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Seducir con la voluntad: educar a seres humanos para convertirlos en personas
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Seducir con la voluntad: educar a seres humanos para convertirlos en personas

Ayudar a nuestros hijos a comprender y procesar los fracasos es muy complicado, pero también esencial. La clave es educar a través del trabajo gustoso

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¡Qué importante es fomentar la voluntad de una persona! Toda educación, y ya lo vimos un poco en un artículo anterior, debe empezar por la voluntad. Pero es que, mirando a la juventud actual, veo que a muchos les faltan estas ganas, esta chispa que hace que tengan inquietudes, hambre de saber y hacer. A consulta vienen muchos padres que no saben cómo ayudar a sus hijos a entender y procesar los fracasos que hayan podido tener a lo largo de su vida: suspensos en el colegio, desamores (que a esa edad se viven de una forma muy intensa), decisiones que han podido tomar y que su resultado no ha sido el que ellos esperaban y que estaban convencidos que lo conseguirían.

Hay que educar a través del trabajo gustoso, dominando los tirones que nos alejan de lo que nos hemos propuesto, por la ruta afanosa que conduce a un mejor desarrollo de uno mismo. Educar es seducir con los valores que no pasan de moda. Educar es convertir a alguien en persona. Acompañar para que uno se vaya haciendo dueño de sí mismo, prepararlo para la lucha, el esfuerzo y volver a empezar. Educar es guiar para sacar lo mejor que hay dentro de alguien. La inteligencia ilumina la realidad, la voluntad se encamina hacia los objetivos trazados.

"Toda educación de la voluntad tiene un fondo ascético en sus comienzos. Se cultiva haciendo ejercicios repetidos de trabajo sin recompensa"

La voluntad es una energía psicológica que vence obstáculos, determinación que no se doblega y que se crece ante los inconvenientes, sorteando todo aquello que se opone a seguir adelante. Por eso, la educación de la voluntad es un trabajo que no se acaba nunca. Hablar de voluntad es hablar de la exigencia personal. Saber exigirnos es una mezcla de disciplina y actitud. Saber dónde se ponen las cotas de la propia subida.

Así no habrá tarea que se resista, siendo siempre realistas y exigentes. El que tiene voluntad dispone de sí mismo. Es capaz de hacer lo que ha decidido y de vencerse una y otra vez. Toda educación de la voluntad tiene un fondo ascético en sus comienzos. Se cultiva y afianza haciendo ejercicios repetidos de trabajo sin recibir una recompensa inmediata. Podemos definir cuatro travesías para que esta seducción se vaya llevando a cabo:

  1. Centrar bien la meta que nos hemos propuesto, la finalidad de nuestras mejores energías, hacia dónde apuntan, tener bien claro que debe ser concreta, específica, clara. Hay un momento de deliberación, que consiste en el examen de las razones para actuar de esa manera. Surge enseguida el papel de querer. Para que esto se ponga en marcha y funcione es necesario el segundo paso.
  2. Motivación. La persona valora a lo que aspira y le hace ilusión. De alguna manera, la felicidad consiste en ilusión. La ilusión es el envoltorio, no el contenido de la felicidad. Y tiene una enorme importancia en la vida personal. Se produce la representación de la meta al saborear a priori los beneficios que nos va a producir alcanzarlo.
  3. La determinación de conseguirlo. Eso es la voluntad. Consiste esencialmente en efectuar una elección: decidirse, tomar la resolución de encaminarse en una dirección concreta. Es el acto mismo de la voluntad que, entrenada en pequeños objetivos en otras circunstancias, ahora se dispone a dirigirse en un sentido definido. En las personas de voluntad frágil, este paso cuesta mucho, porque es el momento de pasar de la motivación a la acción. Eso es en el fondo la madurez: quiero algo y pongo todos los medios para irlo consiguiendo. Aquí hay que vencer la rutina, el cansancio, la tendencia al abandono y el peso de no ver resultados a corto plazo.
  4. La ejecución. Es el cumplimiento de esos objetivos que están por delante de nosotros y en los que tenemos que poner esfuerzo, lucha, espíritu de sacrificio, tesón… Es el modo de ir alcanzando la finalidad prevista. Es la hora de la verdad, donde la voluntad emerge como ingrediente definitivo. Es el mejor camino para irla entrenando, que se haga robusta y podamos echar mano de ella cuando sea necesario. El querer se subordina al placer, la determinación va por delante del deseo. Es un juego de piezas clave en donde la persona se pone a prueba una y otra vez. Es el modo para ir siendo cada vez más libres. La libertad es la independencia de la voluntad para poder dirigirnos a lo que queremos.
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Hoy todo va demasiado deprisa, por eso es importante tener una adecuada concepción de la vida, siendo capaces de encontrar respuestas a los grandes temas: ¿de dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido profundo tiene la existencia?

El fracaso y el éxito no aparecen de pronto, por generación espontánea, sino que pueden ser o bien el resultado de años de dejadez, abandono, desidia, falta de voluntad… O bien, por el contrario, de muchos esfuerzos repetidos, de empuje y obstinación por alcanzar objetivos, de una voluntad recia, sólida, compacta, consistente y pétrea. La vida es un resultado. Como la felicidad, que es la consecuencia de lo que uno ha ido haciendo con su vida de acuerdo con lo que proyectó. El que tiene voluntad consigue lo que se propone antes o después. Así de claro.

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La sociedad actual está repleta de cosas positivas y es abundante en contradicciones, en mucha gente joven aparece lo que he llamado la filosofía del “me apetece”. Se trata de hacer solo lo que a uno le gusta. Aparece así un discurso ramplón e insignificante que se va adentrando en los pliegues de esas personas: “Es que no me apetece, no tengo ganas, eso no me gusta, eso me cuesta mucho hacerlo”. Por este derrotero se acaba adquiriendo una personalidad débil, caprichosa, blanda, veleta, que gira según el viento del momento… Alguien así es incapaz de ponerse objetivos concretos y dejarse la piel por alcanzarlos. Es la imagen del niño mimado que tanta pena produce al que la observa. El que, al no haber luchado en las cosas pequeñas del día a día, se ha ido convirtiendo en un juguete de las circunstancias… No doblará el cabo de Hornos de sus posibilidades, siempre estará insatisfecho.

En cambio, el que tiene educada la voluntad después de una brega pertinaz consigo mismo, luchando contra viento y marea por sacar lo mejor que lleva dentro, va sabiendo lo que es la verdadera alegría. La alegría está por encima del placer, pero por debajo de la felicidad. La felicidad consiste en un estado de plenitud interior al comprobar que uno ha puesto los medios para alcanzar las metas de la vida a pesar de las dificultades; por esta razón puedo afirmar que el que lucha está siempre contento. De ahí que la educación de la voluntad patrocine la alegría. La promueve, y el resultado es una persona sólida, firme en sus propósitos, que puede confiar en sí mismo. Esto es la autoestima, que tiene dos componentes esenciales: seguridad y confianza en uno mismo.

¡Qué importante es fomentar la voluntad de una persona! Toda educación, y ya lo vimos un poco en un artículo anterior, debe empezar por la voluntad. Pero es que, mirando a la juventud actual, veo que a muchos les faltan estas ganas, esta chispa que hace que tengan inquietudes, hambre de saber y hacer. A consulta vienen muchos padres que no saben cómo ayudar a sus hijos a entender y procesar los fracasos que hayan podido tener a lo largo de su vida: suspensos en el colegio, desamores (que a esa edad se viven de una forma muy intensa), decisiones que han podido tomar y que su resultado no ha sido el que ellos esperaban y que estaban convencidos que lo conseguirían.

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