Menú
La vida sin olfato: así afecta al día a día no percibir los olores
  1. Bienestar
ASOCIACIÓN OLFATO-GUSTO

La vida sin olfato: así afecta al día a día no percibir los olores

La anosmia dificulta la identificación de los alimentos que ingerimos, favorecen las intoxicaciones alimentarias y obstaculizan la identificación de situaciones de riesgo

Foto: (iStock)
(iStock)

Estar acatarrado tiene una serie de inconvenientes, pero quizás uno de los más incómodos, además de la aparición de fiebre, el dolor de garganta o la proliferación de mucosidad, es dejar de disfrutar con los alimentos que comemos. Nuestra percepción del gusto se pierde. Pero, no solo esto, tampoco detectamos olores, de modo que gran parte de la información olfativa que contiene cada una de nuestras inspiraciones se desvanece.

Las infecciones respiratorias víricas suelen ser las causantes de la pérdida del olfato. “Muy poca gente tiene una pérdida completa del olfato (anosmia). La mayoría de las personas con afectaciones olfativas, tienen una pérdida parcial (hiposmia) o una distorsión de la sensación olfativa (disosmias)”, sostiene Pablo Sarrió Solera, especialista en Otorrinolaringología y responsable de Unidad de Olfato del servicio de ORL del Hospital Clínico San Carlos. Las causas que provocan la pérdida de olfato son muy variadas como, la infección de las fosas nasales (tras un catarro, lo más frecuente), golpes en la cabeza, pólipos dentro de la nariz, exposición a gases o sustancias tóxicas, enfermedades metabólicas o neurodegenerativas, tumores o alteraciones en el desarrollo.

Cómo aparece el síntoma

Los trastornos vinculados al olfato aparecen en las personas de manera distinta dependiendo del paciente y del tipo de enfermedad a la que va asociado. “Por ejemplo, en los pacientes con alteraciones olfativas posvirales, el olfato se altera bruscamente sin poder predecir de ninguna forma a qué pacientes les va a suceder y a cuáles no; en aquellos que sufren enfermedades neurodegenerativas, el olfato se altera progresivamente, poco a poco, incluso antes de empezar a desarrollar síntomas de la enfermedad; si se tienen pólipos nasales, el olfato se afecta cíclicamente: hay temporadas en las que están mejor (suele coincidir con tratamientos corticoideos) y otras en las que están peor”, explica Sarrió.

En cuanto a la progresión de los pacientes con alteraciones postvirales, muchos de ellos tienen recuperación espontánea temprana, lo que significa que pueden recuperar completamente el olfato en los primeros meses, en las primeras semanas o incluso en algunos días, y otros tardarán años, o no lo recuperarán del todo. “Es imposible prever qué pacientes van a tener una recuperación temprana y qué pacientes van a tener una pérdida de larga evolución”, añade.

placeholder (iStock)
(iStock)

Existen pocos estudios actualizados sobre este trastorno olfativo y su prevalencia entre la población española. Sin embargo, en 2012, el Centro de Investigación Biomédica En Red en Enfermedades Respiratorias (CIBERES) de Cataluña llevó a cabo el estudio Olfacat, una encuesta poblacional para investigar el olfato en la población en general, la prevalencia de disfunción olfativa y los factores de riesgo relacionados. La prevalencia de disfunción del olfato estimada fue del 19,4% para la detección (0,3% anosmia, 19,1% hiposmia), del 43,5% para el reconocimiento (0,2% anosmia, 43,3% hiposmia) y del 48,8% para la identificación (0,8% anosmia, 48% hiposmia). El olfato fue peor en hombres que en mujeres en todas las edades. Uno de los expertos que participaron en este trabajo, Franklin Mariño Sánchez, de la sección de rinología del Servicio de Otorrinolaringología del Hospital Universitario Ramón y Cajal, asegura que existe un porcentaje muy alto de la población que padece trastornos del olfato sin saberlo, sin ser conscientes de ello. “Es mucho más significativo de lo que pensamos. Se cree que aproximadamente más de un 3% de la población general tiene pérdida total del olfato”.

