La fortuna del olvido selectivo, que las autoridades sanitarias no deben permitirse
La experiencia pandémica fue apocalíptica para toda la sociedad española, en especial para quienes perdieron seres queridos o padecieron directamente la forma grave de la enfermedad, quedando en muchos casos con secuelas
Se conoce como memoria selectiva un fenómeno que explica por qué una persona puede acordarse muy bien de unas cosas y olvidar completamente otras, que quizás perciba como menos gratas. La memoria como función cognitiva se engrana de una forma selectiva; es decir, no recordamos toda la información que captamos de la misma forma. Esta característica del cerebro nos sirve entre otras cosas como mecanismo de defensa para olvidarnos de las experiencias desagradables de la vida, algunas difícilmente soportables y que en modo alguno queremos ni podemos revivir. Los ejemplos más claros son los de los supervivientes de conflictos bélicos o de los campos de concentración, pero sin llegar a estos extremos, hay situaciones desagradables en la vida que tendemos a olvidar o cuando menos a blanquear recordando tan solo algunos pasajes gratos o intrascendentes. Era el caso del servicio militar obligatorio, afortunadamente desaparecido en España hace más de 20 años, pero que fue un periodo negro en la vida de muchos jóvenes que, sin embargo, años después solo recuerdan anécdotas más o menos divertidas para contar a los amigos.
Algo de esto ha ocurrido con la pandemia de covid. Desde que a comienzos de 2020 aparecieron en España los primeros casos, y durante las cinco primeras olas de la pandemia, se registraron oficialmente casi 5 millones de casos confirmados, 87.080 personas fallecidas (las cifras reales fueron muy superiores al no registrarse todos los casos sobre todo al inicio de la pandemia), 431.891 ingresos hospitalarios, de ellos 41.138 en Unidades de Críticos. La experiencia fue apocalíptica para toda la sociedad española, en especial para quienes perdieron seres queridos o padecieron directamente la forma grave de la enfermedad, quedando en muchos casos con secuelas importantes. Como consecuencia de esta experiencia colectiva tan traumática, nadie quiere ni oír hablar del dichoso virus a pesar de que sigue estando ahí, aunque muy atenuado y mantenido a raya gracias a la vacunación.
El tema ha desaparecido casi por completo de los medios de comunicación, aunque últimamente salga un poco de acompañante de la gripe A. Quizás el ejemplo más claro se ha producido con la reciente publicación del informe del Ministerio de Sanidad denominado Evaluación del desempeño del Sistema Nacional de Salud español frente a la pandemia de covid-19, un detallado y esperado documento de 156 páginas que pretende ser un análisis de lo ocurrido en España durante la pandemia. La forma en que se ha gestado y elaborado es una muestra de que sus responsables (y no hablo tanto de sus firmantes, sino sobre todo de los promotores ministeriales) eran perfectamente conocedores del fenómeno del olvido selectivo y de que el tiempo es capaz de hacer desaparecer cualquier cosa.
Allá por el 2020, cuando al inefable ministro Illa se le cuestionaba por la gestión de la crisis y sus numerosos desatinos, especialmente en sus inicios, invariablemente decía: “Tiempo habrá de evaluar lo que se ha hecho…”. Y tanto que ha habido tiempo, han tenido que pasar cuatro años y otros tantos ministros de Sanidad desde los primeros meses de la pandemia hasta que se ha hecho público el informe. El 17 de octubre de 2020, y tras una carta publicada en The Lancet por prestigiosos científicos españoles solicitándola, se anunció la decisión de llevar a cabo una auditoría independiente de la gestión de la pandemia. El 22 de septiembre de 2021, casi un año después, se nombró un grupo de trabajo que en teoría debía haber elaborado el informe en un plazo de cuatro meses. Ha sido en diciembre de 2023, casi cuatro años después de la llegada de la pandemia a España, cuando se ha hecho pública la presunta auditoría. Curiosamente el documento está fechado el 30 de abril, por lo que resulta obvio que el ministro Miñones (aunque le cueste recordarlo, uno de los tres ministros de Sanidad que ha habido en 2023 se llamaba así) lo guardó cuidadosamente en un cajón hasta que pasaran todas las elecciones municipales, autonómicas y generales, y se produjera el enésimo cambio de responsable (muy probablemente por instrucciones “de arriba”).
