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La conquista amorosa: el arte de encontrar a la persona amada
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La conquista amorosa: el arte de encontrar a la persona amada

En la conquista se produce una especie de juego ambivalente: aproximarse y alejarse, ofrecer y negar, estar interesado e indiferente a la vez. La revelación amorosa es una experiencia extraordinaria que trae una promesa de felicidad y paz

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Es un ejercicio de exploración entre dos personas, marcado por sentimientos de atracción recíproca, que pretende bucear en el otro con el fin de ver qué hay dentro. Es esta una de las acciones más emocionantes y gratas del ser humano, ya que en ella medimos de un modo real y práctico las propias posibilidades afectivas. Lo que aquí va a suceder es una especie de asedio, de acometimiento, con el fin de entablar una batalla, una auténtica guerra, para ver quién es capaz de adueñarse del otro.

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El hecho de intentar conquistar como sea lleva consigo la máxima de que en el amor, como en la guerra, todas las tácticas son válidas. En cada caso, en las distintas circunstancias, ha de buscarse la estrategia más adecuada. En muchas ocasiones, los ardides amorosos urden una trama tejida de sorpresas y caminos inesperados, cuyo final suele ser imprevisible.

En este periodo, el amor no ha aparecido todavía de una forma auténtica y verdadera, sino que se está ensayando, probándose para observar qué sucede y qué posibilidades tiene de triunfar, de dominar, de vencer, y colonizar el corazón de la otra persona.

Un juego en el que todo es posible

Los mecanismos que se utilizan son los de la seducción: seducir es arrastrar hacia uno a esa otra persona mediante una atrayente fascinación multicolor que, en sus comienzos, pretende deslumbrar. Es similar a una competición traviesa y sin leyes, en la cual se cruzan alianzas y desuniones. Los primeros momentos están dominados por lo artificial. Se juega con las palabras, los gestos, con sus giros y variaciones.

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La nota placentera a la que aludíamos es simplemente de satisfacción al ir andando esa travesía burlona. Cuando lo que se intercambia es la sexualidad, el tema cambia por completo; las relaciones ya nacen sobre una base sensual: se busca y se persigue la relación sexual por encima de todo, y se acepta la posibilidad de que más adelante todo se convierta en algo más personal, más humano y menos físico.

En este juego, la suerte nunca está echada. Todo es posible. Sucede como en La nueva Eloísa, de Rousseau: el espíritu del siglo XVIII recorre los recónditos ámbitos de la afectividad femenina en busca de la fórmula magistral.

Riesgo y peligro

En toda conquista amorosa hay siempre una cierta pasión por el riesgo y el peligro. No suele faltar un sofisticado coqueteo que lleva a un cierto triunfo de la técnica psicológica. Es la imagen del donjuán. El hombre experimenta emociones dulces e intensas que son difíciles de expresar la gran mayoría de las veces; pero, por paradójico y extraño que parezca, prefiere luchar, encontrar dificultades y ser capaz de trazar unas líneas logísticas, unas maniobras guerreras que faciliten su triunfo final. Por eso, el arte de la seducción suele estar tejido por las intrigas. Así volvemos a la noción anteriormente citada: el amor como juego, como diversión y rivalidad, a ver quién puede más. En cada instante hay que poner lo mejor que uno tiene con el fin de no perder batallas y ganar la guerra.

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Al final del siglo XVIII se escribe una novela ejemplar en este sentido: Las relaciones peligrosas, de Laclos. Esta pieza literaria (que tuvo gran éxito) está teñida de enredos, confabulaciones, traiciones y venganzas, pero en ella también hay amor, escondido entre los pliegues de las incontables trampas y artimañas. Se trata de un amor alejado del auténtico sentido del amor.

El seductor persigue sobre todo la propia satisfacción, y lo suyo se convierte en un amor narcisista

Estas reflexiones ponen de relieve el poco amor verdadero que existe en la seducción, intercambio de envites permanentes y desafíos secretos. La seducción tiene una parte inconfesable, negativa, de puro amor propio, de absoluta búsqueda de uno mismo, pero también otra porción positiva, generalmente más pequeña y de menos envergadura: calibrar si esa persona es o no adecuada para uno, aunque esto sea tan solo el telón de fondo.

Por eso, el seductor persigue sobre todo la propia satisfacción, y lo suyo se convierte en un amor narcisista.

Encontrar lo que se buscaba

No se puede amar lo que no se conoce, esta es una premisa básica del pensamiento griego, cuya fuerza reside en la verdad de su afirmación. En la relación afectiva entre el hombre y la mujer (relación que es conocimiento recíproco), el atractivo inicial se convierte en un anzuelo que va captando las cualidades del otro como si de un viaje se tratara. Es esta una de las travesías más estimulantes y excitantes de la vida. Ser conquistado o conquistar llega a vivirse como algo maravilloso.

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Cuando esas dos personas llegan a conocerse bien y se entienden, se complementan, se saben el uno para el otro, es cuando se alcanza una súbita certeza de que se ha encontrado lo que se buscaba. A la larga, no hay ninguna otra relación humana tan importante como esta, que arranca de ese interés inicial que la mujer despierta en el hombre y viceversa. Vivencia de revelación la llamaría yo, puesto que nos descubre la grandeza de la otra persona. Pasamos así del juego de las apariencias, que es la coquetería, al momento de las realidades. El amor es el fin del ser humano y el principio de la felicidad.

La revelación amorosa es una experiencia extraordinaria que trae una promesa de felicidad, de paz, de alegría

La revelación pone al descubierto la vida personal: con su pasado, con la fugacidad del presente y empapado de porvenir. La revelación amorosa es una experiencia extraordinaria que trae una promesa de felicidad, de paz, de alegría. Su paso nos obliga a ser buenos, a mejorar en tantas cosas: nos ennoblece. Aquí no hay ya solo ideas, concepciones de la vida, argumentos, sino otra persona que se sitúa en el primer plano de nuestra existencia y la llena.

Esto da al amor un carácter inconfundible. La persona está repleta de luz, profundamente animada, y no encuentra palabras para expresar los sentimientos que circulan en su interior. Es un gran momento: el de la decisión de elegir a la persona amada para compartir la vida. Es un movimiento hacia ella de aprobación y de afirmación explícita hacia ella: “Te quiero”.

Ha valido la pena ese trasiego de entrar y salir en el conocimiento del otro. Se produce así un síntoma más del enamoramiento: la dilatación de la personalidad. ¿En qué consiste? Parece como si la geometría de la personalidad se agrandara y saliera fuera de sí misma; una especie de borrachera personal que ahora abre sus fronteras de par en par, extasiada por el aroma del amor personificado, concreto, preciso, alcanzado al fin, con nombre y apellidos. Es como una embriaguez. En esos instantes estelares flota, y las coordenadas de la vida se mueven, giran, oscilan, se bambolean en un ir y venir gratificante y delicioso.

Es el amor que nace. El enamoramiento tiene tres notas claves: admiración (la primera casi siempre), atracción física y psicológica.

Es un ejercicio de exploración entre dos personas, marcado por sentimientos de atracción recíproca, que pretende bucear en el otro con el fin de ver qué hay dentro. Es esta una de las acciones más emocionantes y gratas del ser humano, ya que en ella medimos de un modo real y práctico las propias posibilidades afectivas. Lo que aquí va a suceder es una especie de asedio, de acometimiento, con el fin de entablar una batalla, una auténtica guerra, para ver quién es capaz de adueñarse del otro.

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