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La felicidad y el trabajo: una relación más estrecha de lo que crees
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'TENER PERSPECTIVA'

La felicidad y el trabajo: una relación más estrecha de lo que crees

El hombre es como una sinfonía siempre incompleta, se está haciendo a sí mismo continuamente, siempre es superable, de ahí que no pueda considerarse nunca como definitiva

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En el artículo anterior titulado Tendencia a la felicidad, realizamos un análisis descriptivo que nos lleva a indagar cuál es la esencia de este estado prospectivo que llamamos felicidad. La esencia de algo es aquello por lo que una cosa es lo que es y no es otra. Así, feliz es aquella persona cuya ecuación geométrica realidad-proyecto es ascendente. Los objetivos propuestos se van cumplimiento de manera positiva, aunque en distinto grado. La felicidad es aquel estado de ánimo en el cual me encuentro satisfecho de lo que hasta ese momento he hecho con mi vida, de acuerdo con lo que proyecté. Su nota emocional es gratificante y por eso la experimento como una dilatación de mi personalidad.

Ahora bien, el que me sienta feliz no implica la culminación de mis propósitos. El hombre es como una sinfonía siempre incompleta, se está haciendo a sí mismo continuamente, siempre es superable, de ahí que no pueda considerarse nunca como definitiva. Su trayectoria personal y la vida son azarosas, y puede que mañana cambie el rumbo de los acontecimientos y estos se tornen difíciles y hagan mi vida casi imposible.

Julián Marías habla de la estructura vectorial de la vida: “La instalación es la que propiamente hace que pueda proyectarme. La imagen de la flecha es justa, pero completa; en rigor, es el arco entero (con su tensión hacia atrás, de donde la flecha recibe el impulso, y el blanco hacia donde se orienta), es el símbolo adecuado de la vida humana… La flecha es, en rigor, un manojo o haz, cada una de cuyas flechas se orienta en una dirección, una de las cuales será privilegiada”.

Por eso estamos haciendo continuamente la vida personal. Esta es compleja, pero la construimos como algo unitario a pesar de su variedad. A lo que hago con la vida (incluidos mis recursos biológicos) lo llamo biografía, cuyas dos caras (biológica –enfermedades, dotación corporal, padecimientos corporales… – y psicológica –vida afectiva e intelectual–) conforman mi realidad viva en movimiento. Por eso, el sentido de mi vida va implícito en las asociaciones más pequeñas, ya que todo lo que hago se orienta de un modo determinado.

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Puede ocurrir que aparezcan “pequeños-sin-sentidos”, pero que no lleguen a rebasar el umbral necesario para cambiar el rumbo propuesto. En el fondo, la expectativa de vida (en alusión a la edad) califica muy bien lo que realmente sucede, ya que a medida que se tienen más años decrece la expectación respecto a los acontecimientos venideros (exceptuando la muerte), y se vive más hacia atrás, en un repaso minucioso de la propia biografía.

Cuando mi vector me proyecta hacia el futuro va cumpliendo mis objetivos, con las naturales modificaciones que el ajetreo de la vida comporta; es entonces cuando empiezo a sentirme feliz. Soy feliz cuando mi vocación como persona (en mi trabajo, en mis afectos y en el plano cultural) se va desarrollando positivamente, y en tanto en cuanto he sabido aceptar los cambios, las modificaciones y la acción de diversos aspectos inesperados que han recaído sobre ella.

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Quizá el ingrediente más importante a priori para el desarrollo de una vida feliz sea el haber escogido una profesión u oficio con el que uno se sienta identificado. Esta afirmación hay que matizarla mucho, ya que, a posteriori, el otro gran apoyo de la felicidad es el amor, la vida afectiva. Ambos, amor y trabajo, conjugan el verbo ser feliz.

