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Historias de quirófano V: la primera vez que ves una cirugía te puedes llegar a desmayar
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'¿QUÉ ME PASA, DOCTOR?'

Historias de quirófano V: la primera vez que ves una cirugía te puedes llegar a desmayar

Al ser un mundo desconocido, el quirófano es fuente de tópicos, leyendas y elucubraciones. Solo los que trabajamos en él sabemos lo que pasa dentro

Foto: La realidad del quirófano supera a las expectativas. (EFE/Rodrigo Saura)
La realidad del quirófano supera a las expectativas. (EFE/Rodrigo Saura)

La primera vez que ves una cirugía, una mezcla de fascinación y congoja te recorre el cuerpo. La sensación es extraña. Has idealizado muchas veces cómo sería estar ahí, en un quirófano, mientras operaban a alguien, pero, la realidad, supera las expectativas. Cuando entras hay penumbra, puesto que las luces generales están a baja intensidad y, en el centro, dos lámparas muy potentes iluminan la mesa central donde está el equipo quirúrgico operando al paciente. Es como si se pretendiese que la atención se centre en la mesa de operaciones para que todo sea más impresionante aún. Estás nervioso y no sabes cómo actuar. Alguien te indica que puedes acercarte mientras oyes susurrar alrededor: "es un estudiante", y te hace sentir un advenedizo, un don nadie sin ningún derecho a estar ahí. Te acercas, intentas no llamar la atención, y sobre todo, no rozar con nada, no tropezar, no molestar. Te entra congoja, pero te aproximas seducido por la idea de ver cómo es un cuerpo humano por dentro.

Cuando estás cerca, oyes los comentarios del equipo: "tijeras", "bisturí", "pinzas", "aspirador". Es todo real, está sucediendo. Pones las manos atrás, como tu profesor te ha instruido para que hagas el día que te invitó a venir a ver una intervención. "No toques nada, pero, si tocas en algo, dilo. Es muy importante". No, mejor no tocar nada y pasar desapercibido, piensas, porque por nada en el mundo quieres interrumpirles su delicado trabajo. De repente, un olor intenso a carne quemada se te mete en las narices. Es el bisturí eléctrico y se debe al corte de la grasa y el músculo del paciente. El estómago se te mueve por dentro cuando piensas lo que es y notas cómo el estómago se mueve por dentro. Supones que es normal y que hay que acostumbrarse. Te asomas más. Ahora puedes ver lo que están haciendo.

A este paciente le están operando de una válvula cardiaca. Ya le han abierto el pecho y el pericardio. Y… ¡ahí está! Es su corazón y, ¡está latiendo! Lo veo desde donde estoy. ¡Es increíble! Se contrae solo y de manera acompasada, tal y como dicen los manuales de cardiología. La sensación es fascinante; nunca te habías imaginado que fuera así un corazón, tan amarillo. Es por la grasa del epicardio. También se ven las zonas donde se ve el músculo y los grandes vasos que salen del corazón. "Esta es la aorta", dice uno de los cirujanos, que ha reparado en ti y te mira mientras señala con la pinza. Lo reconoces por la voz y por los ojos, que se han vuelto muy expresivos al estar el resto de la cara tapada con la mascarilla.

Intentas responder, pero no te salen las palabras. ¡Guau! ¡Es increíble! Es el corazón de una persona lo que está ahí latiendo. Las potentes luces hacen que tenga un brillo especial, solemne. Te llama la atención cómo el cirujano manipula el órgano, con cuidado, pero también con mano firme. Seguro que ha hecho eso miles de veces. Los que están a su alrededor no parecen impresionados. Se trata de otro cirujano, que está en frente, y de una enfermera instrumentista (que es quien se ocupa de mantener el instrumental en orden y de proporcionar a los cirujanos todo el material que soliciten). Seguro que están curtidos en mil batallas.

Foto: Dos cirujanos en una operación. (Getty/Christopher Furlon)

La cirugía parece una coreografía. Los cirujanos manipulan, cortan, cosen, y lo hacen con cierta displicencia, como si no fuera con ellos la cosa. No es porque desprecien al paciente, ni mucho menos, sino porque parecen estar tan acostumbrados que, mientras operan, están hablando de otras cosas, algunas de ellas graciosas. Es increíble que haya gente que se dedique a operar a sus semejantes. En el fondo, por dentro, no somos más que un animal como otro cualquiera, a excepción de que los humanos poseemos consciencia y pensamiento abstracto.

De repente, en una maniobra que no se entiende, empieza a salir sangre y el campo quirúrgico se llena de rojo. Debe ser normal, supongo, porque nadie se ha puesto nervioso. "No pasa nada, es normal", dice el cirujano. En realidad te lo dice a ti, puesto que se ha girado hacia donde estás. "Si ves que te mareas o algo sal, es normal marearse la primera vez", advierte, y me parece que me lo está diciendo desde muy lejos. "Acompañadle fuera que está blanco como la leche", oyes, como en sueños, mientras notas que te flaquean las piernas. Alguien te agarra del brazo y te saca en volandas. Notas un calor que te sube hacia la cara desde abajo. "Estás muy pálido, sal y toma un café", y luego añade para tu vergüenza: "Es normal marearse en la primera cirugía. Algunos hasta se desmayan…". Pero no oyes nada más porque todo se vuelve negro de repente.

