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A tu madre le vino la regla con 15, a ti con 13, a tu hija con 10: el misterio de la menarquia
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A tu madre le vino la regla con 15, a ti con 13, a tu hija con 10: el misterio de la menarquia

En 'La mitad que sangra' (Libros del KO), estos dos periodistas investigan por qué, pese a que los problemas menstruales afectan a millones de mujeres, apenas atraen la atención de la medicina o la ciencia

Foto: Quinn, de 12 años, sostiene una caja de compresas. (Reuters/Shannon Stapleton)
Quinn, de 12 años, sostiene una caja de compresas. (Reuters/Shannon Stapleton)
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El documento, casi olvidado pero muy bien conservado, ha pasado más de un siglo almacenado en la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense.

Myriam de Hipólito, subdirectora de la biblioteca, aparece tras el mostrador llevando entre sus manos un delgado hatillo de papeles, que deposita con sencilla solemnidad sobre la mesa. "Mucho cuidado, es una joyita", subraya.

Son 79 cuartillas redactadas a mano en 1918. Papel color perla y una letra cursiva con estilográfica, de un color azul ya grisáceo que nos recuerda que hubo una época para la ciencia, no solo antes de la informática, sino también de la mecanografía. Lo más interesante está en el apéndice, donde Juan Comas Camps recoge 6.500 observaciones sobre la menarquia —a qué edad se presentaba por primera vez la menstruación— en 40 provincias españolas.

Comas Camps era, en realidad, antropólogo. De origen menorquín, su biografía revela que durante sus años de universitario en Madrid, a comienzos del siglo pasado, alternaba sus estudios en la Facultad de Ciencias Biológicas con los ambientes vanguardistas de la época. Frecuentó los círculos de Lorca o Buñuel, aprendió pedagogía junto a Jean Piaget en Ginebra, se afilió al Partido Socialista y, al empezar la Guerra Civil, ocupó diversos cargos en el Gobierno republicano. Cuando su cabeza tuvo precio, cruzó la frontera con Francia y, más tarde, puso rumbo a Ciudad de México, donde falleció en 1979, casi con 80 años.

placeholder Página escaneada de la tesis manuscrita de Comas Camps sobre la menstruación en 1918. (Archivo Universidad Complutense)
Página escaneada de la tesis manuscrita de Comas Camps sobre la menstruación en 1918. (Archivo Universidad Complutense)

Fue una eminencia en antropología. Cuando tenía apenas 18 años, dedicó su memoria doctoral a los calambres y dolores que aparecen con la menstruación. La memoria, a diferencia de la tesis, no está pensada para realizar un aporte científico novedoso, sino que servía para obtener algún título. Por eso este documento no suele aparecer en las bibliografías que celebran la producción científica de Comas, venerado en el país mexicano como fundador del Instituto de Estudios Antropológicos de la UNAM y por las décadas que pasó estudiando a los pueblos indígenas.

Esta memoria contiene una información extremadamente valiosa. Los datos proceden de 4.300 observaciones extraídas por el antropólogo del dispensario anexo a la Clínica de Ginecología de la Facultad de Medicina de Barcelona y de otras 2.200 hojas clínicas del servicio de partos de la Asociación Protectora de la Maternidad de Barcelona. No es de extrañar, por tanto, que las cuatro provincias catalanas y aquellas que las rodean estén sobrerrepresentadas en el estudio.

En estos lugares con un mayor número de observaciones (Barcelona, Girona, Huesca o Lleida), y por tanto más fiables, la regla llegaba por primera vez entre los 14 y los 15 años. En Zaragoza o Lugo, a los 16.

Aunque incompleta en su análisis, la tesis doctoral de Comas Camps es un tesoro. Primero, porque nos recuerda que, en la época de la que procede, hubo un florecimiento de las ciencias en España, donde la salud femenina comenzaba a estudiarse en serio, y que, poco después, fue interrumpido abruptamente por la guerra y la dictadura.

placeholder Este reportaje es uno de los capítulos de 'La mitad que sangra', de María Zuil Navarro y Antonio Villarreal. (Libros del KO)
Este reportaje es uno de los capítulos de 'La mitad que sangra', de María Zuil Navarro y Antonio Villarreal. (Libros del KO)

Pero, además, el trabajo de Comas Camps es valioso porque no ha habido ningún estudio similar en España en más de un siglo, nada que permita cotejar de una forma tan ambiciosa los cambios que ha experimentado en todo este tiempo la primera regla de las mujeres. Las aproximaciones que se han hecho al respecto para entender la llegada de la menstruación durante el franquismo han tenido lugar en los últimos 15 años, es decir, se hicieron de forma retrospectiva y en todos los casos se centran en regiones concretas como Asturias o Navarra.

No obstante, arrojan conclusiones muy interesantes y que respaldan la tesis de que, hoy en día, la pubertad se está adelantando en ambos sexos, y con ella la edad de la primera regla. Está ocurriendo en todos los países europeos, y en prácticamente todos los que lo han investigado. No es un fenómeno solamente de Occidente, ocurre desde Canadá a China o Corea del Sur.

Y, por supuesto, en EEUU, donde las marcas hace tiempo que entendieron la tendencia y ahora comercializan todo tipo de productos menstruales para las tweens, que es como llaman a las preadolescentes de ocho a 12 años. Ya fabrican tampones más pequeños o estuches para la primera regla de color rosa chicle con tipografías infantiles y mucha purpurina.

España no es ajena al fenómeno. En la primera década del siglo XXI, los pediatras suelen manejar los 12 años como la edad típica para la menarquia en nuestro país, aunque estudios más recientes ya bajan esa media hasta los 11 años y medio. Lo que 100 años antes era algo excepcional —solo se daba en Sevilla y Cádiz— es actualmente la norma.

