Muerte cerebral significa simplemente muerte. Nada más
Existe una gran confusión en torno a este término. Realmente una persona fallece cuando ocurre la muerte del sistema nervioso central, que es donde radica la vida
No es fácil ni agradable tratar en una columna como esta el asunto de la muerte, pero creo necesario hacerlo por su relación con el tema de la donación de órganos para trasplante y por la publicación, en los últimos días de octubre, del fallecimiento de Armita Geravand, la joven iraní de 16 años detenida por no usar velo tras ser presuntamente golpeada por la policía de aquel país. Prácticamente, todos los medios que recogieron la noticia de agencias coincidieron en que “tras estar varios días en muerte cerebral, finalmente murió”.
La noticia es un sinsentido. Por supuesto que la joven murió, pero en el mismo momento que entró en muerte cerebral, y lo ocurrido después es que el cadáver fue mantenido artificialmente durante días, no se sabe muy bien por qué, con ventilación mecánica y con el corazón latiendo hasta que se paró. La joven ya estaba muerta, aunque oficialmente no se hubiera declarado como tal.
La 'muerte cerebral' ocurre cuando, tras una patología intracraneal, se produce la destrucción y la muerte del sistema nervioso central
La mal llamada “muerte cerebral” (porque muerte no hay más que una) es una situación que se produce cuando, tras un traumatismo, una hemorragia u otra patología intracraneal, se produce la destrucción y la muerte del sistema nervioso central, que ES DONDE RADICA LA VIDA. En esta situación, y solo si el enfermo está conectado a un respirador en una unidad de cuidados intensivos, el corazón puede seguir latiendo durante un periodo de tiempo que puede ir de horas a días, haciendo llegar la sangre al resto de los órganos.
Es el momento que se utiliza, una vez hecho el diagnóstico y obtenidas las correspondientes autorizaciones, para proceder a la extracción de órganos para trasplante. En el caso de que esta no sea posible por contraindicación médica o negativa familiar, se desconecta el respirador del cadáver, con lo que se produce en pocos minutos la parada cardiaca, pero debe quedar claro que la persona estaba ya muerta.
Lo importante es que la situación de muerte cerebral, o más correctamente muerte encefálica porque se refiere a todo el encéfalo o sistema nervioso central y no solo al cerebro, es equivalente desde el punto de vista científico, ético y legal a la muerte del enfermo.
Diagnóstico, muerte
El diagnóstico de muerte encefálica se basa en una exploración neurológica exhaustiva realizada por médicos expertos en el cuidado de estos enfermos. Se verifica con una serie de pruebas instrumentales bien dirigidas a demostrar la falta de actividad de las neuronas (el electroencefalograma) o la falta de flujo sanguíneo cerebral, que pueden ser obligatorias en algunos casos y que varían según las leyes de cada país. En cuanto se llega a confirmar el diagnóstico (corroborado en España por tres médicos ajenos al equipo de trasplante), se puede y se debe retirar la ventilación mecánica y/o proceder a la extracción de órganos.
Es cierto, sin embargo, que, en algunos países no muy acostumbrados a manejar estas situaciones del cuidado de enfermos críticos y sin una legislación clara al respecto, se puede llegar al diagnóstico sin proceder a continuación a la desconexión de la ventilación mecánica, una situación absurda e incomprensible para los familiares, y que inevitablemente induce a confusión como ha sido el caso con esta joven.
Coma y muerte encefálica no son equivalentes, entre otras razones, porque el coma es potencialmente reversible y la muerte nunca lo es
La secuencia de hechos del caso que nos ocupa, a la vista de las informaciones publicadas, es que tras el traumatismo craneoencefálico producido durante o tras su detención entró en coma como consecuencia de la hemorragia cerebral producida por el golpe, situación en la que se dijo estuvo durante 28 días, al principio todavía con vida para finalmente entrar en muerte encefálica con el mantenimiento artificial del latido de su corazón durante unos días hasta que se produjo la parada cardiaca. Debe quedar claro que los términos médicos coma y muerte encefálica no son en absoluto equivalentes, entre otras razones, porque el coma es aún potencialmente reversible y la muerte nunca lo es.
Efecto Panorama
No es la primera vez que una noticia similar se explica de esta forma y, por desgracia, seguro que no es la última. El tema no es anecdótico porque afecta a la credibilidad del punto crucial de la donación de órganos: la mayoría de los donantes son pacientes que han fallecido en situación de muerte encefálica y, por definición, estas personas tienen que estar muertas, ya que de otra forma estaríamos extrayendo los órganos en vida. No puede ser que alguien esté en muerte encefálica y solo después de unos días “se muera de verdad”. O se está vivo o se está muerto, pero nunca “un poco muerto”.
El tema es muy relevante para la donación de órganos. Todas las encuestas ponen de manifiesto que la causa número uno de las negativas familiares es una mala comprensión por parte de los familiares de la muerte encefálica: no es fácil entender que nuestro familiar, al que todavía le late el corazón y los pulmones se le llenan de aire gracias al respirador, está realmente muerto. De hecho, en el otro tipo de donación, a corazón parado, que en España representa ya más de la tercera parte de los casos, la negativa familiar es mucho menor al entenderse mejor la muerte del donante.
De igual manera, constituye un referente en el mundo del trasplante el llamado efecto Panorama, paradigma de cómo una información negativa sobre el tema puede afectar seriamente a la donación altruista de órganos. Ocurrió en los años ochenta en el Reino Unido que la BBC, entonces la única cadena británica de TV, emitió en su programa de máxima audiencia Panorama (famoso años después por su entrevista con Lady Di) un debate titulado ¿Están realmente muertos estos muertos?, donde se ponía en duda precisamente que la muerte cerebral fuera equivalente a la muerte. El resultado fue un descenso de la donación de órganos de hasta un 50% respecto a los niveles basales y que tardó hasta 15 meses en volver a las cifras previas. Muchas vidas perdidas de quienes dejaron de trasplantarse.
Se han dado múltiples ejemplos de este efecto Panorama con otro tipo de noticias, como el tráfico de órganos o la desigualdad en el acceso al trasplante, pero el tema más delicado con diferencia es este. Quienes van a donar los órganos de un familiar necesitan estar seguros de que realmente ha fallecido, y eso no se consigue si alguien le dice que la muerte encefálica no es la muerte de verdad, y que solo se produce cuando se le para el corazón. Ojalá aprendamos para casos futuros.
No es fácil ni agradable tratar en una columna como esta el asunto de la muerte, pero creo necesario hacerlo por su relación con el tema de la donación de órganos para trasplante y por la publicación, en los últimos días de octubre, del fallecimiento de Armita Geravand, la joven iraní de 16 años detenida por no usar velo tras ser presuntamente golpeada por la policía de aquel país. Prácticamente, todos los medios que recogieron la noticia de agencias coincidieron en que “tras estar varios días en muerte cerebral, finalmente murió”.
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