Cómo elegir a un buen cirujano: la importancia de la curva de aprendizaje
Diversos estudios demuestran que la curva de aprendizaje en la cirugía robótica en urología se suaviza en el tiempo a medida que se realizan más casos quirúrgicos
La mayor innovación que ha experimentado la medicina durante los últimos treinta años ha sido la aparición de la cirugía mínimamente invasiva. Su llegada supuso un cambio de paradigma en la práctica quirúrgica gracias, fundamentalmente, al desarrollo de múltiples tecnologías tales como nuevas fuentes de energía, cámaras de alta definición, instrumentos miniaturizados o novedosos sistemas de grapado. Estas nuevas herramientas posibilitaban sustituir los ojos y las manos del cirujano, y permitirle poder acceder al cuerpo del paciente a través de unas pequeñas y precisas incisiones, con la consiguiente reducción del trauma posquirúrgico, el dolor y la estancia hospitalaria, facilitando así una rápida incorporación a sus actividades cotidianas.
El concepto de curva de aprendizaje empezó a acuñarse en medicina en la década de los ochenta, coincidiendo precisamente con la llegada de la cirugía mínimamente invasiva, y hace referencia al tiempo y el número de procedimientos que un cirujano necesita para ser capaz de realizar un procedimiento de forma independiente, con un resultado razonable. Esto significa que el periodo durante el cual se adquiere la experiencia suficiente es un elemento determinante para definir la curva de aprendizaje porque permite llevar a cabo un procedimiento con eficacia y seguridad.
"El robot supone una herramienta excelente, ya que es capaz de hacer que los movimientos del cirujano sean mucho más precisos"
En la actualidad, en la cirugía general robótica, el robot Da Vinci es el más utilizado a nivel mundial y se estima que su curva de aprendizaje comienza a suavizarse cuando el cirujano logra realizar aproximadamente 30-50 casos. En urología, la cirugía asistida por robot sigue siendo la opción de tratamiento más indicada para el abordaje de ciertas patologías -cáncer de próstata, cáncer de riñón, cáncer de vejiga, prolapso genital, cirugía reconstructiva de la vía urinaria, entre otras-, gracias a los satisfactorios resultados de los que se benefician los pacientes.
La cirugía es mínimamente invasiva, se reduce el tiempo de recuperación y se preserva la funcionalidad. En lo que respecta a la cirugía prostática, la preservación de la funcionalidad toma una vital importancia, ya que el robot permite conservar el tejido sano y preservar los nervios que no están afectados por el tumor. De esta manera, la posibilidad de recuperar la continencia urinaria y la función eréctil es más probable y rápida que con otras técnicas quirúrgicas.
El robot supone una herramienta excelente ya que, guiado por la experiencia y el conocimiento del especialista, es capaz de hacer que los movimientos del cirujano sean mucho más precisos, puesto que evita el mínimo temblor e incluso permite ampliar la rotación de la muñeca del profesional hasta casi 360º. Mientras el cirujano realiza la intervención, es capaz de observar todo el procedimiento a través de un monitor estereoscópico con visión 3D real que le permite apreciar la profundidad, pudiendo ampliar la imagen y, por tanto, visualizar mejor la zona que está operando.
En este sentido, hay que tener presente que la habilidad de un buen cirujano no consiste solo en aprender a manejar correctamente una maquinaria de alta tecnología, sino que también debe aportar todo su conocimiento, experiencia y humanidad para un adecuado proceso de aprendizaje.
Determinar cuántos casos de cirugía robótica debe llevar a cabo el profesional para poder considerarse experto, o medianamente experto, es algo muy variable, puesto que muchas veces dependerá del nivel de autoexigencia del propio cirujano, del volumen de casos que haya realizado, de la experiencia previa en el procedimiento -así en cirujanos con experiencia en cirugía abierta las expectativas serán más elevadas- y, por último, de su propia habilidad personal.
Esa es la razón por la que no existe un estándar aceptado para medir la curva de aprendizaje basado en esta variable, porque el cirujano es, en última instancia, quién decidirá si tiene la experiencia suficiente para llevar a cabo una operación con ayuda robótica.
Además de entrenarse en las nuevas técnicas quirúrgicas, el cirujano debe disponer de un amplio conocimiento sobre la patología a tratar, y un criterio sólido que le permita priorizar la intervención más adecuada, en cada momento correcto, y con la tecnología más acertada para conseguir los mejores resultados en el paciente.
En definitiva, para elegir un buen cirujano debemos conocer cuál ha sido su curva de aprendizaje total y cuál es la frecuencia semanal o mensual con la que realiza el procedimiento.
La mayor innovación que ha experimentado la medicina durante los últimos treinta años ha sido la aparición de la cirugía mínimamente invasiva. Su llegada supuso un cambio de paradigma en la práctica quirúrgica gracias, fundamentalmente, al desarrollo de múltiples tecnologías tales como nuevas fuentes de energía, cámaras de alta definición, instrumentos miniaturizados o novedosos sistemas de grapado. Estas nuevas herramientas posibilitaban sustituir los ojos y las manos del cirujano, y permitirle poder acceder al cuerpo del paciente a través de unas pequeñas y precisas incisiones, con la consiguiente reducción del trauma posquirúrgico, el dolor y la estancia hospitalaria, facilitando así una rápida incorporación a sus actividades cotidianas.
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