Las causas, por tanto, deben ser prácticamente universales para estar sucediendo en países tan diversos.

¿Por qué sucede?

Un par de estudios independientes realizados en España en 2008 apuntan al primer factor del que se sospecha. Entre las 227 voluntarias analizadas en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, la edad media de la primera menstruación era de 12,2 años, pero en aquellas que registraban obesidad esta cifra bajaba hasta los 11,8 años.

¿Caso resuelto? No, ni mucho menos. Como todo lo que rodea a la menstruación, tenemos varios problemas. En primer lugar, los estudios son insuficientes. Harían falta más trabajos, más completos, con muchas más mujeres de diferentes edades, razas, tallas, pesos y situaciones.

"El incremento en el peso, no obstante, puede ser una con secuencia más que un determinante de la edad de la menarquia", razonaban los pediatras del Hospital Gómez Ulla en otro de estos trabajos. Es decir, muchas niñas podrían empezar a ganar más peso a partir de que les llegue la pubertad, y al llegarles antes mostrarían un mayor índice de masa corporal que sus compañeras de la misma edad.

Aunque el patrón de descenso es consistente en todos los países que han hecho estudios al respecto, hay muchos interrogantes. Por ejemplo, en Estados Unidos la primera menstruación se está adelantando más rápido que en España, sobre todo en niñas de raza negra. Si las estadounidenses blancas vieron su menarquia adelantarse dos meses entre 1973 y 1994, entre las negras se ha acortado diez meses.

Hay que introducir un matiz importante sobre la menarquia: la pubertad no comienza en este momento, sino un poco antes, con la telarquia: el momento en el que los estrógenos empiezan a circular por el cuerpo y producen el desarrollo de las mamas o el crecimiento de útero y vagina. No es ninguna sorpresa descubrir que la telarquia también se está adelantando en algunos países. Concretamente, en aquellos que lo han estudiado, como Estados Unidos, donde el desarrollo de los pechos se está produciendo entre 18 y 24 meses antes que hace unas décadas. Otro trabajo habla de casi tres meses por década, lo que equivaldría a decir que a cada nueva generación se les empezará a desarrollar el botón mamario un año antes que a sus madres y dos años antes que a sus abuelas.

Xusa Sanz, además de enfermera, es una de las principales divulgadoras de la comunidad hispanohablante sobre lo que se sabe y lo que no, especialmente a través de su cuenta de Instagram. "Si revisas la bibliografía científica, se apunta a disruptores endocrinos y a temas de obesidad, porque el tejido adiposo al final es un órgano endocrino", nos explica. "Es verdad que muchas veces se relaciona con el peso, aunque tampoco es que el peso sea realmente un indicador fiable con el desarrollo de la pubertad", añade.

La sucesión de acontecimientos es la siguiente: una vez empieza la pubertad se produce un crecimiento del pecho, las caderas o el vello púbico que comienza a acelerarse hasta que se llega a un punto llamado velocidad máxima de crecimiento (peak height velocity, por su denominación en inglés), a partir de ahí comienza a frenar. En chicas, la primera menstruación suele acontecer unos seis meses después de ese pico y unos dos años después del comienzo de la pubertad.

Hace 10 años, la tesis de la obesidad se convirtió en predominante dentro de los estudios sobre la menarquia. Incluso se popularizó una teoría de los 48 kilos, que venía a decir que, en cuanto la niña llegaba a pesar 48 kilos, su cuerpo comenzaba a emitir señales hormonales que acababan por provocar la primera menstruación, daba igual si se llegaba con 10 o con 14 años.

"Más tarde se vio que no es que exista un peso determinado, sino que es un tema de redistribución energética y de exceso de grasa", explica Sanz. Se sabe que una de las funciones del tejido adiposo es enviar al cerebro señales de que hay energía para gastar y que ya pueden empezar a desarrollarse otras funciones, en este caso, la reproductiva.

Es cierto que si algo ha aumentado en todas partes del mundo, incluso en Japón o Corea del Sur, son las tasas de obesidad infantil. Pero achacar a este factor el adelanto de la primera regla es todavía aventurado. Entre otras cosas, porque, pese a la prevalencia de la obesidad en niños, en hombres no parece ser un factor de importancia ni se está viendo una precipitación tan acentuada de la niñez a la adolescencia.

Otro problema es que, aunque muchas de estas presunciones pueden tener sentido, no tenemos un registro histórico lo suficientemente detallado como para compararlas. ¿Cuál era la edad media global de la menarquia hace 50, 100 o 200 años? ¿Es realmente la edad un valor en descenso o se trata de algo cíclico?

Además de la obesidad, una de las causas, o más bien sospechas, que se barajan es la exposición, durante nuestros primeros años de vida, a los ya citados disruptores endocrinos, sustancias químicas presentes tanto en nuestra alimentación como a nuestro alrededor, en el medio ambiente.

De nuevo, la exposición a estos compuestos está muy demostrada por trabajos como el de la ginecóloga granadina Enriqueta Barranco, que, al encontrar restos de estos químicos en la regla, descubrió también que la bajada de la sangre no es simplemente consecuencia de la destrucción del tejido endometrial para preparar al cuerpo femenino ante la llegada de un nuevo óvulo fecundable. Es también un sistema de excreción de contaminantes ambientales, que, sin la regla, quedarían ahí dentro y podrían pasar al feto a través del cordón umbilical.

Como muchas cosas que suceden con la menstruación, el problema de la exposición a compuestos químicos está documentado, pero no se ha llegado realmente a establecer la causa-efecto. En otras palabras, la menarquia se está adelantando desde hace al menos un siglo, pero no sabemos por qué causas exactamente.