Manoli Hernández Conde (74 años) sufre anosmia, desde hace 10 años, tras someterse a una intervención quirúrgica por una hiperplasia paratiroidea: “Empecé a notar que había perdido la capacidad para percibir casi todos los olores. Según los médicos, la causa de mi anosmia no tuvo que ver con la hipertrofia de la parótida ni con la cirugía”. Tras varias exploraciones nasolaringoscópicas y la realización de un TAC craneal para descartar que la anosmia pudiera tener una causa orgánica, “me dijeron que se trataba de una anosmia idiopática, es decir, sin causa conocida. Según parece, el origen podría estar en una exposición excesiva a productos de limpieza, un resfriado mal curado o un traumatismo craneal, pero nunca se ha podido confirmar”, apunta.

Una relación muy estrecha

El desarrollo de este trastorno olfativo, sobre todo de la anosmia (pérdida total del olfato), está directamente relacionado con el sentido del gusto. “Éste nos informa si una sustancia es dulce, salada, ácida, amarga o umami. Pero lo que realmente nos ayuda a diferenciar si estamos comiendo pollo o carne o una naranja o un limón, es el olfato”, subraya Mariño. Las partículas de los alimentos viajan desde la parte posterior de la boca, la nasofaringe, hasta el nervio olfativo que es el que nos ayuda a identificar el sabor de una comida. “Sin olfato, puede haber gusto, pero no hay sabor. Una persona que sufre este trastorno no sabe identificar qué está comiendo”, expone.

La pérdida del olfato es un factor de riesgo frente a, por ejemplo, intoxicaciones alimentarias. “Si no somos capaces de identificar que un producto está en mal estado, podemos ingerirlo sin darnos cuenta”, dice Mariño. Pero también en la detección del mal olor ambiental o fugas de gas. Por eso, a este tipo de personas se les aconseja poner detectores de humo en la casa, tener cocinas eléctricas, en lugar de gas, o mirar la fecha de caducidad de los alimentos para que sepan hasta cuándo pueden consumirlos.

Foto: Una afectada de covid persistente en la Puerta del Sol de Madrid. (Cedida)

Asimismo, sufrir estos trastornos también afecta psicológicamente e impacta profundamente en la vida diaria de quienes lo experimentan. “La aparición de depresión, ansiedad, pérdida de autoestima, abandono de actividades y aislamiento social puede aparecer en aquellas personas que sufren estas dolencias. Además, puede llevar a cambios en los hábitos alimenticios y causar preocupación por la salud y la nutrición”, comenta José Antonio Tamayo Hernández, psicólogo de Activa Psicología (Madrid). Para contrarrestar y mejorar la calidad de vida del paciente con pérdida del olfato, la terapia psicológica puede ayudarle a adaptarse a esta nueva realidad, “abordar los desafíos emocionales asociados con la pérdida del sentido del olfato, aprender a lidiar con sentimientos de pérdida y aislamiento, y encontrar formas alternativas de disfrutar y conectar con el mundo que les rodea”, afirma Tamayo.

Entre las terapias que cuentan con mayor respaldo científico se hallan la Terapia cognitivo-conductual (TCC) y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), “aunque hay que dejar claro que no pueden restaurar directamente la función olfativa, sino ayudar a mejorar la calidad de vida y el bienestar emocional de los pacientes”, subraya.

Estar acatarrado tiene una serie de inconvenientes, pero quizás uno de los más incómodos, además de la aparición de fiebre, el dolor de garganta o la proliferación de mucosidad, es dejar de disfrutar con los alimentos que comemos. Nuestra percepción del gusto se pierde. Pero, no solo esto, tampoco detectamos olores, de modo que gran parte de la información olfativa que contiene cada una de nuestras inspiraciones se desvanece.

BrandsAlimentación
El redactor recomienda