La verdad es que tampoco hacían falta tantas precauciones. El documento difícilmente puede calificarse de “auditoría” dado que sus críticas son muy genéricas y se limitan a decir que no estábamos preparados para lo que vino (obvio), que hubo falta de coordinación y de protocolos y problemas de comunicación sobre todo por la sobreexposición del portavoz (más obvio todavía). Nadie fue responsable de nada, la vacunación fue modélica y todo el mundo se comportó con una profesionalidad y civismo dignos de mejor causa. Un paisaje verdaderamente idílico.
El documento aporta 72 medidas de mejora (aunque todo fuera tan bien) propuestas por un numeroso grupo de expertos, que la verdad es que están muy bien y en su gran mayoría resultan muy adecuadas. El problema es que son una verdadera carta a los Reyes Magos, ya que lo que acaban concluyendo es que, con vistas a nuevas pandemias, consideradas como probables en el informe, sería imprescindible dar totalmente la vuelta al Sistema Nacional de Salud, arreglar sus numerosas goteras e invertir una enorme cantidad de dinero que evidentemente no cuantifican ni aclaran de dónde va a salir. Además, se supone que este proceso debería estar dirigido y gestionado por un buen conocedor de la sanidad y que pasara algo más que unos meses en el ministerio (recordemos: 3 ministros de Sanidad en 2023, 5 en la última legislatura, 17 en lo que va de siglo). Como se ve, todo al alcance de la mano.
Lo verdaderamente notable de toda esta historia es que el documento, que se puede discutir o no, pero que está ahí y hace referencia a la mayor catástrofe sanitaria en muchas décadas, ha pasado totalmente desapercibido, con tan solo unas breves reseñas en prensa, y que ni Gobierno ni oposición hayan hecho valoración alguna del mismo fuera de la distribución del documento a las comunidades autónomas en el Consejo Interterritorial hace unas semanas. Como decía recientemente el director de un medio informativo en una tertulia: “No le interesa a nadie”. Un evidente ejemplo de olvido selectivo.
Bien está que los ciudadanos nos olvidemos de un episodio tan negro de nuestra vida reciente, pero ese es un lujo que las autoridades tanto sanitarias como económicas y tanto del Gobierno central como de los autonómicos no deberían permitirse. Si algo queda claro del documento que comentamos es que todos los expertos ven probable la llegada de nuevas pandemias para las que en absoluto consta que estemos mejor preparados de lo que estábamos para el covid a principios del 2020 ni que hayamos avanzado algo en este sentido. Decididamente no aprendemos.
Se conoce como memoria selectiva un fenómeno que explica por qué una persona puede acordarse muy bien de unas cosas y olvidar completamente otras, que quizás perciba como menos gratas. La memoria como función cognitiva se engrana de una forma selectiva; es decir, no recordamos toda la información que captamos de la misma forma. Esta característica del cerebro nos sirve entre otras cosas como mecanismo de defensa para olvidarnos de las experiencias desagradables de la vida, algunas difícilmente soportables y que en modo alguno queremos ni podemos revivir. Los ejemplos más claros son los de los supervivientes de conflictos bélicos o de los campos de concentración, pero sin llegar a estos extremos, hay situaciones desagradables en la vida que tendemos a olvidar o cuando menos a blanquear recordando tan solo algunos pasajes gratos o intrascendentes. Era el caso del servicio militar obligatorio, afortunadamente desaparecido en España hace más de 20 años, pero que fue un periodo negro en la vida de muchos jóvenes que, sin embargo, años después solo recuerdan anécdotas más o menos divertidas para contar a los amigos.
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