"Lo que realmente sabemos es que no hay nada claro", dice Sanz, "que es un tema multifactorial, que el ambiente o los disruptores endocrinos también afectan, e incluso se habla de causas socioeconómicas. Son tantas cosas que realmente no puedes decir: es por esto", sentencia la enfermera.

20 siglos más tarde

Como ocurre con todo lo relativo a la menstruación, la menarquia tampoco ha sido suficientemente estudiada. En los datos recogidos por Comas Camps en 1918 se aprecia cómo la primera menstruación llegaba antes a las mujeres en el sur que en el norte de España. Esto puede ser algo más que una coincidencia, según Barranco. Dinamarca, Suecia o Países Bajos están, precisamente, entre los países donde la primera regla llega más tarde que en España, en torno a los 13 años.

Aunque, como hemos visto, no hay evidencia de que los ciclos lunares influyan en la menstruación, sin embargo, sí se le atribuye un efecto a la cantidad de horas solares que una mujer recibe.

"La influencia que tiene el sol sobre el ciclo menstrual es algo que no se ha contemplado suficientemente", dice la catedrática. "Por ejemplo, conozco mujeres en Granada que, al viajar al norte de Europa, donde hay muchas menos horas de sol, sufren una amenorrea por el cambio. A veces no recuperan la menstruación que tenían hasta que regresan a casa".

Puede parecer una locura, pero no es tan disparatado. Del mismo modo que la cantidad de grasa del cuerpo puede enviar un mensaje para dar el pistoletazo de salida a la menarquia —hay suficiente energía—, cuando falta algún nutriente clave, todo el proceso menstrual puede sufrir alteraciones; por ejemplo, la amenorrea hipotalámica funcional. La literatura identifica dos componentes concretos: el calcio y la vitamina D3, que no se adquiere a través de la dieta, sino por la exposición al sol o por suplementos.

Esta sería una pieza importante. Incluso aunque no resolviera el caso de las menarquias precoces —las horas de sol no han cambiado en el último siglo, pero ¿quizá podría tener alguna otra base ambiental como la cantidad de insolación o forzamiento radiativo, que sí se ha visto alterado por la misma composición atmosférica que provoca el cambio climático?—, ahondar en los estudios sobre la luz solar podría beneficiar mucho el tratamiento de las irregularidades menstruales, pero desgraciadamente solo tenemos indicios y sospechas.

De acuerdo, además de la obesidad y los disruptores endocrinos (parabenos, bisfenoles, ftalatos), hay muchos factores cuya importancia aún desconocemos: dónde vivas, de qué raza seas, tu dieta o tu nivel socioeconómico pueden ser tan determinantes como la edad a la que tu madre tuvo su primera regla. Aún sin tener todas las respuestas, las señales parecen inequívocas: algo está provocando que, desde hace décadas, el comienzo de la menstruación se esté adelantando. Sin embargo, nunca podremos estar del todo seguros, porque, al mirar en la literatura cómo era la menstruación para las mujeres de comienzos del siglo XX, el siglo XIX, la Ilustración, el Renacimiento o la Edad Media, lo que encontramos es otro gigantesco signo de interrogación.

Encontrar algo de luz en todos estos siglos es la tarea que se propuso Enriqueta Barranco, que además de ginecóloga siempre tuvo una pasión como historiadora. Al estudiar la regla en la antigüedad, se percató de cómo hay cosas que ahora nos preocupan como si fueran algo nuevo y se llevan repitiendo desde, al menos, la Antigua Grecia.

"Puede ser un poco chocante lo que voy a decir, pero es posible que no esté pasando nada en este aspecto", dice Barranco. "Están pasando muchas cosas con la menstruación, pero con la menarquia, la duración del ciclo menstrual y los días de sangrado puede que no haya ninguna diferencia con lo que había hace 20 siglos, ha permanecido invariable desde que lo describió minuciosamente Sorano de Éfeso en el siglo II después de Cristo".

Barranco se sumergió no solo en libros de la Antigua Grecia, sino en todo lo que también dejaron escrito los médicos musulmanes de al-Ándalus, una época donde la medicina, la cirugía o la farmacología dieron un enorme salto adelante. Gran parte de la medicina occidental hasta el siglo XVIII estuvo basada en el célebre Canon, recopilado en el siglo XI por el médico persa Ibn Sina (Avicena en su forma latina).

Ahora, Barranco ha encontrado que estos viejos textos contradicen muchas de las creencias que ella misma tenía sobre la menstruación, y lamenta haber tenido que esperar hasta después de su jubilación para descubrirlos.

"Llevaba mucho tiempo percibiendo que el ciclo menstrual actualmente era corto, lo cual representa una sobrecarga para la salud de las mujeres porque sangran más, pero he descubierto que en el siglo II el ciclo duraba lo mismo que ahora, entre 19 y 35 días, que a algunas mujeres les venía antes y a otras después, y que muchas referían un sangrado muy abundante, es decir, lo mismo que ahora", describe. "Tengo la percepción de que, a lo largo de la historia, la duración del ciclo y del sangrado apenas ha variado, y con excepciones, porque hay gente a la que le viene con ocho años, la edad de la menarquia tampoco ha variado mucho: cuando una niña tiene una menstruación con 11 años, la madre considera que es muy pronto, pero esa percepción no es real".

Desde luego, es una afirmación que puede parecer osada después de todo lo que hemos leído, pero en la historia de la menstruación hay tantas lagunas que resulta difícil discernir si una afirmación sobre el pasado es osada o, por el contrario, puede iluminar un nuevo camino para la investigación.

