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Este invento consigue solucionar el lado más oscuro del Sintrom
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sangrados incontrolables

Este invento consigue solucionar el lado más oscuro del Sintrom

Los anticoagulantes son una de las medicinas más recetadas en nuestro país. Aunque esenciales, una vez empieza un sangrado es casi imposible detenerlo. En Harvard parecen tener la solución

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Aunque para gustos, los colores, se considera que la mayor revolución médica del siglo XX es el descubrimiento, en 1928, de la penicilina por Sir Alexander Fleming. Por supuesto, dada la esencial importancia que ha tenido este medicamento para alargar nuestras vidas (y la de los animales, puesto que los antibióticos también se utilizan masivamente en el entorno veterinario), pocos discutirán su puesto en lo más alto del podio de revoluciones médicas. Pero lo cierto es que doce años antes, en 1916, los médicos estadounidenses Jay McLean y William Henry Howell hicieron un descubrimiento capaz de competir con la mismísima penicilina: la heparina, o lo que es lo mismo, el primer anticoagulante.

Estos son medicamentos prohemorrágicos. Dicho de otro modo: impiden, o al menos dificultan, la coagulación natural de la sangre. Puede parecer que esto juega en nuestra contra, pero en determinados casos es lo mejor que le puede pasar a nuestro organismo. Se utilizan con un sinfín de objetivos, entre los que destaca la lucha contra los procesos trombóticos, como pueden ser los infartos de miocardio, las embolias pulmonares o los ictus, así como para poder llevar a cabo análisis en laboratorio, hacer viables las máquinas de diálisis y muchas cosas más. La repercusión que han tenido para la ciencia médica los medicamentos anticoagulantes es absolutamente masiva.

"Es un hemóstato de nueva generación que puede detener los sangrados, incluso en pacientes sometidos a terapias anticoagulantes"

Pero, como suele ocurrir, no todo son flores en el campo. Estos medicamentos también tienen una cara negativa, y no es leve. Su mayor problema es, paradójicamente, que funcionan. Cuando un paciente toma esta medicación con el objetivo de prevenir procesos trombóticos y, por ejemplo, sufre un accidente, hemorragias provocadas por este evento traumático son muy difíciles de detener, a veces imposible. No son escasos, por ejemplo, los casos de personas que toman Sintrom (uno de los anticoagulantes más recetados en España, y uno de los más potentes) que sufren una caída y que, debido a la incapacidad que tiene su sangre para coagular rápidamente, padecen una hemorragia cerebral, debido al minúsculo tamaño de los vasos sanguíneos que riegan nuestro cerebro.

La lucha contra las hemorragias potenciadas por los medicamentos prohemorrágicos lleva siendo muchos años un quebradero de cabeza para los investigadores médicos, dado que da la sensación de que es peor (o al menos igual de malo) el remedio que la enfermedad. No es viable que el paciente prescinda de la medicación anticoagulante, pues un trombo puede conllevar importantes secuelas, incluso la muerte; pero esta medicación también pone en riesgo su vida.

Al hilo de los datos de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), casi 700.000 personas en nuestro país siguen dependiendo del Sintrom diariamente, a pesar de que los propios médicos son más que conscientes de sus riesgos y de la dificultad de conseguir administrar a sus pacientes las dosis correctas (una tarea harto complicada con este medicamento en particular). Pero ahora una nueva creación llevada a cabo por investigadores del Brigham and Women's Hospital, dependiente de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, podría revolucionar la capacidad que tienen los médicos para detener hemorragias en pacientes que toman anticoagulantes.

Según explican los propios investigadores, “aproximadamente el 35% de las muertes hemorrágicas tienen lugar antes de llegar al hospital y este riesgo solo se ve exacerbado por las terapias anticoagulantes”. ¿Su creación? Un hemóstato (que hace referencia a las pinzas metálicas diseñadas para cerrar herméticamente vasos sanguíneos, pero que también se utiliza para denominar a otras herramientas que tienen el fin de detener una hemorragia) en forma de esponja, creado a base de quitosano (también denominado chitosán), un polímero formado por aminopolisacáridos.

