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Anticiencia y política: el 'combo' que rompió récords peligrosos en 2023
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Anticiencia y política: el 'combo' que rompió récords peligrosos en 2023

Desde el punto álgido del covid-19, los grupos de negacionistas y conspiranoicos no solo han aumentado, sino que se han hecho notar cada vez más. Esto ha desatado una situación de protección escasa en 2023

Foto: Negacionistas se manifiestan en Madrid en 2020. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Negacionistas se manifiestan en Madrid en 2020. (EFE/Rodrigo Jiménez)

No nos pasan más cosas malas porque tenemos muchísima suerte. La memoria del ser humano es extraordinariamente corta. Por suerte, la inmensa mayor parte de nosotros no ha visto la polio, el cólera, el tifus, la viruela, la rubeola, el tétanos o la difteria. Todas ellas son enfermedades que la ciencia ha conseguido evitar, ya sea a través de las vacunas o comprendiendo que el agua de beber y las aguas fecales no deberían juntarse jamás.

Podemos echarnos flores y decir que la voluntad del ser humano, en su conjunto, es inquebrantable; que todos y cada uno de nosotros somos responsables de los avances que hemos hecho en los últimos siglos. Pero la realidad es muy distinta. No hemos sido nosotros, periodistas, panaderos, ejecutivos y agricultores. No, el mérito es de la ciencia y de aquellos que dedican su vida a hacerla avanzar. ¿Y cómo se lo agradecemos? Intentando rebatirla con argumentos sacados de preescolar y logrando algunos de los peores datos de la historia en cuanto a salud pública.

2023 tiene el dudoso honor de haber alcanzado el mínimo en diez años en cuanto a vacunación infantil en Estados Unidos, una tendencia que se replica a lo largo y ancho de Europa. Según estiman desde el Centers for Disease Control and Prevention (DCD, por sus siglas en inglés, la mayor autoridad médica del país norteamericano), la situación actual de vacunación pone en riesgo de sufrir sarampión a 250.000 niños, una enfermedad potencialmente mortal y que sabemos cómo prevenir. Ahora mismo, los casos de esta enfermedad que requieren hospitalización en la ciudad de Filadelfia se multiplican día a día.

"Se nos prometió que la vacuna pararía la trasmisión, pero descubrimos que eso no era completamente cierto"

En nuestro país es obligatorio ofrecerles a los niños una educación. No depende de los padres: la ley es clara. Esto parece un protocolo lógico, diseñado para que los más jóvenes, según crezcan, tengan la capacidad de convertirse en miembros valiosos de nuestra sociedad. ¿Por qué es ilegal no ofrecer una educación a los más pequeños, pero es perfectamente aceptable poner su vida en riesgo?

Hace pocas décadas, antes de la aparición de las redes sociales, los negacionistas de las vacunas y de otros aspectos de la ciencia eran bichos raros, aislados, cuyas teorías infundadas, fantasiosas y dementes quedaban limitadas a círculos estrechos, casi endogámicos. Esos maravillosos tiempos pasaron, y ahora cualquier persona con acceso a un teléfono móvil puede inventarse (o repetir como un loro) lo que le dé la gana y, a través de las redes sociales, encontrar a sus semejantes.

Por supuesto, estas personas chillan como nadie, a pleno pulmón, lo que hace parecer que son más de los que realmente son, pero su influencia se hace notar más allá de las fronteras de la pseudociencia, llegando hasta nuestros órganos legislativos y ejecutivos. Se han convertido en un lobby, han alcanzado la masa crítica necesaria como para que ciertos partidos políticos vean en ellos una oportunidad y les den bola (la presidenta de las Cortes de Aragón, Marta Fernández, es uno de los más hirientes ejemplos).

Foto: Marta Fernández (vox), nueva presidenta de las Cortes. (EFE/Javier Cebolleda)

Como suele ocurrir, en Estados Unidos todo es más grande, y este problema también. Los anticiencia han hecho del Partido Republicano su guarida. Según datos ofrecidos por el Pew Research Center, la permisividad y relajación de los estándares de vacunación infantil entre los votantes de derecha de Estados Unidos no ha hecho más que acentuarse en los últimos años. En 2019, el 80% de los votantes republicanos apoyaban las reglas actuales de vacunación. Ese dato ha bajado al 60% hoy en día. Al mismo tiempo, entre los votantes demócratas, los datos son idénticos a los de hace cinco años, con un 85% de apoyo.