"Ya eres mujer"

La llegada de la menarquia se ha expresado con todo tipo de eufemismos: caerse por las escaleras, de la azotea, de un burro… Aunque sin duda las palabras que más han escuchado las chicas cuando las primeras manchas de sangre aparecen en la ropa interior son tres: "Ya eres mujer".

"Me levanté con una mancha leve marrón que fue aumentando a sangrado, pero sin dolor ni otros síntomas. Cuando se lo dije a mi madre, me dio una compresa y me dijo 'Felicidades, ya eres mujer, ¿qué te apetece hacer en este día?', como si fuera mi cumpleaños. Y se lo empezó a decir a familiares más cercanos y otras amigas, llena de orgullo, pero procurando ocultarlo a cualquier varón del entorno. Me habría gustado que se tratara con más naturalidad; en aquel momento, me sentía cohibida y sin saber muy bien cómo debía comportarme o sentirme, pero no me dieron mucha más información sobre lo que iba a pasar en mi cuerpo", cuenta Rocío, de 36 años, residente en Madrid.

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Como Rocío, muchas reciben su primer sangrado con más dudas que certezas. Así, un 14% de las encuestadas nos contaron que no sabían lo que les estaba pasando, y un 50% considera que, aunque lo sabía, no tenía la suficiente información.

En muchos lugares de Sudamérica, aún se celebra este paso a la madurez bajo el nombre de fiesta de los 15 años o, más comúnmente, quinceañera. Esa era, más o menos, la edad que una mujer tenía cuando la menarquia asomaba y, aún hoy, es festejada con una ceremonia parecida a una boda, donde las adolescentes van vestidas de gala y reciben regalos, siguiendo la tradición maya y azteca de celebrar este hecho biológico que marca la transición de hija a mujer.

Los incas tenían una deidad llamada Mama Quilla (Mamá Luna) cuyo principal poder era regular el ciclo menstrual. A decir verdad, los rituales que festejan el paso de la pubertad a la adultez, en el que la primera menstruación es un estandarte claro, se han registrado en distintas zonas del mundo antiguo. Por ejemplo, los baulé en Costa de Marfil tienen un rito llamado atôvlè, análogo a la fiesta quinceañera latina, y que festeja precisamente la menarquia.

Esta costumbre está llegando en los últimos años a Estados Unidos o Europa, donde han adquirido cierta popularidad las "fiestas de la menarquia": ceremonias que pueden ser caseras o con previa contratación de, por ejemplo, rituales en medio de la naturaleza, que celebran el primer contacto con su periodo.

En algunas culturas donde se practica el aislamiento menstrual, la llegada de la menarquia puede suponer todo lo contrario a una celebración, obligándolas a permanecer meses o incluso años separadas de su comunidad. También tienen estrictas normas como no poder mirar al techo, no acostarse, llevar los ojos vendados, ser sometida a vómitos o a comer solo alimentos masticados por otro miembro de la comunidad.

Una de las reflexiones más compartidas entre las mujeres es con qué fidelidad recuerdan aquella primera regla

En países de Europa del Este es costumbre que las madres o abuelas den una bofetada a sus hijas cuando tienen su primer sangrado. La tradición ha sobrevivido a la explicación y no se sabe bien si es porque creían que así tendrían una mejor circulación sanguínea, para devolver el color a sus mejillas o para que aprendan el dolor de convertirse en adultas, pero es un claro ejemplo de cómo la superstición rodea a la menstruación desde el primer día.

En la actualidad, cualquier adolescente quinceañera sabe desde hace varios años y en primera persona lo que significa menstruar. Cada vez más chicas de ocho a 10 años están pasando ahora por lo que pasaron sus abuelas quinceañeras. Entre las 915 mujeres que respondieron a nuestro cuestionario, a casi el 80% le vino la primera regla antes de los 14 años. Aunque el rango de edad de las encuestadas se extiende desde los 18 hasta los 72 años, la gran mayoría oscila entre los 22 y los 51 años.

Una de las reflexiones más compartidas entre las mujeres consultadas en nuestra encuesta es con qué fidelidad recuerdan aquella primera regla, por muchos años que hayan pasado.

Marta, 33 años, residente en Madrid, recuerda que la menarquia "me pilló en vacaciones de verano, justo el día que dejábamos el camping en la montaña para irnos a la playa, así que no me hizo ninguna ilusión. No tuve molestias y sangré muy poco, pero recuerdo que el comentario de mi madre fue algo como 'Ya empieza…' y con un tono de todo menos alegre, como que era algo esperado pero no deseado, así que me sentí rara porque no entendía por qué se lo tomaba así", nos cuenta. Tenía 11 años.

"Me daba vergüenza, sentía que había hecho algo mal, lo oculté un par de meses hasta que mi madre me pilló porque faltaban compresas"

A Paula, también madrileña y de 29 años, la regla le llegó con 15. "Era la última chica de clase a la que le bajaba y, al no tener una posición social demasiado buena, muchísimas chavalas montaron una especie de fiesta cantando que ya era una mujer y haciendo un espectáculo bastante deleznable de lo que a mí me habría gustado que pasara desapercibido".

Muchas sintieron que sus padres, hermanas o amigas le dieron una importancia que les incomodaba, hubiesen preferido un perfil más bajo delante de todo el mundo con respecto al hecho de "ser ya una mujercita".