Vivir es siempre encontrarse en una situación incompleta, es hallarse nel mezzo del cammino (a mitad del camino). Por eso siempre vivimos hacia el porvenir, ya que este se nos muestra mucho más rico que cualquier otra dimensión de la temporalidad: ni pasado ni presente pueden comparársele. Los griegos decían que nadie se podía considerar feliz hasta el final, porque no se sabe lo que puede ocurrir. No participo de esta afirmación, ya que incluso en las eventualidades más inesperadas, si recaen en una persona que ha sabido aceptar todas las dificultades que estas suelen traer consigo, no desesperará a pesar de todo. Viene bien aquí aquella fórmula de San Juan de la Cruz, cuando hace alusión al baremo que se nos aplicará en los momentos postreros: “En el atardecer de nuestra vida seremos examinados de amor”.

La felicidad es una vocación general a la que se siente llamado todo ser humano. En cada persona, esta afirmación, un tanto etérea, cristaliza de un modo individual y toma un perfil concreto. Se siente feliz aquella persona ocupada en desarrollar esa vocación singular, luchando por superar todas las dificultades y contrariedades de esta empresa, mientras que no naufrague ante las tempestades naturales que habrán de venir.

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Para llevar a cabo esa tarea profesional, es necesario el propio obrar. Soy yo el que hago con mi vida lo que puedo y quiero; lo que puedo alude a las condiciones y limitaciones con las que cuento yo en concreto; lo que quiero implica el empeño y la tenacidad que pongo de mi parte para llevarlo todo hacia delante, haciendo mi vida. Una buena proporción de felicidad procede de aquí: configuro el mundo según mi proyecto personal y ahora, en este momento de nuestro estudio, según mi proyecto profesional. Esto equivale a decir que tengo mi propia interpretación de lo que es la vida, tengo una hermenéutica de eso que llamamos vivir. Quiere esto decir que debo atenerme a una jerarquía de valores que (según mi prisma personal) me enseñe por dónde debo ir y qué camino no tomar; sé también cuáles son las dificultades generales y cuáles las inesperadas, y cómo, aproximadamente, reaccionaré; a esta lista habría que añadir un largo etcétera.

La felicidad se basa en encontrar un programa de vida que nos satisfaga lo suficiente como para ser nuestro acompañante permanente a lo largo de toda la existencia. En esa línea, la vocación profesional constituye un eje primordial; una persona con una profesión que le guste y con la que se sienta pleno tiene grandes posibilidades de poder sentirse feliz en muchos momentos de su vida. Ese sentirse feliz no es otra cosa que una experiencia subjetiva de satisfacción, que casi nos seda y nos aboca a un letargo delicioso.

Debemos buscar el sentido de la vida, esto es, preguntarnos qué cosas son las realmente sólidas como para absorber nuestra actividad y cómo debemos asumirlas e incorporarlas nosotros. Es muy difícil que el hombre absorbido por un quehacer noble y lleno de sentido se sienta infeliz. Noble quiere decir aquí que no sólo cumple un objetivo personal (que evidentemente constituirá el núcleo esencial de ese trabajo propio), sino que sea capaz de abrirse a los demás en un servicio profesionalizado, con competencia y rigor. Por eso, la insatisfacción por la propia actividad laboral conduce a la infelicidad.

Como decía Confucio: “Si amas lo que haces, nunca será un trabajo”.

En el artículo anterior titulado Tendencia a la felicidad, realizamos un análisis descriptivo que nos lleva a indagar cuál es la esencia de este estado prospectivo que llamamos felicidad. La esencia de algo es aquello por lo que una cosa es lo que es y no es otra. Así, feliz es aquella persona cuya ecuación geométrica realidad-proyecto es ascendente. Los objetivos propuestos se van cumplimiento de manera positiva, aunque en distinto grado. La felicidad es aquel estado de ánimo en el cual me encuentro satisfecho de lo que hasta ese momento he hecho con mi vida, de acuerdo con lo que proyecté. Su nota emocional es gratificante y por eso la experimento como una dilatación de mi personalidad.

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