"Creo firmemente que solo enseñas bien cuando amas tu trabajo; cuando te dedicas a lo que siempre quisiste dedicarte"

Este sería una descripción de cómo podría ser la primera vez de cualquiera que entra en un quirófano y acaba desmayado. Yo personalmente tengo por costumbre facilitar el acceso a quirófano a los estudiantes. Es fundamental por dos motivos: el primero, como profesional, es mi obligación dignificar nuestra labor y mostrarla a los neófitos. Que vean lo que hacemos y cómo lo hacemos, y que comprendan la importancia y la responsabilidad de nuestro trabajo (porque, si no te quieres a ti mismo, mucho menos vas a querer a los demás). El segundo motivo es la pasión que los cirujanos sentimos por lo que hacemos. Creo firmemente que solo enseñas bien cuando amas tu trabajo; cuando te dedicas a lo que siempre quisiste dedicarte. No es lo mismo explicar teoría en clase, ni enseñar videos o cualquier otro soporte audiovisual de apoyo, que explicar cómo funciona un corazón en vivo y en directo.

Para algunos cirujanos (son, sin duda, los menos), los estudiantes en quirófano son un estorbo: no saben situarse, se aproximan en exceso al campo quirúrgico, se cansan, se sientan, enredan con el móvil esperando que pasen las horas… Además, antes de empezar la cirugía hay que gastar tiempo en instruirlos (aunque sea de forma breve) en cómo deben moverse y, sobre todo, cómo no deben hacerlo, para no molestar, ni rozar o golpear material que está estéril, o al personal de quirófano que está lavado. Deben entender que si por cualquier circunstancia sucede, han de comunicarlo, porque, si no es así (y la cirugía sigue su curso), el paciente puede infectarse. Y eso son palabras mayores, porque alguno por vergüenza puede callárselo (y es mucho peor).

En general, la actitud del estudiante es positiva y siempre muestran interés. No es para menos, ver un corazón latiendo por primera vez impresiona y mucho. Algunos, pocos, entran obligados. Es un perfil de alumno que ya tiene muy definido que no quiere ser cirujano cuando acabe la carrera y solo está ahí para cumplimentar las horas de práctica. Es en estos en concreto en los que debemos intentar captar su atención, por si cambian de opinión.

Grandes cirujanos se han desmayado la primera vez que entraron en un quirófano

Lo más característico de un alumno que entra por primera vez en quirófano, es que pueda llegar a sentirse mareado. Alguno, incluso, llega a desmayarse. Es algo normal: la primera cirugía impresiona mucho. Yo no me desmayé en mi primer día, pero sí recuerdo que se me revolvieron las tripas. Volví a casa después y no fui capaz de comer nada. También me impresionó mucho el olor del bisturí eléctrico. Pero, como todo en la vida, llega un punto en el que te acostumbras. Y cuando ya eres cirujano se convierte en tu mejor aliado, porque, sin eléctrico, no se debe operar. Si hubo un avance que cambió la historia de las cirugías (además de la asepsia y la anestesia) éste fue la invención del electrocauterio en 1920, gracias a la colaboración del neurocirujano Harvey Cushing y el inventor William Bovie en los años 1920. Si no fuera por su invención, los pacientes acabarían muriendo desangrados durante la intervención.

Grandes cirujanos se han desmayado la primera vez que entraron en un quirófano. En una estadística personal (y carente de un estudio científico que lo avale) yo diría que, de treinta que ven por primera vez una cirugía, uno se desmaya. Es normal. De hecho, si no te impresionas el primer día es porque te falta un tornillo. El ser humano se caracteriza por la compasión y la empatía, y es lógico que en una cirugía tengas tales sentimientos ante un semejante que está delante de ti, indefenso, desnudo, con el cuerpo abierto y su interior expuesto.

Foto: (iStock)

¿Por qué se produce el desmayo? Cuando te enfrentas a un estímulo arrebatador (puede ser un sufrimiento, algo muy bello, o puede ser el ver sangre, como es el caso), el cuerpo puede sufrir lo que se denomina "sincope vasovagal por estrés". Se produce por la estimulación del nervio vago, que es el que controla el sistema nervioso parasimpático y que, a su vez, produce una reducción de la frecuencia cardiaca y una bajada brusca de la tensión arterial. En estos casos la sangre no llega en cantidad suficiente al cerebro y se produce el desmayo. Quien sufre un síncope vasovagal llega a desmayarse unos minutos y luego recupera sin más importancia.

¿Qué debemos hacer cuando presenciemos que alguien sufre un síncope vasovagal? Primero evitar que golpee al caerse, y luego, una vez en el suelo, levantarle las piernas para que estas se vacíen de sangre por gravedad y fluya a la cabeza. Luego cualquier estimulante ayudará (como el café que la enfermera ofreció a nuestro estudiante desmayado). Por cierto, sepan que el estudiante del relato se recuperó sin más normalidad y hoy en día es un brillante residente de cirugía en otro centro. Dentro de unos años, él contará esta misma historia con sus propios personajes. Y así seguirá siendo durante generaciones.

Seguiremos informando.

La primera vez que ves una cirugía, una mezcla de fascinación y congoja te recorre el cuerpo. La sensación es extraña. Has idealizado muchas veces cómo sería estar ahí, en un quirófano, mientras operaban a alguien, pero, la realidad, supera las expectativas. Cuando entras hay penumbra, puesto que las luces generales están a baja intensidad y, en el centro, dos lámparas muy potentes iluminan la mesa central donde está el equipo quirúrgico operando al paciente. Es como si se pretendiese que la atención se centre en la mesa de operaciones para que todo sea más impresionante aún. Estás nervioso y no sabes cómo actuar. Alguien te indica que puedes acercarte mientras oyes susurrar alrededor: "es un estudiante", y te hace sentir un advenedizo, un don nadie sin ningún derecho a estar ahí. Te acercas, intentas no llamar la atención, y sobre todo, no rozar con nada, no tropezar, no molestar. Te entra congoja, pero te aproximas seducido por la idea de ver cómo es un cuerpo humano por dentro.

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