"Me daba vergüenza, sentía que había hecho algo mal, lo oculté un par de meses hasta que mi madre me pilló porque faltaban compresas", contaba Lorena, de 31 años, residente en la capital, a quien la menarquia le llegó a los 10 años. "Luego odié que se lo contase a todas las mujeres de la familia". Otras de las personas que padecieron las menarquias más precoces recogidas en nuestra encuesta comparten sensaciones muy parecidas. Fastidio. Vergüenza. Miedo. Frustración. Nervios. Sí, son las mismas que declaran aquellas a las que les vino con 15, solo que con mucho menos equipaje vital y emocional para lidiar con ello. Cerca de un 60% de las respuestas mencionaron sentimientos negativos en torno a su primera menstruación, y solo un 10% tuvieron experiencias positivas (un 20% no lo recordaba y un 6% no le dio importancia). Afrontar que de repente se pasa de niña a mujer, además de ser erróneo, generó una gran incomprensión y hasta tristeza en muchas de las encuestadas. Incluso puede llegar a ser un evento traumático. "Recuerdo a una mujer que durante la investigación nos contó que su padre le había tirado todos los juguetes cuando le llegó la menarquia. De un día para otro, su hermano seguía teniendo sus coches, pero ella no porque, según su padre, ya era una mujer", cuenta la doctora en antropología Alicia Botello.

No pienso decirle a mi hija eso de "ya eres mujer". Me hizo sentir horrible aquel comentario. ¿Y antes qué era?

"Mi madre me dio una compresa y me dijo: 'Ponte esto', pero no me dijo ni dónde ni cómo", recuerda Ana Ruth, de 43 años, residente en Madrid. "Mi padre después me hablaba como si yo estuviera enferma, me preguntó: '¿Tienes calambres?', y yo no entendí la pregunta".

Claudia, de 24 años, residente en Alicante a quien la menarquia le vino con ocho años, se recuerda "muy asustada" entonces. A Glòria, barcelonesa de 43, le pasó a los nueve años: "Cuando vi la sangre en las braguitas, me angustié mucho, estaba muy desesperada".

"Las mujeres han tenido que madurar más rápido, a menudo porque se les imponían unas responsabilidades que hasta entonces no tenían. La menarquia como el paso de la niña a mujer refleja que la niña ha llegado a la maduración física necesaria para procrear si así lo deseara, por eso, en muchas culturas durante muchos siglos, y todavía hoy en países de América, Asia y África, se toma la menarquia como edad legal para el matrimonio, independientemente de que la niña reúna las condiciones psíquicas e intelectuales para ello". Esta idea compartida de "transformación en mujer", con la menarquia, ha ido más allá del ideario colectivo y ha influido también a nivel legislativo, explica Botello. En España, con la reforma del Código Penal de 2015, se elevó la edad mínima de consentimiento sexual de los 13 a los 16 años. Esa edad de 13 años no era casual, parece estar relacionada con la menarquia y con la idea de que, si no lo era ya, pronto sería "mujer". Directamente relacionado con la edad de consentimiento sexual, en España una niña con 14 años se podía casar si un juez dictaba dispensa (casi siempre por embarazo) y estuviese emancipada. Tras la Ley 15/2015 de Jurisdicción Voluntaria, se elevó la edad mínima para contraer matrimonio a 16 años y desapareció también la dispensa de edad. "Afortunadamente, se subió, porque es algo que está cambiando en muchos sitios y ya no pensamos que una niña con 12 años sea mujer", dice Botello.

Una vecina siempre preguntaba si "ya era mujer" y cuando supo que sí me dijo: "Pues ahora ya no puedes jugar con niños"

Por otro lado, aunque biológicamente sea posible quedarse embarazada desde la primera menstruación, según la OMS, las madres adolescentes (de 10 a 19 años) tienen más peligro de sufrir eclampsia, endometritis puerperal e infecciones sistémicas que las mujeres de 20 a 24 años. Además, los bebés de madres adolescentes tienen un mayor riesgo de padecer bajo peso al nacer, nacimiento prematuro y afección neonatal grave.

En una época donde la salud mental ocupa un espacio cada vez más relevante, cabe preguntarse acerca de los posibles problemas de que cada vez más chicas se estén enfrentando a este tipo de situaciones hasta cinco años antes que sus madres o abuelas.

Las primeras aproximaciones al problema se hicieron en Estados Unidos hace más de 15 años, y ya hablaban de que las chicas que maduraban muy pronto tenían más posibilidades de padecer una baja autoestima o insatisfacción con su cuerpo durante la adolescencia. También han surgido otros riesgos y problemas psicosociales: depresión, uso de sustancias o incursiones sexuales prematuras. En resumen, la mente de una niña batallando dentro del cuerpo de una mujer.

Todo esto, además, sucedía antes de la llegada de aplicaciones de distorsión masiva como Snapchat, Instagram o TikTok.

La primera regla como un cambio radical en la vida de las niñas es un mantra que también los cuentos infantiles se han encargado de afianzar, preparando a las menores ante los peligros que acechan tras la pubertad. La manzana roja que muerde Blancanieves, la gota de sangre del pinchazo de la Bella Durmiente o la capucha de Caperucita son metáforas sobre la menarquia que ahondan en el despertar sexual, ya sea por parte de los príncipes que las rescatan o de los lobos que las persiguen. Pero no hay relato de la menarquia más traumático que el de Carrie, de Stephen King, luego llevado a la gran pantalla por Brian de Palma, que es quizás uno de los pocos ejemplos del cine en el que la sangre menstrual es representada en el séptimo arte, aunque con terroríficas intenciones. Más reciente y positiva es Red, de Pixar, que ilustra el paso a la adolescencia de su protagonista convirtiéndose de un día para otro en un gran panda rojo que se enfrenta a su madre y experimenta los cambios hormonales propios de la pubertad. La película, estrenada en 2022, ha sido la primera del estudio dirigida, escrita y producida por mujeres, y su tratamiento de la menarquia es radicalmente diferente al de aquellas películas del siglo pasado.

