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Cerrar las heridas del pasado: la superación del hombre maduro
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Cerrar las heridas del pasado: la superación del hombre maduro

La vida es siempre una tarea que se dirige hacia delante. Vivir es proyectarse, poner metas y objetivos que nos empujen a seguir con ilusión. Pero vivir es también arriesgarse, si uno lo hace con intensidad, a fondo, de verdad

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Foto: iStock.

La vida es siempre una tarea que se dirige hacia delante. Vivir es proyectarse, poner metas y objetivos que nos empujen a seguir con ilusión. Pero vivir es también arriesgarse, si uno lo hace con intensidad, a fondo, de verdad. Cuando existen planes concretos y el orden actúa poniendo cada cosa en su sitio, todo va saliendo gradualmente.

Cada uno necesita resolverse como problema. El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e incluso cerrar las heridas del pasado. Y, a la vez, ensaya su mirada hacia el futuro prometedor e incierto. Esta es una de las tareas que tenemos los psiquiatras en la práctica de la psicoterapia: hacer una cirugía estética de la historia personal, ayudando a ese sujeto a realizar una lectura más positiva de su trayectoria. Esta excursión retrospectiva suaviza segmentos dolorosos de la vida y ayuda a mirar con amor aquellas parcelas especialmente conflictivas.

Foto: Foto: iStock. Opinión

La vida es como un boomerang: un movimiento de ida y vuelta; lo que siembras, recoges. Y es también un resultado: a la larga aflora lo que hemos ido haciendo y siendo. La vida es un trabajo gustoso y esforzado, grato y difícil, alegre y con sinsabores. Lo importante, sin embargo, es que no pasen las horas, los días, las semanas y los años en balde, tirando de la existencia, sino que sepamos llenarla de un contenido que merezca la pena y que se inserte dentro del programa personal que cada uno debe ir trazando.

El arte de vivir

El arte de vivir consiste en saber que el ser humano es al mismo tiempo el artista y el objeto de la artesanía, el escultor y la talla, el pintor y el lienzo, el músico y la composición sinfónica. Lo importante no es solo vivir muchos años, que es lo que deseamos en el cumpleaños a un ser querido: larga vida. Lo esencial es vivirlos satisfactoriamente, con el alma. La vida será plena si está llena de amor y uno consigue aceptarse a sí mismo, porque ser dueño de uno mismo es pilotar de forma adecuada la forma la trayectoria que se ha escogido, procurando ser fiel a los propios principios.

placeholder El hombre vive trazando su rumbo. (iStock)
El hombre vive trazando su rumbo. (iStock)

En la tragedia Hipólito de Eurípides, a quien los dioses quieren destruir, lo vuelven ciego, para que no pueda ver la realidad. El hombre vive haciéndose a sí mismo, luchando contra viento y marea por sacar lo mejor que se hospeda dentro de él. Por eso inventa, ensaya, organiza, descubre, se pierde y vuelve a encontrarse, se levanta de sus cenizas y empieza otra vez; se embarca ilusionado en alguna empresa concreta, pero a sabiendas de que antes o después necesitará rectificar el rumbo, poner sobre la mesa su cartografía personal y enderezar la travesía. Somos nuestro pasado, pero no quedamos agotados en él. Como decía Ortega, “el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia (…). El auténtico ser del hombre está tendido a lo largo de su pasado”.

Los griegos decían que en la vida se podían describir tres etapas. La primera en la que uno es autor, otra que le sigue en la que se es actor y una última de espectador

Los griegos decían que en la vida se podían describir tres etapas. Una primera en la que uno es autor, otra que le sigue en la que se es actor y una última de espectador. Cada una corresponde a un tiempo concreto: futuro, presente y pasado. La secuencia al revés. Cuando uno es joven tiene muchas posibilidades, todo puede ocurrir, pero cuando uno es mayor está lleno de realidades. Posibilidades y realidades constituyen un arco en el que se sitúa la realización personal.

Exaltación del instante

Hoy, hemos hipertrofiado el presente de nuestros jóvenes. Es la exaltación del instante, que coincide con lo que los psicoanalistas llaman "la muerte del padre". Falta visión de futuro, y el futuro es casi todo. Nos pasamos la vida pensando en el día de mañana. Ilusión, entusiasmo y promesas nos ayudan a diseñar lo que queremos de ser mayores. Ahí es nada. Es la delicia de abrir los ojos y soñar, pero al menos hemos de tener un pie en la tierra. Luego, cada uno va descubriendo dificultades y limitaciones, pero sin perder los objetivos y sus anhelos. La dialéctica de uno mismo con la realidad va poniendo las cosas en su sitio.

