"¿Quién me sostendrá el pecho?": cómo Fanny Burney narró su propia mastectomía en 1811
A principios del siglo XIX, una escritora británica se sometió a la amputación de uno de sus senos con solo una copa de vino como anestesia, y vivió 30 años más. Desde entonces, hemos dado pasos de gigante
"El doctor Moureau entró en mi dormitorio para ver si estaba dispuesta. Me dio un vino cordial y nos dirigimos a la recámara". Así narró la escritora británica Frances 'Fanny' Burney en una carta dirigida a su hermana el inicio de una de las experiencias más traumáticas que un ser humano puede vivir (y que hoy en día ni nos podemos imaginar): una mastectomía radical con una simple copa de vino como anestésico.
Ocurrió en octubre de 1811 y, todo sea dicho, no es que hubiera durante el siglo XIX (o antes) ningún tipo de cirugía que no fuera total y absolutamente infernal, impensable para nuestros estándares actuales. Por suerte o por desgracia para nosotros (dependiendo de lo aprensivos que seamos), Frances Burney hizo un esfuerzo sobrehumano y recogió esa experiencia, plasmándola en papel y así podemos, desde la mejor perspectiva posible, ver cuánto hemos avanzado en los últimos 211 años y la inmensa suerte que tenemos de haber nacido en esta época, como si de un antídoto contra la idealización de los tiempos pasados se tratara.
"Comenzó el más lacerante dolor. Cuando el temible acero penetró en el pecho, cortando venas, arterias... no precisé de más órdenes"
La doctora Isabel Rubio Rodríguez, directora de la Unidad de Patología Mamaria de la Clínica Universidad de Navarra, pone un poco de perspectiva en este asunto: "No se trata solo de la anestesia para el tema de las mastectomías, sino para todo tipo de cirugías. Lo que hacemos ahora no tiene nada que ver con lo que se hacía hace tantos años". La ciencia ha avanzado, de eso no hay la menor duda.
Frances Burney fue una mujer extraordinariamente afortunada. En primer lugar, nació en una buena familia británica, lo que le permitió vivir toda su vida de su mayor pasión: la literatura. Por otro, se casó con Monsieur d'Arblay, un adinerado francés que, en los últimos años de la monarquía, se exilió en Inglaterra, donde conoció a Burney, volviendo a Francia ambos poco después de la Revolución francesa. Pero la mayor suerte de Fanny Burney fue poder disponer de atención médica en un momento de extraordinaria necesidad, así como poder disfrutar de nada más y nada menos que 29 años más de vida después de su mastectomía, cuando, como explica la doctora Isabel Rubio Rodríguez, "antes de las terapias sistémicas para el cáncer, cerca del 70% de todos los pacientes morían a pesar de quitarles toda la mama y ganglios cercanos".
Ese, por desgracia, sí fue el caso de Abigail 'Nabby' Adams Smith, hija del segundo presidente de Estado Unidos, John Adams, que durante el mismo octubre que operaron a Burney, ella también se sometió a una mastectomía radical que acabó con su muerte dos años después, en agosto de 1813. Cierto es que en el caso de Adams, su cáncer estaba mucho más avanzado. Como se recoge en la biografía sobre su madre, Abigail Smith, Adams envió una carta a su progenitora explicando la situación antes de la cirugía: "Primero percibí un endurecimiento en el pecho derecho... Este sigue encogiéndose, y se ha vuelto mucho más pequeño de lo que era. El tumor parece ahora del tamaño de una seta y no se nota pegado, sino suelto".
Ese 70% de mortalidad choca mucho con los últimos datos del cáncer en España, aportados por la Sociedad Española de Oncología Médica, que afirman que la supervivencia neta a un cáncer de mama a 5 años en nuestro país alcanza el 88,9%. Eso, por ponerlo en contexto, significa que hace 200 años morían 7 de cada 10 pacientes (y eso solo de los diagnosticados y operados), y ahora solo 1. Como para despotricar luego contra la ciencia...