"Entré en histeria, no entendía por qué sangraba si no tenía ninguna herida ni me dolía"

Otro hallazgo muy significativo de las entrevistas a estas 915 personas acerca de cómo se sintieron al vivir la menstruación por primera vez es ese choque entre lo que nos cuentan de la regla y cómo se siente realmente.

Todo ese relato social y cultural, de empoderamiento, incluso, que ofrecen los anuncios de tampones se disipa en un segundo de extrañeza ante la primera mancha… ¿marrón?

"Lo recuerdo perfectamente", nos contaba Álida, de 27 años, gallega residente en Barcelona. "Estaba en 6.º de Primaria, fui al baño antes de entrar en clase y vi que tenía las bragas manchadas de marrón". Al limpiarse, vio la sangre. "Entré en histeria, no entendía por qué sangraba si no tenía ninguna herida ni me dolía".

"Unos minutos después me vino un flash, algún adulto hablando sobre algo llamado regla o periodo. Al entrar en clase hablé con mi profesora, que me sacó un momento de clase y me explicó lo que pasaba. Me dio una compresa que no sabía muy bien cómo poner y volví a clase, con la suerte de que tocaba Coñecemento do Medio: el aparato reproductor femenino". Luego vino la peor parte: "Toda la clase ya se había enterado y me mandaron notitas con espermatozoides y óvulos. 'Ya puedes quedarte embarazada', recuerdo que ponía alguna". El shock por la mancha marrón se repite en más respuestas, chicas de todas las edades y puntos de España y otros países. "Me sorprendió ver una mancha marrón, pensaba que sería un río rojo intenso", recuerda Sara, 44 años, de Zaragoza. "Estaba en una reunión familiar, por fortuna no fue algo escandaloso, apenas una mancha oscura", recuerda una mexicana de 28 años que prefiere aparecer de forma anónima. "Me espanté un poco, porque no sabía que al principio la sangre podía ser tan marrón".

Ana, de 32 años, residente en Barcelona, tenía 12 años cuando sucedió. Venía del instituto. "Era sangre bastante oscura, marrón", recuerda. Se lo dijo a su familia y estos se alegraron. "Era como algo que estaban esperando a que pasara".

Foto: La copa menstrual que te permite mantener relaciones sexuales durante la menstruación

En realidad, este color se debe a que, al ser el flujo más leve, tarda más en abandonar la vagina y, para cuando lo hace, ya no es sangre fresca. En el fondo es química elemental, la hemoglobina encargada de transportar el hierro en la sangre se une al oxígeno circundante y lo transforma en óxido de hierro. En otras palabras, la sangre se oxida y por eso toma ese color marrón que a veces puede llegar a ser rojo oscuro o casi negro.

Para cualquier mujer, llega a ser una situación normal, pronto habrá visto en sus braguitas o compresas sangre de todos los colores y densidades. A menudo, este color marrón también es un indicador de la cantidad de progesterona (baja) o estrógenos. Pero, para una niña, la sensación de esa primera vez es muy diferente.

"Lo que vi fue mi braga manchada de marrón, parecía caca, así que acudí a mi madre con mucha vergüenza a decirle algo como 'Mamá, tengo caca en las bragas, pero creo que no me he tirado ningún pedo…", nos contaba Ángela, de 30 años. "Mi madre me pidió la ropa interior, la olió y me dijo que era la regla. Se lo contó a mis tías, prima y hermana mayores, y todas dijeron: 'Ya eres mujer, no pasa nada'. Recuerdo asustarme".

Si la regla llega antes…, ¿la menopausia también?

A lo largo de una vida, cada mujer produce unos 500 óvulos maduros. Cuando se termina la reserva ovárica, comienza la menopausia. Por tanto, si ese primer óvulo está siendo liberado cada vez antes, cabría esperar que la menopausia también llegara con anterioridad a las mujeres en 2023 que en 1923.

Sí, las matemáticas son implacables, pero la biología tiene sus trucos, y en el mundo de la menstruación los caminos nunca van en línea recta.

La menopausia temprana, definida como aquella que sucede antes de los 44 años de edad, no es solo una cuestión estadística. Su incidencia puede aumentar el riesgo de problemas de salud más graves, como el síndrome de ovario poliquístico, enfermedades cardiacas, diabetes y endometriosis.

En nuestra época, todo esto tiene, además, un problema social importante: cada vez más mujeres están teniendo su primer hijo a partir de los 40 años. En España, siempre que el Instituto Nacional de Estadística ofrece datos sobre nacimientos, el récord de madres que superan esta edad se bate, en parte, gracias a la gran oferta de terapias de medicina reproductiva.

La menstruación se adelanta y la maternidad se retrasa. Son dos tendencias antagónicas que se reproducen en Occidente

Si en el primer trimestre de 2021 nacieron 682 niños de madres de 45 años, un año más tarde fueron 974. Casi el doble que en 2016, cuando nacieron 577 niños. De todas las madres que los tuvieron aquel año, 27 tenían más de 50 años. Seis años después, en 2022, la cifra había subido a 64 mujeres.

La menstruación se adelanta y la maternidad se retrasa. Son dos tendencias antagónicas que se reproducen en todos los países de Occidente.

Si algo se puede resumir de los estudios que se han hecho hasta ahora es que la menarquia precoz es un indicador importante para tener una menopausia precoz, pero en todos los estudios el principal factor de riesgo parecía ser no haber tenido nunca hijos.

