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Historias de quirófano II: el sufrimiento del paciente antes de ser anestesiado
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'¿QUÉ ME PASA, DOCTOR?'

Historias de quirófano II: el sufrimiento del paciente antes de ser anestesiado

Al ser un mundo desconocido, el quirófano es fuente de tópicos, leyendas y elucubraciones. Solo los que trabajamos en él sabemos lo que pasa dentro

Foto: Médicos realizando una cirugía en quirófano. (EFE/Óscar Rivera)
Médicos realizando una cirugía en quirófano. (EFE/Óscar Rivera)

En la anterior entrega de "Historias de quirófano", una lectora recordaba su experiencia quirúrgica como si hubiera estado en el programa Carrusel Deportivo. Según ella, había mucha algarabía y le pareció que el personal sanitario estaba siendo poco respetuoso. Puede que no le falte parte de razón, si tenemos en cuenta la desprotección, el frío y el miedo que el paciente sufre en la mesa operatoria justo antes de ser anestesiado. ¿Se debe a la poca sensibilidad de los que trabajamos en el quirófano? Yo creo que no. Nuestro deseo es proporcionar el mayor confort posible a quien va a ser intervenido. Sí es cierto que, durante el proceso, el paciente oye algunas conversaciones y comentarios banales que pueden parecer fuera de lugar (o, incluso, irrespetuosos), pero que son fruto del ensimismamiento del trabajo rutinario. Son los minutos que transcurren desde que entra en la sala operatoria hasta que se le seda, momento en el que deja de sentir (y también de sufrir). Aunque intentamos que el enfermo lo sobrelleve de la mejor manera posible, con palabras amables y reconfortantes, a veces puede colarse algún comentario o chascarrillo fuera de lugar.

Queridos lectores, todo es mejorable y nadie es perfecto. Estoy convencido de que el sentir general es positivo y que la mayoría de los que se han operado en nuestra sanidad está de acuerdo en que la experiencia es muy llevadera (en general, el grado de satisfacción es alto, como confirman las encuestas). Pero vayamos por partes. Analicemos los detalles y veamos dónde mejorar (y el porqué de algunas situaciones incómodas).

El enfermo entra en el quirófano casi desnudo, a excepción de un pijama abierto por detrás. Es un modelo un tanto ridículo, similar al que se están imaginando al leer estas líneas. Como dice mi amigo, el cirujano Frederic Larsan, el pijama lo ha diseñado el mismísimo Satán, puesto que "o te lo abrochas a la perfección, o ya puedes ir por los pasillos del hospital con la espalda pegada a la pared si no quieres que todo el hospital conozca tu trasero". La imagen es grotesca y, de hecho, es utilizada como tal en muchas películas cómicas. Pero, no se asusten los que no se han operado todavía: intentamos que el mantenimiento del decoro por los pasillos esté garantizado. ¿Podríamos entrar con un pijama normal para ir con un poco más de recato? Pues, hombre, no es procedente. Tengan en cuenta que tratamos de homogenizar todos los procedimientos para obtener los mejores resultados. Por eso en los hospitales creamos protocolos y los seguimos. Una de las funciones de este pijama hospitalario tan poco atractivo es permitir el acceso rápido al cuerpo en caso de necesidad urgente, como una parada cardiaca, por ejemplo. No tiene sentido llevar uno abotonado hasta arriba y perder el tiempo (y los nervios) en caso de necesidad. Mejor uno fácil de sacar si aparecen problemas serios (en medicina: antes prevenir que curar). De cualquier manera, es entendible que el paciente ya sienta nervios y preocupación en el momento de plantarse este particular pijama que tanto se idealiza en el imaginario popular. Pero, es lo que hay. Toca resignarse.

Ya tumbado en la mesa de quirófano, se instaura en el paciente un sentimiento progresivo de pérdida de seguridad, que se mantiene hasta que le duermen. De una manera u otra, más tarde o más temprano, acaba completamente desnudo, boca arriba (o en posiciones menos dignas aun, dependiendo del tipo de intervención). Siente frío, y miedo, y está deseando que le duerman de una vez. ¿Podríamos evitar este paso san angustioso? Muchos pacientes piden el día antes de la cirugía: "doctor: a mí lléveme ya dormido a quirófano, por favor". Bien, no sería mala idea. Ahorraríamos todo el sufrimiento si sedamos al paciente en la habitación y le metemos dormido en el quirófano. Pero, ¡ojo!, que no nos valdría con un par de comprimidos para conseguir tal efecto. Habría que hacerlo con anestésicos potentes, y eso son palabras mayores. No se puede hacer en una habitación convencional sin las medidas de apoyo necesarias (corremos el riesgo de que dejase de respirar), así que tendríamos que intubarle antes para asegurarnos que le metemos oxígeno en su organismo. ¿Llevarlo intubado desde el cuarto a quirófano por los pasillos? No, no tiene ningún sentido. Es un procedimiento de riesgo y debe ser realizado en quirófano. Por tanto, es difícil evitar que el paciente sienta cierta angustia mientras está despierto en quirófano, a la espera de que le duerman.

Foto: Un equipo de cirugía durante un trasplante. (EFE/Salas)
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Mientras se realizan los preparativos para la intervención, el paciente está despierto en la mesa de operaciones. El personal mantiene en todo momento los mensajes de confort y de tranquilidad. No es fácil que funcionen, porque el paciente se encuentra dentro de una atmosfera inhóspita: conversaciones ajenas, tecnicismos, ruidos de alarmas, la puerta se abre y se cierra y deja entrar otra corriente de aire frío… Para nosotros los minutos son segundos. Para el paciente, los minutos son horas. "Usted esté tranquilo", escuchará que le dice alguien que se encuentra pululando alrededor. ¿Surte efecto?, a veces, porque no hay nada que ponga más nervioso a quien lo está que le digan que se tranquilice.