Pero si una muerte lenta y dolorosa por el avance imparable del cáncer es una perspectiva aterradora, más lo son los momentos previos a la operación de Frances Burney: "Me encaminé a la recámara (donde tendría lugar la operación), la vi equipada con los preparativos y me di media vuelta". Una vez ya en la 'sala de operaciones', como narra Marilyn Yalom en 'A History of the Breast', Burney hizo sonar una campanilla para llamar a su doncella y a las criadas. Como la propia paciente narra en sus cartas, "antes de que pudiera hablar con ellas, y sin previo aviso, mi cámara se llenó con siete hombres vestidos de negro: el doctor Larrey (su principal médico y uno de los cirujanos más importantes del ejército de Napoleón), Monsieur Dubois, el doctor Moreau, el doctor Aumont, el doctor Ribe, un alumno del doctor Moreau y otro de Monsieur Dubois". A pesar de lo trascendental de la operación, la sangre de alta cuna de Frances Burney se hizo notar: "En esos instantes, yo había salido de mi estupor y me invadía una especie de indignación. ¿Para qué tantos hombres, y sin mi permiso?".
Una vez ya tumbada, "sin nada más que un pañuelo de batista sobre la cara, a través del cual podía verlo todo", como explica Yalom, Burney cerró los ojos para no ver, como la propia paciente lo describió, "el brillo del reluciente acero". Fue entonces cuando escuchó la voz del doctor Larrey: "Qui me tiendra ce sein?" (¿quién me sostendrá este seno?). Por supuesto, la propia Burney dijo que se ocuparía ella misma. En ese momento, sintió los dedos del cirujano marcando las trayectorias que seguirían los cortes: "Primero, una línea recta que iba de la cima del pecho hasta abajo; segundo una cruz y tercero un círculo".
Acto seguido, comenzó el "más lacerante dolor. Cuando el temible acero penetró en el pecho, cortando venas, arterias, carne, nervios... no precisé de más órdenes ni reprimir mis lamentos. Inicié un alarido que se prolongó de manera intermitente durante todo el tiempo que duró la incisión. ¡Y casi me asombro de que no perdure todavía en mis oídos, de tan intenso que era ese dolor! Cuando la herida quedó abierta y retiraron el instrumento, el dolor no decreció, pues el aire que de pronto se introdujo en aquellas delicadas partes semejó una masa de diminutos puñales ahorquillados, que tirara de los bordes de la herida".
La operación, en total, se prolongó durante 20 minutos (rápida incluso para los estándares actuales). Eso no quita que se tratase de 20 minutos de terror absoluto y dolor infernal. Absolutamente nada que ver con lo que hacemos hoy en día. De la mano de la doctora Isabel Rubio Rodríguez, podemos ver cómo hemos evolucionado en los últimos 200 años y comprender cómo es posible que hayamos aumentado la tasa de supervivencia del 30% a prácticamente el 90%.
"Era un momento en el que la terapia sistémica del cáncer estaba muy poco desarrollada. Es decir, todo se solucionaba con la cirugía". Hasta los últimos años del siglo XIX no se introdujeron los primeros tratamientos con rayos X, que marcaron el inicio del concepto de radioterapia; hasta los años 40 del siglo pasado no comenzó la utilización de moléculas capaces de reducir o parar la reproducción de las células cancerosas, tratamiento conocido como quimioterapia, y finalmente, hasta hace pocas décadas no se comenzó con las terapias endocrinas, que actuaban contra los cánceres hormonodependientes (de los que muchos tipos de cáncer de mama son parte). Durante gran parte del siglo XIX, la única solución fue extirpar la mama y todo lo adyacente. Esta técnica, conocida como mastectomía radical, se popularizó en las últimas décadas del siglo XIX en EEUU gracias al trabajo de investigación del doctor William Halsted, de la Johns Hopkins University (una de las facultades de medicina más reputadas del mundo, todavía hoy). La idea era retirar cuanto más tejido mejor, para evitar la propagación de la enfermedad. Se quitaban, de forma rutinaria, todo el pecho, los nódulos linfáticos, el gran músculo pectoral, así como todos los ligamentos y tendones que a él están unidos.
