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El doctor Frankenstein realmente existió y era ruso. Esta es su historia
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'¿Qué me pasa, doctor?'

El doctor Frankenstein realmente existió y era ruso. Esta es su historia

Aunque fue uno de los mayores cirujanos experimentales del siglo XX y sus trabajos sentaron las bases del trasplante cardiaco, muchos le llamaron el doctor Frankenstein por crear perros con dos cabezas. Hablamos de Vladimir P. Demikhov

Foto: El actor Peter Cushing interpretando al doctor Frankenstein para las películas de la Hammer. (Wikimedia Commons)
El actor Peter Cushing interpretando al doctor Frankenstein para las películas de la Hammer. (Wikimedia Commons)

Estoy harto de decirlo. ¿Cuándo llegará el día en el que los guionistas de las películas abandonen los secuestros, las explosiones y los disparos y se centren en la historia de la medicina? Las biografías de los primeros cirujanos son dignas de un guion de Oscar; aquellos que, con inventiva y coraje, allanaron el terreno a los profesionales que operamos hoy en día. Sin ellos, la medicina actual no sería la misma. Uno de esos testimonios de película es el del protagonista de hoy, Vladimir P. Demikhov, considerado el doctor Frankenstein por trasplantar una cabeza de un perro a otro, de forma que el receptor pasaba a tener dos cabezas vivas que bebían leche al unísono. Terrorífico, ¿no? Pues les invito a que juzguen si merecía (o no) tal apodo.

Foto: Foto: iStock.

Vladimir P. Demikhov nace en 1916 en el seno de una familia de campesinos, un año antes del inicio de la Revolución rusa. Con dieciocho años se traslada a Moscú para estudiar biología, y no tarda en demostrar sus capacidades inventivas: en 1937 diseña el primer dispositivo de asistencia cardiaca (lo que podríamos considerar hoy en día un corazón artificial externo), que implanta a un perro al que ha extirpado previamente el corazón. Logra mantenerlo con vida durante cinco horas y demuestra que un organismo puede vivir sin un corazón, con el apoyo de una máquina. Todo un hito de la ciencia que pasa desapercibido en un ambiente político y social convulso.

Después de graduarse, obtiene plaza de asistente en el departamento de Fisiología. Ahí comienza con extraños experimentos, como la implantación de un corazón en la región inguinal de un perro. Los resultados no son buenos, porque "debido a sus particulares características, el corazón solo puede funcionar activamente cuando se trasplanta dentro del tórax", como él mismo cuenta en su libro Trasplante experimental de órganos vitales.

De salvar soldados a los trasplantes en animales

La Segunda Guerra Mundial interrumpe su labor de investigación y es obligado a servir a la patria en un hospital de campaña donde presencia los horrores de la guerra. Comienza a atender a muchos soldados que se han disparado a sí mismos para ser hospitalizados y escapar del frente (es un crimen de guerra castigado con la pena de muerte). Demikhov, que actuaba de manera habitual como perito forense (determinaba si las lesiones eran autoinfringidas), miente en sus informes a las altas instancias militares, y salva a muchos soldados autolesionados afirmando que han sido consecuencia del fuego enemigo.

placeholder Combo fotográfico que muestra a un mono que recibió el corazón de un cerdo clonado. La intervención se realizó en 2012 en Corea del Sur. (EFE/Yonhap)
Combo fotográfico que muestra a un mono que recibió el corazón de un cerdo clonado. La intervención se realizó en 2012 en Corea del Sur. (EFE/Yonhap)

Finalizada la guerra, a principios de 1946, vuelve a la experimentación con perros, y realiza trasplantes heterotópicos de corazón, de pulmón y de corazón-pulmón en bloque [heterotópico quiere decir que se trasplanta un órgano sin quitar el anterior]. Los resultados son poco prometedores, pero el 30 de junio de 1946 un perro sobrevive durante 9.5 horas a un trasplante heterotópico de corazón y pulmón. Es el primer éxito genuino y documentado de Demikhov con este procedimiento.