Concretamente, un metaanálisis de nueve estudios que abarcaba a 51.450 mujeres posmenopáusicas de Reino Unido, Escandinavia, Australia y Japón arrojaba que las mujeres nulíparas que tuvieron una menarquia precoz —identificada aquí como antes de los 12 años— tenían dos veces más posibilidades (frente a otras mujeres que tuvieron la menarquia con más de 12 o tuvieron dos hijos o más) de que la menopausia se presentara antes de los 40 años y cinco veces más de que apareciera antes de los 45. Lo que se conoce como menopausia prematura y temprana, respectivamente. La medicina aún está tratando de atar cabos con respecto a todo esto. Si los estudios sobre el periodo son escasos y, en ocasiones, superficiales, los relacionados con la menopausia se llevan la palma. Realmente, hace muy pocos años que ha devenido un objeto de estudio para los científicos.

Una revisión publicada en septiembre de 2023 por la revista Cell cifraba en un 85% las mujeres con síntomas menopáusicos que no estarían recibiendo una terapia adecuada para sobrellevarlos. Al igual que pasa con el periodo, durante años, las pacientes han recibido el mensaje de que todo cuanto rodeaba al fin de la regla es algo natural, y así había que aceptar también los posibles síntomas.

Sin embargo, uno de los asuntos más candentes es que, al llegar la menopausia, aumentan muchos factores de riesgo para que la mujer padezca enfermedades cardiacas o algunos tipos de cáncer. Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Es simplemente consecuencia de la edad o confiere la menstruación algún tipo de protección contra estas enfermedades? No está claro en absoluto.

Frank Biro, pediatra en el Cincinnati Children’s Hospital y una de las principales autoridades en el estudio sobre el adelanto de la pubertad, estableció una relación entre la llegada de la regla y su partida en los siguientes términos: por cada año que se retrasa la menarquia, se reduce entre el 4% y el 8% el riesgo de padecer cáncer de mama tras la menopausia. Por tanto, cabría presumir que en estos momentos está sucediendo exactamente lo contrario, menarquias más tempranas en todo el mundo que, en algún momento, se traducirán en más tumores una vez franqueada la frontera de la menopausia.

Pero no solo. Quienes la sufren dan por descontados los síntomas vasomotores, es decir, sofocos y escalofríos, pero también sobrevuelan a la mujer menopáusica los buitres de la enfermedad cardiovascular, de la atrofia urogenital, de la osteoporosis y, por supuesto, toda la paleta de afecciones mentales, desde los cambios de humor a la ansiedad o la depresión.

Aproximadamente el 10% de las personas que respondieron a nuestro cuestionario han pasado ya esa frontera, en concreto 96 mujeres y un hombre trans, que provocó su menopausia de una forma farmacológica a los 21 años. Entre sus reacciones, hay dos que predominan: en lo emocional, alivio y felicidad por dejar atrás la regla; en lo físico, un gran cansancio.

La herencia genética es muy inferior a lo que yo pensaba. Me daba miedo que mi menopausia llegara tan pronto como la de mi madre

Desde el momento en que una mujer nace, lleva dentro todos los óvulos que necesitará a lo largo de su vida, entre uno y tres millones. Sin embargo, para cuando llega la menarquia, quedan unos 400.000, y en el momento de la menopausia, menos de 10.000. Evidentemente, no todos se gastan en la ovulación. La gran mayoría, en la forma inmadura de folículos ováricos, se degeneran y son reabsorbidos por el organismo mediante un proceso llamado atresia. En total, solo medio millar madurarán hasta convertirse en óvulos potencialmente viables.

Para que pasen de folículos a óvulos listos para ser fecundados es necesaria la acción de la hormona foliculoestimulante —o FSH, por sus siglas en inglés—, que actúa durante la primera fase del ciclo menstrual. Con la edad, los folículos se vuelven cada vez más resistentes a la FSH. Paralelamente, los ovarios reducen la producción de estrógeno, lo que inhibe también el crecimiento de óvulos y tiene otros efectos asociados sobre la lubricación de la vagina o las secreciones del útero. Son señales inequívocas de algo que se termina.

Globalmente, 49 años es la edad media a la que la regla se pierde. Hablamos de menopausia cuando ha transcurrido un año completo sin sangrado. La fase anterior, donde los niveles hormonales bajan y puede haber desajustes en el ciclo y algunos síntomas, se conoce como "perimenopausia".

En nuestra encuesta, la gran mayoría llegaron a esta nueva etapa entre los 48 y los 54 años. Es natural dado el perfil de las mujeres, mayoritariamente caucásicas. Europa y Oceanía son los lugares donde la menopausia es más tardía. Por el contrario, en Oriente Medio, Latinoamérica o África, la fase reproductiva suele concluir antes.

Aunque el sentimiento predominante sea positivo, muchas de ellas no pueden evitar una cierta nostalgia. Nati, de 59 años, residente en Huesca, recuerda que, cuando la primera regla le vino con 13 años, ella deseaba que aquel momento llegara porque sus amigas ya la tenían. Durante muchos años tuvo, dice, "una buena relación con mi regla".

Nati fue una de las que perdió toda aquella sensación antes de tiempo, tuvo menopausia precoz

"No siempre tenía dolores y no eran incapacitantes, me duraba tres o cuatro días y no era abundante", añade. "Solo me enfadaba con ella cuando venía en un fin de semana con posibilidades. Cuando me tenía que venir y durante la regla, los pechos crecían un poco, me encantaba".

Nati fue una de las que perdió toda aquella sensación antes de tiempo, tuvo menopausia precoz. "Me sentí triste, pensé: '¿Ya está?'. Llegué a pensar que era menos mujer por ser menopáusica".

Si la menarquia ha sido históricamente considerada como la frontera que te convierte en mujer, el fin de la menstruación es vivido por muchas como una pérdida en su identidad o feminidad. Como si ser mujer se redujese únicamente a la capacidad de gestar.

"Me sentía confusa, no fue fácil, creía que llegaría más tarde", añade Nati.