Esta técnica atroz, aunque su sentido tenía en esos tiempos, hoy en día está, en la mayor parte de los casos, completamente descartada: "En ese entonces, la idea que se tenía del cáncer es que este se diseminaba. Va desde la mama a los ganglios, por lo cual cuanto más quitaras, mejor iba a ir", así lo explica la doctora Rubio. Y continúa: "Fue gracias a la teoría del doctor Bernard Fisher cuando nos dimos cuenta de que, en muchos casos, el inicio del cáncer puede estar en otra parte del cuerpo, aparte de en la mama y en los ganglios". Es por esto que los "tratamientos sistémicos reducen el riesgo de que el tumor vuelva a aparecer y mejoran la supervivencia", agrega la doctora.
Hoy en día, detalla Isabel Rubio, las biopsias, pruebas de laboratorio y extirpación y análisis del ganglio centinela durante la mastectomía suelen ser medidas suficientes. El famoso 'ganglio centinela' es el encargado de drenar un área entera del cuerpo (en este caso específico, la mama), con lo que si existieran células cancerosas abandonando la mama, tendrían que pasar por él. "Dependiendo del resultado de los análisis del ganglio centinela, se dejan en su sitio o se extirpan el resto de ganglios axilares".
A pesar de esto, la doctora avisa de que el avance científico podría, en el futuro cercano, ser capaz de evitar en muchos casos llevar a cabo este procedimiento: "Probablemente, para el año que viene tendremos los resultados de un estudio en el cual, a pacientes con estadios muy iniciales de tumores pequeños, en los que la ecografía de la axila es negativa, ya no se les hará nada en la axila".
La doctora Rubio también hace un fuerte hincapié en que no es solo la terapia sistémica del cáncer de mama (y del resto también, claro) lo que ha evolucionado en este tiempo, sino también la salud mental de las pacientes que son sometidas a mastectomías: "A finales de los años 80 y mediados de los 90 se empezaron a llevar a cabo reconstrucciones inmediatas. Hay pacientes en los que se puede preservar toda la piel, también el complejo del pezón, siendo el resultado oncológico igual de bueno. Ahora utilizamos técnicas de oncoplastia, con lo que el resultado estético, que durante años no era importante, se está cuidando". Y apostilla: "Las pacientes deben tener un buen resultado estético, porque al final uno tiene que vivir el resto de sus días en buenas condiciones, tener una buena calidad de vida, y eso incluye también lo psicológico".
Del mismo modo, afirma que no hay que remontarse 211 años para observar un gran cambio en los métodos que usamos para llevar a cabo las operaciones: "No tienen nada que ver las actuales con las mastectomías que se hacían hace dos siglos, ni con las que hacíamos hace 30 años. No hay que remontarse tanto en el tiempo".
Todos los cánceres se tratan de forma muy diferente a como lo hacíamos hace 30, 100 o 211 años. Cada vez vivimos más, y ahora ser diagnosticado no tiene por qué implicar una condena a muerte. De todos modos, el primer paso para conseguir salir adelante si padecemos esta enfermedad recae en las pruebas rutinarias y en la asistencia médica, en los detalles que podamos proporcionarles a nuestros médicos y, por supuesto, en el avance médico. Poco a poco estamos consiguiendo reducir al mínimo la mortalidad por esta enfermedad, y lo lograremos si seguimos por este camino, en parte, gracias al calvario sufrido por heroínas como Fanny Burney.
"El doctor Moureau entró en mi dormitorio para ver si estaba dispuesta. Me dio un vino cordial y nos dirigimos a la recámara". Así narró la escritora británica Frances 'Fanny' Burney en una carta dirigida a su hermana el inicio de una de las experiencias más traumáticas que un ser humano puede vivir (y que hoy en día ni nos podemos imaginar): una mastectomía radical con una simple copa de vino como anestésico.