Los resultados del estudio que acompaña a la creación han sido publicados en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). En ellos se muestra que este material capaz de detener las hemorragias lograba sus objetivos con una media de cinco minutos en pacientes que tomaban anticoagulantes y a los que se sometió a una cateterización cardiaca. Hasta ahora, a los pacientes que tomaban estos medicamentos y que tenían que pasar por este procedimiento quirúrgico se les sometía a terapias de compresión que podrían tener una duración de más de dos horas, hasta que el cuerpo cicatrizaba de forma natural.

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Como detalla uno de los autores del estudio, el doctor Jae Ling Jang, “este es un hemóstato de nueva generación que puede detener los sangrados de forma efectiva, incluso en pacientes sometidos a terapias anticoagulantes. Para conseguirlo, afrontamos el problema de una forma multidisciplinaria que combinaba principios de ingeniería, ciencia de materiales y conocimientos de biología molecular”. Los resultados le permiten al doctor afirmar que “hemos conseguido superar las limitaciones impuestas por las terapias existentes y, al mismo tiempo, solucionar una necesidad clínica real”.

Para llevar a cabo su creación, los investigadores se inspiraron en la arquitectura biológica de los pulmones humanos, capaces de absorber grandes cantidades de sangre, poniéndola toda en contacto con la superficie del tejido pulmonar, lo que permite el intercambio de dióxido de carbono y oxígeno. Fue así como diseñaron la forma de lo que podríamos llamar "esponja hemostática", pero la segunda revolución fue la utilización en las paredes interiores de su creación del mencionado chitosán. Este compuesto químico se caracteriza por ser capaz de atraer a su superficie partículas cargadas negativamente. Esto es muy positivo en este escenario dado que esa atracción actúa sobre las plaquetas y el fibrinógeno, dos de los elementos coagulantes principales en el cuerpo humano. Al concentrar su presencia en puntos muy concretos, su creación era capaz de activar la vía de coagulación de TLR-2, que puede seguir funcionando incluso en pacientes sometidos a medicación anticoagulante.

Foto: Dr. José Antonio Páramo.

Para demostrar la efectividad de su creación, los investigadores demostraron en 70 pacientes sometidos a una cateterización cardiovascular, que al mismo tiempo tomaban heparina, que se podían detener las hemorragias en 5 minutos o menos.

Tal y como señalan los propios investigadores, “este hemóstato puede ser de gran utilidad en situaciones de emergencia, cuando no hay tiempo de averiguar qué anticoagulante toma la víctima y administrarle los inhibidores de ese medicamento”. “Nuestro material se salta los mecanismos de anticoagulación de los medicamentos prohemorrágicos y se puede utilizar en un sinfín de pacientes, lo que salva tiempo y, potencialmente, vidas”, apostilla la autora principal del estudio, la doctora Vivian K. Lee.

Tal vez no sea del calado de la heparina o la penicilina, pero esta creación es un gran paso adelante que, en el futuro inminente, salvará vidas, y eso no tiene precio.

Aunque para gustos, los colores, se considera que la mayor revolución médica del siglo XX es el descubrimiento, en 1928, de la penicilina por Sir Alexander Fleming. Por supuesto, dada la esencial importancia que ha tenido este medicamento para alargar nuestras vidas (y la de los animales, puesto que los antibióticos también se utilizan masivamente en el entorno veterinario), pocos discutirán su puesto en lo más alto del podio de revoluciones médicas. Pero lo cierto es que doce años antes, en 1916, los médicos estadounidenses Jay McLean y William Henry Howell hicieron un descubrimiento capaz de competir con la mismísima penicilina: la heparina, o lo que es lo mismo, el primer anticoagulante.

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