No sabemos cómo de normal es llevarse bien con la regla. Nati estuvo toda la vida sin tener que recurrir a la píldora para suprimir su menstruación y sus síntomas, pero, una vez se acabaron los periodos, su ginecólogo la condujo hasta ella. Le recetó terapia hormonal sustitutiva para reemplazar artificialmente los estrógenos que, de repente, su cuerpo ya no producía.

Del mismo modo que sucedió con la píldora anticonceptiva, la administración de hormonas para paliar los síntomas de la transición a la menopausia también ha sido un experimento en tiempo real sobre millones de mujeres.

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El primer producto a base de estrógenos se llamaba Emmenin y fue ideado en 1941. Se extraía de la placenta humana, por tanto, era complicado de producir. Sin embargo, el fabricante, Ayerst, desarrolló una alternativa más barata dos años después. Utilizaron la orina de yeguas embarazadas para crear Premarin (del inglés pregnant mare urine surgió el acrónimo que da nombre al producto). Fue un bombazo y para los años 60 más de 28 millones de mujeres estadounidenses lo tenían recetado. En aquella década, el estrógeno estaba de moda pese a no haber sido estudiado en profundidad. Un bestseller, firmado por un doctor llamado Robert Wilson y titulado Feminine Forever, aseguraba que la menopausia estaba causada por la caída del estrógeno y que una buena terapia de reemplazo podía evitarla.

En realidad, lo único que hicieron fue hacer análisis antes y después para llegar a esa precipitada conclusión, un razonamiento causa-efecto nada científico que afectaría a la salud de millones de mujeres.

Algunos médicos en los 70 y 80 empezaron a describir lo que encontraban en sus consultas y muchos se temían: que consumir una hormona que, en general, favorece el crecimiento, podía estimular la aparición de un tumor, concretamente de mama y endometrio. La solución fue añadir progestinas, una versión sintética de la progesterona, al cóctel hormonal para mantener a raya esos efectos secundarios indeseados.

Otro factor era el riesgo cardiovascular. Como este parecía incrementarse tras la menopausia, los médicos de la época lo vieron claro: se debía a la caída del estrógeno porque este debía conferir algún tipo de protección al corazón de la mujer. "Debido a sus efectos beneficiosos sobre el corazón, el uso de la terapia hormonal sustitutoria pasó de ser un tratamiento para los síntomas vasomotores peri- y posmenopáusicos a una terapia general para la prevención de toda patología relacionada con la menopausia", afirmaba un estudio realizado en 2009 en la Facultad de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York. Con las menopáusicas pasó exactamente lo mismo que con las menstruantes: a la mínima queja, píldora de hormonas.

Los primeros estudios completos, realizados ya en el siglo XXI —tras medio siglo y millones de mujeres tomando esas hormonas— no solo confirmaron que la terapia hormonal no tenía beneficios sobre las enfermedades cardiovasculares en la posmenopausia, sino que en algunos casos podía empeorar el pronóstico. ¡Pero no en todos! De hecho, la experiencia real con las hormonas parecía ser más positiva de lo que los ensayos clínicos pronosticaban. Paralelamente, fueron apareciendo otros problemas que estas terapias podrían tener al favorecer varios tipos de cáncer. Otros trabajos más recientes muestran también una serie de beneficios antes desconocidos: por ejemplo, reducen las fracturas de hueso o los problemas de cadera relacionados con la osteoporosis y que tanto daño hacen a la independencia en personas de edad avanzada.

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Ante la aparición de un síntoma, las hormonas se acababan recetando por el mantra médico de que los beneficios superan a los riesgos, pero acabaron incurriendo en el mismo problema que la píldora para las molestias de la regla. Al eliminar los incómodos peajes de la menopausia, la terapia eliminaba también toda posibilidad de estudiar por qué, en primer lugar, aparecieron esas molestias.

En la actualidad, la ciencia es bastante más precisa a la hora de decidir qué hormonas recetar, cuándo hacerlo o en qué casos no se recomienda. Curiosamente, los estudios más recientes llevados a cabo por Jerilynn Prior y sus compañeras en el Centro para la Investigación del Ciclo Menstrual y la Ovulación canadiense apuntan a que lo más efectivo contra los sofocos y desvelos producidos por la menopausia es un compuesto sin estrógenos, solo a base de progesterona.

El síntoma por antonomasia de la menopausia son los sofocos. Hasta el 80% de las mujeres experimentan esta sensación de calor

Sin embargo, aún no se ha llegado al fondo del asunto: por qué aumenta el riesgo de tener un ictus o un infarto cuando la menstruación llega a su fin. Los trabajos más recientes van más allá de los estrógenos y se centran en hormonas proteicas como la PTHrP (siglas en inglés de proteína relacionada con la hormona paratiroidea) o en el metabolismo del óxido nítrico.

De nuevo, se aplica la teoría de los síntomas como un semáforo que informa de algo más profundo. El síntoma por antonomasia de la menopausia son los sofocos. Hasta el 80% de las mujeres experimentan esta súbita sensación de calor. Pero, cuando los sofocos se hacen especialmente persistentes y frecuentes, el organismo está enviando la señal inequívoca de que algo no va bien. Uno de los más importantes estudios longitudinales sobre la menopausia, el Study of Women’s Health Across the Nation o SWAN lleva desde 1994 siguiendo a más de 3.000 mujeres de mediana edad o mayores de 18. Una de sus principales conclusiones hasta la fecha ha sido la correlación entre la frecuencia de los sofocos y el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular.

Los sofocos: precisamente lo primero que las hormonas administradas a mujeres de esta edad ayudan a ocultar.

El documento, casi olvidado pero muy bien conservado, ha pasado más de un siglo almacenado en la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense.

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