Foto: Detalle de la máquina. Foto: Youtube

En la década de 1950, un comité de revisión del Ministerio de Salud de la Unión Soviética decide que el trabajo de Demikhov es poco ético y le ordena que detenga sus proyectos de investigación. Sin embargo, aunque sus experimentos son famosos (y, para muchos, crueles), sus contactos militares le permiten continuar. Trabaja de manera febril y su tesón obtiene su recompensa: en las Navidades de 1951 realiza el primer trasplante de corazón ortotópico en un perro [ortotópico quiere decir que el órgano implantado ocupa la posición anatómica normal porque se substituye el anterior].

En 1951, Demikhov abre una senda que después utilizaría Christiaan Barnard y otros pioneros de la trasplantación cardiaca en humanos

En poco tiempo gana experiencia con resultados prometedores: dos de los veintidós perros con un trasplante ortotópico viven más de once horas, tiempo suficiente para demostrar que un corazón recién implantado puede funcionar en vez del nativo. Sin ser consciente, Demikhov acababa de abrir una senda que después utilizaría Christiaan Barnard y otros pioneros de la trasplantación cardiaca en humanos.

El límite del ingenio humano

El trabajo de nuestro protagonista tiene más mérito aún si tenemos en cuenta que sus cirugías las realizaba sin el apoyo de la máquina corazón-pulmón (o máquina de circulación extracorpórea) que hoy en día se usan en las intervenciones de corazón (y, por supuesto, cada vez que se realiza un trasplante). Demikhov confiaba en su rapidez y pericia, y en unas preparaciones basadas en trabajos del fisiólogo Ivan P. Pavlov, que hoy en día recordamos de manera coloquial como el del “perro de Pavlov”. Este mismo Pavlov es autor de una frase que siempre le sirvió como inspiración a Demikhov: “La regla fundamental de la investigación en fisiología es que los experimentos lleguen allá donde alcance el ingenio humano”. Una reflexión que, sin duda, mantuvo hasta las últimas consecuencias.

placeholder Ivan Paulov con uno de sus perros en sus estudios sobre acondicionamiento clásico.
Ivan Paulov con uno de sus perros en sus estudios sobre acondicionamiento clásico.

Demikhov no solo fue pionero en la trasplantación cardio-pulmonar. En 1953 realiza la primera derivación coronaria de la historia. Para que comprendan mejor, se trata de hacer empalmes en las arterias coronarias [las coronarias son las arterias del corazón cuyas oclusiones son las responsables de los infartos] para que la sangre llegue más allá de la obstrucción. Aunque esta cirugía fue considerada como excéntrica y poco práctica (la desinformación y el telón de acero tuvieron parte de culpa), hoy en día la realizamos rutinariamente porque evita infartos y mejora la calidad de vida de los enfermos con lesiones coronarias.

La noticia de su perro de dos cabezas se difundió por todo el mundo y se generaron discusiones éticas y controversias de toda índole

Pero si hay algo por lo que nuestro protagonista es recordado es por sus experimentos de trasplante de cabeza. En 1954 implantó la cabeza, los hombros y las patas delanteras de un cachorro en el cuerpo de un pastor alemán y lo presentó a los medios de comunicación [existen videos en YouTube que son verídicos]. Ambas cabezas olían, veían y tragaban. Demikhov daba leche en un plato y las dos cabezas lamían al unísono, ante el estupor de los periodistas. Como el cachorro implantado tenía conectadas las arterias, las venas y la tráquea, pero no el esófago, la leche que lamía se escapaba por la sutura y se derramaba en el suelo, en una de las escenas más aterradoras que nadie ha podido imaginar jamás.

En total creó un total de veinte perros de dos cabezas que no duraron mucho tiempo, ya que sucumbían por el rechazo de tejidos (un problema que sufrieron los primeros humanos trasplantados al corazón hasta que se descubrió la inmunosupresión). La noticia de su perro de dos cabezas se difundió por todo el mundo y se generaron discusiones éticas y controversias de toda índole. Había nacido el Frankenstein de perros.

