El mundo que nos rodea
Para ir avanzando en la vida, todos necesitamos un modelo de identidad, es decir, un esquema psicológico previsto que sirve de espejo donde mirarse y con el que se establecen unas estrechas relaciones de aproximación gradual
Vivimos en una época en la que las pantallas lo llenan casi todo. Legitiman nombres, ensalzan, derriban, ascienden, arrasan y crean nuevos héroes: personas que se las podría considerar como referentes… aunque ahora se las conoce más como influencers y, dependiendo de la persona y el contenido, pueden ser referentes positivos o negativos. Los personajes que aparecen en la televisión, en las redes sociales, son siempre los mismos: futbolistas, modelos y algún político que esté de moda. En las entrevistas, después de hablar de sus vidas y temas personales, a unos y a otros se les pregunta por cuestiones de cierto calado, como la vida, el éxito, el fracaso, el amor y, por supuesto, a qué se dedican, de dónde vienen, cuál es su próximo destino… Quienes dirigen estas entrevistas, programas, etc, argumentan casi siempre lo mismo: “Nosotros, lo que queremos es que la gente se distraiga, se relaje, olvide sus problemas y no piense”.
Un mundo sin modelos, carente de referentes firmes. Para ir avanzando en la vida, todos necesitamos un modelo de identidad, es decir, un esquema psicológico previsto que sirve de espejo donde mirarse y con el que se establecen unas estrechas relaciones de aproximación gradual.
Cuando uno es joven está lleno de posibilidades, el mundo se muestra con toda su riqueza. Solemos decir: “Cuando sea mayor, me gustaría ser médico, arquitecto, ingeniero, periodista…”, como tal o cual persona. El modelo es un punto de referencia en el espacio humano que destaca sobre el paisaje personal, se eleva y nos alumbra presentando un estilo de vida atractivo, sugerente, que tira, que empuja en esa dirección. A eso se le llama en la psicología actual motivación. Al principio, los padres deben ser el mejor modelo de identidad, con un tipo de vida coherente, firme, bien trabajado, en el cual emergen los valores y sirven de imán, arrastran con su magnetismo.
Pero cuando uno es mayor, la vida se puebla de resultados. La trayectoria personal ha dejado una estela de rendimientos y desenlaces. Queda patente lo que hemos ido haciendo con nuestra vida. Ya hay materia prima para trazar un balance. Uno es lo que hace, no lo que dice.
Al hacer ese recuento biográfico, cada segmento íntimo rinde cuenta de su viaje, y uno se adentra en sus cuatro geografías primordiales: el amor, el trabajo, la cultura y la propia personalidad. Cada una con sus amplias ramificaciones, que le dan frondosidad y riqueza.
Si uno se empeña en parecerse a alguien y pone su esfuerzo en ello, lo consigue: querer es poder. La voluntad llega a un destino si hay motivación. La apoteosis de la ilusión culmina, tras esfuerzos repetidos, en la meta soñada. Lo diré de otra manera, la voluntad y la motivación forman el puente levadizo hacia el castillo de la felicidad.
Si la felicidad es ilusión por alcanzar una cima, el modelo de identidad es el anzuelo para engancharse y pujar hacia ese horizonte. Hay que pensar bien en todo esto. El héroe es necesario siempre que sea asequible, cautive y tenga poder de seducción para mejorar a uno y lanzarle en la pirueta intrépida de poner sobre el tapete lo mejor que uno lleva dentro.
Toda filosofía es meditación sobre la vida, mientras que la psicología es el cauce para comprender la conducta y corregir su rumbo siempre que sea preciso. Pero ahí están al acecho la televisión y las redes sociales, auténticas factorías de banalizaciones en cadena. Yo prefiero otra visión de la jugada. Sugiero pensar, con sosiego y serenidad, a la altura de la vida de cada uno y volver a empezar, con frescura y renovadas ilusiones.
El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz. El que no tiene un modelo de identidad navega con un timón rotatorio y un piloto sin norte. Las motivaciones íntimas se orientan en su galaxia según los dictados de la voluntad recia y consistente. Eso es lo positivo. Allí se alberga el código secreto del recorrido de cada uno.
Una de las metas esenciales es llegar a comprenderse sentimentalmente. Buscar la cartografía afectiva, el mapa que describe los mejores itinerarios para llegar al tesoro escondido. Es una especie de manual de supervivencia, un misterioso aprendizaje de vericuetos, caminos y valles por donde sortear las dificultades y arribar a la geografía sabia que explica el porqué de tantas conductas nuestras, la mayoría de las veces enigmáticas e incomprensibles.
Las revistas del corazón siguen estando de moda (en papel o en otros formatos con Instagram). Cada semana, cada día, la vida privada de los personajes públicos es expuesta y analizada al milímetro. Sus muchos consumidores piden más información, reclaman noticias, aclaraciones, matices, antecedentes y consecuencias de, por ejemplo, una ruptura; mensajes, avisos, advertencias y, por supuesto, fotografías. Parece que nunca quedan satisfechos con los reportajes. Quieren todavía más.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué esta fiebre, esta pasión por conocer la vida de tales sujetos y después comentarla al detalle, traerla y llevarla de acá para allá?
El ser humano tiene dos segmentos esenciales en su vida: el público y el privado. El primero se puede observar con relativa claridad. El otro es interior y remite al análisis de la trayectoria personal subterránea, la verdad de uno mismo. La faceta pública es sometida a inspección por los “asesores de imagen”: estos “venden” un tipo de persona que, por una serie de motivos, puede tener garra en la vida política, social, económica… Tienen, en ese momento concreto, una fuerza tal que desplaza a otros acontecimientos y los sitúa en el centro de interés general.
Viendo este tipo de contenido nos sentimos participar en la vida de gente importante, que llega a resultar cercana, familiar. Creemos compartir su intimidad y comprobamos con cierto gozo que están sometidas a las mismas pasiones que las que uno tiene y también a fracasos, dificultades, tristezas, reveses… De ese modo, el grado de identificación es alto. Se aprueba una conducta, se rechaza otra y se va dibujando un sistema de preferencias a merced de esta o aquella historia.
Así pues, el corazón sigue moviendo los hilos de la vida, sigue contando a pesar de todo. Quizá este sea el mensaje más positivo de estas publicaciones, que no nos hacen pensar ni nos obligan al más mínimo ejercicio intelectual. Simplemente nos nutren para las próximas conversaciones y sacian nuestra curiosidad divertida, light y epidérmica.
La ilusión nos transporta al futuro. El corazón vuela, se adelanta, pero la cabeza nos mantiene fijos en la realidad. Acabo de publicar hace unos días Comprende tus emociones (Espasa, 2023), en donde el lector de este artículo puede ampliar estos conceptos.
Vivimos en una época en la que las pantallas lo llenan casi todo. Legitiman nombres, ensalzan, derriban, ascienden, arrasan y crean nuevos héroes: personas que se las podría considerar como referentes… aunque ahora se las conoce más como influencers y, dependiendo de la persona y el contenido, pueden ser referentes positivos o negativos. Los personajes que aparecen en la televisión, en las redes sociales, son siempre los mismos: futbolistas, modelos y algún político que esté de moda. En las entrevistas, después de hablar de sus vidas y temas personales, a unos y a otros se les pregunta por cuestiones de cierto calado, como la vida, el éxito, el fracaso, el amor y, por supuesto, a qué se dedican, de dónde vienen, cuál es su próximo destino… Quienes dirigen estas entrevistas, programas, etc, argumentan casi siempre lo mismo: “Nosotros, lo que queremos es que la gente se distraiga, se relaje, olvide sus problemas y no piense”.
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