Sería absurdo hacer un análisis de esta deriva ideológica hacia la anticiencia sin analizar lo que en marzo de 2020 se convirtió en uno de los mayores sucesos de los últimos 100 años: el covid-19. La incertidumbre de los primeros meses, la búsqueda de los tratamientos, la lucha por ser la primera vacuna y la cantidad de información de la que disponíamos puso en bandeja a ciertos sectores anticiencia hacer lo que más les gusta: poner en duda (sin pruebas de ningún tipo, porque si no las tienen, se las inventan) su efectividad y seguridad.

Efecto directo de esto son los datos acerca de la contribución de la ciencia a la sociedad. En 2019, un año antes de la pandemia, las encuestas mostraban que, entre los más conservadores, un 70% consideraba que, en efecto, la ciencia tiene un impacto positivo en nuestras vidas, en las de todos. Este mes de noviembre, en cambio, la misma encuesta mostró que esos valores habían descendido por debajo del 50%. Más de la mitad de los conservadores estadounidenses considera, hoy por hoy, que la ciencia no contribuye a nuestras vidas.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

La llegada a la política en tiempos de incertidumbre de eslóganes anticiencia es peligrosa por dos motivos principales: el primero es que ayuda a extender, como si de un virus se tratara, la imagen negativa de algo que lleva 10.000 años mejorando nuestras vidas, restándole visibilidad a la infinidad de logros que hacen no que vivamos muchos años más que los hombres de las cavernas, sino mucho más que nuestros propios bisabuelos. Por otro lado, implica que ciertas teorías sean explotadas indiscriminadamente solamente por el hecho de conseguir un rédito político.

Pero no todo es luz y verdad en el lado científico. A pesar de las irrebatibles contribuciones que ha hecho este sector de la sociedad a nuestra calidad de vida a lo largo de décadas y siglos, la ciencia en su conjunto sigue teniendo puntos flacos, siendo el principal de ellos el de la comunicación.

Como se explicaba en un estudio realizado en 2023, uno de los grandes problemas de la comunidad científica durante el covid-19, sobre todo en el entorno de las vacunas, fue el de la gestión de las expectativas. Según los investigadores, durante el desarrollo de estos tratamientos no se informó al público como es debido de dos aspectos clave que se dan en todas las vacunas. En primer lugar, que estas no tienen una efectividad del 100% y, en segundo, que su efectividad decae a lo largo del tiempo. Por eso, mucho antes del covid-19, se ponían refuerzos de muchas de las vacunas de nuestra infancia (si bien descuidados por muchos de nosotros). Tal y como señalan los autores del estudio, cuando se mostró que las vacunas del covid-19 reducían drásticamente las tasas de hospitalización y de mortalidad, pero que no dejaban nada claro cuál era su efecto respecto a las infecciones leves y los contagios en general, las autoridades médicas deberían haber estado más abiertas a admitir cierta incertidumbre en estos aspectos.

Foto: Clase en un instituto de Madrid. EFE

Como se aventuran a afirmar los investigadores que elaboraron el mencionado trabajo científico, posturas como estas pudieron provocar en la población general la sensación de “haber sido traicionados”, dado que, en realidad, las vacunas afectaban muy ligeramente al riesgo de infección. “Se nos prometió que la vacuna pararía la trasmisión, pero descubrimos que eso no era completamente cierto”, decía en el subcomité de coronavirus (instigado por el Partido Republicano) el representante por el estado de Ohio, Brad Wenstrup, en el mes de julio.

Todos estos factores (visibilización a través de redes sociales de diversas teorías contrarias al conocimiento, miedo, sensación de traición y una clara incompetencia por parte de la comunidad científica para comunicar un nivel adecuado y correcto de expectativas) nos han llevado a dar un giro digno de la Edad Media con respecto a la ciencia en su conjunto. Por supuesto, las teorías negacionistas son visibles en otros ámbitos de la sociedad, no solo el médico, siendo el más claro ejemplo el cambio climático (ejemplo de esto último son algunos de los comentarios al pie de este mismo tema). El problema es que ahora mismo, en muchos hospitales del mundo desarrollado, hay niños ingresados que podrían estar correteando por ahí. Eso es culpa nuestra, le pese a quien le pese.

No nos pasan más cosas malas porque tenemos muchísima suerte. La memoria del ser humano es extraordinariamente corta. Por suerte, la inmensa mayor parte de nosotros no ha visto la polio, el cólera, el tifus, la viruela, la rubeola, el tétanos o la difteria. Todas ellas son enfermedades que la ciencia ha conseguido evitar, ya sea a través de las vacunas o comprendiendo que el agua de beber y las aguas fecales no deberían juntarse jamás.

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