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El estudio de la conducta: la profesión que se adentra en la persona
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'TENER PERSPECTIVA'

El estudio de la conducta: la profesión que se adentra en la persona

El psiquiatra, desde su observatorio particular, capta la realidad de la vida humana en su complejidad. Se mete dentro del paciente y su circunstancia, bajando al sótano de la personalidad para poner orden

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Tengo una de las profesiones más apasionantes y difíciles. Mi padre, que fue catedrático de Psiquiatría en Granada, fue uno de los primeros especialistas españoles en esta disciplina. Estudió en Alemania y con él me adentré en el anchuroso mar de la psiquiatría. A él le debo las primeras nociones, conceptos, criterios y andamiajes de este segmento de la medicina. Fue mi gran maestro.

El psiquiatra, desde su observatorio particular, capta la realidad de la vida humana en su complejidad. Se mete dentro de la persona y su circunstancia, bajando al sótano de la personalidad para poner orden.

Todos ofrecemos desde fuera un repertorio de imágenes y puntos de vista. Es la interpretación de quien nos mira desde los aledaños. Una de las misiones del psiquiatra (la más importante es sin duda la de curar, la de lograr que un enfermo psíquico recupere la salud) es conocer a la persona que tiene delante de forma más profunda, no quedarse en la fachada, sino indagar en la historia de su vida, en las líneas generales que ha seguido, en sus principales argumentos, ilusiones, derrotas. El oficio de psiquiatra es perforar superficies humanas para poner orden y concierto. Acoger la polifonía de los hechos, avatares, travesías, recovecos y cauces subterráneos que se abren a pasadizos secretos desde donde se explica la conducta.

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Hay dos modos de estudiar al otro: en proximidad y en la lejanía. Entre ambas posiciones cada uno debe encontrar la distancia justa para verse a sí mismo con alguna objetividad. La ecuanimidad con uno mismo es difícil, porque todo lo personal está envuelto en subjetivismo y parcialidad. No obstante, hay que intentarlo, cueste lo que cueste.

Si observamos un cuadro del genial Miró a una cuarta de distancia, no vemos nada… Solo puntos, rayas y trozos de signos propios de este niño eminente, padre de la vanguardia, con un talento tejido de frescura, sorpresa, innovación y osadía. Pero si nos alejamos unos metros, la escena cambia radicalmente y, entonces, ya podemos apreciar la propuesta del pintor. Nos adentramos en su mundo sencillo y complejo, elemental y repleto. Lo mismo puede sucedernos con la biografía de una persona.

La excesiva cercanía confunde, mientras que la distancia aclara. Alejarse permite percibir más matices, ir al patio de butacas y apreciar cómo las laderas borrosas de la inmediatez se vuelven nítidas. Esta caligrafía de la mirada, este trasiego de la retina, bucea en el escenario humano y desafía los escollos, aspirando al jeroglífico esencial, en donde encajan todas las piezas del puzle.

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Estas dos formas de divisar albergan en su interior dos estilos: romántico y clásico respectivamente. En el primer caso, uno se deja invadir por los planos sentimentales y la vida afectiva toma el mando y marca el rumbo a seguir; en el segundo es la razón que dicta criterios y pone el acento en la lógica y los argumentos.

El hombre romántico se embriaga de la realidad al fundirse con ella, la vive tanto, se llena de ella de tal manera, que los árboles no le dejan ver el bosque. El hombre clásico sigue un esquema contrapuesto; se retira, se aparta un poco de los hechos que tiene delante, aplica la cabeza y toma nota, desde una cierta distancia.

Corazón y cabeza constituyen dos ópticas contrarias y complementarias: negro sobre negro, sentimiento frente a razón. Hay que aspirar a buscar la distancia exacta, ni muy cerca ni muy lejos; a apreciar y diferenciar, conocer y contener, distinguir entre la maleza. Clásico y romántico. Apolíneo y dionisiaco. Racionalismo y pasión. En pocas palabras, hay que buscar la síntesis iconográfica.

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Me recreo en la suerte de los paisajes psicológicos y de los enmarañados mundos de fuera. Unos y otros me sitúan, me dan la información que necesito y me dicen lo que emerge y lo que se sumerge, en un juego caleidoscópico de sensaciones. Toda excursión hacia el interior es un camino transparente y opaco, claro y oscuro. En los últimos tramos no se ve más luz, y eso que la condición humana es un pozo sin fondo, el cuento de nunca acabar.

Querido lector: sé inteligente y afectivo. Atrévete a ponerlo todo en juego… ¡Ganarás! Corazón, cabeza y cultura.

Tengo una de las profesiones más apasionantes y difíciles. Mi padre, que fue catedrático de Psiquiatría en Granada, fue uno de los primeros especialistas españoles en esta disciplina. Estudió en Alemania y con él me adentré en el anchuroso mar de la psiquiatría. A él le debo las primeras nociones, conceptos, criterios y andamiajes de este segmento de la medicina. Fue mi gran maestro.

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