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Historias de quirófano: falsos mitos del 'sancta sanctorum' del hospital
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¿QUÉ ME PASA, DOCTOR?

Historias de quirófano: falsos mitos del 'sancta sanctorum' del hospital

Muy poca gente sabe cómo es la vida dentro, a no ser gracias a lo que sale en las películas, o a resultas de las leyendas y los falsos mitos que circulan por la calle

Foto: Un equipo de cirugía durante un trasplante. (EFE/Salas)
Un equipo de cirugía durante un trasplante. (EFE/Salas)

La profesión de cirujano genera mucha curiosidad mundana. Es lógico. El quirófano es un sancta sanctorum al que solo puedes entrar de dos maneras: a pie, porque vas a tu local de trabajo, o tumbado en la camilla, porque te van a operar. Así que muy poca gente sabe cómo es la vida dentro, a no ser gracias a lo que sale en las películas, o a resultas de las leyendas y los falsos mitos que circulan por la calle.

Es frecuente que en reuniones con familiares y amigos te hagan preguntas al respecto. Les interesa saber si es verdad que nos secan el sudor de la frente mientras estamos con las manos en la masa, si contamos chistes o hablamos de fútbol, o si nos marcamos un bailoteo mientras cosemos y cortamos. Al principio te sorprende el desconocimiento, pero luego te acostumbras y te aprovechas un poco. Por ejemplo, a veces miento con descaro para ver cuál es la reacción y si se lo creen o no. Si se trata de alguien que te acaba de conocer y que te mira con cara de sorpresa al enterarse de que eres cirujano, más.

Foto: Médicos y sanitarios en plena pandemia de covid-19. (EFE/Ángel Medina G.)

La escena sucede de la siguiente manera: "Ah, pues siendo cirujano, tendrás buen pulso, ¿verdad?". Me encojo de hombros y suelto: "Como el de todos, supongo, aunque yo tengo un truco infalible". "¿Ah sí, y cuál es?", pregunta, mientras abre mucho los ojos. "Pues me templo los nervios con un buen güisqui antes de cada intervención", respondo, mientras me contengo la risa. El otro (u otra) se queda pasmado. Lejos de hacerle gracia, su semblante refleja la sorpresa total. Se lo ha tragado. Y es cuando reculo para preservar la integridad de la reputación de mi gremio. "Es broma, es broma", aclaro con una sonrisa, aunque no sé si se lo cree de verdad o no. Es un momento en el que me da la impresión de que le decepciona que sea una trola. Que prefiere la idea romántica del trago para calmar los ánimos, como aquellos anuncios antiguos que recomendaban un copazo de coñac antes de un viaje en coche. Bien pensado, la próxima vez probaré el bulo usando una raya de coca, más que nada por adecuarlo a los tiempos que corren.

En el quirófano suele hacer frío. De hecho, salvo los que estamos bajo los potentes focos, el resto del personal lleva una chaqueta de quirófano encima del pijama porque acaban tiritando, los pobres. Es un tema de lucha contra los microorganismos, que crecen mejor con el calorcito. ¿Sudan los que operan? No recuerdo jamás que nadie me haya limpiado el sudor de la frente. Que el actor de turno diga "sudor" y que aparezca una enfermera por detrás y le limpie la frente es uno de los tópicos más absurdos de la industria cinematográfica. Parece que, si no sudas, no hay tensión dramática, o no las estás pasando canutas en determinado momento. Pues lo suelen preguntar. "No sudamos, pero sí que muchas veces no te pasa un garbanzo por el culo de la tensión". "Son momentos en los que pides a tu madre que venga y te saque de ahí, pero nunca viene", añado, para suavizar la grosería anterior.

placeholder Imagen de archivo. (EFE/Orlando Barría)
Imagen de archivo. (EFE/Orlando Barría)

Sí, les diré que, dependiendo de qué parte del cuerpo estás operando, la sangre te puede salpicar el rostro y le tienes que pedir a alguien de alrededor que te limpie. Son gajes del oficio. Es importante revisar tu aspecto cuando salgas a hablar con los familiares después de la cirugía. Recuerdo un cirujano, tan eficiente como despreocupado, que al acabar su cirugía de la aorta tenía manchados de sangre los zuecos debido a un incidente intraoperatorio que se solucionó sin más historia. Salió sin limpiárselos, y sin cambiarse la mascarilla donde también había lunares de sangre. "La cirugía ha ido bien, no hemos tenido dificultades", transmitió a la familia, que no dejaba de mirar con extrañeza tanta sangre en la ropa y calzado de mi colega. "Menos mal, doctor, no sé cómo hubiera salido usted en caso contrario", respondió uno de los familiares con justificada sorna.

Y, sí, contamos chistes y hablamos de fútbol, política o lo que sea. Pero solo sucede en los momentos más rutinarios de la intervención, cuando la labor técnica que se está realizando no reviste complejidad y/o riesgo. ¿Qué pasa en los momentos en los que la concentración ha de ser absoluta? En esos casos, el cirujano manda callar a todo el mundo y no se oye el vuelo de una mosca. Por cierto, una vez se coló una y el anestesista tuvo que matarla a golpes de zueco. No somos perfectos, oiga.

Seguiremos informando.

La profesión de cirujano genera mucha curiosidad mundana. Es lógico. El quirófano es un sancta sanctorum al que solo puedes entrar de dos maneras: a pie, porque vas a tu local de trabajo, o tumbado en la camilla, porque te van a operar. Así que muy poca gente sabe cómo es la vida dentro, a no ser gracias a lo que sale en las películas, o a resultas de las leyendas y los falsos mitos que circulan por la calle.

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