Reconocimiento tardío

Por culpa de la polémica, y por la Guerra Fría, Demikhov tuvo un reconocimiento tardío. En 1960, fue admitido como miembro en la Real Sociedad Científica de Uppsala (Suecia). Dos años después, el doctor Christiaan Barnard, de viaje organizado al otro lado del telón de acero, se desvió de la comitiva para visitarlo. "Sin duda fue un hombre notable, que realizó toda la investigación antes de la circulación extracorpórea. Siempre he sostenido que si hay un padre del trasplante de corazón y pulmón, Demikhov ciertamente merece ese título", dijo de él, quien cinco años después se convertiría en el primer cirujano en realizar un trasplante cardiaco en un humano.

Foto: Leonid Rógozov, realizándose una apendicectomía en la Antártida.
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La influencia de Demikhov en Barnard queda reflejada por algunos testimonios que aseguran que, cuando se publicó el experimento de trasplante de cabeza del ruso, aseguró molesto lo siguiente: “Cualquier cosa que esos rusos puedan hacer, nosotros también podemos”. El profesor Sir Raymond Hoffenberg llegó a afirmar que vio cómo el propio Christiaan Barnard implantaba una cabeza de perro en otro, repitiendo la operación experimental que había realizado el ruso.

En abril de 1989, la Sociedad Internacional de Trasplante de Corazón y Pulmón le otorgó el primer Premio Pionero por liderazgo en el desarrollo del trasplante intratorácico y el uso de corazones artificiales. Después de sufrir un derrame cerebral que le afectó de forma irreversible a la memoria, falleció en su pequeño apartamento a las afueras de Moscú el 22 de noviembre de 1998.

Esta ley establece una serie de normativas que buscan garantizar el bienestar de los animales utilizados en la investigación

El legado de Demikhov no deja a nadie indiferente. Algunos consideran que su trabajo estaba en la vanguardia de la investigación quirúrgica y otros lo estiman como fantasioso o vulgar. Hoy en día las cosas son bien diferentes. En nuestro país, la experimentación animal está regulada por la Ley 32/2007, de 7 de noviembre, para el cuidado de los animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio. Esta ley establece una serie de normativas que buscan garantizar el bienestar de los animales utilizados en la investigación y minimizar su sufrimiento. Para llevar a cabo experimentos con ellos, los investigadores deben obtener autorizaciones específicas y seguir protocolos éticos estrictos.

En una época en la que un telón de acero dividía el mundo, a un lado teníamos a Demikhov, el demonio ruso, regordete y calvo

No me negarán que la historia de Demikhov no da para una buena película. En una época en la que un telón de acero dividía el mundo, a un lado teníamos a Demikhov, el demonio ruso, el Frankenstein comunista, regordete y calvo. Al otro, Barnard, arrogante, con don de gentes, atractivo y con una lista de conquistas dignas de un galán de Hollywood. Es curioso cómo se les recuerda de manera diferente (a uno se le demoniza y al otro se le idolatra) y, sin embargo, ambos llegaron a cometer experimentos que hoy nos parecen irreales.

Como dice el doctor Frederic Larsan (que, como buen cirujano, no da puntada sin hilo): “Lo importante no es que seas buen o mal cirujano, sino que digan de ti que eres buen cirujano”. No puedo estar más de acuerdo con mi querido amigo, sobre todo si pienso en todos los soldados que Demikhov salvó del fusilamiento durante la guerra. ¡Ojo!, no es mi intención ensalzar a Demikhov sobre Barnard, pero, como dice ese aforismo tan habitual (y que viene que ni pintado al tema): “Maté un perro y me llamaron mataperros”.

Que se mejoren.

Estoy harto de decirlo. ¿Cuándo llegará el día en el que los guionistas de las películas abandonen los secuestros, las explosiones y los disparos y se centren en la historia de la medicina? Las biografías de los primeros cirujanos son dignas de un guion de Oscar; aquellos que, con inventiva y coraje, allanaron el terreno a los profesionales que operamos hoy en día. Sin ellos, la medicina actual no sería la misma. Uno de esos testimonios de película es el del protagonista de hoy, Vladimir P. Demikhov, considerado el doctor Frankenstein por trasplantar una cabeza de un perro a otro, de forma que el receptor pasaba a tener dos cabezas vivas que bebían leche al unísono. Terrorífico, ¿no? Pues les invito a que juzguen si merecía (o no) tal apodo.

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