"No se preocupe que enseguida le dormimos y ya no va a sentir nada". El paciente intenta responder, pero la boca seca le impide emitir palabra alguna. Asiente con la cabeza. Potentes luces le iluminan y tiene los brazos en cruz porque le están colocando unas vías (le han explicado previamente que los iba a notar). En esa posición, y con el cuerpo iluminado por las grandes lámparas, se imagina que va a ser sometido a un sacrificio en ofrenda al sol, como hacían en las antiguas civilizaciones precolombinas, o que está en el matadero y le van a despiezar, según cómo se lo imagine cada uno. Pero, poco se puede hacer al respecto: el miedo es libre. No queda otra que acelerar el proceso para que acabe el tormento y que los anestésicos hagan su efecto.

Nota la lengua gorda y solo emite un balbuceo. Es el momento en el que muchos rezan. Al que cree en Dios no le resulta complicado

El paciente no puede evitar pensar: ¿será esto que estoy viendo, lo último que voy a ver? La película de su vida le pasa por delante. Recuerda imágenes, ve a sus familiares cercanos. Tiene deseos de salir corriendo, tentación que se contrarresta rápidamente con el deseo de que todo acabe rápido y el convencimiento de que cuando se recupere va a estar mejor que ahora. Desde detrás, oye la voz del anestesista en su coronilla. Si fuerza mucho la vista, lo ve: "voy a ponerle un poco de oxígeno y luego vas a sentir que te entra sueño", le dice. Y él está deseando que sí, que le duerma para que acabe ya la angustia. "Claro que si, doctor, hagan lo que consideren, estoy en sus manos", piensa, pero no lo verbaliza. Nota la lengua gorda y la boca pastosa, y solo emite un balbuceo. Es el momento en el que muchos rezan. Al que cree en Dios no le resulta complicado. El que no cree también lo hace, por si resulta de utilidad.

"Cuente desde diez para atrás y verá como no llega hasta cero", le dice. Interrumpe la oración y se concentra en hacerlo bien, porque está convencido de que cuanto más ponga de su parte, mejor irá la intervención. Diez. Siente miedo de llegar a cero y estar aún despierto: significaría que le han puesto poca anestesia, o que esta no ha hecho efecto. Nueve. Aún no nota nada (ha leído por ahí que alguno se ha despertado durante la cirugía y pensarlo le da pánico). Ocho. De repente ya no siente tanta angustia, sino placer. Sie…

placeholder Médicos realizan una cirugía. (EFE/Haitham Imad)
Médicos realizan una cirugía. (EFE/Haitham Imad)

Alguien le habla. Se despierta. Hay luz natural alrededor. Se siente confortable, una dulce borrachera. "Ya has sido operado, ha ido bien". Deduce que es verdad porque nota una molestia donde le dijo el cirujano que le operaría. Quien le habla es una enfermera que está vestida de forma diferente a las de quirófano. "Pues no me he enterado de nada", piensa, pero no le sale, porque siente la boca acorchada y le cuesta aún verbalizar. Se instaura un sentimiento de euforia. "Lo he conseguido. Ya estoy operado, menos mal. Qué alivio. Muchas gracias a todos, sois magníficos…"

La mayor parte de las veces nuestra profesión es muy gratificante. No hay nada mejor que llegar a casa después de una jornada de trabajo en la que hemos estado en intervenciones que han resultado satisfactorias. A veces surgen complicaciones, y otras veces nuestro desempeño puede ser mejorable. Cierto, no somos infalibles. Desconfíen siempre de quién garantiza resultados al cien por cien, porque eso no existe: la medicina no es una ciencia exacta, y quien diga lo contrario, o es deshonesto, o no se dedica de verdad a este trabajo. Lo importante no es errar, sino aprender de los errores, y que estos no se repitan más. Hemos avanzado mucho desde aquellos tiempos pretéritos en los que los barberos acudían a la casa del enfermo y lo operaba en su propia mesa de la cocina, y vamos a mejorar mucho más aún en los próximos años, gracias, sobre todo, a nuestros pacientes, a quienes agradecemos la comprensión.

Seguiremos informando.

En la anterior entrega de "Historias de quirófano", una lectora recordaba su experiencia quirúrgica como si hubiera estado en el programa Carrusel Deportivo. Según ella, había mucha algarabía y le pareció que el personal sanitario estaba siendo poco respetuoso. Puede que no le falte parte de razón, si tenemos en cuenta la desprotección, el frío y el miedo que el paciente sufre en la mesa operatoria justo antes de ser anestesiado. ¿Se debe a la poca sensibilidad de los que trabajamos en el quirófano? Yo creo que no. Nuestro deseo es proporcionar el mayor confort posible a quien va a ser intervenido. Sí es cierto que, durante el proceso, el paciente oye algunas conversaciones y comentarios banales que pueden parecer fuera de lugar (o, incluso, irrespetuosos), pero que son fruto del ensimismamiento del trabajo rutinario. Son los minutos que transcurren desde que entra en la sala operatoria hasta que se le seda, momento en el que deja de sentir (y también de sufrir). Aunque intentamos que el enfermo lo sobrelleve de la mejor manera posible, con palabras amables y reconfortantes, a veces puede colarse algún comentario o chascarrillo fuera de lugar.

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