la apendicectomía es obligatoria para los exploradores antárticos de varios países, como es el caso de Australia. Se ha sugerido también la posibilidad de que lo sea para los futuros astronautas que sean enviados a colonizar en Marte o la Luna. De cualquier modo, es importante extirpar quirúrgicamente el apéndice ante cualquier posibilidad de que este esté inflamado, puesto que si no se hace puede producir una peritonitis que desemboque en una sepsis mortal. Como dice Larsan: “Con las apendicitis más vale operar que certificar”. A todo esto: les recomiendo la serie The Nick (HBO Max) y, en particular, su impactante final. Quienes ya la han visto saben a qué me refiero y por qué.

Que se mejoren.

Es habitual que los cirujanos soñemos que estamos operando. En mi caso, a veces, es angustioso: estoy en medio de una cirugía, pido una pinza para agarrar una arteria que sangra y, aunque lo hago de manera insistente, esta no aparece y… ¡todo se llena de sangre! Por fortuna, te despiertas y te das cuenta de que solo ha sido una pesadilla. Otros compañeros sueñan que se están operando a sí mismos y se pasan toda la intervención sufriendo de manera doble: como cirujano y como paciente. Supongo que a todos los profesionales les sucede igual: los pilotos soñarán que se les acaba la gasolina en pleno vuelo o que las ruedas han desaparecido cuando despliegan el tren de aterrizaje, y así será también para el resto de los colectivos. Pero lo de operarse a sí mismo no tiene por qué ser solo un sueño. De hecho, ya ha pasado en la vida real.

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