Foto: Foto: iStock. Opinión

En la actualidad asistimos a cierto desprecio del análisis de la vida como totalidad. Se observa y estudia solo alguna parcela (la profesional, la investigadora, la afectiva), y se escamotea la visión global por la dificultad que supone encontrar biografías armónicas, coherentes, con las menores contradicciones posibles en su seno. Este es un síntoma claro de que vivimos en una sociedad psicológicamente enferma. Yo la diagnosticaría de neurótica, puesto que una cosa es lo que dice y enseña y otra, bien distinta, es lo que fomenta y premia. Por un lado, hablamos de una sociedad moderna, abierta, liberal, europea, con valores clásicos y nuevos, que abren otras perspectivas y esperanzas; y, al mismo tiempo, descuidamos los grandes temas de forma sistemática: la vida conyugal y su estabilidad, el valor de la familia, el respeto a las formas educativas…

Enseñanzas del pasado

En este contexto tan singular, tan desordenado, de la vieja Europa, cada uno tiene que elaborar su propio texto. Ambos forman una unidad intrínseca. No vale de nada mirar permanentemente al pasado, con el riesgo de convertirnos en una estatua de sal, pero sí bucear en él y aprender de la experiencia. Lo mejor es aprovechar las enseñanzas del pasado, pero vivir empapado en el porvenir. Sacarle partido a todo lo que nos ha ido pasando, procurando volar sobre ello con una mirada positiva, deteniéndonos más en lo bueno que en lo malo. Lo contrario es convertirse en una persona agria, amargada, resentida, echada a perder, que no ha podido o no ha sabido superar ni cerrar las heridas antiguas.

placeholder Debemos aprender de las enseñanzas del pasado, pero con la vista puesta en el futuro. (iStock)
Debemos aprender de las enseñanzas del pasado, pero con la vista puesta en el futuro. (iStock)

Hay en psiquiatría varios trastornos psicológicos que hipertrofian el pasado de forma enfermiza. Los seres nostálgicos opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor; los depresivos se instalan en la culpa retrospectiva y ella no les permite vivir la vida como anticipación y programa. Por su parte, los individuos neuróticos están heridos por el pasado que no han podido superar, atrapados en sus redes y anclados en los peores recuerdos. Esta fijación retrospectiva les impide mirar con esperanza hacia adelante. Una cuarta variedad de la patología del pasado la constituye el síndrome de Peter Pan: negarse a crecer y a madurar, preferir quedarse en la época dorada de la infancia, donde todo es protección. “He elegido ser siempre niño y muchacho, no quiero aprender cosas serias ni ser mayor”, como dice Peter Pan al capitán Crochet.

La personalidad sana

Así pues, la prosperidad está siempre en el porvenir. Para vivir con ilusión y argumentos hay que mirar hacia adelante, ser capaces de pasar las páginas negativas, azarosas, duras y frustrantes, aquellas que han frenado nuestra marcha o nos han sacado de la pista por la que circulábamos para meternos en una circunstancia conflictiva de retroceso evidente. La base de todo esto es sentirse a gusto con uno mismo, condición sine qua non para relacionarse bien con los demás. Cierta paz interior, hilvanada en su fuero interno de coherencia e invención, y una mezcla de inteligencia bien compensada con sentimientos positivos son las que pueden disolver las heridas del pasado.

La felicidad está en el futuro, en lo que está por llegar

Una personalidad psicológicamente sana es aquella que tiene asumido el pasado (con todo lo que ello significa) y vive instalada en el presente que le sirve de puente colgante para transportarla hacia el porvenir. La felicidad está en el futuro, en lo que está por llegar. Pero el arte de vivir consiste en el secreto de sacarle a la existencia lo más positivo que se hospeda en su interior; extraerle hasta la última gota de zumo.

El pasado debe servirnos para dos cosas: como arsenal de conocimientos que se han ido depositando a lo largo de nuestra existencia y, también, para aprender en cabeza propia.

La vida es siempre una tarea que se dirige hacia delante. Vivir es proyectarse, poner metas y objetivos que nos empujen a seguir con ilusión. Pero vivir es también arriesgarse, si uno lo hace con intensidad, a fondo, de verdad. Cuando existen planes concretos y el orden actúa poniendo cada cosa en su sitio, todo va saliendo gradualmente.

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